
El espejo en duda: ¿qué nos dice el reflejo sobre nuestro cuerpo?
¿Desde cuándo comenzamos a vernos a nosotros mismos con frecuencia? ¿Qué efecto ha traído esta sensación moderna y hoy cotidiana de reparar en nuestra apariencia? Remontando al Renacimiento e hilando con otras voces, la autora nos cuenta mientras explora la historia de esta distorsión entre expectativa y realidad, y que en muchos casos tiene un costo enorme en la salud mental de muchas y muchos.
And clenching your fist for the ones like us
Who are oppressed by the figures of beauty
Leonard Cohen
Antes, frente a un espejo, siempre había distorsión.
El Renacimiento fue un periodo fértil para los objetos trascendentales: se sofisticó el telescopio, se inventó la imprenta moderna y con ella los periódicos masivos y constantes, un fabricante de lentes miró lo minúsculo a través de un microscopio, y en 1507, los hermanos Andrea y Domenico d'Anzolo patentaron un método que haría que los seres humanos pudieran ver una imagen fidedigna y entera de sus cuerpos por primera vez. Con estaño, mercurio y cristal, inauguraron un mundo con espejos donde era posible verse de la cabeza a los pies. Antes, solo se tenían el reflejo casual e impreciso frente al agua u otras superficies, y los metales pulidos y vidrios soplados en formas redondas que entregaban una estampa convexa.
Fue tan importante el espejo como objeto en esa época que protagonizó diversas pinturas de Tiziano, uno de los artistas más relevantes de los movimientos artísticos adscritos a la escuela veneciana. En sus obras aparecían mujeres y diosas sosteniendo espejos como en Vanidad (1516), o mirándolos para acicalarse como en Mujer ante el espejo (1512-1515), o simplemente para admirarse mientras un ángel intentaba ponerle una corona como en Venus del espejo (1555).

“De hecho, el espejo de cuerpo entero fue una innovación arquetípica del Renacimiento”, escribió la investigadora de culturas visuales Jill Burke en Cómo ser una mujer del Renacimiento publicado en español en Crítica en el 2024. Este libro pretende ser un hilo que marca similitudes entre la relación con el cuerpo que tenían las mujeres de la época entre los siglos vi y xvi, que estaban en contacto con ideales estéticos difundidos a través del arte y la cultura popular —ahora comprobables en el espejo—, y las mujeres de hoy, cercanas a estereotipos que, aunque distintos, siguen usando como vehículo para perpetuarse las imágenes que se reproducen masivamente a través de pantallas y papel. La idea central del libro es que los cuerpos de las mujeres de ese entonces, al igual que hoy, son “proyectos siempre inacabados, que se han de mejorar y trabajar constantemente”.
El trabajo ha consistido, en la mayoría de los casos, en cerrar una brecha entre la realidad del cuerpo que se tiene con el que está en tendencia, con el que aparece con insistencia hasta que el cerebro lo asume como el único correcto. Este reflejo durante el Renacimiento era ampliamente buscado en los cuadros y obras de teatro de la misma forma en la que hoy se busca en los feeds de Instagram. El persistir en parecerse a una imagen que no se corresponde con la propia, la creación de estereotipos y con estos de rutas para alcanzarlos, ha hecho que muchas mujeres ya no puedan confiar en lo que arroja el espejo.
El trastorno dismórfico corporal, según Andrea Obando Cuéllar, psicóloga clínica adscrita a Colsanitas, es una distorsión en la percepción del propio cuerpo. “Lo ponen muy de la mano del trastorno obsesivo compulsivo, porque el paciente está todo el tiempo cuestionándose una serie de ideas negativas a propósito de su corporalidad”, dice. Las preguntas constantes sobre la simetría, el tamaño y la forma de un pedazo del cuerpo, o de todo en su conjunto, hacen que lo vea distinto.
Los cuerpos que más se reconocen con esta condición suelen ser los de las mujeres adolescentes y las ideas perseverantes sobre aparentes defectos pueden llevar a otros trastornos: “Trastornos del afecto, cuadros depresivos, trastornos de ansiedad. Puede desencadenar la aparición de fobias sociales, ya que muchas restringen la interacción social porque tienen una fijación puntual en que hay una idea negativa de ellos por parte del otro”, agrega Obando.

La percepción, cuya alteración es a la vez causa, síntoma y consecuencia en este trastorno, está influenciada por un sistema de creencias, continúa la especialista, alimentado por el entorno social, el andamiaje de la crianza, y, claro, las imágenes que repetidamente aparecen como meta. Aunque padecer un trastorno es distinto a una incomodidad, al malestar de habitar un cuerpo que juzgan incorrecto, lo cierto es que cada vez es más común hablar de dismorfia y disincronía entre la realidad y el espejo, y entre la realidad y la foto.
La distorsión aumenta, claro, si las imágenes que vemos y producimos de nosotros mismos ofrecen ya versiones alteradas. Parece una obviedad y, sobre todo, una discusión contemporánea producto del Photoshop, los filtros y la ilusión de lo digital, pero las mujeres llevan cambiando pequeños y grandes detalles de su apariencia en las representaciones de sus rostros y sus cuerpos, por lo menos, desde el Renacimiento. Su nombre era Sofonisba Anguissola y estuvo viva entre 1535 y 1625. Era pintora.
Para hablar de ella, Burke comienza diciendo que debió pasar buena parte del tiempo entre los veinte y los treinta años mirándose al espejo y que pintó más autorretratos que ningún otro artista renacentista, aunque solo quedan 10. Uno de ellos la muestran con la piel blanquísima, lisa, y las mejillas y los labios colorados; lleva el cabello crespo y recogido con adornos oscuros, tiene unas pequeñas aretas perladas que le cuelgan y una especie de lechuguilla de encaje, todo alineado con las aspiraciones de belleza de la época.
La costumbre de pintar autorretratos era común entre las mujeres, pues no podían asistir a los talleres que les enseñaban a pintar retablos o frescos y, como dice Burke, a veces incluso “se supone que se pintaban a sí mismas porque no se les permitía pintar otros temas”. Pero lo de Anguissola con el retrato parecía una decisión, “En el reiterado retorno de Sofonisba a su rostro se aprecia claramente una autofiguración –ese deseo particularmente renacentista de construir una imagen pública mejorada– y una parte aún mayor de autopromoción”. No buscaba un retrato/espejo de sí misma, sino uno atravesado por el ideal, modificado.

En 2023, el New York Times publicó una conversación con adolescentes titulada: “Lo que dicen los estudiantes sobre cómo afectan las redes sociales a su imagen corporal”. Allí registraron testimonios directos de personas de distintos géneros contando cómo ha sido crecer rodeados de imágenes similares a las de Anguissola en su naturaleza editada y ajustada al canon, aunque llevadas al borde que la tecnología ha marcado. Coinciden en que las redes alteran la manera en la que ven sus cuerpos; “Crecer con las redes sociales hoy en día es absolutamente perjudicial para la autoestima y la visión del propio cuerpo. Hay cientos de personas influyentes que son elogiadas por tener el cuerpo perfecto cuando lo más probable es que esté completamente editado. Lo que da la impresión de que no puedes sentirte a gusto en tu piel sin usar FaceTune”, contó Sarah de Wheaton, Illinois.
Sin embargo, frente al espejo no existe el FaceTune. En el documental A Brief History of Hating My Face, la directora Shaina Feinberg, quien desde que era una niña vive con un desorden dismórfico corporal, confiesa que no puede ni siquiera calcular cuánto tiempo ha perdido sintiéndose horrible sobre cómo se ve: “hay días que es literalmente lo único en lo que puedo pensar”. Además de su testimonio, cuenta el de su amiga Nafé, quien comparte su diagnóstico y quien, frente al espejo, lo que dice es: luzco horrible, me odio, ¿cómo alguien podría desear esto?, omg.
Pero a esa a quien les habla es otra, una distorsionada. Obando dice que la sintomatología de la dismorfia puede tener algún contenido delirante, donde la percepción de la realidad puede quebrarse un poco, “La idea delirante es una creencia inadecuada, que no existe. Es el convencimiento de algo que solo está en mi mente”.
Antes, frente a un espejo, siempre había distorsión porque no habíamos conseguido desarrollar la tecnología para un reflejo veraz. Una vez lo conseguimos, parece que se intensificó la necesidad por modificarnos, por ver allí otra forma aprendida e impuesta. En los cuadros, los periódicos, las revistas, las pantallas están las versiones terminadas, está la meta. La imagen del espejo flaquea por inacabada, por real.


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