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Cómo hablarle a alguien con depresión y no cagarla

Cómo hablarle a alguien con depresión y no cagarla

Ilustración

Armarse de berraquera y dejar la maricada pueden ser metas imposibles para quien tiene depresión. Si su intención es apoyar a esa persona, infórmese, reflexione y, sobre todo, piense antes de hablar.

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No podía sentir nada. Si la señora Guinea me hubiese dado un tiquete a Europa[…], no hubiese hecho ninguna diferencia, porque donde quiera que estuviese –en la cubierta de un barco o un café en París o en Bangkok– estaría sentada bajo la misma campana de cristal, cocinándome en mi propio aire fétido


Sylvia Plath, The Bell Jar

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 mí jamás me llevaron a París, pero sí a comer mazorca con mi hermana y mis amigos bajo el sol, a azotar baldosa y a ver Game of Thrones, pero no sentía absolutamente nada. Estaba desconectada, como detrás de una pared de vidrio.

Tampoco podía dormir más de una hora, porque mi cabeza no me dejaba en paz. Esperaba hasta que me posara en la almohada para hacerme dudar de mis actos y empezar a achacarme culpas. “No eres suficiente”. “Te van a echar por equivocarte en el cargo de uno de los ponentes invitados”. “Nunca vas a poder volver a dormir”. La tercera se volvió la mano que alimentaba el kraken. La idea de no dormir me daba pánico y existir sin haber dormido era terrible: respondía irritada a cualquier comentario de mi hermana y mis amigas, no podía ser funcional, mi cabeza iba a dos por hora cuando normalmente va a cien.

Me producía terror salir más allá de diez cuadras y tenía recurrentes ataques de pánico. Estos empezaban siempre con una punzada en la espalda alta y un dolor en la boca del estómago. Luego, el mareo, los latidos del corazón acelerados y el ahogo. No aguantaba siquiera ir a cine a ver películas de acción, porque los estímulos de las balas y el ruido me disparaban la ansiedad. Tampoco era capaz de tomar decisiones tan inocuas como qué ponerme por la mañana. La bolsa de papel de la panadería vecina se volvió mi mejor amiga en esos casos.

Estaba pasando por mi primer episodio de depresión, un tema del que nadie cercano a mí hablaba, a pesar de que mi papá y mi abuela paterna también habían estado deprimidos. Años después de mi primer episodio de depresión, me di cuenta de que en la caja de pastillas de ellos, esas que tienen las iniciales de los días pintadas, había antidepresivos como fluoxetina y quetiapina. Entendí los dolores de cabeza y el mal genio recurrente de mi papá. Y los “más o menos bien” que daba mi abuela como respuesta cuando se le preguntaba cómo estaba.

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Según el doctor Francisco Ferre Navarrete –autor de Afrontar la depresión. Guía de ayuda a pacientes y familiares–, la depresión se define como “un trastorno de la afectividad, es decir, del estado de ánimo y la manera de pensar. Afecta la forma en que una persona come y duerme. Afecta cómo uno se valora a sí mismo (autoestima) y la forma en que uno piensa”. También tiene un impacto sobre la capacidad de sentir interés en cosas que antes producían placer, aumenta los sentimientos de culpa, disminuye la actividad y, en el peor de los casos, puede llevar al suicidio.

Se calcula que 300 millones de personas sufren de depresión. Una enfermedad, que aqueja al 4,7 % de la población colombiana. Es un trastorno que, además, se ha convertido en la principal causa de discapacidad, según cifras de la OMS.

Entonces, ¿por qué no se habla al respecto? A mí me daba miedo hacerlo. Cuando empezaba a salir con alguien me daba vergüenza admitir “no puedo tomar porque tomo antidepresivos”. Decía que estaba tomando antibióticos. ¿Por qué nos da tanta vergüenza admitir que estamos haciendo algo por nuestra salud o que tenemos un problema de salud mental? Tal vez porque se asume como debilidad, como algo que se puede controlar con voluntad. Porque si no se ve, no existe, como Santa Claus. Sucede porque no todos sabemos cómo se ve la depresión, y mucho menos cómo actuar cuando alguien que queremos está pasando por una.

En estos casos, explica la psicóloga clínica Luz Marina Rincón, adscrita a Colsanitas, “hay que ser muy paciente con la persona afectada y recordar que esto es una enfermedad. Usted no le pediría a alguien que está gravemente enfermo que se mejore únicamente con su voluntad”. No se lo pediría alguien con cáncer o migraña. ¿Por qué sí pedírselo a alguien que ha perdido la capacidad anímica de sentirse bien?

Esta ignorancia frente a la gravedad del trastorno es la que hace que, además, no sepamos cómo hablar al respecto, o que confundamos la experiencia de nuestros seres queridos con una tristeza pasajera. También resulta en que nuestras reacciones no sean las más adecuadas. Quienes hemos tenido episodios de depresión hemos escuchado versiones de estas joyas: “Eres una dramática”, “es pura flojera”, “hay personas en peores situaciones que tú”, “no es para tanto, solo tienes que esperar que se te pase el periodo” o “eso se te pasa emborrachándote”. El psiquiatra Rodrigo Muñoz, también adscrito a Colsanitas, está de acuerdo con lo dicho anteriormente por Luz Marina Rincón. Según él, “mucha gente piensa que el comportamiento de la depresión es un capricho, pero esta es tan enfermedad como una neumonía, una diabetes o una enfermedad del corazón”.

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Acompañar a una persona que está pasando por un periodo de depresión no es fácil. Quienes la padecemos, nos sentimos como una carga, así no sea el caso. Por eso, si es su hermana, pareja, amigo o hijo quien no puede dormir o pararse de la cama, si ya no disfruta lo que antes amaba, le dejamos algunos consejos que nos dieron los profesionales con los que hablamos.

  • Es importante informarse sobre este trastorno para entender de qué se trata. La depresión no se quita con decirle a la persona que se pare de la cama o mire todo lo bueno que tiene en su vida o que se anime. Es como decirle a un preso que su situación se arregla saliendo al aire libre, cuando está privado de su libertad. Mi papá me decía que repitiera afirmaciones, que dijera que estaba “excelente y nada de nervios”. Pero si bien está comprobado que las afirmaciones tienen un efecto neurolingüístico, no era suficiente. Para mí, eran pañitos de agua tibia.
  • Si su allegado expresa ideas de suicidio, de querer acabar con su vida o acostarse a dormir y no levantarse más, no crea que son ganas de llamar la atención o manipular. Recuerde que, según la OMS “cada año se suicidan cerca de 800.000 personas, y el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años”. Por lo que no hay que tomarse este tema a la ligera. Tampoco se niegue a hablar al respecto. Hay que propiciar la conversación cuando los sentimientos son expresados. En Bogotá, por ejemplo, existe la línea 106, “El poder de ser escuchado”, de atención, ayuda, intervención psicosocial y/o soporte en situación de crisis. Pueden consultar para el resto del país aquí.
  • No desacredite los sentimientos de tristeza, melancolía o nostalgia que está expresando la persona. Es muy posible que si usted lo hace, quien esté buscando conexión sienta que las emociones que acaba de poner sobre la mesa no son relevantes o comprendidas. Pregúntele qué siente, lea al respecto de la depresión, repítase que no es una conducta de pereza y que la persona a su lado está peleando con un invasor en su cerebro.
  • En Colombia, además, tenemos la cultura de los echados pa’lante y la berraquera. Evite esos dichos. Tenemos una idiosincrasia que invalida la expresión de nuestras emociones, que hace ver la vulnerabilidad como una debilidad.
  • Encuentre la distancia adecuada para acompañar a su ser querido. No lo agobie sobreprotegiéndolo o poniéndolo en una posición en la que se sienta infantilizado. Esto puede aumentar el sentimiento de invalidez, de “me siento que no sirvo para nada”. No haga todo por él, estimule más bien a que tome pequeños pasos por sí mismo. Pueden empezar con hacer las cosas de manera conjunta, por ejemplo preguntarle “¿qué te parece si hacemos comida?”, y pedirle que pique algo. No es un paso tan grande, pero le permitirá sentir que al menos puede autoalimentarse.
  • Estimule a su ser querido de forma consistente, pero amable, a recuperar la actividad de manera paulatina. No a las patadas, sino con cosas pequeñas como sugerir salir del cuarto a sentarse en la sala. El secreto: empatía y tacto.
  • No es funcional decirle a la persona que se aleje de alguna situación o lugar. Consejos como “cambia de pareja”, “cambia de trabajo” o “cambia de lugar” usualmente no ayudan, ya que terminan retrasando el proceso de mejoría. Incluso a veces aumentan la sensación de la pérdida. Yo, por ejemplo, llegué a pensar en mudarme de nuevo a Pereira, un lugar del que siempre quise huir. Pensaba que las circunstancias que me disparaban la depresión y ansiedad se iban a quedar en Bogotá, que estar con mis papás lo iba a arreglar todo. Pero no era cierto, mi campana de cristal me iba a seguir a dónde yo fuera. Y, además, personalmente, no estar activa me iba a hacer más daño que intentar seguir con mi vida de la manera más normal posible, como me aconsejó en ese momento mi psicóloga.
  • En la medida de lo posible, intente estimular a su ser querido a contarles de su situación a sus hijos, padres, amigos o pareja. Siempre es mejor que estén enterados e informados.
  • Por más que se sienta impotente, lo máximo que puede hacer es acompañar a su ser querido. A veces hasta ver una película a su lado, escucharlo en silencio o lavar los platos cuando la persona no es capaz de pararse de la cama, es suficiente para hacerle sentir que lo aprecia. Mi hermana y unas de mis amigas más cercanas tuvieron que lidiar con mi insomnio. Mi hermana me ponía series light y mi amiga me hacía brebajes con plantas para dormir. Pero no podían dormir por mí, ni quitarme los pensamientos autodestructivos que no me permitían hacerlo.
  • Intente no tomarse a pecho lo que la persona dice y hace durante el episodio de depresión. Algunas se tornan más irritables y agresivas. No es con usted. Haga de cuenta que él o ella tiene un monstruo en el hombro que la obliga a actuar así. Ese monstruo es la depresión. Sin embargo, exprese con cuidado que sabe que la está pasando mal, que entiende que es la enfermedad, pero que no le gusta cuando lo trata mal.
  • No olvide el autocuidado. Usted no debe dejar de lado su vida y actividades por dedicarse de lleno a su ser querido. Ponga límites de manera amorosa. Un ejemplo puede ser establecer horarios claros, como “voy a tu casa el jueves a las 5 p. m.”. Esto es importante porque también puede ser desgastante física y emocionalmente cuidar de otros. Y si usted no se cuida, ¿cómo va cuidar a alguien más?
  • Por último, tenga paciencia, cuando la persona empieza un tratamiento el proceso de mejora toma tiempo. Volver a sentirse tranquilo toma tiempo. La psicoterapia es un proceso de cuestionarse 24/7 los pensamientos automáticos, de aprender a vivir con la situación. Los medicamentos se demoran en hacer efecto, al menos quince días. Alégrese más bien de cada pequeña victoria, en vez de pensar “¿cuándo vamos a llegar?”, como en los paseos en carretera. Mi mamá, por ejemplo, celebró que me estaba poniendo mejor cuando la volví a molestar llamándola por su segundo nombre, que odia: Inés. “Si ya me la puedes montar, es que ya estás regia”, me dijo. No se si estaba regia del todo, aún hay días en que no lo estoy, pero al menos sé que tengo a mi alrededor gente como mi mamá que me ama y me acompaña cuando lo estoy y cuando no. Y eso es lo que importa.
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Adela Cardona
es co-fundadora de Nulmedia, plataforma de contenidos y eventos para mujeres que no comen cuento. Le interesan temas desde la moda, pasando por el género, la literatura, la sostenibilidad y la salud mental. Ha escrito en medios como SillaVerde, El Malpensante y Shock. Es co-host del podcast sobre mujeres creativas, La Bombillera.

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es co-fundadora de Nulmedia, plataforma de contenidos y eventos para mujeres que no comen cuento. Le interesan temas desde la moda, pasando por el género, la literatura, la sostenibilidad y la salud mental. Ha escrito en medios como SillaVerde, El Malpensante y Shock. Es co-host del podcast sobre mujeres creativas, La Bombillera.

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