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ropa de segunda en Bogotá

Upcycling rolo: en busca de ropa de segunda en Bogotá

Ilustración

Querer ropa nueva puede ser más que un problema para nuestra prima o sueldo: lo es cada vez más para el planeta. Pero a la hora de buscar prendas de segunda, ¿a dónde ir?, ¿cómo hacerlo?, ¿para qué intentarlo? Estas y otras respuestas aesthetic en esta crónica de compras sobre las segundas vidas de la ropa.

La cita es en la Torre Colpatria, un domingo de ciclovía, a las diez de la mañana. Hasta este momento, solo sé de Paula lo que quizá muchos también ya saben. Se hace llamar “tu chica local de confianza” en TikTok, donde unas 68.000 personas la siguen y publica contenidos sobre moda y sostenibilidad con un lenguaje que te hace sentir como si la conocieras de siempre. Ese día lleva un saquito de colores tejido y un overol azul de jean que me parece haber visto en uno de sus videos. Es la primera vez que la veo por fuera de redes sociales. Con música de Rodolfo Aicardi sonando desde el otro lado de la Séptima, la saludo y le agradezco por aceptar mi invitación a entrevistarla mientras me lleva de compras. Comenzamos a andar. 

La idea es recorrer juntas algunos espacios de la moda de segunda mano como el mercado de las pulgas de San Alejo en la Séptima con Veintiséis, dos locales en Chapinero y una tienda de segunda en la Cabrera. 

Séptima con Veintiséis: el pulguero clásico

Paula me cuenta que tiene 25 años, estudia comunicación con énfasis audiovisual en la Javeriana y hace sus prácticas en una agencia de publicidad. Empezó con la moda sostenible hace dos años. Consumía mucho fast fashion y por la carrera, terminó viendo muchos documentales sobre la industria, la contaminación y todo el problema social. No lo podía creer. 

De acuerdo con Naciones Unidas, la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo después de la petrolera. Además, es responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global. Otro dato alarmante es que actualmente el promedio de uso de una prenda nueva es solo de siete posturas antes de ser desechada, según la organización ambiental ConTreebute, que también advierte que si el fast fashion continúa como va, las emisiones de CO2 en el planeta aumentarán del 50% al 63% para 2030. Por eso, Paula dice, ha venido cambiando de manera progresiva su consumo. 

–Es muy denso. Luego visité a una amiga en Bélgica y fuimos a ver ropa de segunda. Pensaba que debía ser re sucio, con cosas re viejas, pero fue lo mejor del mundo –me explica mientras señala un puesto de chaquetas de cuero y agrega– Este lugar me lo preguntan resto. Tengo una chaqueta de acá y todo el mundo me pregunta de dónde es. 

–¿Por redes?

–Sí, les digo que del mercado de las pulgas, pero vienen y es como, ‘¿en dónde, en cuál casetica?’

Bajamos para grabar un video del recorrido que lleva a esa caseta y me cuenta que, a la par que abrió TikTok, creó Quintazo en 2021, su marca de ropa de upcycling, práctica que busca darle una segunda vida a una prenda en desuso interviniéndola para crear algo de mayor valor, yendo un paso más allá de restaurarla y repararla. Paula usa retazos, parches, botones y pinturas para llevar sus prendas, las de sus amigos o las que consigue en segundazos, a otro nivel. Haciendo curaduría e intervenciones, le imprime a estas prendas su estilo, en el que predominan lo holgado, lo andrógino y lo urbano. Además, dice, hace talleres para enseñarle a otros sobre el proceso y conversar sobre moda y sostenibilidad, desafiando esa idea tan arraigada culturalmente y que tanto daño hace al planeta: que lo que no sirve, se bota. 

–Creo que si viviéramos en un mundo sin influencers bombardeando con las últimas tendencias de las grandes marcas, no sentiríamos tanta presión —le digo a Paula. 

–A mí me da rabia, porque sé que comprar cosas más responsables o locales puede ser un poco más caro, pero hay influencers que con toda la plata que tienen, ¿por qué compran en Zara? A mí no me interesa que la gente consuma como yo lo hago o que solo compre de segunda, sino que vea las opciones que tiene y valore más lo de acá… Ahorita hay otro término que es ‘ultra fast fashion’ como Shein, una plataforma china, que produce ropa exageradamente rápido y barato. Calle y Poche hicieron una pauta con ellos y yo era como, ‘¿en serio?’ A mí se me han acercado para promocionar centros comerciales y marcas como Bershka y yo no puedo. 

–¿Les has dicho que no?

–Sí, que no. Yo consumo Adidas, Converse o Vans que son fast fashion, pero de ahí a que promocione esas tiendas, no. No podría.

Cuarta con Cincuenta y Siete: un trueque sostenible

Llueve. Son las doce. Llegamos a una casita frente al Parque Portugal, sobre una calle ondulada donde hoy habrá un trueque de ropa. En la fila hay gente joven vestida con camisas sueltas y maquillaje de colores y una que otra familia. Paula saluda a las cuatro organizadoras: son de Wastelab y Sonorafair, iniciativas de moda sostenible que convocan a trueques en distintos espacios de la ciudad. Paula dice que hacen parte de un parche que ha crecido con la pandemia, cuando no se podía salir a comprar. Calcula que son unos setenta u ochenta proyectos de ropa de segunda, upcyciling o trueque en Bogotá. Me explica que la mayoría se mueve por Instagram. 

–A mí me gusta ver los procesos porque uno se da cuenta del trabajo tan grande que hay: ver mil pacas de ropa, mandar a lavar, coser lo que está mal. Si tienes una feria tienes que llevar el rag, los precios, ganchos, invitar gente. Por eso cuando me cobran nunca se me ha hecho caro. Es lo mínimo. En Europa es igual y si no te alcanza no es porque esté mal, ni quiere decir que te están robando. 

Entramos. Las organizadoras cogen las prendas que llevo para cambiar. Las dividen en tres categorías que identifican con stickers de circulitos de colores: el rojo, es para la ropa de mejor calidad; el amarillo, para ropa deportiva, manchada o desgastada y, el azul, para ropa que está en la mitad de esas dos. Cada uno tiene un precio distinto. En total, pago catorce mil pesos. Me dan unos papelitos de esos mismos colores: ahora ya sé cuáles prendas puedo buscar al salón donde hay unas cinco montañas de ropa rodeadas de unas 20 o 30 personas en un espacio pequeño y sin mucha ventilación. Está guerreado.  

–A veces me pelean diciendo que una marca local es muy cara, pero hay un motivo por el cual es mucho más cara que un jean en San Victorino o San Andresito, donde la mayoría de la ropa es fast fashion de China –agrega.

–Supongo que los procesos justos cuestan y que si uno los compara con el fast fashion, todo resulta carísimo, pero porque hay personas trabajando a las que le pagan solo dos dólares diarios. 

El dato lo ví en The True Cost, un documental de 2015 dirigido por Andrew Morgan que muestra las condiciones laborales deplorables en las que trabajan aproximadamente 40 millones de personas en países del tercer mundo como Bangladesh, en las grandes maquilas de marcas internacionales.

–Exacto. Y como te acostumbraron a que todo es barato, si te van a vender algo un poquito más caro, ya dices, ‘me están robando’, pero el precio que no estás pagando, lo está pagando alguien más. Por eso cambiar de hábitos es tan difícil: a veces es bajarte de más plata, estar más incómodo de no tener toda la pinta armada en un maniquí o ir a lugares más lejos. 

Mientras me quedo buscando en la montonera de ropa, Paula edita unas fotos. Le doy uno de mis papelitos rojos, pero no encuentra nada. Al final salgo con algunas chaquetas y una falda que se sienten como nuevas. Me emociona la sensación de… ¿estrenarlas?

Sesenta y Una con Quince: el segundazo donde todo lo hay

Desde el Parque de los Hippies hacia la Quince, cruzamos varios rumbeaderos diurnos de reggaetón. Llegamos a Othello, donde Paula compra casi todo para el Quintazo. Como este, son varios locales pequeñísimos, donde no cabe más ropa y casi no puedes andar. Entramos con cuidado a ese laberinto textil abarrotado. Paula va hacia uno de los rags y empieza a ver prenda por prenda. 

–¿Cuánto te demoras encontrando algo que pueda servir?

–Siempre trato de venir con algún objetivo o estilo porque si no, me vuelvo un ocho. Hay tantas cosas que uno se pierde. Ellas también te ayudan si les preguntas por algo específico. 

–¿Y acá es más barato que en las pulgas?- le pregunto antes de que lluevan sobre mí camisas de los ganchos que cuelgan sobre el techo. Nos reímos. 

–Depende. Acá un blazer puede costarte 40 y en la 52 con Caracas, 80. Las chaquetas de cuero allá pueden estar a 90 y acá las puedes encontrar al mismo precio. Yo he conseguido camisetas de algodón a 10.000 en las pulgas, camisas de botones a 15.000 y ya lo que es la feria de la Veinticuatro con Décima, que es mucho menos linda y acogedora que el pulguero de la Séptima ahí cerca, una prenda puede costarte 20.000 por caro, y encuentras cosas de 2.000, 5.000, 10.000 pesos… Pero claro, es una transición. Si tú llevas a alguien que nunca ha comprado algo de segunda allá, fijo se asusta. 

Carrera octava con ochenta: la tienda con concepto

Llegamos a Garra, abajo de la Séptima, cerca al Virrey. Está entre restaurantes, cafés y tienditas, en una casa blanca, en medio de plantas. Un deleite visual: todo ordenado, limpio y dividido en rags por colores. Un aviso de neón rosado entre matas que dice ‘GARRA’, me hace pensar que este lugar está hecho para Instagram. Paula dice que siente que es el espacio más “high” de la ropa de segunda en Bogotá. No conozco tantos, pero no me cabe la menor duda: se siente exclusivo, curado, conceptual. Hasta las paredes roídas adrede combinan con la ropa. Hay chaquetas de 160 en promedio. Se ve que duran. 

El lugar me recuerda a nuestras conversaciones anteriores con Paula en las que me contó que, en algunas ciudades como Nueva York, la movida de la ropa de segunda puede ser una experiencia tan gomela, que modelos internacionales de la talla de Bella Hadid van a tiendas de este tipo, convirtiendo a esta forma de consumo en tendencia. Se lo pregunto a Paula, pero mientras conversamos llega Juan Diego Villegas, dueño de la tienda. Nos explica que el concepto de acá es ropa de segunda vintage y que no haya sido producida después del 2010.

–Yo viví en Nueva York cinco años y me encantaba comprar ropa de segunda. Cuando llegué, mis amigos me decían 'tráeme la próxima vez que viajes'. Así empezó: les traía cosas y antes de tener la tienda, vendía en mi casa. 

–¿Y qué es lo que más te gusta de la ropa de segunda?

–Es única, no vas a ver a mucha gente con tu ropa. El desgastadito me encanta: amo ver chaquetas, camisetas como cascadas... Cuando llegué, sentí que le hacía falta a Bogotá ropa de segunda en un lugar agradable. Acá está la connotación de que cuando la ropa fue usada, debe ir a la caneca y esto ayuda a cambiar esa percepción.

Coda: con las bolsas en la mano

Luego de terminar nuestro recorrido, pensé en una idea que Paula me dijo mientras caminábamos por la séptima. 

–Hay mucha gente que pelea diciendo que los gomelos se tiraron el negocio de la ropa de segunda, haciéndolo más caro, pero como en cualquier otro mercado, si crece la demanda, crece la oferta. 

Así lo muestran las cifras. La economía de moda circular en 2023 movió a nivel global de 100.000 millones a 120.000 millones de dólares, cifra que triplicó la de 2020, de acuerdo a un estudio de Boston Consulting Group. Para Paula esto también es algo que deberíamos ver con lupa. No solo se trata, dice, de evaluar qué consumimos, sino cómo lo consumimos, a qué velocidad. Ir comprando de segunda y desechando a toda no es sostenible. Y para dejar de hacerlo, todos los segundazos, trueques y proyectos más curados que le apuestan al upcycling abren una conversación que hace falta tener sobre esas ideas heredadas del fast fashion que nos hacen partícipes de un modelo que necesita, como muchas de nuestras prendas, ser cuestionado, renovado, editado e incluso pimpeado. 

María Claudia Dávila Arenas

Periodista y profesora de yoga. Estudió comunicación en la Javeriana y ha escrito para VICE Colombia, Pacifista!, Mutante, Radiónica y Bienestar Colsanitas. La obsesionan los temas de género, medio ambiente, salud y cultura. Fue becaria del Centro Internacional para Periodistas y ganadora de dos fondos internacionales de periodismo ambiental. Enseña yoga y meditación desde su proyecto.

Periodista y profesora de yoga. Estudió comunicación en la Javeriana y ha escrito para VICE Colombia, Pacifista!, Mutante, Radiónica y Bienestar Colsanitas. La obsesionan los temas de género, medio ambiente, salud y cultura. Fue becaria del Centro Internacional para Periodistas y ganadora de dos fondos internacionales de periodismo ambiental. Enseña yoga y meditación desde su proyecto.

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