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Agüeros y rituales de año nuevo

Agüeros y rituales de año nuevo

Ilustración

Calzones amarillos, atragantarse de uvas y hacer maratones con maleta en mano son solo una parte chiquita del inmenso repertorio de conjuros para la suerte de año nuevo. Un historiador agorero y místico comparte agüeros propios y aprendidos.

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Cuando era pequeño, el 31 de diciembre tomaba una semana y media de preparación. No era para menos: hacía falta comida y fiesta para una familia enorme que no dejaba de crecer, y todos –atención–, todos, realizaban una enorme cantidad de rituales con todo tipo de intenciones para el año nuevo. Los rituales cíclicos del calendario hacen parte de las prácticas más antiguas de la humanidad, una que aún nos mantiene atados estrechamente al cielo y sus tránsitos. En nuestros días encontramos algunos que se mantienen vigentes desde hace tiempo y otros que solo sobreviven en los nichos populares que alguna vez les dieron origen. También hay quien tiene los propios, personales e intransferidos. Y mientras se iba acabando el año, ese tema volvió a mi cabeza: las intenciones, los deseos de cada uno, qué le vamos a rogar a las estrellas que nos traigan con el tiempo nuevo.

Pensé que a lo mejor muchos no conocen algunos de esos rituales, que a todos nos gusta reconocernos en esos que ya compartimos con otros y que hay un placer carnavalesco en organizar cómo descualquierar el cierre de un año preparando otro mejor. Me puse a investigar si había alguno que no conocía y que valiera la pena incluir en mi repertorio, además de compartirlo aquí para que cualquiera los integre a los suyos. Y solo sé empezar esto por mi propia infancia, porque no termino de entender cómo hacían mis tíos para manejar semejante logística.

Agueros
Baños, sahumerios y cucos

Los días anteriores, a parte de buscar todos los numerosos ingredientes de la cena, se conseguía un bulto –no es exageración– de distintas hierbas en la plaza de mercado. Lo venden ya preparado, pero para el que quiera hacerlo por sí mismo, se usa albahaca, yerbabuena, manzanilla, menta, canela, jazmín y lavanda. El 30 de diciembre se hervía todo eso en una olla y cada uno pasaba a la ducha a bañarse entre esa noche y la mañana del 31 con el agua de las hierbas dulces para llenarse de buena suerte. En otras familias, también se acostumbra a hacer un baño antes (o varios días antes, alternando los baños entre días pares e impares) con hierbas amargas para quitarse la sal y la mala suerte acumulada. Para el que quiera la receta, entre las variantes disponibles, la más sencilla consta de ruda, ajo, salvia, eucalipto, mirra, enebro y parietaria. Por supuesto, muchas de mis tías, primas y primos preparaban o salían a comprar desde antes los clásicos cucos amarillos para salir de la ducha renovados a ponerse sus interiores solares de la buena fortuna.

Limpias las auras, le llegaba el turno al hogar. Mis propios tíos se encargaban de preparar un sahumerio con el que recorrían la casa varias veces –mientras ya abrían la primera garrafa de aguardiente–, toteados de la risa, espantando los malos espíritus, las malas visitas, las malas noticias, las malas influencias. Si no tiene sahumerio, distintas fuentes aseguran que pasear un palo santo encendido basta para desahuciar la mala vibra de la casa. Y solo entonces comenzaba la preparación del pernil de cerdo, el capón, la salsa de ciruela, la ensalada de papa y las decenas de botellas de trago que aún acompañan mis recuerdos. Mis padres entonces solían llegar con su parte del botín y con un elemento central de esas épocas: un canasto de pólvora a mis ojos digno del que mandó a Ricaurte a mejor vida, consignándolo en el himno nacional como el que en átomos voló. La idea del fin de año en mi mente siempre ha estado anclada a ese cielo plagado de luces que parecía augurar toda la belleza y el brillo de una buena vida el año entrante.

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Banquetes, billetes y los cien metros planos

Caía la noche y comenzaban a llegar los peregrinos. La música de fondo era siempre característica: comenzaban a parrandear desde las 9 am cantando y bebiendo, preparando la afónica en la cuenta regresiva de la mano de Olímpica Estéreo, emisora infalible y tan afín a la colección de Discos Fuentes que ha hecho gala como soundtrack decembrino: los cañonazos. Y a medida que llegaban los demás y se acercaba la hora, aparecían todos esos rituales que tantos hemos hecho una y otra vez.

Muchos se aferraban con las manos a un billete (ojalá de alta gama) para atesorarlo el resto del año en la billetera, buscando que atrajera a sus congéneres y espantara las culebras todo el año. A las doce aparecía el más sencillo y extendido de los agüeros de año nuevo en Colombia: atragantarse con doce uvas, una por cada mes del año y con cada una, pedir un deseo. Desde antes, los frutos de la vid flotaban brillantes entre los hilos de espuma en las copas o reposaban en fuentes y bandejas para ser asaltadas por nuestra pobre humanidad agobiada y doliente. Entonces como hoy, para mis familiares era un gallo de no acabar, intentar pedir cada deseo a conciencia en medio del alboroto, el ruido, los abrazos y las llamadas. Pero ahí persistían, persistimos a pesar de las distracciones en una de las cosas en las que somos sorprendentemente parecidos a millones de seres humanos más: los deseos no cambian mucho. Salud, amor, dinero, buena suerte, trabajo nuevo, lograr la beca, conseguir la casa, viajar…

Para esto último, por supuesto, había una tropa que minutos antes se había puesto a  preparar maletas para salir como volador sin palo hasta la esquina, e incluso a darle una vuelta completa a la manzana, los más entusiastas. En el camino, infaltable, se caía de todo: familiares demasiado alcoholizados para no torcerse un tobillo, sombreros, celulares, en fin. Llovían lentejas en los bolsillos, cargados a rebosar con esa leguminosa que augura prosperidad y dinero (y que en Italia se sirve a modo de cena como costumbre y símbolo de abundancia heredado de la Roma Imperial, para que descreste a sus tíos con este dato coctelero de fin de año). Luego, se bailaba y se alargaba la borrachera hasta el amanecer entre llamadas y pirotecnia, hasta amanecer descompuestos a buscar cerveza y a poner vallenato a todo volumen.

Lo extraño es que de alguna manera todo esto ha funcionado: todos en mi familia han tenido algo de suerte y a fuerza de correr con las maletas y los billetes y las lentejas, muchos han migrado en busca de mejores horizontes y los han encontrado. Casi todos han conseguido vivir bien sin tener que volverse millonarios. La ironía es que, por culpa de tanta dicha, hoy es imposible reunirnos todos y volver a vivir esas noches absurdas y esotéricas de fin de año. Aunque, la verdad, tampoco es que haga falta toda una tribu para decidirse a apelar a las instancias mágicas del universo en busca de la mejor vibra para el 2022.

Y como era claro que tenía que haber mucho más, cosas que usted y yo podríamos empezar a hacer este 31 de diciembre, hice la tarea y aquí está mi antología personal de lo que muchos amigos y familiares me compartieron.

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Para los solteros anhelantes o los románticos de toda la vida

Ya que el amor resulta ser todo un tópico, si usted es uno de los que no quedó tranquilo con la uva y quiere pedir certificado y garantía con el cosmos, diversas fuentes señalan que subirse a una silla a las doce de la noche o meterse debajo de una mesa (la variante delta del ritual) bastarían para cuajarle ese romance deseado o simplemente promover la consecución de pareja el año entrante. No he tenido la fortuna de presenciar estos vistosos gestos de esperanza romántica y si alguien tiene un video de algo parecido, por favor envíelo a la revista. Para los que no quieren ser vistos por toda la familia, también hay quien prende velas, y en algunos países europeos se pone una rama de muérdago bajo la almohada antes de la medianoche. Opciones tiene, no hay nada que diga que sean mutuamente excluyentes, pero cuidado con pedir más de lo que pueda administrar en un año. El universo no se hace responsable por el mal uso de sus beneficios.

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Para agradecer deseos y experiencias o ahuyentar pesares y cargas

Si quiere matar pesares pasados, quemar un año viejo puede ayudarlo a dejar atrás todas esas cargas que llevó a sus espaldas los últimos doce meses. Si el tamaño y el riesgo de incendio es un tema, averigüe que ya los venden (o usted puede hacerlo) en formato muñeco de trapo para quemarlo en la comodidad de una chimenea o sobre el mesón dentro de una lata. Otras fuentes recomendaron tres rituales en esta misma línea: o bien hacer una lista de las cosas deseadas y quemarlas a la medianoche para consumarlas; o bien hacer una con las cosas nuevas realizadas para agradecer las nuevas experiencias; o bien enlistar los pesares y cosas por soltar para prenderles fuego y dejarlas ir mientras viene el primer sol del año. No son mutuamente excluyentes, pero asegúrese de no terminar prendiendo su casa en el proceso.

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Para los viajeros de toda la vida

Si va a estar en el mar, recomendaciones personales de viajeros empedernidos señalan que el oleaje de la playa a las doce de la noche puede liberarlo de las malas vibras del aura y dejarlo renovado para empezar el nuevo año. También están los que además de correr por la cuadra, deciden apersonarse de su deseo y buscan viajar a algún lugar (no hace falta que sea lejísimos) el primero de enero y así asegurar que el año empiece como esperan que dure: llevando a cuanto sitio haya. En mi familia, por lo demás, se asegura que el uso de un sombrero (ojalá tipo turístico como una pava) potencia el efecto de la trotada por la cuadra.

Para comenzar pisando fuerte o con página nueva

Entre las recomendaciones más fantásticas que llegaron, estuvo la de una bailarina que comentó que, una vez pasadas las doce, se aleja por un momento de la farra a bailar sola –incluso si toca en el baño– para aderezar de gracia, vida y poderes el año recién comenzado con el encanto de sus primeros pasos. Doy por hecho que ese ritual estará incluído entre los míos a partir de la fecha. En lo personal, le recomiendo a todo el mundo, pero en especial a todos aquellos que dibujen, escriban, lleven un diario, coleccionen sus fotos o herbarios en cuadernos, que arranquen calendario con cuadernos o bitácoras nuevas para empezar otra vez con la página en blanco (además, en años nefastos, improductivos o molestos, me he dado el gusto de ver esas páginas arder a modo de un año viejo personal e intransferible).

Para los de las intenciones financieras:

Por supuesto, el deseo central de muchos. Si lo que usted quiere es cosechar billete a lo que marque el año entrante, uno de los encuestados aseguró que su infalible fórmula esotérico-financiera consistía en sembrar una moneda en el jardín (aunque supone que una matera podría funcionar bien), para que le crezca no un árbol de dólares, pero si el fajo que llevará mes a mes en la billetera. Y si usted es más bien dado a los rituales analíticos, puede echarle una mirada a la suerte financiera el año entrante con un ritual muy sencillo. Distintas fuentes señalaron que se pueden poner tres papas (una pelada, una a medio pelar y otra intacta) bajo la cama antes de que empiece el jolgorio, moverlas y desordenarlas (puede ser ahí directamente en el suelo o dentro de una bolsa) para olvidar su ubicación y a la mañana siguiente, sin abandonar la cama pasar la mano a la bolsa. La primera que sus dedos toquen le augurará peladez, casi-peladez o abundancia. Yo preferiría no hacerlo, pero ajá, siempre hay quien no se resiste y quiere que le vaticinen hasta eso.

¿El orden de los factores altera el producto?

Se desconocen las consecuencias que pueda tener el orden de los rituales: al fin y al cabo, escoger entre salir primero a correr por la cuadra y subirse a una silla puede que quede en el registro de sus prioridades con Dios. Así que sopese, cuadre caja con las uvas como hacemos tantos y disfrute del momento: en todo esto se nos irán a muchos esos primeros minutos. Iremos de cosa en cosa, embolatados y ebrios, olvidando en el camino alguna de las vainas que quisimos pedir, pero seguros de estar preparando el suelo y la vibra para empezar como se debe el 2022.

Pero eso sí, escoja bien con qué arranca, para que después no diga que no le avisamos.

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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