Cine y migración
Para conmemorar el Día Mundial de los Refugiados, nos propusimos darle una mirada a las maneras en las que el cine ha contado la migración y cómo esas historias pueden ampliar nuestra perspectiva frente al fenómeno.
lguien tuvo que haberse movido de un lugar a otro para que usted pueda estar leyendo esto. Alguien tuvo que haberse enfrentado a un idioma, a unas calles, a una serie de costumbres desconocidas y tuvo que haber dicho “no soy de aquí”. Tal vez fueron su padres o sus abuelos, algún pariente más lejano o incluso usted mismo, pero alguien tuvo que haber migrado para que usted y yo podamos estar hoy donde estamos.
El movimiento pudo haber sido por voluntad propia o no, dentro de un mismo territorio o cruzando fronteras; por motivos económicos, políticos, de seguridad. Pero no deja de ser movimiento, y ahí está la clave: la migración es un fenómeno con el que todos nos podemos identificar en cierta medida. Es el insumo perfecto para una historia y, por lo mismo, una historia que siempre se querrá contar.
Un campamento de refugiados en el Aeropuerto Berlín-Tempelhof. La fotografía fue tomada el 9 de febrero de 2016 y hace parte del documental Marea humana.
La relación entre el cine y la migración inició con un inmigrante que agarró una cámara y se decidió a contar escenas como esta: un hombre de sombrero, que acaba de llegar al país, entra a un restaurante y se sienta en una mesa. El mesero le indica que se tiene que quitar el sombrero, pero el hombre no entiende. El mesero está a punto de perder la paciencia cuando el hombre por fin se quita el sombrero. Luego, el hombre agarra los cubiertos como si nunca hubiera tenido un par en las manos. El comensal de al lado se sorprende, primero, pero luego termina tan ofendido por la manera de comer del hombre, que se retira de la mesa.
La escena es de El inmigrante (The Immigrant, 1917), un cortometraje de Charles Chaplin, quién migró desde el Reino Unido hasta Estados Unidos y luego a Suiza.
Hace dos años la ONU determinó que entre 2000 y 2017, la cantidad de personas que residían en un país distinto al de su nacimiento (un grupo al que la entidad llama “migrantes internacionales”) aumentó en un 49 por ciento: pasó de 173 millones a 258 millones. Ese mismo año la organización identificó también que un tercio de todos los migrantes internacionales venía de 10 países específicos (India, México, Rusia, China, Bangladesh, Siria, Pakistán, Ucrania, Filipinas y el Reino Unido) y que la mitad estaba concentrada en otros 10 países (Estados Unidos, Arabia Saudita, Alemania, Rusia, Reino Unido, Emiratos Árabes Unidos, Francia, Canadá, Australia y España).
Esas cifras muestran una realidad (con el tiempo más personas han migrado y existen tendencias en cuanto a sus orígenes y destinos) que el cine ha sabido aprovechar para ampliar nuestra perspectiva sobre la migración y, haciendo públicas necesidades y sentimientos, generar empatía frente a quienes migran.
Salym Fayad, periodista radicado en Johannesburgo y co-director de la Muestra Itinerante de Cine Africano (MUICA) en Colombia, lo explica así: “El cine es un medio de comunicación y a la vez es una forma de arte, y tiene las herramientas de los dos: puede exponer problemáticas, y hacer una interpretación que va más allá de la información. Permite dar complejidad, matices, poner el énfasis en algo. Da dimensiones que van más allá de la cifra y de la noticia. Le ponen un rostro y un contexto”.
Un termómetro para medir qué está pasando en la relación entre el cine y la migración es el Festival Internacional CineMigrante, un evento que difunde “obras cinematográficas que retratan la realidad social de aquellos que por diversas causas hemos tenido que movernos, migrar, o habitar otros territorios”. La coordinadora de la sede del evento en Colombia, Vanessa Vivas, asegura que con cada edición del festival (van diez, la primera fue en 2010) ha aumentado el número de películas que se postulan para ser parte de la selección oficial. Según ella el incremento “tiene que ver con que cada vez la gente hace más audiovisual y con que cada vez la gente se mueve más”, pero también con los fenómenos migratorios que agarran fuerza y empiezan a pedir ser contados.
Lo que explican Fayad y Vivas se ve en piezas cinematográficas como Marea humana (Human Flow 2017), un documental del artista y activista chino Ai Weiwei. Por un lado, la producción nos muestra las montañas de chalecos salvavidas que quedaron en la isla griega de Lesbos (¡las puede encontrar en Google Maps!) y el refugio temporal que se construyó en el Aeropuerto de Berlín-Tempelhof, que los nazis construyeron en 1936, y que entre 2015 y 2017 sirvió de residencia para hasta 2.500 migrantes y refugiados. Por el otro, es un documental que puede permitirse saltar de crisis en crisis en poco más de dos horas, y que deja dicho, en el mismo lapso de tiempo, que las migraciones actuales son un tema que mantendrá ocupados a los cineastas por un buen rato.
El documental de Weiwei, que utiliza planos grabados con dron y tiene una fotografía impecable, sirve como pretexto para hablar también de recursos que se han utilizado para contar la migración. La coordinadora de programación de la Fundación Ambulante Colombia, Isabel Cuadros, asegura que cuando una película sobre migración tiene una factura tan cuidada, “genera [en el espectador] una experiencia estética que ayuda a digerir el mensaje”, pero que a veces es más importante contar la historia que detenerse a considerar los medios disponibles para ello. En esa línea se han pensado películas como Those Who Jump (Les Sauteurs, 2016) un largometraje codirigido por Abou Bakar Sidibé, un migrante de Mali que, con una cámara y nada de experiencia usándola, documentó los meses que estuvo esperando en el lado marroquí del Cabo de Tres Forcas para poder cruzar a ciudad española de Melilla, que está ubicada en la misma península. El largometraje representó, para Fayad, “una dimensión a la que rara vez se tiene acceso”.
Cuadros, que desde Ambulante Colombia trabaja para promover el cine documental, asegura que de un tiempo para acá los documentalistas están “aprendiendo a atraer al público”, reinventándose. En esos términos se puede ubicar a Gianfranco Rosi, que dirigió Fuego en el mar (Fuocoammare, 2016), un documental que plantea un paralelo entre la cotidianidad de los habitantes de Lampedusa (una isla que queda a pocos kilómetros de la costa de Sicilia, Italia, pero aún más cerca de Túnez) y la desesperación de los migrantes que arriban a ella con ánimos de entrar a Europa.
Cerca de Lampedusa han ocurrido naufragios como los de octubre de 2013, donde unos 400 migrantes de Eritrea, Somalia, Ghana y Siria murieron y el documental se vale de ese precedente para reproducir secuencias de audio entrecortadas donde un lado (en tierra o a salvo en un barco de verdad) solo dice “Su posición, su posición”, y el otro (seguramente en un bote inflable) grita, llora y pide ayuda hasta que la comunicación se corta. De acuerdo al crítico de cine A.O. Scott, de The New York Times, Fuego en el mar rompe con la tradición de exponer “un cuadro de miseria humana o catástrofe global que se ha juntado con la vaga pero indiscutiblemente noble intención de "crear conciencia", como si esa conciencia fuera en sí misma un tipo de solución”, y deja ver un acercamiento respetuoso que “obliga a inferir una imagen más grande” y da un entendimiento “sobre la textura y organización de la vida en Lampedusa y sobre el efecto que la migración ha tenido en la isla”.
Sin embargo, el documental no es el único registro cinematográfico en el que se ha hablado de migración. La ficción, e incluso la comedia, se han utilizado para el mismo fin.
En el caso de la ficción, vale la pena mencionar a Sin nombre (2009) y a La jaula de oro (2013), dos largometrajes que reconstruyen los viajes de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos; a Un cuento americano (An American Tail, 1986), que emplea la animación, la música y a muchos animales parlantes (sobre todo ratones) para hablar de persecución, antisemitismo y, finalmente, migración.
El cine puede generar empatía y solidaridad hacia sus personajes y, por ende, una intención política que, de acuerdo al crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga, permite que entre “en una pugna con los discursos de los medios de comunicación, que en sus noticias sobre migrantes o desplazados suelen acentuar la violencia y los problemas, ‘melodramatizar’ demasiado y capturar una emoción inmediata pero sin mucho compromiso a largo plazo”.
Para dar un ejemplo de lo que dice Zuluaga no hace falta ir muy lejos. Según Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hasta junio de este año, poco más de cuatro millones de venezolanos habían salido de su país y, entre migrantes, refugiados y solicitantes de asilo, 1.3 millones estaban en Colombia.
La jefa de la oficina de la ACNUR en Barranquilla, Alba Marcellán, explica que la entrada de inmigrantes venezolanos a Colombia “ha sido un fenómeno al que se está tratando de responder según se va conociendo”, por lo que se puede intuir que sus historias, al menos las contadas a través del cine, todavía no se han abierto mucho campo en Colombia. Vivas, la coordinadora de la sede local de CineMigrante, dice que no recuerda que haya habido alguna película que trate esa temática en la historia del festival, y Cuadros, de Ambulante, solo destaca una, que está programada para los ciclos de este año: Está todo bien (2018), un largometraje dirigido por Tuki Jencquel que más que contar una historia de migración, cuenta la de una farmacista, un traumatólogo, un activista y dos pacientes con cáncer que, por el colapso del sistema de salud pública en el país, se debaten constantemente entre migrar o quedarse en Venezuela.
El cine no va a cambiar el hecho de que vivamos en tiempos donde hay unos 70 muros y cercas separando a unos países de otros, y donde cada vez más gente tiene intenciones de moverse a través de ellos. Sin embargo, con películas como las que mencionamos arriba (y las que incluimos en el listado del final) nos invita a ampliar nuestra percepción de esas personas que, aunque no se ven ni suenan igual a nosotros, están ocupando el mismo territorio.
Otras películas que hablan de migración (y que fueron elegidas con ese único criterio en mente):
Amor sin barreras (West Side Story 1961)
El padrino II (The Godfather Part II, 1974)
El inmigrante latino (1980)
Scarface (1983)
Horizontes lejanos (Far and Away, 1992)
Jugando con el destino (Bend It Like Beckham, 2002)
La terminal (The Terminal, 2004)
Babel (2006)
Hijos de los hombres (Children Of Men, 2006)
Persépolis (2007)
Paraíso travel (2008)
Una separación (Yodaí-e Nader az Simín, 2011)
Sueños de libertad (The Immigrant, 2013)
Muros (2015)
La cocina de las patronas (2017)
Una historia de dos cocinas (A Tale of Two Kitchens, 2019)
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