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No son vacaciones, pelotudo

No son vacaciones, pelotudo

Un artista barranquillero, radicado en Buenos Aires, regresa a Argentina después de unas calurosas y festivas vacaciones. Lejos del Carnaval, el panorama de invierno y pandemia desdibuja la idea del retorno. El paso de una quietud a otra renueva las ideas de Eliécer en torno al hogar, la lentitud y la espera. Segunda entrega de la serie Así he vivido el Covid-19 en...

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uego de unas largas vacaciones atravesadas por familiares, amigos, playa, río, montaña, frío, calor, funerales, nacimientos, celebración, baile y Carnaval. A comienzos de marzo, salimos de Barranquilla rumbo a Buenos Aires junto a mi esposa Jennifer y mi hija. Mi padre, ante el temor causado por la desinformación de muchos medios de comunicación nos aconsejó: por favor compra tapabocas para los tres, no sea que en el camino se contagien la niña y Jennifer, uno nunca sabe lo que pueda pasar. Hice caso omiso a las recomendaciones de mi padre y nos embarcamos en el turbulento vuelo de Bogotá a Buenos Aires, donde vivimos hace nueve años. 

En al aeropuerto Ezeiza no encontramos ningún tipo de medidas sanitarias frente a la nueva amenaza mundial: el coronavirus Covid-19. Al llegar a casa, nos enteramos de que la feria Art-Lima, en la que íbamos a participar un par de semanas después, había sido cancelada al igual que los talleres que dictamos habitualmente. Cerraron las universidades y escuelas. Por lo tanto no hemos podido presentar nuestras tesis y nuestra hija se ha quedado en casa pensando que las largas vacaciones que incluyeron ríos y fiestas colombianas aún continúan aunque de regreso a casa, con todo inmóvil.  

El tiempo pasa lentamente. Trabajar desde casa nunca ha sido un problema para nosotros, por ser una pareja de artistas estamos acostumbrados a encerrarnos en el taller por días, asumimos la importancia vital del hábitat en nuestra producción artística. Pero este caso es distinto. Después de una semana en Buenos Aires, una pequeña molestia en la garganta se ha convertido en una tos imparable, seca y angustiante. ¿Será el coronavirus? Por favor, no salgas que vas a contagiar a las viejas que tenemos de vecinas, me decía Jennifer. Llama a la línea de emergencias médicas, 107.

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Después de llamar durante dos días al 107, por fin atendieron el teléfono. La voz del profesional al otro lado decía que según mis síntomas, esa tos no es más que un resfriado, pero igual me recomendaba no salir de casa y hacer la cuarentena. Mientras eso ocurría en nuestra casa, el pánico se apoderaba del país. Después de dos semanas de haber llegado, ya se han registrado 80 casos de personas infectadas por el virus, dos de ellos fallecieron. La mayoría de los contagios y muertes corresponden al grupo etario mayores de 60 años. Por ello,  las medidas tomadas por el Gobierno fueron fomentar el distanciamiento social, sobre todo para la tercera edad. 

Este aislamiento necesario, que ha sido rigurosamente asumido en muchos países, cobra un tinte particular en Argentina y evidencia más claramente lo afectuosas que son las personas en esta parte del mundo y lo intensamente física que es esa expresión del afecto unos con otros. Entre las medidas locales ha estado no compartir el mate y tomar dos metros de distancia entre las personas. Abandonar el hábito de saludarse de beso en la mejilla entre los hombres y el tradicional ritual de compartir el mate con una sola bombilla (pitillo) parece algo menor, pero rompe con tradiciones y lazos, y esas novedades distantes contribuyen al bajón anímico generalizado. 

Hasta la fecha, cerraron fronteras (terrestre, marítima y aérea), las instituciones educativas,  museos, teatros y cualquier evento artístico, deportivo, cultural o político que congregue a más de 200 personas. Lo que es aún más preocupante es que estamos en pleno cambio de estación del verano al otoño, eso quiere decir que es el momento ideal para a la proliferación de distintos tipos de virus, gripes y resfriados. Aparte del temido coronavirus, Argentina está en su pico más alto la proliferación del dengue, el zika y la fiebre chikungunya. 

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Después de dos semanas, mi tos desapareció, salí a la calle exclusivamente a abastecer a la familia con alimentos y utensilios para el hogar. Afuera me encuentro con que la feria de San Telmo, la cual se realiza todos los domingos a pocas cuadras de casa, fue cancelada. La feria, de 10 cuadras de extensión, suele ser visitada cada domingo por más de diez mil personas, siendo en su mayoría turistas de todos los puntos del mundo. Hoy los artesanos, vendedores, turistas, el candombe y el tango no están. El barrio parece una vieja película western gaucha, excepto por el grupo de mujeres setentonas que están tomando y fumando en el tradicional café de la esquina. Un momento, ¿esas no son las viejas vecinas? ¿No se supone que los adultos mayores son el grupo etario más propenso a contraer el virus y morir? No solo ellos, otros insisten en tomarlo como si fuera un juego, una entretención doméstica. ¿Qué les pasa? ¡Hombe, cojan juicio! 

La irresponsabilidad de algunos es lo que ha propagado la enfermedad y las muertes en el mundo. ¿Qué es lo que hace que un sector de la población no acate los requerimientos sanitarios para evitar la propagación de este virus fatal? Los mitos, el desconocimiento y la desinformación son pieza clave en este problema. Ni la virgen, ni el pastor, ni lavarse las manos con Clorox te quitará el virus de encima. 

Llego a casa, enciendo la tele para ver las últimas recomendaciones de los organismos nacionales. Desde mañana cancelan el transporte público, no habrá ni subte ni colectivos en la ciudad, estamos al borde de una cuarentena general. Antes de apagar la tele, observo como en el sur de la provincia de Buenos Aires, los secretarios del área de salud quedaron perplejos al ver grandes filas de automóviles en las autopistas dirigiéndose a Monte Hermoso y Mar del Plata en plan de vacaciones.

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