Objetos del ayer
A pesar de su juventud, este periodista es un fanático del pasado. Le pedimos a Juan Pablo Calvás que seleccionara diez piezas de un antiguo hogar colombiano. Esta es su nostálgica lista.
Adminículo para colgar el pantalón y la chaqueta de un traje, que logra mantener ambas prendas perfectamente planchadas. Uno de los misterios que ronda a este objeto es que no se sabe si allí debe colgarse la muda que uno se acaba de quitar o la que usará el día siguiente… ¿O ambas?
Contrario a lo que su nombre indica, no es un pervertido del hogar sino un mueble multifuncional destinado a la vanidad. Mejor dicho, es un escritorio para maquillarse. Se trata de una mesa angosta con cajones repletos de cosméticos y un gran espejo útil para peinarse, maquillarse, perfumarse y nada más porque jamás podrá ver su reflejo de cuerpo entero. Generalmente viene acompañado de un butaco que puede guardarse en el espacio vacío que hay entre los cajones. Es un mueble que encanta a las mamás y a las tías porque es como tener un salón de belleza en casa.
Para los nostálgicos, es la luz perfecta para el amor. Nada reemplazará el brillo cálido y romántico que los bombillos de filamento brindaban a cualquier hogar. Su alto consumo de energía los convirtió en enemigos del medio ambiente y fue así como espantosas luces de neón y bombillos de LED acabaron con su hegemonía. El amarillo rojo blanco que produce el wolframio, compuesto esencial de estas lámparas al vacío, jamás será reproducido por ninguna de esas tecnologías ahorradoras.
Es considerada por los diseñadores modernos como una de las sillas menos funcionales del planeta. En otras épocas fue la favorita de majas seductoras e histriónicas que no se sentaban ni se acostaban, sino que asumían una posición en apariencia relajada, pero que exigía un gran esfuerzo muscular y vertebral para mantener un aire hedonista. Piense en un emperador romano casi recostado comiendo uvas mientras es abanicado por un eunuco: así se sienta uno en un mueble de estos.
Otrora piezas de lujo, hoy consideradas pintorescas y decadentes, estas esculturas producidas en masa por artesanos de Baviera o Chapinero eran atesoradas y exhibidas como símbolo de poder (adquisitivo) en los hogares más prestantes del país. Payasos tristes, elefantes, caballos, bailarinas y angelitos son aún inspiración recurrente para los creadores de tan delicadas obras.
Más práctico que un vinilo y más noble que un mp3, este cartucho de cinta y plástico sirve para grabar y reproducir sonidos de cualquier origen. Los hay de diversos tamaños: micros para hacer registros portátiles y de baja calidad o compactos para hacer unos más robustos y de baja calidad. Su encanto radica en los caprichos de la cinta magnética que avanza en el reproductor determinado para este sistema, llamado casetera, que cuenta con un par de ruedas dentadas multifuncionales que pueden ser manipuladas con kilométricos, lapiceros o el meñique de aquellos que tienen dedos pequeños.
Para ser consecuentes con el cuidado del medio ambiente, este mueble porcelanizado debería volver y, así, librar a nuestros ríos y mares del inefable papel higiénico. Considerado por muchos como una fuente ornamental de los antiguos cuartos de baño, en realidad el uso de esta poderosa herramienta estaba enfocado al aseo más profundo del ser humano: es decir, limpiar la popó. Hacía un binomio estético con el inodoro, pero la reducción de los espacios sanitarios lo condenó a la extinción; sin embargo, en países ultradesarrollados como Japón le rinden culto en cada deposición.
A veces tenía cara de bebé o de palenquera. Se desconoce su origen pero hizo parte de la decoración de las cocinas colombianas durante un par de décadas del siglo XX. Ninguna empresa lo manufacturaba, sino que era producto de las creativas manos tejedoras de las amas de casa de aquellos tiempos. Sirvió como fuente de ingreso para las más emprendedoras que, además, se lanzaban en la producción de una línea de forros de lana, tela y/o plástico para cubrir objetos tan variopintos como tostadoras, papel higiénico, inodoros, lavadoras e incluso vehículos.
Gran vitrina hogareña para exhibir objetos preciados (véase: figuras de porcelana) y ocultar bienes inútiles y aparentemente valiosos como cubiertos de plata o la clásica vajilla “para la visita”. Generalmente venía en combo con el comedor.
Denis Diderot, junto a un grupo de sabios del siglo XVIII, logró darle vida a la mayor colección de conocimiento repartida en tomos ordenados alfabéticamente para llenar de luz a los habitantes de la época. Ese esfuerzo recibió un nombre: enciclopedia. En Colombia, sus mejores representantes fueron Salvat y Océano, que llenaban las bibliotecas colombianas con sabiduría y definiciones que caducaban a los pocos años. Fuente permanente para las tareas del colegio, empezó a agonizar con la aparición del CD-ROM de Encarta y recibió la estocada final con la aparición de Wikipedia, que como no se vende puerta a puerta tiene que mendigar cada año para sobrevivir.
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