Ir a cine en pandemia
Entre toques de queda y aforos limitados, el sector cultural enfrenta la incertidumbre y los espectadores viven una transformación de los eventos que algunos consideran definitiva. ¿Cómo era, cómo es y cómo será ir a cine?
El cine antes del Covid
Recuerdo el día que mis dos hermanos mayores me llevaron a mí y a mis primas Sofía y Ana a ver el estreno de Jurassic Park en Unicentro, como un gran día. Si hay una película que valía la pena ver en pantalla gigante y con sonido envolvente era esta: Steven Spielberg dio vida a los dinosaurios en esta producción que rompió el récord de recaudación en 1993.
Recuerdo el caos para ingresar: no había forma de hacer reservas, las sillas no estaban numeradas y la taquilla se llenaba de gente que hacía filas interminables. Mis primas y yo teníamos que quedarnos muy cerca de mis hermanos para no perdernos en la marea de asistentes. La gente trataba de colarse y los que hacían fila se defendían chiflando. Una vez abiertas las puertas, había que apurarse a entrar para coger puesto. La aventura de los niños que tenían que sobrevivir en la selva de los dinosaurios revividos por la ciencia resultó una montaña rusa de emociones, que sufrimos todos juntos en el público. La sala estaba llena y los asistentes nos reímos y asombramos de las mismas cosas al mismo tiempo. El final fue increíble, y nos dejó una sensación de triunfo, que vi en las caras sonrientes de mis primas y de la gente una vez volvieron a encender las luces. Como los niños de la película habíamos sobrevivido a las terribles fauces de los dinosaurios y también al estreno.
Eso fue hace casi 30 años, y es verdad que desde entonces, aparte de las sillas numeradas, la posibilidad de reservar y las mejoras técnicas por la digitalización del cine, las salas han cambiado mucho. Pero ahora, con la pandemia del Covid-19, como los dinosaurios, los cines que conocimos se encuentran en peligro de extinción. Se calcula que el año pasado, por temor a los contagios, el 95% de los cines de todo el mundo estuvo cerrado, a excepción de los teatros de Corea del Sur, Japón y Taiwán, en Asia, y de Suecia, en Europa.
En Colombia, las salas de Procinal, Cinemark, Royal Films y Cinépolis volvieron a abrir sus puertas desde noviembre pasado, después de ocho meses de cierre por la cuarentena. Sin embargo, las salas de Cine Colombia aún continúan cerradas, pues como declaró Munir Falah, presidente de la empresa, el aforo máximo permitido en estos momentos del 30% no justifica los costos fijos que implica la apertura de los teatros. Por esto la empresa decidió darle más tiempo al asunto y esperar hasta el primero de mayo de este año para la reapertura, pero ante la inminencia del tercer pico de la pandemia, acaba de anunciar que esperará un mes más para la reapertura.
El gremio en Colombia pidió al gobierno aumentar el aforo permitido por función, teniendo en cuenta que se ha demostrado que con las precauciones necesarias (que incluyen la renovación del aire en la sala al menos dos veces durante la proyección y el uso obligatorio del tapabocas para los asistentes), los cines no representan un lugar de riesgo alto para el contagio. Sin embargo, según cifras de Cinemark, en estos meses de reapertura la asistencia no ha llegado ni al 20% de lo que solía ser antes de la pandemia. Lo que podría significar que el aforo máximo no es el único problema.
Aunque estudios como el realizado por el Comité de Promoción Fílmica de Corea del Sur, y el realizado por el Hermann-Rietschel-Instituts der Technischen Universität de Berlín, reflejan que ir a cine constituye un riesgo menor al de ir a una oficina o a un café, a la hora de exponerse al Covid, (pues el virus se transmite sobre todo por partículas de saliva y en el cine la gente está en silencio mirando para el mismo lado todo el tiempo) en estos momentos volver al cine es lo que menos parece preocuparle al público, sobre todo cuando puede ver sin problema una película en su casa.
En realidad, en el sector es claro que la actual crisis de las salas de cine no solo se debe al Covid, sino a un fenómeno que ya se veía venir y la pandemia solo parece haber acelerado: la primacía de las plataformas de video, pues desde hace unos años, la plataforma estadounidense Netflix, fundada en 1997, empezó a cambiar las reglas del juego.
La ilusión de volver a la normalidad
Debido a la pandemia, hace más de un año que no iba a cine. Pero cuando empecé a sentir que era hora de volver a la calle, decidí ir a Bulevar Niza a ver El día del fin del mundo, un título muy acorde con la temporada. Fui un miércoles por la tarde (mi día favorito para ir a cine) y prácticamente no había nadie. La chica de la taquilla me aseguró que los fines de semana iba más gente, y que incluso en una ocasión una de las salas se llenó hasta el 30%; es decir, fueron unos 40 asistentes.
En el pasillo había un aviso con recomendaciones generales: tapabocas, gel antibacterial y distancia mínima de 2 metros entre las personas. Aunque la confitería estaba abierta y estaba permitido comer adentro yo no compré nada.
“El día del fin del mundo” le daba vida a otro de nuestros grandes temores apocalípticos, el impacto de un meteorito en la Tierra que podría extinguirnos. En la película, la familia de Gerard Butler luchaba por llegar a un refugio en Groelandia, antes de que un cometa se estrellara contra el planeta.
En un momento, mientras la familia huye en una camioneta en medio del caos, las noticias en la radio reportan que uno de los fragmentos del meteorito acaba de borrar una ciudad entera en Suramérica y es nada menos que Bogotá. ¡Quiero chiflar!, pero nunca he podido. Y nadie más chifla, porque a lo mejor tampoco pueden o porque no se atreven. Lo cierto es que esa tarde a penas estuvimos cuatro asistentes en una sala con capacidad para 110 personas. La experiencia no fue igual en una sala de cine vacía y sentí que habría podido ver esta película sola en mi casa sin problema.
Aunque en Colombia la asistencia a cine venía aumentando y el 2019 fue un año récord (con 73,1 millones de espectadores, según cifras de Cine Colombia), en Estados Unidos la curva de asistencia ha estado decayendo en la última década. Las plataformas OTT como Netflix se han estado multiplicando y con la pandemia se fortalecieron. Los premios Óscar que no aceptaban nominaciones de películas estrenadas por streaming, cambiaron su política y las grandes productoras estadounidenses también le apostaron a sus propias plataformas. La Warner Bros anunció que en 2021 todos sus estrenos se harían simultáneamente por HBO Max y en salas y Disney programó un 70% de sus estrenos de los próximos años en su propia plataforma Disney Plus.
Lo cierto es que en estos momentos y como señala Juan Torres, director de ventas internacionales de Latido Films (distribuidora mundial de cine español y latino) las plataformas de streaming representan la mayor salida de exposición de las películas a nivel mundial. Y este es un cambio significativo que influye en la forma de producción y realización del cine, así como en el acceso y en cómo nos acercamos a las películas.
Esto no significa que las salas de cine comerciales vayan a desaparecer por completo, necesariamente, pero sí a disminuir, incluso si volviéramos pronto a la “normalidad”. Así lo ha dicho en prensa Munir Falah, de Cine Colombia, quien se imagina que en un futuro cercano probablemente muchas de estas salas de cine tendrán que cerrar, sobre todo las independientes. Lo cual tal vez se sienta más en las ciudades pequeñas, donde además no hay Cine Colombia ni Cinemark.
En estas circunstancias, nuestra ley de cine también se tendría que ajustar. Desde el 2003 hemos contado con un Fondo para el Desarrollo Cinematográfico que se nutría de un impuesto a la taquilla, destinado a apoyar la producción nacional por medio de una convocatoria anual. En el 2019, este fondo recaudó 5600 millones con este impuesto, pero con el cierre de las salas en la cuarentena, este año tuvo que recurrir a préstamos de Bancoldex y capital directo del gobierno para el lanzamiento de la convocatoria 2021, que será anunciada a mediados de este año. El panorama es incierto pues además la reforma tributaria propuesta por el gobierno eliminaría esta recaudación especial y pondría al Fondo a depender del Presupuesto General de la Nación.
Desde el Ministerio de Cultura trabajan en una nueva política de cine que pueda guiar al sector por los próximos diez años, dentro del nuevo escenario que se viene constituyendo. En palabras del director de Cinematografía, Jaime Tenorio, esta nueva política tiene como objetivo incentivar la producción audiovisual en todo el territorio, y defender la diversidad cultural de voces y de autores dentro de este nuevo entorno, donde las plataformas son muy poderosas.
La avalancha del contenido
El auge del mundo digital no solo amenaza la existencia de las salas de cine, sino también los límites entre los distintos géneros y formatos audiovisuales, como los conocíamos hasta ahora. Se ha constituido una nueva categoría llamada “contenidos” a la que podemos acceder desde nuestros celulares, donde caben los mensajes publicitarios, las series, los videoclips, los videojuegos y, sí, también el cine. Por esta razón, desde el año pasado el Ministerio fusionó las oficinas de Cinematografía y Comunicaciones en una sola, para responder al nuevo entorno. Una decisión que no ha sido bien vista por todo el mundo en el sector. La preocupación parece ser si dentro de este nuevo paradigma, el cine va a dejar de verse como un arte, para verse como un producto más de consumo.
Juan Torres señala que es un hecho que las plataformas como Netflix financian solo lo que les resulta rentable. Lo que cuadra con sus algoritmos y sus líneas de operación. Por eso es importante una política pública que apoye otro tipo de producción. Aunque la dicotomía arte-producto no es nueva, directores y productores como Andrés Buitrago y Jorge Botero están de acuerdo con Torres y temen que en el nuevo sistema de distribución el cine de autor se vuelva más difícil de hacer. “Con menos salas de exhibición el cine independiente es el que más va a perder, porque la apuesta en salas va a ser por los estrenos más taquilleros”, afirma Botero.
Pero lo cierto es que la cosa no es en blanco y negro y el auge del streaming también ha facilitado el acceso a películas que nunca habrían podido llegar a las salas, por medio de plataformas como Retina Latina y Mubi, que funcionan con una lógica distinta a la de los algoritmos (Retina Latina es una plataforma de cine latinoamericano, pública y gratuita y Mubi funciona por medio de un equipo curatorial). Para Paula Sierra de la Cinemateca, que haya una “superposición de todas las formas en estos momentos” no debería ser un problema. “Qué bueno que exista la posibilidad de que cualquier persona establezca una relación con cualquier película”, afirma. “Como Cinemateca, por ejemplo, nos interesa que haya un público que tenga una relación más íntima con lo que ve, sea comercial o independiente, sea en una sala o en una plataforma”.
Seguramente las salas de cine nunca van a desaparecer por completo. Si bien el streaming en casa facilita el acceso, ir a un teatro a ver una película se parece más a una experiencia social. Ver una película con amigos o extraños tiene el poder de vincular. Y aunque con el tiempo y las plataformas las salas disminuyan o se vuelvan más costosas, creo que siempre será un placer volver al cuarto oscuro con otra gente, para encontrarnos y desencontrarnos, discutir si nos gustó o no la película, cuál fue la mejor parte, y observar que allí donde uno se echó a reír, de pronto el otro se puso a llorar.
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