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historia del abanico

Objetos para mover el viento: historia del abanico

Ilustración

¿Se ha preguntado de dónde vino el objeto que le está permitiendo soportar los bochornos actuales? Desde la antigüedad misma, el ser humano ha hecho todo lo posible para que el viento le refresque un poco la vida. La autora nos cuenta esta historia de abanicos, ventiladores y aires acondicionados, esa que se parece cada vez más a la historia de nuestra dependencia a ellos con el calentamiento global.

Así que por un instante me libero.
Respiro una vez, y solo una.
El viento me empuja y yo bailo.
Ursula K. Le Guin

Ahora que la Tierra está caldeando y el calor es insistente e inesperado, han aparecido con más regularidad en el paisaje algunos objetos que, sobre todo para quienes hemos vivido en ciudades de climas poco radicales, hacían parte de atmósferas ajenas

La sala de mi casa tiene hoy un ventilador repelente pero silencioso que agradezco, y los abanicos que he traído a mi madre de cada una de las ciudades que he visitado han dejado de estar guardados en un cajón y ya se pasean a turnos. Salvo por algunos abanicos preciosamente hechos, ni los ventiladores ni los aires acondicionados ostentan una belleza particular, pero dan alivio. Traen con su movimiento un viento fresco que ahora es escaso. ¿De dónde vienen estos objetos que se imponen entre la piel y el sofoco? ¿Cómo se sucedieron entre ellos?   
En 1904, el pintor holandés Lawrence Alma-Tadema hizo un óleo que mostraba el versículo 6 del capítulo 2 del Libro de Éxodo; es decir, el que cuenta cómo la hija del faraón encuentra a Moisés en una cesta en el río Nilo. El cuadro hace alusión a una especie de procesión donde ambos están siendo transportados por otros humanos y la mujer, opulenta, está siendo abanicada por dos hombres que agitan flabelos de plumas de avestruz. Los flabelos son instrumentos para ventilar y dar sombra que en el Egipto de entonces eran hechos con hojas o plumas. Aunque son comunes en las representaciones egipcias —se pueden ver en recipientes como la cabeza de maza de Narmer y en tumbas como la de Tutankamón—, también en algunas vasijas griegas aparecen unas especies de palmeras que cumplían una función similar, y la iglesia católica usó flabelos de plumas de distintas aves, según las Constituciones Apostólicas, para proteger al papa de insectos.

No es un objeto escaso. El flabelo parece ser el ancestro común: tiene la forma de un abanico de mano y su mecanismo es la fuerza humana, pero su tamaño posibilita un viento colectivo, como el ventilador.

Por otro lado, ante la hoja afilada de una espada de samurái, un abanico puede ser suficiente. Minamoto no Yoshitsune fue un general japonés que alguna vez, antes de 1189, tuvo que enfrentarse a Benkei, un enemigo poderoso y provisto de una lanza. Para defenderse, Yoshitsune usó la agilidad de su cuerpo y un letal abanico de hierro con el que esquivó hasta la victoria cada lanzada. El tessen, como se les llama a estos abanicos, tiene su propia arte marcial: el tessenjutsu, donde se valora la defensa, el esquivar dardos y espadas y lanzas con un artefacto en apariencia inofensivo, pero se incentiva también el ataque. Cuentan que, de tener cerca a su oponente, un maestro en el uso del tessen puede matar. El carácter de escudo y navaja es para el abanico una rareza, más común es su uso ornamental o como accesorio de baile y aún más el de objeto para hacer correr el viento. 

La palabra abanico viene del latín vannus que significa criba, una especie de tamiz que se agitaba para limpiar granos de cualquier suciedad. Abanico y otras palabras con las que está emparentada como abanar o abano tienen que ver con eso, con mover algo para que pase el aire. Dicen sin afirmar que este objeto se inventó en Japón y se hicieron comunes en occidente hacia el siglo XVI, “impulsado por el comercio entre el Lejano Oriente” y Europa donde fueron adoptados con fidelidad por la aristocracia. Tanto que en Francia, por ejemplo, el ministro Jean Baptiste Colbert organizó en 1678 un gremio específico para los fabricantes de abanicos –Communauté des Éventailliste– y en 1709 la Worshipful Company of Fan Makers (Venerable Compañía de Fabricantes de Abanicos) recibió la carta real con la que el rey reconocía su existencia y protegía su comercio de importaciones en ese momento hechas por la Compañía de las Indias Orientales.

Un par de siglos más tarde, los abanicos se convirtieron en objetos cada vez más corrientes y extendidos, como puede verse en la obra El vendedor de abanicos de John Bagnold Burgess de 1897. Los hicieron plegables y rígidos con marfil, madera, huesos, telas, pergaminos, plumas, boleros, pinturas enteras plasmadas en el frente; para funerales, fiestas, encuentros sociales, paseos. Según J. M. Sadurní de History National Geographic, eran tan comunes que incluso tenía supersticiones y gestos anclados a él: era de mala suerte dejarlo abierto sobre una mesa, para indicar que una mujer estaba casada abanicaba suavemente y cerrar despacio el abanico era una respuesta afirmativa a cualquier tipo de pregunta.

El ventilador, contrario al entramado barroco de símbolos, cotidianidades y tránsitos que acompañan el abanico, tiene una historia algo más industrial. El primer método de ventilación pensado para regular la temperatura de un espacio y no de una o dos personas se conoce como abano y consiste en un sistema de poleas que impulsaba manualmente unos armazones de plumas o telas. Los abanos también fueron conocidos como punkah que viene de pankh, una palabra que se refiere al hecho de que cuando las aves baten sus alas, generan una corriente de aire. Sin embargo, este método entró en desuso primero con la aparición del ventilador eléctrico y luego con la del aire acondicionado.

El ventilador común suele ser un aparato funcional y su estética lo demuestra. El diseño industrial no se ha encargado de hacerle grandes modificaciones ni de presentar una alternativa más armoniosa; sin embargo, sí lo han atomizado hacia casi cualquier tipo de superficie: además de los modelos industriales, existen ventiladores de torre para poner sobre el suelo, para colgar de la pared, para el techo, e incluso existen ventiladores eléctricos de mano.

Para que todos estos modelos fueran posibles, primero tuvo que existir Omar-Rajeen Jumala que, según la marca de ventiladores italiana Gigola e Riccardi, en 1832 le puso unas ruedas hidráulicas a unas aspas para ventilar minas de carbón. Más de cincuenta años después Schuyler Skaats Wheeler, ya con la energía eléctrica y habiendo sido aprendiz de Thomas Alva Edison, presentó un ventilador más cercano al que suelen verse en las casas latinoamericanas.

A partir de ahí se derivaron otros inventos que posibilitan el abanico de opciones que se encuentran en el mercado. Philip Diehl, por ejemplo, un ingeniero alemán que llegó a Estados Unidos a trabajar en empresas como Remington Machine Company y Singer Manufacturing Company hizo posible el ventilador de techo cuando unió un tipo de motor que desarrolló para las máquinas de coser de Singer con aspas y puso ese híbrido en el techo para que trajera frescura mediante movimiento y energía.

Sin embargo, fue ya en el siglo XX que el ventilador tuvo una revolución significativa al derivar en un objeto hoy integrado en edificios, casas, fábricas para hacer soportable el calor que solo tiende a subir. En 1901, luego de graduarse de Ingeniería Eléctrica, Willis Carrier empezó a trabajar en Buffalo Forge, una empresa que tenía la característica dual pero pertinente de fabricar bombas de calor y ventiladores. El revuelo sucedió por un encargo que hizo Sackett & Wilhelms Lithographing & Publishing Company a la empresa de Carrier para mejorar la temperatura infernal de sus oficinas que estaba perjudicando la integridad del papel. La solución del ingeniero fue crear un mecanismo que transformara el aire húmedo en uno más seco, lo que se traduce en este caso en un aire más fresco. Este aire acondicionado estaba lejos de parecerse a lo que vemos hoy en las casas e incluso en las fábricas; su dispositivo requería un cuarto enorme, tuberías y vapor, pero cumplía lo que prometía. 

Carrier siguió trabajando en su diseño y logró hacer aparatos que podían enfriar grandes superficies como hospitales, aeropuertos, bodegas y almacenes, para más tarde compactar su tecnología en una máquina doméstica. Aunque el primer diseño de Carrier del aire acondicionado para casas y pequeñas tiendas fue presentado en 1926, lo cierto es que solo hasta los años cincuenta este objeto fue de uso regular en hogares de clase media.

El aire acondicionado se ha convertido en una de las máquinas que hacen posible, para gran parte de los humanos, vivir en ciudades con temperaturas cada vez más alarmantes, aunque su uso contribuye en gran medida al calentamiento global. Mark Radka, Jefe de la Subdivisión de Energía y Clima del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), contó en un artículo publicado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que “Gran parte de los equipos de refrigeración actuales utilizan refrigerantes hidrofluorocarbonados, que son potentes gases de efecto invernadero y consumen mucha energía, lo que los convierte en una doble carga para el cambio climático”. ¿Habría, entonces, que apagarlos?

El hombre parece haber domado todo: ha encausado ríos serpenteantes por una línea imposible para lo natural, ha escarbado las montañas y las ha transformado en energía, ha capturado el rayo, ha ‘navegado’ hasta donde la luz no llega, ha roto lo que parecía indivisible, pero controlar la temperatura de la Tierra se le escapa. El clima parece indomable.

En el libro The MANIAC, Benjamín Labatut se refiere a las intenciones de John von Neumann, el matemático húngaro al que le debemos pedazos de la física cuántica, de la cibernética, de la estadística, del análisis numérico, de la teoría del juego y de la ciencia computacional, incluida la inteligencia artificial, así: “No solo quería predecir dónde y cuándo iba a llover. Lo que realmente buscaba era el ‘pronóstico eterno’, una comprensión del clima tan matemáticamente rigurosa que no solo podríamos prever la llegada de tormentas, tifones y huracanes, sino controlarlos”. La cita es ficción, la obsesión no. El hombre siempre apunta a lo imposible, pero como no puede ordenar que el calor se disperse, ni puede pedirle merced al viento, imagina aparatos.

Andrea Yepes Cuartas

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

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