La guerra femenina tiene sus propias palabras
A Svetlana Aleksiévich no le gusta pensar en su obra como en la de una mujer, sino como en la de un ser humano. Sin embargo, está convencida de que el punto de vista de una mujer es diferente, especialmente cuando se trata de contar la guerra.
Esto es algo que la premio Nobel 2015 ha elaborado con el tiempo, a lo largo de su vida y sus conversaciones con la gente, así como los viajes que realizó por la extensa y complejísima Unión Soviética.
Aleksiévich –invitada de honor a la Feria del Libro de Bogotá 2016– es la primera periodista de la historia en ganar el galardón. Aunque otros ganadores del Nobel han ejercido como reporteros y corresponsales –como García Márquez y Vargas Llosa–, nunca antes se había entregado el premio a una obra periodística, como es la obra de la escritora bielorrusa.
“Cuando le dieron el Nobel —declaró Miguel Aguilar, editor de Debate (su editorial en español)— alguien dijo que Aleksiévich le daba voz a los sin voz. Parece fácil pero tiene mucho mérito”.
En su paso por Bogotá la periodista realizó varias presentaciones y también se reunió con algunas víctimas del conflicto armado colombiano, porque el impacto de la guerra sobre la vida de la gente es una de sus principales preocupaciones personales –no solo literarias–. Sus dos libros más importantes, La guerra no tiene rostro de mujer y Voces de Chernóbil están basados en cientos de testimonios de personas afectadas por la tragedia y la lucha soviética que, hilados por la escritora, conforman una especie de historia no oficial, profundamente humana y sorprendente.
Ante un auditorio lleno de estudiantes de comunicación en la Universidad Externado, con mucha simpleza y autenticidad, esta mujer de 67 años que ha dedicado la mayor parte de su vida a entender la historia de su pueblo a través de los ojos de la gente, explicó lo importante que era construir un pensamiento propio para ser buen periodista y no dejarse arrastrar por el canon general: algo que no se logra de la noche a la mañana y que a Svetlana le valió el exilio.
Además de ser periodista de formación y haber ejercido como reportera en distintos diarios de Bielorrusia y como profesora de alemán e historia en un colegio, a Aleksiéchiv la formaron los relatos de las mujeres de su pueblo: “Nada me hacía sentir este afán y pasión por la vida como escuchar las palabras sencillas de estas mujeres. Esto era mucho más fuerte y poderoso que leer cualquier libro. Sobre todo cuando los libros de la época soviética trataban sobre el sistema y no sobre la vida”.
En la Unión Soviética de Aleksiévich la educación ideológica era estricta. Tras 200 años de una monarquía zarista, el proyecto socialista se erigió como el modelo soñado por fuera del cual solo podía existir el vacío. La gente era formada desde niña para morir por él. No podían existir la ideas ni sueños individuales por encima del bien común. El sentido de la vida de los soviéticos solo estaba dado por el bien supremo de la patria y el Estado. El relato del régimen era heroico y épico. Los disidentes del régimen eran enviados a campos de concentración y la gente debía entregar a sus familiares si eran opositores.
Cerca de un millón de mujeres soviéticas entre los 16 y los 22 años combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Y no solo como enfermeras sino como artilleras, pilotos y operantes de tanques, dispuestas a morir por la patria, como cualquier soldado. Según Aleksiévich, el papel que ellas jugaron fue fundamental para vencer a los nazis cerca de Moscú, una victoria que fue un punto de inflexión definitivo para vencer a los alemanes. Esta guerra fue llamada por los historiadores soviéticos como la “Gran Guerra Patria” y se convirtió en un símbolo de cómo el comunismo había derrotado al fascismo. La Unión Soviética salió engrandecida tras este triunfo y empezó a consolidarse como una superpotencia.
Pero en sus conversaciones con estas mujeres, Aleksiévich descubrió algo que influiría en su visión de mundo para siempre: ellas tenían otras palabras para hablar de esta guerra. A pesar de que su intervención había sido decisiva y en ese entonces el modelo comunista aún lo era todo para la Unión Soviética, su relato estaba lejos de ser victorioso. “Ninguna de estas mujeres me dijo que había que matar, todas me dijeron lo difícil que era”.
Fue así como nació La guerra no tiene rostro de mujer, el libro que la daría a conocer. La historia que dispararía el proyecto en su cabeza es la de una exenfermera que debía recorrer el campo de combate para revisar si había soldados sobrevivientes. Y luego le cuenta a la escritora que no podía evitar sentir lástima por todos, fueran rusos o alemanes, porque eran jóvenes y hermosos.
“El hombre es víctima de la cultura de la guerra”, dijo Aleksiévich frente a su auditorio silencioso. “Yo estuve en guerra. Y vi con qué placer los hombres se ponían un uniforme militar nuevo, vi cómo me mostraban una exposición de armas, vi este placer de los hombres cuando me exponían lo hermoso de estos armamentos”. Por eso quiso darle voz al punto de vista de las mujeres, que destruye ese “monumento a la legalización del asesinato”.
¿Y por qué ellas no fueron capaces de defender su historia, sus palabras y sus sentimientos después de haberse hecho un lugar en ese mundo masculino?, se pregunta Aleksiéchiv en su libro. “Falta de confianza”, concluye.
Viendo a Aleksiévich hablar en el auditorio, tan cercana y tan común y corriente, tan poco interesada en teorizar y decir algo sobresaliente, pienso en que tal vez las mujeres de su libro no insistieron en hablar porque, al igual que ella, sentían una genuina falta de deseo de protagonismo. Una genuina falta de deseo de dominio. Y entonces pienso en mis lecturas de algunos cronistas latinoamericanos, como Martín Caparrós y Alma Guillermoprieto, y creo que algunas mujeres se preocupan más por contar una historia desde el punto de vista de los otros. Por entender a un determinado grupo de personas y explicar el mundo desde su perspectiva. Mientras que algunos hombres se enfocan más en explicar su propia visión del mundo, como una cosa especial y novedosa.
Por eso, aunque a Svetlana Aleksiévich no le guste pensar en su obra como en la obra de una autora mujer, me pregunto si un hombre habría podido escribir algo como La guerra no tiene rostro de mujer.
Al terminar la charla, pienso que Aleksiévich es una gran periodista y también un gran ser humano. Y que esta compasión y deseo de conciliar e ir hacia el otro, tan presentes en su obra, es algo que deberíamos tener más en Colombia, hombres y mujeres.
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