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Trastorno límite de la personalidad

Trastorno límite de la personalidad (o el fin del mundo)

Ilustración

El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) no es solo un diagnóstico; es un paisaje interior en donde cada emoción se puede sentir como el mismísimo fin del mundo. Las relaciones, la autoimagen y el día a día de quienes lo padecen están marcados por altibajos intensos. El autor, de la mano de testimonios y voces expertas, nos cuenta.

Bienvenidos al fin del mundo

—Para mí todo se siente como el gran hijueputa fin del mundo. Cada sentimiento se multiplica por veinte, es así de simple.

Francisca hace una pausa. Se trata de un silencio breve durante el cual la veo preguntarse qué estaba diciendo antes de llegar a esa idea, pero que me sirve para asomarme fugazmente a ese paisaje que ella conoce bien desde hace algunos años. Es artista, su ojo es fino y delicado igual que las líneas de su rostro, y por eso puedo imaginar que su fin del mundo está en la orilla opuesta de la visión apocalíptica de las páginas bíblicas y de las novelas de ciencia ficción: no es la oscuridad del cielo tragándose la tierra, no hay ángeles, no hay jinetes, no hay ovnis, no hay criaturas míticas emergiendo del fondo del océano.

Al escucharla hablar, intuyo que se trata de un territorio exuberante y, por tanto, mucho más terrible. Su fin del mundo es un borde que separa las crecidas bravas que la golpean cuando siente todo en demasía, el amor, la felicidad, la tristeza, la vergüenza, el miedo, etc., etc. Es un paisaje interior que se desborda cada tanto. El fin del mundo está adentro de ella.

—Se siente como si me fuera a morir —agrega.

Para el resto de nosotros, me refiero al 94,1% de las personas en el planeta que no tenemos TLP, es fácil decir: qué exageración. Sin embargo, la realidad es que nuestros momentos más difíciles están atravesados por una emoción cuya intensidad vivimos multiplicada x3, de pronto x4. El porcentaje restante, ese 5,9 según el DSM-5, vive cada experiencia al límite de lo sensible. En eso consiste su trastorno.

Uno de los problemas de este tema es la distancia que separa ese límite de nuestro límite, del x20 al x4 hay muchos números, porque ahí es donde se juega la capacidad de encontrar un punto medio para entender qué es lo que está pasando cuando la emoción se desborda y arrasa con todo. Sucede casi lo mismo con la mayoría de problemas de salud mental: hay una dificultad natural para mirar con compasión el malestar del otro sin juzgarlo ni justificarlo; es la dificultad de reconocer que el otro no hace show pero que tampoco son aceptables sus violencias cuando se comporta de determinada manera a raíz de un diagnóstico como la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático, un trastorno de la conducta alimentaria, el TLP o cualquier otro.

El caso del TLP es particular porque quienes lo padecen saben que están llegando al límite, es decir, son conscientes –en verdad conscientes– de que están reaccionando de una forma desbordada, pero no pueden hacer mucho para contenerse. Francisca lleva un año trabajando en una obra sobre este tema. La tituló Se siente como el fin del mundo. Desde que fue diagnosticada, precisamente hace un año, ha intentado entender la manera en la que el TLP se convirtió en un paisaje cotidiano, el cómo, el cuándo, el porqué. Y ha sido consciente de que ahí está el verdadero fin del mundo: tener la consciencia de que el mundo no termina e igual sentir que el mundo está a un paso de acabar.

Inserte aquí: Trastorno Límite de la Personalidad

El diccionario de la Asociación Americana de Psicología (APA) usa la siguiente definición: “Trastorno de la personalidad caracterizado por un patrón persistente de inestabilidad en el estado de ánimo, las relaciones interpersonales y la autoimagen, lo suficientemente grave como para causar un malestar extremo [inserte aquí “x20” o “como si fuera el fin del mundo”] o interferir con el funcionamiento social y ocupacional”.

La psicóloga Abril Pulido, especialista en psicología clínica y trastornos afectivos y emocionales de Colsanitas, explica que esa inestabilidad está marcada además por la necesidad de llevar todo al límite, especialmente las emociones y las situaciones. Todo es extremo. Por tanto, quienes viven con TLP suelen moverse entre los extremos del blanco y el negro, no hay puntos medios, y esto los lleva a tener un control de impulsos reducido.

De ahí que la definición de la APA cierre de la siguiente forma: “Entre las manifestaciones de este trastorno se encuentran: (a) comportamientos autodestructivos (p. ej., juego, sobrealimentación, uso de sustancias); (b) relaciones intensas pero inestables; (c) estallidos incontrolables de ira; (d) incertidumbre sobre la autoimagen, el género, los objetivos y las lealtades; (e) cambios de humor; (f) comportamientos autoderrotistas, como peleas, gestos suicidas o autolesiones; y (g) sentimientos crónicos de vacío y aburrimiento”.

Día mundial del diagnóstico confuso

Como sucede a menudo, lo que antes era una ausencia ahora es un exceso. Hasta hace un par de décadas había un subdiagnóstico del TLP. Incluso algunas instituciones calculan que ese 5,9% es tan solo el dato obtenido por los centros de atención primaria, pues la cifra alcanza el 11% en instituciones psiquiátricas ambulatorias y el 22% en pacientes psiquiátricos institucionalizados; es decir, que probablemente la prevalencia a nivel mundial debe ser mucho mayor.
A pesar de que el TLP hace parte de la discusión desde los años cuarenta, su aceptación médica es más o menos reciente, pues entró a los manuales de diagnóstico (tipo DSM) apenas en los años ochenta, dejando en el camino muchos pacientes con diagnósticos cuestionables. A mediados del siglo pasado la dificultad estaba en separarlo de la esquizofrenia y desde hace un par de décadas la dificultad está en separarlo del Trastorno Afectivo Bipolar.

La cercanía entre los tres ocasionó que el subdiagnóstico poco a poco se moviera hacia el sobrediagnóstico a medida que los criterios de inclusión de unos y otros se definieron con mayor claridad. Por ejemplo, la psicóloga Pulido señala que la principal diferencia entre el TLP y la bipolaridad está en que el primero es un trastorno de la personalidad que se mueve en un registro amplio de sensaciones (alegría, tristeza, miedo, vergüenza, etc.) mientras que el segundo es uno emocional que oscila entre una fase maniaca y una depresiva.

El principal problema del sobrediagnóstico es que han sido las mujeres quienes más lo han padecido en las últimas décadas, pues representan el 75% de las personas diagnosticadas. Una de las explicaciones manejadas por algunas científicas es que el TLP se ha convertido en una respuesta rápida ante una supuesta emotividad y comportamientos fuera de norma (alguna, cualquiera). Algo similar a lo que sucedía hace un par de siglos con la histeria.

Hola y adiós, persona favorita

Hay una característica particular del TLP: la idea de persona favorita. Debido al punto (d) en la definición APA, a saber: “(d) incertidumbre sobre la autoimagen, el género, los objetivos y las lealtades”, las personas diagnosticadas suelen proyectar en alguien más la sensación de bienestar emocional que echan en falta. Ese alguien se convierte en el centro de su mundo emocional, algo así como un mesías o un escudero para el fin del mundo, lo que genera expectativas muy elevadas de apoyo y validación constante.

No lo elegimos nosotros, lo elige el TLP —dice Robin—. De esta persona siempre buscas apoyo, validación, compañía. Cuando no te escribe, te sientes mal; cuando la ves con otras personas, te sientes mal; cuando la ves disfrutando de su vida sin ti, te sientes mal. Siempre piensas que no eres suficiente para ella.

Robin es un cartagenero de 25 años que solo hasta el final de la llamada me confesará que su nombre real no es Robin. Conozco únicamente su voz: es firme, melódica, cálida, musical. Con ella me contará que desde los 16 años comenzó tratamiento por ansiedad y depresión y finalmente cuando cumplió 21 fue diagnosticado con TLP luego de haber estado internado en una institución mental un par de semanas, sintiendo cada día con mayor ahínco que había un mundo afuera del que ya no hacía parte.

—No soportaba sentir que ya no existía —agrega y, luego, consciente de lo que acaba de decir, corrige—: Bueno, que me estaba aislando del mundo. Ese tipo de cosas fastidió a mi persona favorita.

La relación de Robin con su persona favorita, como en la mayoría de casos, se fue haciendo más tensa hasta que llegó un momento en el que sintió que necesitaba de ella para funcionar. Su amigo, con el que había estudiado buena parte del bachillerato, se alejó un par de ocasiones esperando que la distancia funcionara y, al final, terminó mudándose a otro continente. Incluso, en alguna de esas separaciones le escribió una carta explicándole a Robin sus motivos. Al otro lado del teléfono, Robin la busca y la lee con su voz musical:

—Me dijo: “Yo soy consciente de todo lo que hemos pasado, pero si de verdad me ha ido mal sin ti, ¿por qué no te escribí en este tiempo? ¿Por qué no me hiciste falta? Yo me concentré en mí, en lo que quiero para mí, cosa que tú debes hacer también. Yo te hacia con una nueva vida y oportunidades, así como yo. Si yo pude, tú también puedes. Es momento de abrir un nuevo capítulo en tu vida y que me dejes ir” —Robin hace una pausa, suspira, y continúa—: “Tú mismo con tus actitudes me hiciste agarrarte rabia. Te lo dije muchas veces: yo tengo un límite y me estás cansando ya de todo. Alejarme de ti fue la cereza en el pastel. Experimentar una vida sin ti me daba tranquilidad, no tenía que sentir ese peso de atadura y responsabilidad contigo, sentía que ya no tenía un peso encima de mí. Nunca cambiabas. Yo te agradezco por todo, la verdad fuiste mi hermano. Pero con tu actitud cavaste la tumba de esta amistad”.

Vuelve a hacer silencio y el teléfono se siente el bochorno de la tarde cartagenera: suena la brisa, ladra un perro. Entonces le pregunto qué sintió cuando leyó eso y me responde que fue horrible. Hace una tercera pausa y agrega:

—Cuando sucedió, hice algo que no había hecho anteriormente: lastimarme a mí mismo. No voy a dar muchos detalles. Lloré porque no podía con mis emociones. Ese es el TLP: es un trastorno en donde tus emociones están apoderándose de ti. Son tan vividas, gigantes, monstruosas que tú no puedes controlarlas incluso cuando sabes que se deben a situaciones ridículas. Se sienten tan reales que no puedes evitar reaccionar ante ellas.

Nadie a quién querer

Hay un poema de Gómez Jattin que suena bien de fondo en este momento. Se llama “Amor”:

No tengo miedo en mí
sólo amar me llena
y naturalmente no tengo
a nadie a quién querer
Porque si tuviera no tendría
amor sino zozobra-miedo.

Hace parte de la serie de poemas que escribió cerca del final de su vida sobre su experiencia en instituciones mentales, poco antes de su muerte ruidosa en el 97. 
Este podría ser uno de esos casos ilustres de un diagnóstico equivocado. Aunque es conocido el problema de salud mental del Gómez Jattin, pocos se atreven a decir con seguridad que padecía esto o lo otro. Casi todos hablan de una esquizofrenia atada a crisis maniaco-depresivas, muy cercanas al trastorno bipolar. De hecho, para algunos de los psiquiatras que lo atendieron era más fácil referirse a su condición de manera ambigua con el amplísimo “trastornos afectivos”. Sin embargo, sus comportamientos y síntomas coquetearon siempre con el límite de la personalidad.

Un solo incendio por la noche

—Yo sé que tengo TLP ahora, pero quién sabe cuándo se me desarrolló. Desde que soy chiquita he tenido ataques de ira y esta desesperación que me llega con cosas como perder o dañar algo que estoy intentando cuidar. Me dan ganas de incendiarlo todo. Esa es la expresión que yo podría usar para explicar el TLP: querer incendiarlo todo cuando no lo puedes controlar —dice Francisca.

En el vasto universo de la salud mental, el TLP es un bicho raro porque suele incubarse en la infancia y adolescencia a causa de experiencias adversas, como abusos físicos, emocionales, sexuales, inestabilidad constante, o falta de afecto permanente, pero puede detonar únicamente en la adultez temprana y, a veces, nunca detonar. Aunque Francisca ignora cuando pudo detonar en su caso, es consciente de cuando sintió que esos ataques requerían una segunda mirada: un día discutió con su hermano, él fue hiriente, ella se molestó y cuando él se encerró en su cuarto ella pateó la puerta hasta romperla. Después la repuso.

—Cuando llegó mi mamá fue un drama muy hijueputa porque, aunque mi hermano hubiera sido hiriente, yo fui la loca de mierda que le rompió la puerta. Después de eso me sentí como un culo y lloré muchísimo, porque esos ataques se esfuman rápido y luego viene toda la vergüenza de sentirte demasiado dramática para existir.

Inicialmente, le dijeron que esos ataques de ira podían ser hereditarios, porque su papá los tiene eventualmente, casi siempre de la misma manera: una rabia ciega que sube y baja a una misma velocidad indescifrable. Sin embargo, durante el año que ha convivido con el diagnóstico ha encontrado posibles causas cuya única función es despejar la niebla del paisaje del fin del mundo, tal vez para pisar mejor.

Hola otra vez, persona favorita

Le pregunto a Robin cómo hizo para superar la partida de su persona favorita y sin pensarlo me responde que nunca lo hizo, que sintió que su vida estaba estancada. Poco después conoció a otra persona que le ofreció amistad, cariño, validación y la convirtió en su nueva persona favorita. Entonces le pregunto si podría vivir sin esta otra persona favorita.

—No. Yo le he dicho a mi nueva persona favorita: “Tú me salvaste de que yo me muriera, porque conocerte a ti y saber que estás para mí y que quieres ayudarme a tener una mejor vida ha sido un soplo de aire fresco, me ha dado la voluntad para querer salir adelante. Si no te hubiera conocido a ti, probablemente me hubiera suicidado”.

Vivir en el fin del mundo

Mientras mira a la cámara y juega con el pelo suelto, Francisca me cuenta que un día vio un documental malísimo en Home and Health en el cual varias entrevistadas explicaban que durante su infancia habían estado inmersas en el mundo militar. El papá de Francisca fue militar. Ella vivió en bases militares, algunas en zonas de conflicto real, hasta los 14 años; su vida pasó entre Bogotá, Coveñas, Tumaco, Puerto Asís, Barranquilla, Cartagena y Corozal. Y en algunas de ellas sintió la inminencia de la amenaza.

Por ejemplo, tiene vívido el recuerdo del día en el que su mamá entró a la casa muerta de miedo a esconderla a ella y a su hermano bajo el colchón de la cama del cuarto de la empleada porque la guerrilla había tirado un cilindro cerca del batallón y amenazado con entrar a matar a todas las familias. Desde esa posición escuchó el alboroto causado por el pánico y la incertidumbre, las voces, los gritos, el llanto al otro lado de las paredes.

Pudo ser eso, o el hecho de que a mi papá lo mandaban a zonas super calientes durante temporadas largas, dos meses, seis meses, y muchas veces con miedo de que le pasara algo, o el hecho de perder tantos amigos por mudarme tan seguido o el hecho… —Y continúa listando posibles eventos, como quien da pasos cada vez más seguros sobre un territorio desconocido.

Al final, Francisca lo sabe (Robin también), no hay cura para el TLP. Hay que aprender a vivir en el fin del mundo. Lo que pueden hacer es encontrar herramientas terapéuticas para conocer ese paisaje interior: saber cómo controlar las emociones desbordadas, saber que estar en el fin del mundo no implica morir en el fin del mundo.

Brian Lara

Bogotano, literato y administrador de empresas. Ha publicado entrevistas, perfiles y ensayos sobre ilustración, literatura, teatro, música, salud y medio ambiente para las revistas Bacánika, Bienestar Colsanitas y Arcadia. Eso, en el tiempo que le queda luego de jugar Play. 

Bogotano, literato y administrador de empresas. Ha publicado entrevistas, perfiles y ensayos sobre ilustración, literatura, teatro, música, salud y medio ambiente para las revistas Bacánika, Bienestar Colsanitas y Arcadia. Eso, en el tiempo que le queda luego de jugar Play. 

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