Carta de amor —y redención— a Aurelio Cheveroni
¿Quién le escribe una carta de amor a Aurelio Cheveroni? Aquellos que somos adictos a la nostalgia. Dése un espacio para recordar al peluche más icónico de la televisión colombiana.
Lo siento, Aurelio.
Siempre fui una seguidora, fanática y casi feligrés de los licántropos hasta que llegó la adolescencia y con ello el adolecer de dejar a un lado mi infancia. Llegaron otros ídolos pálidos, flacuchentos y chupasangres que se apoderaron de mi alma, pues no fui inmune al fenómeno Crepúsculo.
Vos me traés recuerdos que se sienten inmarchitables, de mañanas lluviosas comiendo “migarrote”, esa mezcla de carbohidratos casi bestial para alguien que medía menos de un metro. El escenario era así; luego de despertar un fin de semana, prendía el televisor barrigón de la sala, el canal 7, Caracol, estaba preestablecido desde la noche anterior. En una taza de Winnie Pooh había chocolate hirviendo donde podía ver mi reflejo, le migaba unas tres galletas saltín, una tostada y dos rebanadas de quesito. Un manjar que no tenía nada que envidiarle a unos Kellog’s con fruta y yogurt griego que es lo que se supone se debería comer en las mañanas de la adultez.
El mueble o “poltrona”, como lo llamaba mi abuela, era el trono donde me sentaba a esperar tu show. Envuelta entre las cobijas hasta la cintura, a mi izquierda podía ver por la ventana la neblina que cubría las montañas de la vereda en la que me crié. Siempre estabas ahí; tan ególatra, carismático, decidido, fuerte, dramático y hasta un poco insoportable. No me malinterpretes, no lo digo desde el odio, lo digo desde la envidia —pero de la buena—.
Es extraño, casi medio furro escribirle una carta de amor a una peluda marioneta.. A la vez, siento que pocos entenderán la trascendencia de un personaje en la infancia de una niña salvaje como lo era yo. Vos junto a Mary Moon y Dino hicieron de mis fines de semana la compañía ideal mientras los adultos de la casa se preocupaban por cómo sobrellevar sus vidas, mi vida. Posiblemente el primer tema de ska que escuche en la vida fue junto a ti, “A despertar” hace parte de mi primer soundtrack consciente y de buen gusto. Volviéndola a escuchar, casi puedo sentir mi pijama lanuda de corazones y el brazo medio tieso de mocos.
Eso sí, es innegable que “El baile del lobo” fue la mejor canción del Club, muy superior a cualquier canción de Disney. Y es que luego de un par de décadas, muchas hormonas, complejos y cambios sigo siendo una “peludita” que mueve la cabeza como una demente —pero solo en farras, lo juro—.
Cuando le conté a varias personas que escribiría una carta de amor a Aurelio Cheveroni las reacciones fueron confusas; unos se reían celebrando el ridículo y otros simplemente blanqueaban los ojos desaprobando tal “ordinariez”. Al principio lo tomé con gracias, luego se convirtió en un abrazo a mi pasado, a pensar en mi yo pequeñita, intensa e ingenua. Pues el vehículo para reconocerme en el pasado han sido los olores, las imágenes y los sonido. Y es que de alguna forma, tu voz grave y burlesca, Aurelio, ha sido parte de ese viaje.
En este presente de adulta responsable y “seria”, ha sido difícil regresar, pensar en quien fui y aceptar que aunque el cambio es inevitable, también lo es el rememorar. Hoy me tomo momentos para esa reconciliación con mis otras Maris. Por eso, a veces me preparo un migarrote, dibujo con marcadores, veo documentales de animalitos o alguna peli de Disney, busco en Youtube canciones de tu show, de High School Musical y Camp Rock. A veces nos saco a un parque y nos compro un helado, todo con la romántica excusa del recuerdo.
Quizás quieras saber qué sucedió con tu “Julianita”, hablando de ella, cuando tenía unos ocho o nueve años solían decirme que me parecía a “la pelaita’ de Club 10”, Juliana Velásquez, pero sinceramente solo éramos gorditas, teníamos los ojos rasgados y el cabello largo. Te cuento que en el presente, Julianita ha conquistado muchos escenarios, pues su carrera musical ha crecido, y aunque no soy su seguidora, pienso en ella con cariño, pues le daba ese toque mágico al interactuar con los peluches parlanchines del programa.
Mi lobito amado, vos junto a la gata más caprichosa y el dinosaurio más dulce crearon en la memoria de los millennials y centennials colombianos un espacio VIP, pues todos y todas sabemos quiénes son. Eran esa pausa divertida entre Los Cuentos de los Hermanos Grimm y la película del fin de semana, mi favorita siempre fue Matilda. Espero que por aquella nostalgia dosmilera puedas perdonarme por lo que se esperaba de mí, ese cambio en el transcurrir de la infante salvaje y la adolescente frívola. Entiéndeme, confórtame y escúchame: ¡era el ciclo de vivir!
Gracias por ser el más chévere de los Cheveroni, el peluche más icónico de la televisión colombiana y el modelo rockstar a seguir de una niña uniceja.
Con amor y estilo,
Mari.
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