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Correr en la oscuridad

Correr en la oscuridad

Fotografía
De los 35 deportistas que representarán a Colombia en los Juegos Paralímpicos de Londres, solo una mujer competirá en las carreras de atletismo.

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Siendo la segunda mejor del mundo, Maritza Arango Buitrago es una de las mayores posibilidades de una medalla para el país. Hace cuatro años nadie esperaba que llegara tan lejos.

Sus días fueron sol, cielo, montañas, campo. Entonces, vino la enfermedad, y con ella, las sombras.

La retinitis pigmentosa es, todavía, un reto para los oftalmólogos. Se trata de un híbrido de desórdenes hereditarios, crónicos y progresivos –a veces incongruentes- que tejen poco a poco una capa oscura sobre las retinas. Con el tiempo, la luz se percibe menos, como la de un atardecer que entra en una habitación por una ventana, hasta sumirse por completo en la noche. Los ojos se vuelven pequeños globos brotados de venas, mitad bermejos, mitad tinieblas. Por fuera, la mirada es la misma, pero ahí donde debería haber un brillo, no hay nada: una planicie, una ausencia.

Eso fue lo que le pasó. “Fue… duro… quedarse así”, dice. Solo se presenta en una de cada cuatro mil personas. Tenía 24 años, un hijo de dos años y trabajaba como maestra en una guardería.

Y desde entonces no ha visto la luz. Al menos no con sus ojos.

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Durante la siguiente hora la jornada estará húmeda. Son las 6:15 de la mañana y el amanecer apenas despunta sobre la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, donde ya hay cuerpos pedaleando, nadando, alzando pesas, haciendo aeróbicos. Sobre la pista de atletismo hay una multitud marchando y Hugo Gándara, entrenador de atletas paralímpicos desde 1998, llega impecable hasta un rincón de la pista. A su lado, suave y enlazada a su brazo –siempre- ha venido Maritza Arango Buitrago, 34 años, ciega hace ocho y atleta hace cuatro, campeona nacional, continental, y por poco del mundo, en las pruebas atléticas paralímpicas de 800 y 1500 metros.

También vienen Ana María Muñoz, Jennifer Mosquera y Juan Guillermo Rodríguez ‘Chope’, también ciegos, también deportistas y, sobre todo, una de las mejores selecciones de su tipo en América, junto a Elkin Serna y Yesenia Restrepo que hoy no entrenan acá. Hugo y Maritza se desprenden y comienza el entrenamiento.

Desde este momento, su mano –la de ella- toma la de Johnatan Sánchez –o viceversa-, un atleta joven, delgado y acanelado que desde enero ha sido su guía en las competencias. Hace una semana llegaron de Estados Unidos y mañana viajarán a Brasil durante cuatro días, donde se prepararán para el evento de este año: las Paraolimpiadas en Londres, que se realizarán días después de los Juegos Olímpicos convencionales. Allí, Martiza representará grandes posibilidades de una medalla para Colombia.

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Hugo le sigue la pista desde el rincón donde también revisa el entrenamiento de Ana María y Jennifer, las lanzadoras. Cada deportista debe entrenar de acuerdo a su ritmo, llevar un plan personalizado, según sus cualidades y sus limitaciones y en medio de esa coordinación está él, que también tiene problemas de vista y tres marcas nacionales en las pruebas de 100, 200 y 400 metros que hasta el momento –y desde 1994- nadie ha superado. “Y falta un buen rato para que eso pase”, dice.

Ella, Hugo y los cinco deportistas paralímpicos paisas que irán a Londres en agosto, estuvieron junto a los 38 antioqueños que irán a los juegos convencionales, en la ceremonia de despedida que se hace para los deportistas antes de partir a las olimpiadas. Era la primera vez que eso pasaba en la historia del deporte colombiano. Compartieron mesa con el gobernador y otros seleccionados convencionales. Mencionaron sus nombres –antes que los de cualquiera- y solo entonces, se supo quiénes eran.

Johnatan y Maritza siguen corriendo y roban miradas. La coordinación entre ambos es –y debe ser- perfecta para no tropezarse ni desalinearse, dando el mismo paso, apoyando el mismo pie, al mismo tiempo, por el mismo carril, a la misma altura. Dos anatomías enteras y sincronizadas, una que se deja llevar por otra, erguidas, meciéndose, impulsándose como aves que danzan juntas en el vuelo. Mientras avanzan, él va hablando en susurros. “Corré, corré”, “¡pilas!”, “falta poco”, eso es lo que le dice dependiendo del ritmo en el recorrido.

Y Maritza, si quiere ganar, debe entregarse, obedecer, confiar.

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La tercera de los ocho hijos de Gustavo Arango y Romelia Buitrago, fue una niña juiciosa, activa, campesina como todos los de su familia, que le gustaba estudiar y, sobre todo, veía bien. La llamaron Maritza y nació el 19 de marzo de 1978, en Argelia, Antioquia, municipio a 146 kilómetros al sur de Medellín, conocido por estar empotrado en las espesas montañas en las que un día, hace mucho, Gregorio Gutiérrez González, el más costumbrista de los poetas antioqueños, fundó el pueblo mientras huía de la Guerra de los Mil Días. Las mismas montañas que tiempo después, fueron dominio de alias ‘Karina’ y las FARC, y luego de alias ‘McGyver’, y luego de los paramilitares.

Maritza creció en la vereda Santa Marta, a cuarenta minutos de la cabecera urbana. Desde allá bajaba a estudiar al colegio Marco Fidel Suárez. Algún día la llamaron al tablero y entonces, ella, la más inteligente de su casa y de su clase, se confundió y no distinguía bien los garabatos de tiza, que con los días fueron más borrosos, y tenía que acercarse más y más a la pizarra, hasta que la distancia que las separaba era mínima.

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Decidieron llevarla al médico, y el médico dijo que debían ir al oftalmólogo. Y como en Argelia no había oftalmólogos tuvieron que viajar hasta Medellín. Ahí recibieron la noticia: Maritza tenía problemas de visión –algo que ya sabían- y no había remedio, algún día dejaría de ver –algo que no sabían-. “Intentamos de todo, le corrimos mucho: que operación, que trasplante de ojos. Pero los médicos dijeron que no, que ya no, y como ellos hablan tan enredado uno ni sabe qué hacer”, dice Romelia Buitrago, en la sala de su casa, en el barrio La Cumbre, municipio de Bello, al norte de Medellín.

En esta casa, Maritza vivió hasta hace siete meses. Es un primer piso largo, iluminado y pulcro, con un garaje que hace las veces de almacén, el negocio de Romelia y Gustavo, donde venden papelería, cosméticos, chocolateras, pelotas, peluches, minutos a celular y un etcétera de artículos de miscelánea inagotable. Aquí vinieron hace siete años, desde el Popular 2, un barrio en las orillas del Metrocable de la comuna nororiental de Medellín, donde vivieron tres años hasta que un día, en la tienda que tenían allá, unos hombres vinieron y les dijeron que si le vendían algo al ejército, tendrían problemas. A su vez, habían llegado al Popular 2 desde Argelia, cuando Maritza y toda su familia agarraron lo que tenían y huyeron de su finca por la violencia que azotaba a su vereda y en general a todo el municipio. Eso, fue hace diez años, el 20 de julio de 2002. Un día de la independencia.

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Ya en Bello, Maritza se la pasaba deprimida. Lloraba todo el día, no le gustaba salir ni que la gente supiera que no veía. Solo hacía tres cosas: arreglar la casa, deambular por la casa y hablar por teléfono. Una llamada tras otra, no se sabe a quién. En cualquier caso, después de tres años en las sombras de las sombras, y llamadas telefónicas misteriosas, Maritza tomó la decisión de rehabilitarse, es decir, aceptar su enfermedad y convivir con ella. “Cualquier día nos decía “lléveme para tal parte” y hasta allá la llevábamos, pero no sabíamos a qué. Ella nada más nos decía que la lleváramos. Es que nosotros no tuvimos nada que ver, ella empezó a salir, a irse y ni sabemos cómo. Hablando por teléfono”, dice la madre.

Así, en menos de dos años, Maritza aprendió el braille y dominó el Jaws, el software que toda persona con problemas de visión debe conocer. Y leyó un libro: Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. Y ya que había aprendido a leer, decidió terminar el bachillerato que había interrumpido en Argelia. Y ya que había terminado el bachillerato, decidió, por qué no, buscar trabajo, y empacó guantes para hospitales durante unos meses. Y ya que había hecho todo eso, un día conoció a Juan Guillermo Rodríguez, al que todos conocían como “Chope”, y le dijo que ella debería correr.

Lo que a Maritza le gustaba en realidad era nadar. Pero las insistencias de Chope fueron más fuertes, y después de un año de proponérselo, Maritza decidió ir hasta las pistas del estadio Alfonso Galvis Duque, en la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, e intentó correr, por primera vez. Y desde entonces, nadie la ha parado.

-        Vea, quién iba a creer. Yo pensaba que una persona que no ve se tenía que quedar ya en la casa y yo me imaginaba que Maritza se iba a quedar conmigo hasta que nos muriéramos. Así es en el campo. Yo sé que allá, ella se hubiera muerto de la depresión. Pero es que ha sido tan inquieta. Todo lo hizo sola. Y vea ya donde va… ¿esos juegos son importante, cierto? Yo veo que los muestran en todas partes.

-        Sí, son los más importantes que hay.

-        Dizque Londres. Y no nos imaginábamos que fuera siquiera a correr.

Maritza, tampoco se lo imaginaba. Incluso cuando veía.

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Es martes en la tarde y el sol, soberbio, lo domina todo. Tres veces a la semana, Maritza viene a las 4:30 a repetir jornada de entrenamiento. Su mano reposa –como siempre- sobre la de Hugo, y esta vez no esperarán a nadie en la pista. Solo ellos dos. Se conocieron el 17 de julio de 2008, cuando ella, con miedo y sin saber nada de atletismo, vino a correr por primera vez. Desde entonces, cuando ella llegaba en metro a Estadio y bajaba las escaleras, ahí en los torniquetes de la salida de la estación, la esperaba Hugo y le ofrecía su brazo. Del metro a la pista, de la pista al metro, yendo, viniendo, entrenando, corriendo, caminando, Hugo y Maritza se enamoraron. Son pareja hace un año y viven juntos desde hace seis meses y, junto a Juan Esteban, su hijo, son un hogar.

Sobre la pista, la relación es la de un entrenador y su atleta, y nada más. Él acomoda vallas que ella tendrá que pasar, primero una, y luego una serie de cinco. Comienza el ejercicio. Palpa el marco de las vallas y hace talonamiento  para medir la distancia entre una y otra. Tropieza de vez en cuando con la valla y entonces Hugo dice:

-        Venga ¿tiene preguntas ahí?

-        ¿Cómo?

-        Que si tiene preguntas ahí para hacerle a Maritza. Hágale, pregúntele, aproveche. Eso la ayuda a concentrarse a que haga bien el ejercicio. Necesito que se concentre.

No hay preguntas y viene un silencio incómodo. Entonces, Maritza toma la iniciativa:

-        Y ¿usted ya se había relacionado con personas ciegas?

-        Sí.

-        Y ¿ha intentado caminar y hacer las cosas con los ojos vendados?

-        Sí, también. Una vez. Pero no he corrido. ¿cómo fue la primera vez que corriste?

Fue espantoso, dirá Maritza. Tenía miedo y a pesar de que iba con un guía, le costó. Pero siguió viniendo y tres meses después la mandaron a Cali a su primera competencia en los Juegos Nacionales del 2008 y estuvo dos veces en el pódium: oro en 400 metros y plata en los 200 metros.

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Fue entonces que creyó de verdad que sí servía para eso “y cuando me dijeron que con el tiempo podía empezar a vivir haciendo esto, ¡juemadre! ahí sí me animé más y dije que de una”. Pasó por una y otra prueba hasta que supo que lo suyo eran las pruebas de semifondo. Compitió en cuanto evento –convencional y paralímpico- hubiera y estuvo en Bello, Itagüí, Cali, Argentina, México, Brasil… y durante el mundial de atletismo de Nueva Zelanda en 2011, en los 800 metros planos de las pruebas paralímpicas ya era una de las figuras más prometedoras para el oro del mundo.

“Eso fue súper. Espectacular. Y horrible. Yo estaba de segunda en el ranking y entonces sí esperaba una medalla. Y bueno, las cosas se me dieron. Pero, imagínese, en la semifinal salieron competidoras muy duras y yo ya estaba muy estresada. Y los directivos que nos acompañaban: “Maritza, vea, si usted se gana esa medalla son sesenta millones de pesos que le dan. Piense en su hijo…” y yo: “Ay Dios mío, yo qué hago si no me pongo una medalla, si llego a Colombia sin medalla…” Yo no me tranquilizaba. La noche anterior me llamó el presidente de la Federación: “vea Maritza, hágale, póngale a eso,” y no sé qué. Y esa noche no dormí, no comí, me la pasé llorando”.

Llegó de segunda con 2 minutos y 31 segundos. Ganó la atleta de República Checa. Aun así, impuso el record americano y se trajo la medalla de plata, la que más quiere de las cuarenta y tantas que ya tiene, porque es “más bonita: Gruesa, gruesa, gruesa”, y además la clasificación para las paralimpiadas en Londres 2012. A su regreso, en la casa de sus padres, esperaba toda la familia, todo el barrio, cena y fiesta, mariachi incluido. Era la segunda mejor del mundo.

Londres trae nuevos retos. Maritza competirá por los 1.500 metros y tendrá que ratificar su marca, ya que la prueba con la que clasificó fue de 800 y esta vez no la harán. También, este año, pusieron en una misma competencia a los atletas T11, la categoría de Maritza –atletas que no ven nada de nada-, junto a los T12, es decir, los de baja visión, que no son ciegos completamente, suponiendo una ventaja para los últimos, ya que tienen –en cierto modo- una habilidad más. Lo que deviene –sobre todo en el caso de Maritza- en mucha presión.

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Sin embargo, ahora, el tema parece normal y Maritza habla de ello sin asomo de temor. Igual habla de cosas que no son atletismo: de su casa, de la música que le gusta, de los programas en la televisión, del braille, de su hijo, de lo que le dice su hijo.

¿Qué te dice tu hijo?

-        No… él vive muy orgulloso. Me ha ayudado mucho, ha sido mi motivación. Yo le digo siempre: “Mirá, mijo ¿por qué no te ponés a correr?” pero no, él es muy sedentario. Aunque a mí me haría muy feliz, que él corriera y se volviera mi guía. Yo me imagino: los dos corriendo fuera del país y la gente en las competencias viendo al hijo llevando a la mamá ¿no? ¡Ah, muy bonito! Pero bueno, todavía no le gusta, él quiere fútbol.

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De su familia, la única que le sigue los pasos es Adriana, una de sus hermanas, dos años menor. Empezó hace dos semanas y solo viene en las tardes, un poco más tarde, cuando Maritza ya tiene dominado el ejercicio en las vallas. Hugo también se hace cargo de sus entrenamientos, que por ahora, todavía le cuestan. Después de la jornada, Adriana partirá hacia su casa en Bello y durante todo el camino hablará de su hermana.

-        Yo pienso que es tan tesa ¿cierto? La otra vez corrimos juntas y yo ya estaba cansada y ella como si nada. Y vea, vive viajando. Ella ha sido muy verraca. Yo por eso pensé y mejor empecé desde ya.

-        ¿Empezaste qué?

-        A correr, porque yo también tengo problemas de baja visión y puede que quede invidente. Pero más de este ojo –y se señala el derecho-. Pero yo todavía me defiendo. Y yo sé que si ella pudo, yo voy a poder también, ¿no?

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Por el momento el entrenamiento apenas termina. Hugo se enlaza a Maritza de la mano, y toman su camino. Mañana será un día largo, hacia Brasil. La tarde se esfumó y la noche se tiende larga. Y abajo, en la ciudad, las calles comienzan a iluminarse.

Adrián Atehortúa

Periodista

"Adrián Atehortúa. Periodista. Lee. Escribe como puede"

Periodista

"Adrián Atehortúa. Periodista. Lee. Escribe como puede"

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