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El silencio en ‘Migrantes’, de Issa Watanabe

El silencio en ‘Migrantes’, de Issa Watanabe

El último libro de la ilustradora peruana se adentra en un tema vigente y controversial: los desplazamientos masivos en un mundo cercado por fronteras políticas y mentales. ¿Cómo se acerca a este tema la invitada al Festival Épico valiéndose de los animales y del silencio?

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Al final ganó el silencio”. Esta es una de las conclusiones que comparte Issa Watanabe (Lima, 1980) al hablar sobre el proceso de dibujo que llevó a cabo en Migrantes, un álbum ilustrado que narra sin palabras el viaje de un grupo de animales a través de un bosque oscuro. Lo dice –lo del silencio– porque así fue; pero lo cierto es que no sólo al final del proceso se hizo notoria esa búsqueda o, mejor dicho en su caso, esa insistencia de la mirada. En las ilustraciones del libro, en lugar de desoír la fuerza de las palabras, la autora logró acoger la fuerza de las que no se decían, la intensidad de un “silencio” frente a un asunto del que tanto y tan poco se habla, como la migración.

“En ningún momento hubo palabras, siempre un dibujo me llevaba al otro”, recuerda la ilustradora, que accedió a esta entrevista vía Zoom a propósito de su próxima participación en la V edición del Festival Épico, el encuentro de Literatura Infantil y Juvenil organizado por la Fundación Círculo Abierto de Barranquilla.

Watanabe ha dicho otras veces que empezó Migrantes “sin la intención” de tratar el tema que ya el título y la contracubierta anuncian que trata. También –dice ahora– cree que todo el proceso de concepción de su libro no se puede entender sino “de adelante para atrás”, yendo en reversa. La dirección que propone tiene como punto de partida el libro –que narra un viaje sin punto de partida, pues cuando lo abrimos ya está empezado–. Los animales del libro están, van, caminan, son del país del movimiento y su destino, en el bosque del relato, es continuar moviéndose. ¿De qué otra forma podrían salvarse, refugiarse, cuidarse entre sí?

Issa Watanabe 900px

Antes del libro, el primer dibujo o boceto, a lápiz, mostraba un grupo de animales caminando. Allí algunos personajes lucen cansados, tienen hambre. “El siguiente dibujo tuve que hacerlo para que pudieran descansar, abrigarse, como para atenderlos a través del dibujo”, cuenta la autora, subrayando la relación de cuidado mutuo que ya impactaba el proceso de creación.

De hecho, una actividad que Watanabe acostumbra a realizar con los niños en sus cursos y talleres consiste en preguntarles “qué pasaría en la vida real si un zorro se encontrara con un conejito. Todos dicen: ‘Se lo comerían’”.  Entonces les muestra una imagen del libro y les pregunta ahora qué pasa. “No se lo come, lo está cargando, cuidando”, responden los niños.

Con mantas, abrigados, los animales llevan sus hatillos y escasas pertenencias. De fondo, los árboles raquíticos del bosque nocturno y deshojado que cruzan. Rinoceronte, león, cocodrilo, zorro, cerdo, gallina, rana, tucán, oso polar, burro, carnero y otros más siguen el paso con la mirada en la misma dirección: un horizonte que el lector, testigo parcial del relato, no tiene a la vista. Los rostros de cada animal están trazados de perfil, en su lado más característico. Al mostrar este canon de perfil egipcio, sólo les vemos un ojo: punto de luz impávido y pequeño. Salvo la cabeza, cada cuerpo es el de un humano vestido para soportar el frío.

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Estos animales –huérfanos, exiliados, aventurados– no podrían conformar una manada, pues no pertenecen a una misma especie. Tampoco una familia en el sentido convencional: no podría el elefante ser hermano de sangre del ratón que carga consigo y que más bien es su amigo. Se trata a lo mejor de un grupo, presencias individuales que se juntan, se cobijan. Una comunidad de errantes, solos y acompañados. Una red de afectos despojada de la geografía que una vez pisaron. Sobrevivientes del tiempo, de un tiempo. Migrantes. 

“La Organización Internacional de la Migración (OIM) estima que en el mundo hay 258 millones de inmigrantes, dato que representa casi un 4 % del total de la humanidad. El número de personas que huye de la guerra, la persecución y los conflictos superó los 70 millones en 2018, según el último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados”. Las cifras, que la misma editorial responsable de la publicación, Libros del Zorro Rojo, proporciona en su web, dan cuenta de un fenómeno que ha marcado al ser humano durante toda su existencia, y que muchas especies de animales también viven en su día a día.

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En el relato visual, Issa Watanabe no se detiene en las variables de las estadísticas (no importa cuántos animales son sino que ahí van todos los que son, como en el arca de Noé) y exhibe el drama de la migración como un viaje perpetuo, azaroso y tranquilo. Un camino soñado a casa o a ninguna parte, pues entre la zozobra y la esperanza se dibuja el trayecto migrante.

Si insistiéramos en ir más atrás en el libro –en el tiempo cronológico– llegaríamos al padre de la propia autora, el poeta José Watanabe, hijo de un japonés que migró al norte del Perú, quien le puso el nombre de Issa debido a su admiración por el escritor Kobayashi Issa (1763-1827), uno de ‘los cuatro grandes’ del haiku junto a Bashō, Buson y Shiki. O a la madre, Gredna Landolt, “una de las primeras ilustradoras en este país” a quien de niña Issa solía ver dibujar con colores y cartulinas, y ella, que la miraba repetir trabajos completos después de cada error mínimo (“no había nada digital”), se le sentaba al costado para dibujar también. La madre le contagió “la ternura y dulzura en los dibujos, el gusto en los detalles”.

Retrocediendo un poco menos, a comienzos de siglo la autora hizo un viaje a Mallorca, España, a visitar a una abuela, y decidió quedarse. Coincidió en un momento de su estancia con la denominada crisis de los cayucos, cuando “llegaban numerosas embarcaciones desde África hasta la Costa Mediterránea”. Aquella situación se había agudizado por entonces (y continúa, pues tres días antes de terminar este artículo los diarios españoles informaban de 17 cadáveres encontrados en un cayuco en Canarias). Issa se hizo “un poco testigo” cuando un compañero de piso se encontró con un “un chico que había emigrado” en los barcos. Llegó a su casa, se amistaron, y a través de él conoció “más o menos de cerca lo que implican estos trayectos para las personas que viajan, para su familia, y lo difícil que es a veces adaptarse a una sociedad que, como a él, no lo acogió bien al principio”.

En 2012 regresó a Perú, interesada por el tema pero sin ir más lejos. Un día vio las imágenes de una serie titulada En donde duermen los niños (2016), del fotógrafo sueco Magnus Wennman. Le llamaron la atención las caras en primer plano y los ojos de los niños, instalados en su mayoría en un centro de refugio improvisado en un bosque de Siria. “La mirada del desconcierto, el miedo, el cansancio, el no saber qué está sucediendo [...] Los niños son los que más sufren estas situaciones. Los mayores también, pero a ellos un día simplemente les dicen: ‘Tenemos que irnos’”. Como tenía al lado una libreta, empezó a dibujar (“una necesidad del momento”). Solo dibujar una imagen, que de algún modo ya contenía el germen de las siguientes. En ella ya se observa la multitud de criaturas errantes que apuntan sus rostros perplejos en la misma dirección.

Dos años aproximadamente le tomó terminar el libro: un año y medio en el proceso de dibujo y el resto en el trabajo editorial. Lo hizo con lápices de color acualerable, dibujando y coloreando todo directamente a mano excepto el fondo, que es un “negro plano de ordenador, de tinta digital”.

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Hubo en ese tiempo al menos tres momentos con transformaciones destacables. El primero: el nacimiento del boceto, dibujo que lleva a otro y pide una secuencia (en unas páginas el rostro del hambre, en otras la pausa que hacen los migrantes durante el camino para sacar viandas y alimentarse). Después, al advertir que la serie tomaba una narrativa propia, se planteó “la posibilidad de hacer un libro”. Se sumergió ya de otra forma, investigando y entrevistando a personas que habían migrado, viendo imágenes. Esto la hizo toparse con “una realidad atroz, terrible”, que desplazó un primer acabado visual más bien “naif” por otro más denso, oscuro, a ratos aterrador.

En un tercer momento, junto a la editorial propusieron agregarle “algo de texto” a las imágenes. Se contemplaron varias posibilidades (como introducir el testimonio de un migrante en las páginas). La idea no prosperó. “Al final ganó el silencio”, recuerda Watanabe. “El silencio, que también universaliza. Muchos niños que emigran encuentran en la nueva lengua a la que llegan uno de sus mayores problemas: no entender y no ser entendidos. Un libro silencioso podía acoger todos los idiomas”.

***

Al inicio del relato visual, en su lado quizás más tierno e inquietante, está la muerte: un esqueleto de niño, también cubierto –manta negra, flores coloridas– para el frío. Por momentos aparece ella subida al lomo de un ave con patas y pico largos y de plumaje azul nocturno. ¿Por qué esta muerte de aspecto tímido a la zaga de los migrantes? ¿Por qué no la muerte amenazante y tenebrosa de siempre, sino una tierna, sin hoz y “fragilizada”, que en vez de vigilar acompaña, y que se aproxima a los animales como por si acaso, paciente a la ocasión en la que, inevitablemente y sin pompa, tenga que presentarse?

“Si lo sacamos del tema migratorio, el libro es una alegoría del viaje que emprendemos todos, y la muerte siempre nos acompaña, es una presencia constante”, comenta la ilustradora.

***

Issa Watanabe también ha sido dibujante de otros álbumes ilustrados. ¡Más te vale, mastodonte! fue escrito por Micaela Chirif y recibió el premio internacional A la Orilla del Viento a Mejor Álbum Ilustrado 2013. Hay otro libro que, sostiene, le costó mucho hacer: El pájaro pintado, producto de un encargo para ilustrar un cuento corto de su padre. El trabajo se complicó por varias razones: la publicación era póstuma, José Watanabe había muerto en abril de 2017, dos meses después de que Issa tuviera a su hija. A pesar de eso lo ilustró, en acuarela completamente, obligada a rehacer cada pieza tras cada equivocación, como una vez su madre.

En el proceso de dibujo, Issa prefiere estar sola (“la única que puede estar es mi hija”): el silencio, la luz del día, un café. Si hay más personas alrededor, le cuesta concentrarse. Pero más allá de su casa-taller, no se trata de que le guste estar aislada. Lamenta los 8 viajes que en 2020 se le cancelaron por la pandemia. Y es que la resonancia de Migrantes ha sido poderosa. Ha recibido premios como el Premi Llibreter 2020 de Catalunya en la categoría de Álbum Ilustrado y el de Mejor Narrativa Visual 2020 otorgado por el Banco del libro de Venezuela. Desde su publicación en 2019 ha sido editado en múltiples países del español y otros donde se habla inglés, coreano, italiano, esloveno, holandés, alemán, entre otros.

Es muy diciente que cuando dibuja, más que referentes de ilustración, Watanabe acude a textos, poetas y pasajes de ciertas novelas. Wislawa Szymborska, Javier Heraud, Eugenio Montale, Fernando Pessoa. Dice los nombres de los autores que recuerda de forma casual, como si estuvieran incorporados en ella y dijera “lápiz”, “papel” o “color acuarelable”. Todos ellos, y los testimonios de migrantes, le han dado palabras que insiste en decir dibujando, atravesando un bosque oscuro, en silencio.

Issa Watanabe se presentará a través de las redes del Festival épico 2021 y la Fundación Círculo Abierto el próximo 19 de mayo a las 4:00 p.m., hora Bogotá, Colombia. Este es el enlace del evento.

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Kirvin Larios
(Barranquilla, 1993). Autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado en las revistas El Malpensante, Arcadia, Sombralarga y en el dossier Diario de la pandemia de la Revista de la Universidad de México.
@kirvinlarios
(Barranquilla, 1993). Autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado en las revistas El Malpensante, Arcadia, Sombralarga y en el dossier Diario de la pandemia de la Revista de la Universidad de México.
@kirvinlarios

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