María Isabel Rueda: arte y curaduría desde el trópico gótico
Su obra es impactante y diversa. Sus curadurías son arriesgadas y comprometidas. La artista cartagenera, curadora del Premio Arte Joven 2022, recorre su excepcional trayectoria entre sol, vampiros y la intensa Bogotá de los años noventa.
Al otro lado del video el rostro de María Isabel Rueda se pixela, se congela, se parte y se difumina. Desde su casa, viendo llover sobre la vegetación exuberante que la rodea, la cartagenera se excusa diciendo que su Internet tiene alrededor de 4 megas, “es como si estuviéramos en el año 2000”. A ella, entusiasta de la ciencia ficción y el transhumanismo, poco le incomoda la velocidad de su conexión con el resto del mundo en medio del espacio que ha creado para desarrollar sus reflexiones en las que el cuerpo, la naturaleza, las formas del terror y el tiempo dialogan sin anularse. Recibe la llamada desde La Usurpadora, su centro de operaciones en Puerto Colombia, Atlántico, al que llegó hace varios años para una serie de fotografías del muelle de esta población, en la que ha encontrado un lugar lleno de vida al que a veces la lluvia fuerza a recibir visitantes inesperados, animales que intentan escapar de los gritos de agua y viento que se riegan desde el cielo. “Estamos así desde mayo”.
Rueda encontró su lugar en Puerto Colombia hacia el año 2012, cuando comenzó a proponer una serie de investigaciones, muestras y discursos en torno al arte colombiano, incluyendo la idea de descentralizar las narrativas que erigen a Bogotá como el lugar único de enunciación e invitando a partir de exhibiciones, usurpaciones, a que repensemos el impacto que han tenido nombres poco recitados en la historia del arte nacional y que son parte de la identidad caribeña de nuestro país.
Sin embargo, el trabajo de la artista cartagenera antecede por décadas al establecimiento de La Usurpadora, proyecto en el que trabajó junto al barranquillero Mario Llano, y cada parte de su recorrido la ha llevado a convertirse en una figura que, desde la independencia, intenta desequilibrar discursos hegemónicos y proponer nuevas miradas en torno a objetos harto conocidos, jugando con varios medios para poder transmitir su mensaje. A propósito de su participación como jurado de Arte Joven, volvemos a esta artista excéntrica, o mejor descentralizada, para conocer su labor como creadora, curadora y gestora cultural.
Bogotá, del putas Bogotá
“Bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”
–Conde de Lautréamont
Antes de recibirse como artista plástica en la Universidad Nacional de Colombia, María Isabel Rueda ya vivía habitando la noche capitalina desde hacía varios años. La artista había llegado a Bogotá a finales de la década de los ochenta y, antes que nada, probó suerte en Taller Cinco con un semestre de Diseño Gráfico. Luego estudió Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, cerca de su hogar en La Macarena y trabajó varios años como creativa y copy para Leo Burnett. “Entonces a los 19, cuando ya estaba trabajando, pensé que quizás no quería ser publicista”, cuenta Rueda mientras su voz se entreteje con el aguacero de Puerto Colombia. “No había tenido tiempo ni siquiera para pensar qué quería ser porque era muy joven. Decidí que no iba a hacer nada hasta que no supiera qué quería hacer”.
Siendo aún muy joven, lo suficiente como para tener una carrera cuando la mayoría de las personas está entrando a la universidad, la artista decidió viajar por Europa, a donde ya había ido como adolescente de mochilera. Se fue con un novio que entonces estudiaba cine y quien la acompañó a una muestra de los surrealistas en el Palais de Tokyo. “Había una mesa grande de Man Ray”, recuerda. “Me llamó la atención una obra con un metrónomo y un ojo, es chistosa la historia, porque recibí como un mensaje ‘estudia Artes Plásticas’ ”. Rueda se había encontrado con uno de los Objetos indestructibles del artista de Estados Unidos, del que recibió como mensaje de otro mundo la convicción ahora sí inquebrantable de dedicarse a las artes. “Durante todo ese tiempo había estado pensando qué era lo que me gustaba a mí en la vida, pero no sabía que uno podía estudiar Artes Plásticas. No sabía que existía una carrera llamada Artes Plásticas. No tenía esa información”. A su regreso a la capital colombiana, la artista se matriculó en la Universidad Nacional y empezó un doble juego como estudiante, a la par que ayudaba a dar forma a una serie de proyectos en los que su creatividad fue vital.
“Yo había trabajado mucho en la moda. Había trabajado con muchos colectivos cuando se armó la Zona Rosa, todos los sitios de moda independiente. Trabajé con Locomodo, con Julieta Suárez, con Cha Cha Cha”, explica. “Y había trabajado en el diseño de moda independiente. Tocaba en varios grupos como teclista. Yo era de una escena nocturna, de un bar que se llamaba Barbarie”, añade, rememorando esa edad dorada de los noventa en la que la ciudad tenía bares como poemas (Barbie, Vena arteria, TVG, Kalimán, Membrana, Fangoria, Vértigo, CampoElías) y en la cual la noche era un lugar efervescente de talento, excesos y de cuerpos anómalos, ambientados por la música electrónica francesa que empezaba a circular por Bogotá gracias al contacto de estos artistas con colectivos como Mutaxion, luego Ultrabass. Mientras adelantaba estudios de Artes Plásticas, Rueda se fue haciendo un espacio en la órbita cultural desde su acercamiento académico. “La Nacional es el lugar que forjó gran parte de lo que soy como artista, de lo que pienso. Es una de mis mayores influencias”.
Vampiros, ciencia ficción y el gótico tropical
“Black dress moves in a blue movie
Graverobbers from outer space”.
–“Vampira”, Misfits
En la Nacional, Rueda encontró un hogar y empezó a pensar su vida con relación al arte, además de todo lo que la rodeaba: la música, el cine, la noche bogotana con sus habitantes, la moda, la fotografía y el cine. “A mí me pasó una cosa muy curiosa y es que empecé a exponer como desde segundo semestre”, explica sobre sus primeros pasos en el convulso mundo de las galerías y las exhibiciones. Rosario López, quien le dictaba una materia de fotografía la invitó a participar en una muestra del Salón de Arte Joven después de haber visto sus fotografías en la línea de Diane Arbus que la joven artista le presentaba a modo de tarea. Todo lo tengo, todo me falta, parte de la colección del Banco de la República, mostraba a Rueda disfrazada como una ama de casa tradicional, realizando labores domésticas y con un falo ominoso entre las piernas, con la mirada clavada en el espectador al que interpela desde su silencio con preguntas sobre lo femenino, los roles tradicionales de género y los cuerpos anómalos dentro de la hegemonía discursiva. Esta muestra se presentó en la Galería Santa Fe, en el Planetario Distrital, y le permitió empezar a moverse en el circuito del arte bogotano.
“Prácticamente mis tareas de la universidad era lo que yo estaba exponiendo”, comenta Rueda sobre cómo balanceaba su participación en el mundo del arte con su aprendizaje específico en la universidad. “En retrospectiva, era arriesgado y un poco ingenuo de mi parte, porque me atrevía a muchas cosas porque no entendía qué es lo que estaba pasando. Había muy pocas mujeres exponiendo. Era una oportunidad que no se podía rechazar”, añade.
Su inteligencia plástica, que culmina en una primera etapa con la presentación de su tesis Vampiros de la sabana, le mereció un reconocimiento al mejor promedio académico, por lo que recibió una beca para adelantar estudios de maestría en esta misma institución. Vampiros de la sabana encontraba a una serie de mujeres góticas de la capital posando para una serie de fotografías en blanco y negro. Era un juego con Vampiros en La Habana, una animación cubana que mostraba a los personajes titulares recorriendo la desbarajustada ruina histórica de la isla bajo un sol abrasador del que se protegían con una película de crema llamada Vampisol. Fue su primer interés por conectar con el Gótico tropical y su herencia caribeña, pero también una reflexión sobre los cuerpos invisibles. “La metáfora era que los vampiros no se reflejan en los espejos y, como esa era la época de la fotografía análoga, también era un guiño a cómo se registra lo invisible. Tenía todas estas preguntas sobre la representación y de ahí sale esa idea del vampiro y aparece toda la idea del gótico tropical”.
Por esos intereses, Rueda trabaría luego relación con Luis Ospina, quien la introdujo al trabajo del grupo de Cali, y a quien recuerda con especial cariño tras sus lecturas adolescentes de Andrés Caicedo. “De ahí venían también esas ideas de vampirismo, canibalismo. El gótico tropical nace de un reto que Buñuel le hace a Mutis y le dice que no se puede escribir una historia de terror en tierra caliente”, explica Rueda. “La respuesta de Mutis fue La mansión de Araucaima. Después Carlos Mayolo hace la película en el 86 y ellos empiezan a conectarse. Lo interesante del grupo de Cali es que cambian los castillos por los lofts de lujo de los traquetos. Si no es el castillo o la mansión están estas casas gigantes de las fincas de los azucareros en Cali. También ellos desplazan la idea del vampiro a temas que conciernen a nuestra realidad”.
Para Rueda, que desdeña el lenguaje literal, esta era una forma de acercarse a las formas del miedo y a los monstruos que plagan el cine de terror, especialmente el de serie B, del que es fanática. “Me influyó muchísimo también un ciclo de terror que daban en el MAMBO los viernes por la noche, Zinema Zombie, de Rodrigo Duarte y Pablo Marín Ángel”, comenta. “Con ellos organicé un ciclo de cine de terror de películas colombianas en México. Le trabajé mucho al cine de terror colombiano”, añade, recordando también su amistad con Jairo Pinilla y su redescubrimiento a principios de milenio. “A él lo recuperan estudiantes de los Andes, el Vicio Producciones lo descubre como en 2001, y empiezan a hacer junto a él una película que se llama Posesión extraterrestre. Retoman todo el trabajo de Pinilla y vuelven a salir sus películas. En ese momento muchas personas estuvimos relacionadas con él, los del Festival de Performance de Cali hacen otra película con él, en fin”, explica.
Estos intereses van más allá de la animación o el video, pues a través de la fotografía o el dibujo, técnica de la que es una excelente exponente, ha podido pensar sobre el terror. Sin ir más lejos, en 2020 ilustró La Mata de Eliana Hernández, Premio Nacional de Poesía, un largo poema sobre cómo se vive la violencia desde la mirada de la naturaleza y de una casa que sobrevive al carnicero asalto que fue la masacre de El Salado, uno de los crímenes más repudiados de nuestra historia reciente. El cine de vampiros colinda también con su amor por la ciencia ficción y cristaliza en su reciente participación dentro del Premio Luis Caballero. “Al final del mundo es bien importante porque contiene gran parte de mi pensamiento y de mis intenciones. No solo fue la lectura performática con música en vivo, en la que yo relataba cómo ha sido mi trayectoria y de dónde vienen mis pensamientos y mis experiencias. Estaba enseñando un poco a percibir a cómo se percibe lo invisible, lo inmaterial, lo informe. Esa es la gran pregunta que yo tengo desde los vampiros”, explica.
En Al final del mundo, Rueda desplegó una serie de instrumentos estéticos y retóricos para reflexionar sobre el tiempo, desde la lectura de novelas de ciencia ficción de autoras barranquilleras olvidadas, a la utilización de una médium para hablar del pasado o la lectura del Tarot como pronóstico para los demás participantes del certamen. A partir de la lectura de un texto base, Rueda propicia una serie de momentos, o “vibraciones” como prefirió llamarlos, en los que reflexiona sobre varios de sus intereses particulares, un camino de aprendizajes signados por lenguajes que vienen de la cultura popular, la filosofía, el saber de los pueblos originarios y sus plantas de poder, el mundo del arte contemporáneo o los artistas olvidados de un Caribe vital para nuestra historia del arte nacional, que desde otros centros culturales más densamente poblados tendemos a olvidar. Toda la obra se convierte en una nueva obra en ese no-lugar que es el Internet.
Rueda habita varios mundos en sus producciones, ya sea el dibujo preciosista de Mi destino está en tus manos junto al mexicano Marco Castro, la fotografía de Vampiros de la sabana o Acquatopía o el registro de video como es en el caso de su vital trabajo en torno al castillo abandonado de Norman Mejía en Puerto Colombia, The Real. Retrato de Norman Mejía. Todo esto tiene sentido para ella: “El medio es el que facilita la reflexión. No es fácil de explicar, pero la idea va pidiendo el medio y también es algo abierto. Hay cosas que he trabajado en fotografía y siete años después las sigo pensando para trabajarlas en video, parecen obras diferentes. También hay unos medios que me remiten a otros. Muchos de mis videos parecen fotografías fijas. Cuando eres artista, a menos que te dediques y te enfoques a ser pintor o escultor, solo indagando en torno a tu saber utilizas las diferentes herramientas para seguir explorando. Si uno las va conociendo y las va manejando, ya sabe cuál usar”.
Espacios independientes: curadurías y casas culturales
“Enlightenment is my Tomorrow
It has no planes of sorrow
Hereby, my Invitation
I do invite you to be of my Space World”.
–“Enlightenment”, Sun Ra
Además de su extensa producción como artista, Rueda ha gastado muchas de sus horas en el ejercicio curatorial, el montaje de exhibiciones relámpago y la creación de espacios disidentes que buscan descentralizar los atávicos discursos que aún hoy parecen enmarcar al arte contemporáneo colombiano. “La curaduría vino de una forma un poco no planeada. Cuando estaba en la maestría, con otros profesores de la Tadeo como Humberto Junca, Víctor Albarracín y un grupo grande de estudiantes de la Tadeo nos reunimos y montamos un espacio independiente que se llamaba El Bodegón, que quedaba entre Los Andes y La Tadeo”, recuerda Rueda. En ese momento los espacios para mostrar arte joven en el país eran muy escasos y esta galería autosostenida pretendía ofrecer una alternativa a una carencia problemática, pues cada vez había más artistas talentosos y menos paredes y suelos para desplegar sus invenciones. “Como no teníamos forma de guardar las obras ni asegurarlas, las exposiciones duraban un día. Teníamos un programa súper agotador porque inaugurábamos exposiciones cada quince días. Fueron como tres o cuatro años”.
Después de El Bodegón, Rueda auxilió a un espacio independiente nacido de ¡¡¡Socorro!!!, bar insignia capitalino que fue reemplazado por la primera aliteración de Radio Berlín. “Y trabajé haciendo la curaduría ahí. Trabajaba ahí porque ayudé a montar la red de residencias artísticas de Latinoamérica, había unas entidades que ayudaron a que existiera esa red y hubiera residencias de arte en toda Suramérica”, explica Rueda, cuya relación con la música se remonta a sus tiempos de tecladista de Radiosónica, aunque también cantó en Mugre. Al final, sin embargo, Rueda tuvo que abandonar la capital. Como relató a Fort Magazine hace un par de años, “Me fui de allí porque mi mejor amigo, Wil, que venía de la escena punk gay de Bogotá y que compartió conmigo muchas de las mejores noches de principios de los 2000, murió de sida. Y pensé que no tenía sentido vivir en Bogotá sin él”. Era tiempo de emigrar y la artista encontró un cómodo nido en Puerto Colombia.
“Por cosas de mi propia obra, estuve trabajando en Puerto Colombia, alrededor del puerto hice una serie larga y una serie larga sobre la casa de Norman Mejía. Y eso me fue trayendo acá y acá terminé viviendo”, explica sobre el espacio que ahora habita, en donde erigió una casa en medio de la naturaleza. “Lo primero que hice fue que alquilé la casa en la que iba a vivir y monté un espacio de residencia junto con Mario Llanos que se llamaba La Usurpadora y empezamos haciendo proyectos en el pueblo. Luego usurpamos espacios icónicos o que nos parecían pertinentes en Barranquilla, haciendo muestras de un solo día”, explica sobre las primeras muestras que empezaron a crear en conjunto. Algunas, como Las chicas solo quieren divertirse, buscaban recuperar la producción de mujeres en una región marcada por el machismo. También consiguieron la donación de espacios para muestras efímeras, como fuera la casa de “El Company” coleccionista de las historietas de Kalimán, cuya muestra se anunció con la reproducción de la radionovela por altoparlantes.
“Luego empezamos a trabajar en la recuperación de artistas del Caribe que han sido olvidados. Trabajamos con Alfonso Suárez, Luis Ernesto Arocha, Gustavo Turizo, recuperamos mucho material de artistas jóvenes que no se habían publicado, no había material sobre ellos”, explica sobre sus investigaciones futuras. “Ellos eran precursores del arte conceptual y el performance en Colombia, del arte ambiental. Fueron varios proyectos que hicimos en el Salón Nacional, luego nos ganamos un estímulo para hacer un Salón Regional, curamos una de las muestras del Salón Nacional, El revés de la trama, curamos Arte Cámara para ArtBo, estamos haciendo fuerte la descentralización. En el año cruzado con Francia hicimos una muestra de Gótico Tropical en Francia. Con La Usurpadora trabajamos fuertemente, siendo los últimos objetivos el de unir el Caribe con el Caribe expandido, con todas las islas que nos rodean”.
“Siempre he trabajado a nivel independiente como curadora. También he hecho varias muestras alrededor de intereses míos, sobre todo alrededor de la ciencia ficción, me interesa mucho también el transhumanismo. Hice una muestra en la Cámara de Comercio de Bogotá, 2058, cuyo eje central era la obra de la artista barranquillera Sara Modiano y con artistas jóvenes trabajando el tema del futuro”, añade. Fue en el marco de estas reflexiones que la artista empezó a observar la manera cómo se entendía el Afrofuturismo en el Caribe, cómo los artistas nuevos empezaban a habitar otras esferas del arte desde sus producciones, cómo entendían nuestros antepasados la idea del tiempo y de qué manera podían ensamblarse estas reflexiones en espacios ciborg de exhibición para la reflexión de nuevos públicos.
La obra de María Isabel Rueda es imposible de sintetizar. La artista lleva casi treinta años dándole forma a sus obsesiones y lo mismo las desdobla como productora o generadora de espacios y encuentros. Se quedan por fuera miles vidas que ha vivido: la de fotógrafa de rock para los primeros festivales Al Parque junto a Shock, la de precursora del street fashion en Bogotá, la de directora de arte para películas, la de viajera irredenta tomando fotos de vampiros en la Habana y Ciudad de México, la de editora independiente, la de surfista reciente. Pero es mucha información. Y, a veces, es necesario quedarse con lo esencial.
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