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arte budista

Visiones de dios: el arte budista de las thangkas en Katmandú

Arte ancestral que se remonta a los antiguos monasterios budistas del Tíbet donde solo unos pocos podían verlos, los thangkas hoy son el sustento de miles de tibetanos, indios y nepalíes. Reflejo de un universo sagrado aún vivo, este arte se enseña en algunas escuelas de arte de Nepal. Emilio Aparicio nos lleva a Katmandú para acercarnos a estas visiones de dios, hoy a la venta y exhibición en todo el mundo.

Konchog Lhadrepa nació el 2 de octubre de 1954 en Fuma Jangthang y es uno más de los 150.000 tibetanos que salieron exiliados del “Techo del Mundo” luego de la ocupación China del Tíbet. Tenía tres años de edad cuando su familia se vio obligada a migrar al estado de Sikkim (Noreste de India) con el fin de salvaguardar su integridad y asegurar un futuro. Konchog descubriría allí su propósito de vida: se convertiría en un pintor de thangkas que años más tarde, migraría también a Katmandú (Nepal) donde ha sido el director de la Escuela de Arte Tsering desde 1996 y ha trabajado por décadas para preservar el linaje de pintura Karma Gadri, que se originó, como él, en el Tíbet. 
Con tan solo diez años se convirtió en discípulo de Dilgo Khyentse Rinpoche, uno de los maestros más importantes del budismo tibetano ante el mundo. Sirvió como su asistente personal desde los dieciséis hasta los veintidós años. Las impresionantes habilidades de Konchog, su temprana formación y conocimiento de las artes sagradas lo convirtieron en un artista excepcional, llevándolo a pintar muchas obras en centros budistas alrededor de todo Asia y Europa.

En lo alto de Boudhanath Stupa, los ojos pintados de Buda representan una profunda y simbólica enseñanza
en el budismo tibetano, apuntando a los cuatro puntos cardinales.
Interior del Monasterio de Kopan en Katmandú (Nepal);
conocido por su enfoque en la educación y la práctica del budismo tibetano.
Murales a gran escala se encuentran presentes en los espacios más importantes
y sagrados del Monasterio de Hemis (India).

En la tradición tibetana, el thangka no es solo una pieza de arte; es un “rten” o "soporte" que representa una encarnación física del cuerpo, la palabra o la mente iluminada. Cada thangka es una representación visual de una deidad, un evento significativo o un concepto espiritual, pensado para guiar a los practicantes hacia el entendimiento y la meditación en el camino a la iluminación.

Este arte sagrado tiene significados profundos. Buda en una pose meditativa, por ejemplo, simboliza la perfección y la tranquilidad alcanzadas a través de la iluminación. Asimismo, cada elemento que aparece en una thangka, desde la postura de los dioses y diosas hasta los colores utilizados u objetos, está cargado de simbolismos que reflejan los principios fundamentales del budismo tibetano: la compasión, la sabiduría y la interconexión de todos los seres.

En la tradición hindú, la creación de un mandala era una tarea sagrada realizada exclusivamente por el maestro, quien se aislaba en cuevas o templos para purificarse física y espiritualmente antes de meditar sobre el diseño que iba a realizar. A diferencia de otros tipos de arte, los mandalas no se le encargaban a artistas comunes y corrientes, ya que el conocimiento y la preparación espiritual eran fundamentales para la creación de estas obras tan importantes. Sin embargo, con las pinturas sagradas de dioses y esculturas, surgieron artistas profesionales que también debían purificarse y meditar antes de comenzar su trabajo.

 Monjes del Monasterio de Shechen realizan una thangka de Buda Shakyamuni sentado en la posición de loto sobre un disco lunar y una flor.
Una gigantesca rueda de oración gira con el paso de varios fieles al interior de un espacio decorado con thangkas y murales religiosos del Monasterio de Guru Lhakhang.

En el Tíbet, los requisitos espirituales para la creación de thangkas eran similares a los de la India. Los artistas que pintaban estos dioses y seres iluminados debían ser iniciados en la disciplina tántrica antes de poder realizar cualquiera de estas obras. Sin embargo, como consecuencia de la migración fuera del Tíbet esta práctica se flexibilizó poco a poco y la creación de thangkas pasó a manos de artistas que no seguían rituales de purificación y visualización; eso sí, sin que los parámetros de composición e iconografía se hicieran más laxos.

De hecho, la tradición artística tibetana ha visto cómo algunas técnicas y prácticas se han perdido a lo largo de la historia debido al secretismo y –porqué no decirlo– al egoísmo de artistas que no transmitieron su conocimiento a otros para preservar su cultura. Antiguamente, los thangkas eran hechos por lamas y monjes, expertos en visualización y meditación, que por lo general no eran artistas. Solo en algún punto, aquellos con talento comenzaron a ser entrenados en la pintura de thangkas, siguiendo instrucciones rigurosas. Hoy la pérdida de técnicas debido a la falta de transmisión entre generaciones ha planteado interrogantes sobre el impacto que esto podría haber tenido en la preservación del arte tibetano, de haberse iniciado antes.

Ekajati generalmente se muestra en una postura dinámica, con una expresión feroz y un ojo en la frente.
Simboliza la protección contra energías negativas y la transmutación de obstáculos.
Esquema inicial de dibujo de Dhritarashtra, uno de los cuatro reyes celestiales (izquierda) y del dios Mahakala (derecha).
Esquema inicial de dibujo de la diosa Namgyalma (izquierda) y de la diosa Tara Blanca (derecha).

Los thangkas pueden contener dioses, formas geométricas, retratos de lamas, historias de vida, prácticas religiosas, seres protectores, maestros o elementos naturales, pero principalmente se dividen según su temática, propósito y contenido.

Los thangkas narrativos representan eventos en la vida de figuras iluminadas o santos y pueden narrar episodios específicos de la vida de Buddha, como su iluminación bajo el árbol Bodhi o sus enseñanzas principales. Los thangkas narrativos son muy valiosos no solo por su impresionante belleza artística, sino también por su capacidad para transmitir historias que refuerzan las enseñanzas budistas.

Los thangkas didácticos se centran en ilustrar conceptos del Dharma; como enseñanzas de Buda y la doctrina budista en general, sin representar deidades específicas. Estas obras incluyen diagramas cosmológicos, símbolos religiosos y representaciones de prácticas monásticas y rituales. Un ejemplo de la didáctica del arte tibetano es la "Rueda del Ciclo de la Existencia" o “Bhavachakra” que muestra el ciclo de vida, muerte y renacimiento, ayudando a los practicantes a comprender mejor la naturaleza de la existencia y el sufrimiento en el mundo.

El “Bhavachakra” se compone de cinco partes y cada una de ellas mantiene su simbología. En el centro hay tres animales (cerdo, serpiente y gallo) que representan la ignorancia, el odio y el deseo, las causas fundamentales del sufrimiento. En el segundo nivel aparecen los seis reinos de la existencia (dioses, semidioses, humanos, animales, espíritus hambrientos e infiernos) que muestran las diferentes formas de vida. En el tercer nivel, el karma es representado con figuras que ilustran cómo nuestras acciones afectan nuestras vidas. En el cuarto nivel, aparecen las doce causas interdependientes que muestran cómo el sufrimiento surge y se mantiene. Por último, en el exterior, se encuentra Buda enseñando la posibilidad de liberación, representando la enseñanza del Dharma.

Los mandalas, por su parte, son representaciones gráficas del cosmos y son una forma especial de thangka muy geométrico. Estos cuadros presentan un diseño fijo con dios central y una serie de deidades menores a su alrededor. La composición del mandala simboliza la estructura del universo y la integración de energías complementarias. Aunque los mandalas y thangkas tradicionales comparten similitudes, los mandalas tienen una estructura más rígida y repetitiva, mientras que los thangkas pueden variar ampliamente en contenido y diseño.

La iconografía incluye gestos, mudras o posturas de la manos, objetos que identifican y describen a la figura central. Los fondos tienen profundidad y pueden mostrar paisajes sagrados como las montañas del Himalaya o templos, situando la figuras de los dioses en un contexto espiritual. Asimismo, las thangkas pueden incluir figuras secundarias importantes dispuestas jerárquicamente. Los colores son vibrantes y los detalles muy precisos, con patrones geométricos y florales. Es posible encontrar inscripciones en sánscrito y tibetano con mantras, oraciones o explicaciones.

En un país con más lamas hombres que monjas, nació Sonam Dolma en el distrito de Mugu (Nepal) y creció dentro de una familia tradicional budista que la animó a estudiar artes. Decidió desplazarse a Katmandú y se formó en la Escuela de Arte Tsering donde conoció al maestro Konchog. Allí se especializó en el arte tibetano clásico y se graduó como alumna destacada en el año 2007 con el título de Lhadre Lopon, equivalente a una Licenciatura en Bellas Artes. Trabajó durante cuatro años en la pintura de thangkas bajo la instrucción de su maestro en India y regresó a Nepal para comenzar a enseñar desde el 2015 y formar a las nuevas generaciones. 

En las últimas décadas las mujeres comenzaron a trabajar de tiempo completo en el arte de las thangkas. Representante del género femenino por más de 24 años de práctica, Sonam trabaja las thangkas como con el propósito de preservar las auténticas tradiciones del arte budista del Himalaya. Incluso ha descubierto a través de la enseñanza el poder de transformación de vida que han tenido algunos de sus estudiantes a lo largo de tantos años de academia. Es un arte para despertar y encontrar un propósito en la vida, dice.

Sonam Dolma revisa un ejercicio de dibujo básico en el cuaderno de un monje que se encuentra en el aula de los estudiantes de 1er y 2do año.

El proceso de aprendizaje para los pintores de thangkas suele incluir la formación en técnicas tradicionales, así como el conocimiento profundo de la iconografía budista. Los artistas también deben estar familiarizados con las reglas y regulaciones que rigen la representación de las deidades y los símbolos, y para eso estudian libros y guías que se han ido actualizando con el paso de los años. Aunque algunos artistas contemporáneos pueden incorporar toques personales en su trabajo, la mayoría se adhiere a las tradiciones establecidas para mantener la autenticidad y la integridad espiritual del thangka.

En la escuela de arte, los estudiantes reciben formación durante seis años bajo la guía de sus maestros y algunos de los monjes más experimentados. El grupo está compuesto por jóvenes monjes del Monasterio Shechen, así como por laicos de la comunidad local e incluso extranjeros que vienen a realizar cursos vacacionales.

Debido a la naturaleza sagrada de esta forma de arte, aquellos que deseen estudiar aquí deben haber tomado refugio en Buda y el Dharma. Los estudiantes primero aprenden los motivos decorativos preliminares y las técnicas de aplicación del color. Luego, deben dominar el dibujo de deidades durante tres años, y en los tres años finales aprenden a hacer mandalas y caligrafía en sánscrito y tibetano.

Los aprendices son evaluados al final de cada año para determinar si pueden avanzar al siguiente nivel. En el sexto y último año, los estudiantes deben pintar una thangka de acuerdo con los requisitos de sus maestros en un plazo de 45 días.

Una artista realiza diminutos detalles con un portaminas para evitar cometer errores en la thangka, posteriormente los resaltará con pintura de color y la aplicará con un pincel de un solo pelo.

El color rojo en el arte de las thangkas, se obtiene de una piedra llamada “cinnabar”
que cuando se muele finamente, produce un pigmento intenso y vibrante.
En la práctica se utiliza el dorsal de la mano para revisar el color exacto
que están utilizando los artistas o para eliminar excesos de pintura.
Un maestro revisa una pintura y ayuda a una estudiante en los
últimos detalles de finalización de una thangka.

El tiempo de realización y producción de una thangka puede variar dependiendo de varios factores; como la complejidad del diseño, la habilidad del artista y el tamaño de la obra. Además, el tipo de materiales utilizados, como la calidad de los pigmentos naturales y el lienzo de seda o algodón, también juega un papel importante. Un thangka puede tardar desde unas pocas semanas hasta varios meses o años en completarse.

Interesantemente, la producción de una thangka no solo refleja la destreza técnica del artista, sino que también está profundamente ligada a los rituales y creencias espirituales del budismo tibetano, donde cada detalle es importante. El tiempo invertido en la creación de una thangka también puede ser un indicador del grado de devoción y la intención espiritual detrás de la obra, convirtiéndola en una pieza valiosa tanto artísticamente como culturalmente.

Purna Lama es el maestro principal de Boudha Stupa Thanka Center en Katmandú y tardó cerca de 15 años en completar una de sus más grandes obras. la cual, solicitó no ser fotografiada ni total ni parcialmente.

El oro se utiliza para resaltar figuras sagradas y detalles ornamentales, simbolizando la pureza y la iluminación.
Su técnica implica la preparación de una base adecuada y la aplicación cuidadosa del oro,
seguido de una técnica de pulido para obtener un acabado reflectante. En esta thangka del Dios Mahakala se utiliza el color negro como base,
para hacer resaltar los blancos, amarillos, naranjas y dorados.

Con el paso de los años, los thangkas han tenido un impacto significativo más allá de las fronteras tibetanas. Con la difusión del budismo y el interés creciente de la humanidad en la espiritualidad oriental, estos magníficos lienzos coloridos han migrado de los monasterios y centros sagrados para encontrar su lugar en museos, galerías y colecciones privadas en todo el mundo. Su exposición globalizada ha permitido que más personas aprecien, conozcan, estudien y se interesen en el arte del thangka y ha contribuido a una mayor comprensión de las prácticas y creencias del territorio tibetano.

Hoy en día los elementos visuales de este tipo de obras han inspirado a artistas en diversas disciplinas, desde la pintura hasta el diseño gráfico, que incorporan los símbolos y estéticas tibetanas en su trabajo personal. Esta influencia demuestra la capacidad del thangka para trascender sus raíces culturales y resonar en una audiencia global.

Una tienda de thangkas puede comercializar estas obras y enviarlas a cualquier lugar del mundo para sus clientes. Los precios van desde los $50.000 pesos hasta los $60.000.000 millones dependiendo del detalle, los materiales y el tamaño de las obras.

Un thangka es mucho más que una obra de arte. Es un puente entre lo espiritual y lo material, un testimonio de la devoción y la tradición. Cada una de estas piezas, con su complejidad y belleza, refleja siglos de conocimiento y continúa desempeñando un papel crucial en la preservación y transmisión de las enseñanzas religiosas. 

Sonam Dolma y Konchog Lhadrepa siguen enseñando a las nuevas generaciones de artistas en Nepal. Aunque son pocos quienes se dedican de tiempo completo a la práctica de las thangkas alrededor del mundo, estos artistas lo hacen con paciencia, un talento impresionante y posiblemente con la intención de llegar al Nirvana a través de cada pincelada.

Konchog lleva trabajando los últimos 5 años y durante 8 horas al día con sus estudiantes en la renovación de un monasterio afectado por el terremoto que azotó a Nepal en el año 2015. Calcula que faltan dos años para su terminación con más de 200 pinturas.

Konchog Lhadrepa de 70 años, asciende por una escalera a un sistema de andamios
al interior del Monasterio de Shechen en la ciudad de Katmandú, Nepal.
Emilio Aparicio Rodríguez

Fotógrafo profesional con formación en Taller 5 y estudios en Fotografía Documental, Fotoperiodismo y Street Photography. Ha sido docente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Escuela de Misiones Internacionales y Acción Integral del Ejército. Speaker en TEDx Las Aguas y el Primer Encuentro de Fotografía Urbana de FUJIFILM. Reconocido en Fotomaratón, National Geographic Colombia y Premio Arte Joven Colombia. Ha participado en exposiciones en Colombia, Francia y Cuba. Conoce 37 países y ha sido voluntario en Islandia, Kenia, Tanzania, India y Nepal.

 

Fotógrafo profesional con formación en Taller 5 y estudios en Fotografía Documental, Fotoperiodismo y Street Photography. Ha sido docente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Escuela de Misiones Internacionales y Acción Integral del Ejército. Speaker en TEDx Las Aguas y el Primer Encuentro de Fotografía Urbana de FUJIFILM. Reconocido en Fotomaratón, National Geographic Colombia y Premio Arte Joven Colombia. Ha participado en exposiciones en Colombia, Francia y Cuba. Conoce 37 países y ha sido voluntario en Islandia, Kenia, Tanzania, India y Nepal.

 

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