El club de la pelea, cuadro a cuadro
Hombres agarrados a puños, anarquía made in Hollywood, Brad Pitt sin camisa, sudor, sangre, explosiones y música de Pixies. ¿Algo podría ser más noventero? David Fincher cerró el milenio pasado con El club de la pelea, una película que se puede repetir (si no lo ha hecho ya) docenas de veces. Aquí, plano a plano, una pelea inolvidable.
Qué puede salir mal cuando un montón de machitos tóxicos se meten a un sótano a darse golpes en la cara? Según El club de la pelea, pueden convertirse en un grupo terrorista. Para llegar hasta allá, parece que nuestros machitos en principio tienen que ser incapaces de expresar algún tipo de sentimiento, cuando por dentro les arde una rabia y frustración gigantes. Además, deben vivir una vida mundana, banal, en la que sus obsesiones castigan la tarjeta de crédito, en una búsqueda urgente de cada mueble de lujo y cada traje de diseñador. Este coctel, así no más, los lleva a agruparse con otros iguales, otros que también quieran sacarse a punta de golpes toda la agonía que les impone este estilo de vida. En esta historia, los machitos escapan a sus responsabilidades, a sus ambiciones, al consumismo y a la furia que esto les causa, quitándose la camiseta, armando un círculo y poniendo a dos integrantes del grupo a que se muelan a golpes.
Para contarnos este modo tan peculiar de solucionar sus problemas, tenemos a un narrador nihilista y sin nombre, interpretado por Edward Norton, quien intercala su tiempo entre desear su muerte y consultar catálogos de IKEA. Su único alivio es ir a grupos de apoyo para problemas que no tiene. Estos grupos se convierten en su droga, su válvula de escape. Allí conoce a otra adicta, Marla Singer, interpretada por una muy pálida Helena Bonham Carter, con quien establece una relación que cae en lo desagradable. Esta es la vida nocturna de nuestro narrador, de día es un oficinista más que vive 8 horas en un cubículo, y en ocasiones, viaja como investigador de accidentes de auto. En una de estas salidas conoce a Tyler Durden, interpretado por Brad Pitt en su prime, quien después de unas polas le pide que le lance un golpe. Así nace el club de la pelea. Si se preguntan cómo el narrador tiene tiempo para camellar, viajar, comprar muebles, ir a setenta y tres mil grupos de apoyo y enredarse a golpes con quien se lo pida, es por una cosa: el hombre sin nombre no puede dormir, es insomne.
Resulta que esta narración –escrita por Chuck Palahniuk como novela y dirigida por David Fincher en esta célebre adaptación– se conviritió en el dogma de una generación de hombres que se consideran víctimas del mundo –’citicos ellos–; el mundo no les dió toda la fama, ni el dinero y mucho menos el sexo que se imaginaban. Esto los hizo sentir traicionados, el mundo no les dió lo prometido. De este modo, la película establece los dos polos: el prometido: encarnado por Tyler Durden, quien es un galán completo, líder y con un six pack bien marcado. Todo un alpha. Por otra parte, está el insomne, un oficinista ojeroso, escuálido que vive a la sombra de Tyler y asiste a grupos de apoyo para pacientes de cáncer testicular. Es fácil ver el atractivo de la película para este segmento del público masculino; el narrador no parece tener ninguna perspectiva romántica, hace parte de una comunidad de hombres tristes y frustrados que sienten lo mismo e intentan reafirmar su masculinidad idolatrando al jefe, Tyler Durden. Lo idolatran porque quieren ser como él, pero saben que no pueden, por lo tanto, su único recurso es destruir todas las normas sociales. Así, es como nace el proyecto Mayhem, un grupo terrorista que nació a punta de darse golpes en la cara.
Toda esta disolución de la identidad y esta catarsis idealizada a través de los golpes empieza a rebosar la copa en una escena inolvidable que desmenuzamos plano por plano. Para cualquier persona, el momento de renunciar al trabajo supone una confrontación consigo mismo. En este caso, David Fincher traduce este enfrentamiento personal en una violenta pelea consigo mismo, en la que hay un solo perdedor.
Desde el inicio, la composición ya nos indica que vamos a presenciar un choque, los personajes de la escena van a entrar el fricción. Para lograrlo, se establece un medio plano lateral que no está centrado, sino que deja un espacio al lado izquierdo de la toma, sugiriendo a la audiencia que allí está la causa de la indignación que muestra el jefe, a causa de la estrategia del insomne para renunciar a su trabajo.
Efectivamente, la causa viene del lado izquierdo de la toma, donde también se compone un medio plano lateral a la misma altura de la anterior, con el fin de enfatizar los roles opuestos que interpretan cada uno de los personajes, que además contrasta con los gestos más relajados del insomne. Cabe agregar que la transición entre estas dos tomas se realiza mediante cortes totales, prescindiendo de los desplazamientos de cámara. Allí, es clara la intención del director en componer visualmente la ruptura que sufren los personajes.
Después, continúa con una toma ubicada sobre el hombro del jefe, la cual es muy usada en escenas de conversaciones, y por lo general, se usan con la intención de compartir las perspectivas visuales y conceptuales de los personajes con la audiencia. De este modo, el público se entera que el insomne está en modo insolente y chantajeador; le pide a su jefe que lo mantenga en la nómina de la compañía para que este no revele los torcidos que viven haciendo. Es un trabajo que puede hacer desde su casa sin lío, recalca el insomne.
La toma sobre el hombro ahora se posiciona desde el lado opuesto, construyendo un medio plano frontal del jefe, donde el público puede apreciar la indignación del jefe ante la propuesta, quien deja claro que considera una basura al insolente que tiene sentado al frente. Por este motivo, corta la conversación y procede a llamar a los guardias de seguridad del edificio.
Justo después, la mano del insomne empieza a temblar, vibra de manera descontrolada. La toma se realiza con profundidad de campo limitada, enfocando con total claridad la mano, para indicar que esta será el personaje principal en lo que viene de la escena. Tyler tomará en adelante el control total de la situación. Cierra la mano, se lanza el primer golpe, cae de la silla, se da otro coñazo más, atraviesa una mesa de cristal. Implora piedad a su jefe que está inmóvil con el teléfono en la mano, quien no puede explicar lo que está viendo. Tyler sigue forcejeando solo, construyendo con mucha maña la escena de una agresión.
Durante el autoforcejeo, decide lanzarse contra el estante que estaba a sus espaldas mientras charlaban hace unos instantes. La captura se paraliza, para dejar al público apreciar a este personaje borroso e indefinido. Hasta el momento, nadie en la audiencia sabe que el insomne también es Tyler, él tampoco lo sabe, pero la lucha ya está presente, las dos personalidades ya están en fricción. De hecho, el insomne\Tyler nos da una pista de ello cuando nos cuenta que esta “pelea” le hace recordar su primer encuentro con Durden. La secuencia continúa, el insomne cae en el estante, lo destroza. Van dos golpes más directo a su nariz. Le escurre sangre de la cara, espesa y oscura, tienen fragmentos de cristal enterrados en las manos. Gatea en dirección a su jefe, donde se establecen múltiples opuestos en cuestión de segundos.
En un lado está el caos, el frustrado, el rabioso y decepcionado por todo lo que esa oficina y ese mundo representan para él. Mientras que al frente está el orden, la formalidad, el cargo y la corbata bien ajustada en la camisa bien planchada. El frustrado no puede alcanzar el otro lado, en ese orden, solo puede ensuciarlo, enlodarlo. El tratamiento en los cambios son idénticos a los usados en el momento de la conversación, no hay movimientos de cámara en la transición entre las dos imágenes, sino cortes bruscos para continuar acentuando la distancia entre los dos mundos.
Para terminar la escena, se construye un plano medio corto para los dos guardias que entran a la oficina destrozada y un plano completo para los personajes principales de la escena, quienes por un instante intercambian los papeles: el jefe luce dominante en el centro de la toma mientras que el insomne cierra su actuación con un lloriqueo en el suelo mientras clama por piedad. Los dos guardias junto con el público somos testigos de lo sucedido, con la diferencia que la audiencia sabe la verdad, los guardias no.
El club de la pelea es la historia perenne de la frustración masculina y la necesidad de convertir su identidad en el centro de todo. El lío es que esta idea de que hombres dolidos cometan actos violentos es demasiado realista para soportar en estos tiempos. Pero, a pesar de cuestionar el modo en que Fincher aborda los temas que propone en este título, con el tiempo, es posible apreciar de otra manera la obra maestra de Fincher.
En 2019, los comentarios de la película sobre el consumismo y la masculinidad, la han colocado junto a películas como Taxi Driver y, más recientemente, junto al Joker, como tres relatos sobre hombres que se rebelan violentamente contra su lugar prescrito en la sociedad. Los comentarios mordaces que se desarrollan a través de la película sobre la ira incontrolable de los machitos y la forma en que afirman su masculinidad la han convertido en un verdadero manual para reconocer a los sujetos de los que deberíamos mantener una distancia prudente.
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