E
n un cuadrilatero, con el ruso como entrenador, está “Tan chiquita y ya camina, ¿dónde se le meterán las pilas?”; en el otro, caballeroso y romántico, está “Con esos dos ojazos es imposible no estrellarme contra tu mirada”.
Era un día soleado en Bogotá. El calor hacía que caminara rápido para esconderme en la sombra. Puedo afirmar que andaba tranquila a pesar de que el pantalón gris y la blusa beige se iban pegando un poco en mi cuerpo. Calor, calor y calor no pensaba en más. Ni siquiera pasé prevenida –como usualmente lo hago- por esa esquina, donde tres caballeros muy elegantes estaban sentados. Ostentaban edades entre los 40 y los 50 años. “No están ni feos”, me dijo una amiga que caminaba a mi lado. Pasamos desprevenidas y contentas en medio de nuestras usuales charlas y sin pensar; uno de ellos -preciso el más longevo- gritó al aire: “Tan chiquita y ya camina, ¿dónde se le meterán las pilas?”.
Mi mirada fue incisiva. Asesina. Despiadada. ¿Por cuántos años las mujeres nos hemos tenido que aguantar gritos guaches, insulsos, morbosos, mal dichos y sobretodo “no deseados” en la calle?
¡Adiós mona! ¡Mamasita! ¡Chiquita, pero… (con varias terminaciones)!, escúpame aquí que se me acabó el perfume”, “Pssss” –estilo perrito callejero–, ¡Cosita rica!, flaca tírame un hueso, ¡Uy que carnitas!...”; mejor dicho, para cualquier tipo de mujer hay un piropo, solo se necesita que camine o que vaya sola, pero que ande, para tener el descaro de gritarle cualquier improperio. Toda una serie de frases que los hombres lanzan como bombarderos en las calles y nos obligan a cambiar de acera y a pensar dos veces si pasar al frente de dos o más hombres reunidos. Uno le echaría la culpa solo a algunos trabajadores de construcciones, pero en realidad es una costumbre masculina generalizada.
Y eso es lo que públicamente no se dice. Aunque algunos sean más penosos, pueden tener miradas que realmente asustan, pero es una maña demasiado amañada –valga la redundancia- en los hombres.
Ante este trauma se me ocurrió la posibilidad de reinventar los piropos; directo desde Colombia para el resto del mundo.
¿Qué tal si dejáramos de pasar por esas calles sin temor a uno de estos comentarios? Si nos quedáramos sorprendidas de lo bien estructurados que son. Si empezaran a regarse como
bellas frases, ¡Música para los oídos! Diríamos, cánticos del primer hombre que se paró a pensar en un piropo lindo; al estilo de la canción "Malagueña salerosa", como me recordó mi mamá: "Que bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas" y "eres linda y hechicera como el candor de una rosa"; sin intención de enamorar o de llevarnos a la cama –o si la hay por lo menos deliciosamente creadas–; cada frase nos cambiaría la cara y todo se llenaría de una corriente de creatividad que nos contagiaría a las mujeres y dejaríamos la mojigatería o el temor de asustarnos con frases descaradas o románticas y empezaríamos a mandar piropos también.
Sí señores, porque estoy segura de que las mujeres también nos hemos muerto de ganas por gritarle a algún papasito o a nuestro amor platónico: “Esa corbata resalta tus ojos”, “Me sonrió a solas, cuando me acuerdo de cómo te hicé el amor”, “¿Qué sería de mí si pudiera llevarte ahora mismo al cielo?", “Con ese par de nalgas no hay pantalón que no te siente”, “Hasta en sudadera te ves divino”, “Con esos dos ojazos es imposible no estrellarme contra tu mirada”. Toda esta corriente seguida, tanto por mujeres como por hombres, desataría muchas pasiones escondidas y haría que los sentimientos afloraran más fácilmente. La mojigatería y la doble moral disminuirían, por lo menos un poco, y la moda de los piropos unisex se comenzaría a regar por todo el mundo. Sería una fiebre que haría famoso al país por ser el primero en implementarla.
Al principio los comentarios elaborados de los hombres asombrarían y los de las mujeres los asustarían. Sin embargo, nos iríamos acostumbrando a que nos dijeran cosas lindas, chistosas o románticas. Los días serían un poco más plenos y ya no nos rehuiríamos tanto entre géneros.
De pronto la lectura de los versos de Shakespeare aumentaría, oiríamos más canciones de Sabina y reinterpretaríamos a Darío Gómez, tratando de transmitir su sentir con frases de despecho mejor realizadas. La facilidad de expresión por supuesto nos haría más felices, más lectores, más observadores y mejor conquistadores en cualquier campo.
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