Pájaros de verano: la manta bailando en el desierto
La película Pájaros de verano no solo rememora la bonanza marimbera en Colombia. A través del trabajo de Catherine Rodríguez, la diseñadora de vestuario, esta cinta le hace honor a la cultura wayuu y a sus tradiciones.
odeada por su gente, Zaida bailó la yonna. Como toda niña wayuu, cumplió el rito del encierro por doce lunas y ahí se encontró con la pubertad. Salió siendo mujer, vestida de rojo: entendida en el arte del tejido, en las obligaciones de lo femenino y en los saberes espirituales que le compartiera su mamá, Úrsula Pushaina, intérprete de los sueños.
Así comienza Pájaros de verano, la nueva película colombiana codirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra y desarrollada por completo en la Guajira y la Sierra Nevada de Santa Marta. Por nueve semanas enfrentaron la naturaleza ingobernable que fue como un personaje más en esta historia sobre la bonanza marimbera de la región caribe colombiana durante los años setenta. Cristina Gallego, con experiencia como productora en Los viajes del viento (2009) y El abrazo de la serpiente (2015), ambas dirigidas por Guerra, ahora lo acompañó en la dirección, y crearon juntos una trama que hace guiños al género western, a El Padrino y a la obra de García Márquez (y casi toda hablada en wayuunaiki).
La historia abre con Zaida, como un pájaro de alas rojas, que arremete en el baile y se acerca a su parejo para intentar derribarlo con pasos rápidos y desorientarlo con la ondulación de su pañoleta atrapando el viento. Rapayet, el compañero de danza, no tropieza frente a Zaida, pero cae de todas formas porque se decide a hacerla su mujer.
Catherine Rodríguez, la diseñadora de vestuario de la película, logró darle a esa yonna los atuendos para hacerla memorable. Rapayet, con su guayuco (una especie de taparrabos), es una figura vulnerable frente a la silueta inmensa de Zaida, que lo persigue para hacerlo caer. “Él es un wayuu que necesita reconectarse con su ser wayuu”, cuenta Catherine. “Cuando era pequeño, hubo un problema entre clanes y él quedó a la deriva. Su única familia es su tío, Peregrino, que lo ha llevado por el mundo del comercio, pero él está buscando una familia que lo convierta en un wayuu completo. Su motivación para casarse con Zaida no es solo amorosa: él quiere ser parte de una familia”.
Rapayet es un hombre wayuu impregnado del mundo alijuna (como se denomina a los no wayuu), y mientras avanza la historia desde los años sesenta a los ochenta, se define su rol de líder del negocio familiar gracias a esa relación con los forasteros. Salen los guayucos de su ropero reemplazados por pantalones, al modo de los alijuna, y camisas que el actor que lo interpreta, José Acosta, lució con elegancia natural, incluso con alpargatas y cinturón de cabuya. El enriquecimiento vertiginoso por el tráfico de drogas trajo nuevos lujos para ‘Rafa’: prendas en tejidos más finos y nuevos accesorios como gafas y relojes. Hasta reemplazó el sombrero wayuu, tejido en paja Isii, por el sombrero Panamá.
“Todo esto lo descubrimos en la investigación: si estabas en medio de la bonanza marimbera y seguías usando tu sombrero wayuu, significaba que no estabas ganando plata. Hasta los palabreros dejaban de usar sombreros wayuu por llevarlos con piel de camello o de conejo”, dice Rodríguez, quien asegura que el sombrero wayuu ha tenido un segundo aire en años recientes gracias en parte a la influencia de la película Los viajes del viento. “La diseñadora de vestuario de Los viajes del viento, Camila Olarte, les puso a los marimberos y al personaje principal un sombrero wayuu. Siento que eso también le dio un impulso a la cultura wayuu. Estas películas ayudan a que los colombianos podamos conocer todas las posibles variables de nuestra tradición cultural: saber que en la costa no solo está el sombrero vueltiao, sino también el sombrero wayuu, que hay una diversidad y riqueza cultural que merece ser apreciada y contada en el cine”.
El equipo se apoyó en documentales y patrimonio fílmico, así como en literatura etnográfica, como los textos del francés Michel Perrin, autor de El camino de los indios muertos (1980) y Los practicantes del sueño (1995), quien estudió la vida paralela de los wayuus en el sueño y su relación con el mundo espiritual, algo íntimamente ligado a las decisiones de los personajes de esta película.
Contaron también con el apoyo de artesanos wayuu para crear las extraordinarias prendas y accesorios tejidos que se roban la atención en la película. “Nos enseñaron fotos de sus familias, lo que ayudó a aterrizar la investigación, que hasta ahora era muy teórica. Las etnografías son demasiado rígidas y no muestran a la gente en la cotidianidad. Tú no ves un etnógrafo mostrando a las mujeres wayuus en piyama. Un poco también es preguntar, investigar los usos, costumbres de quienes han vivido ahí toda su vida”. Un ejemplo que comparte Catherine es que, en los años setenta, los palabreros usaban prendas en tela de toalla, y no en algodón, atadas a la cintura. “Si tú no eres un wayuu que ha vivido ahí, te parece raro que ese señor use una toalla. Pero si eres de ahí podrías decir que así se vestía tu abuelo”.
Para nosotros, espectadores alijunas, es difícil percibir el paso del tiempo viendo en escena atuendos que parecen invariables, por lo que se utilizó el look de Moisés, interpretado por Jhon Narváez, como un ancla a las modas de la época. “En su etapa de marimbero, la inspiración de Moisés fueron Pambelé y el Joe. Si ves fotos de ellos en los setenta, encuentras unas combinaciones de texturas y color que en blanco y negro no se perciben, pero tú intuyes que ahí está ese color por ser el caribe. Fue muy interesante explorar el aire funk de Jhon, fue el crisol del espíritu del caribe en ese tiempo”.
Mientras un afro sobre una camisa de estampado psicodélico nos está gritando la época, la manta wayuu parece ser ajena al paso de los años. “La manta siempre ha sido la manta”, dice Catherine, consciente del reto de expresar en ese diseño las tres décadas en las que vemos la historia del clan Pushaina. Explica que pensó en detalles clave, como la migración árabe a la región, que impulsó la seda como opción más lujosa para mujeres del status de Úrsula y Zaida, pero que el anacronismo de la manta es narrativo. Viendo la prenda en pantalla durante toda la historia recordamos que la tradición wayuu está más allá de los valores del momento.
La identidad como wayuu y como miembro de una familia se hereda de la madre, por eso es ella guardiana de la historia. De mujer a mujer se pasa la sabiduría del tejido, del mundo espiritual y de la tradición. La manta es la expresión de lo que son y para cada una se diseñaron telas que mejor reflejaran sus personalidades.
Tiempo después de bailar esa yonna, vemos a Zaida adoptar el nuevo lujo familiar y asumir su rol como mujer de marimbero: una manta más ceñida al cuerpo, un peinado elaborado, maquillaje y cartera de charol, visibles influencias del mundo alijuna.
Por su parte, Úrsula (que comparte el nombre de la inolvidable matrona de Cien años de soledad), se muestra casi invariable en sus siluetas durante tres décadas, de mochila colgada, collares de cornalina y pañoletas sobre la cabeza. Fuerte de principio a fin, la interpretación de la actriz Carmiña Martínez, expresa la dualidad del poder femenino que puede ser suave o furioso.
Tejidos ligeros hechos de color y flores brillan en la aridez del desierto y convierten a esas mujeres en figuras de cada escena. No hay foco en la piel o las curvas sino en sus presencias extendidas hasta la punta de sus mantas. En una película donde lo onírico es una clave de la historia, esas telas ondeando enmarcadas por planos llenos de cielo y arena son un recurso destacable. Incluso cubiertas con pañoletas en blanco y negro nos obligan a ver lo severo del rito funerario, pues son las mujeres las únicas que pueden encargarse de los muertos, así sean los hombres quienes se encarguen de matarlos.
Es un hecho que la mirada femenina de Cristina Gallego desde la codirección definió la manera de expresar el punto de vista de las mujeres y el carácter intuitivo de sus decisiones. La mujer wayuu es la protectora de la vida, el puente con los espíritus a través de los sueños y el hilo que lleva la esencia de la etnia a través del tiempo. Fue una mujer de su linaje quien trajo el presagio de la muerte a los sueños de Zaida y fue otra mujer, la última Pushaina, la que pudo alejarse de esta tragedia, avanzando perdida con su pequeño rebaño y su manta enredada en el viento.
Fotografias: Mateo Contreras
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