El ritmo y la armonía visual de Roger Ycaza
Como ilustrador y músico, el ecuatoriano Roger Ycaza busca ritmo y armonía en las imágenes que dibuja. Sus ilustraciones están hechas con elementos pensados al detalle para cumplir una única función: contar una buena historia.
Roger Ycaza es ilustrador y músico. En el estudio de su casa tiene un par de mesas de trabajo, una ilustración enmarcada, una guitarra, un micrófono y una pequeña máquina de grabación. Es disciplinado, así que se levanta temprano para dibujar desde la mañana hasta el comienzo de la tarde, y, por lo general, toca la guitarra hacia el final del día. Cuando habla se mueve entre ambos oficios indistintamente: dice algo de la ilustración y, enseguida, agrega que con la música pasa esto o lo otro. Ha ilustrado los textos de varios autores latinoamericanos y también ha publicado libros de su total autoría. Además, fue guitarrista y vocalista de Mamá Vudú y Mundos, dos proyectos independientes cuyos discos circularon de mano en mano con algo de devoción durante los 2000.
Es un ilustrador pausado. Al verlo hablar, gesticular, mover las manos, da la impresión de ser de aquellos que dibujan sin prisa, que mueven el lápiz con una revolución menos que el resto. Algo de eso hay en sus ilustraciones: los paisajes son silenciosos y los personajes nostálgicos, es fácil encontrarlos cabizbajos, “con los pies bien puestos en la tierra”, dice él, como si estuvieran asimilando las emociones complejas que los embarga.
En sus ilustraciones no hay nada fortuito. Cada elemento y cada color cumple una función especifica dentro de la composición para pegarle al premio mayor, que es construir una historia. En ese sentido, es un ilustrador racional: agarra el lápiz luego de haber decantado las ideas. Al principio fue diseñador gráfico, tiempo durante el cual cofundó un par de oficinas en Ambato y Quito, en las que abordó los encargos desde el dibujo; esos gestos comunicativos propios del diseño lo siguen hasta hoy. Al final, decidió armar un portafolio y tocar puertas porque quería entender cuál era el papel del ilustrador. Lleva más de veinte años buscando la respuesta. Se aproxima a ella dibujando como un músico: desde el ritmo y la armonía.
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//Imágenes cortesía de Roger Ycaza//
En alguna parte dijo que se dedicó a la ilustración para entender el papel del ilustrador, ¿lo consiguió?
Sí. Es contar, narrar.
¿De qué forma?
A menudo la ilustración se deja de lado, se la ve desde un punto meramente estético, como algo que viene acompañar al texto y a aportar desde la parte “bonita” de la imagen. Yo me he encontrado en situaciones en las cuales la carga de imágenes en el libro es súper alta, súper amplia, y se menciona solo a la escritora o al escritor en los créditos. No caemos en cuenta de que la gran potencia que tiene la imagen y la ilustración es justamente brindar un montón de luces que a veces el texto no tiene. Eso es claro en el libro-álbum y en los libros silentes, que te cuentan la historia solo con imágenes, buscando en cada ilustración y en la secuencia completa un ritmo y una armonía.
¿Qué aspectos puntuales de una imagen narran historias?
Yo creo que no tienes que hacer un trabajo que vaya por el lado del adorno, o sea, colocar elementos que simplemente estén viéndose bonitos, o lanzar pinceladas y abrir texturas solo para producir un efecto. Igual está muy bien para quien lo hace, obviamente, pero esos adornos no cuentan mucho. Lo que tengo muy presente al dibujar es encontrar los elementos adecuados para que la imagen logre transmitir algo.
Pero, ¿cómo determinar cuáles son esos elementos?
Yo estudié diseño industrial en mi ciudad natal, Ambato, pero me enfoqué en el diseño gráfico, en donde son importantes el equilibrio, la secuencia, la armonía; entonces parte un poco de ahí, de esos tres aspectos. En el momento de componer una imagen me digo: “Estoy creando esta pieza en la cual quiero que el personaje principal no esté en el medio, sino hacia un lado para colocar en el lado opuesto una casa desde donde él partió o tal vez a la que está regresando”. Y partir de decisiones como esas voy encontrando un poco el equilibrio y la secuencia.
Pasa lo mismo con el color. Me pregunto hacia quién va dirigida la ilustración y cuál es la temática y voy tomando decisiones cromáticas. Por ejemplo, yo tengo un libro que se llama Los días raros, que trata sobre una separación y el viaje de un niño; ese libro está trabajado con colores tierra y tiene una carga fuerte de negro, que aparece por lo general en los árboles. Con eso lo que yo intento transmitir es algo puntual sobre la partida y la distancia, sobre el luto. Pero en contraposición uso azules y rojos para transmitir algo de esperanza.
¿Ese proceso lo lleva a cabo con todos sus libros?
Este año voy a publicar un libro junto a un querido amigo que se llama Sergio Andricaín, uno de los fundadores de Fundación Cuatro Gatos. El libro se demoró casi tres años y, luego de muchas pruebas, terminó realizándose solo con tres colores: amarillo, negro y blanco. Lo que yo hice es deshacerme de todo lo que sobraba, como si me deshiciera de las cosas que tenía en la casa, digamos, la estufa, la cama, las sillas, e ir sacando cosas hasta encontrarme con los elementos adecuados. Al final, la pregunta que me haces es una pregunta compleja que puedo responderte desde la experiencia.
Entonces, uno de los criterios es entender que ningún elemento dentro de la imagen es gratuito, sino que hay que preguntarse: “¿Por qué estoy poniendo la casa a este lado y no a este lado?”, “¿Por qué estoy pintando el árbol de negro?”.
Sí, totalmente. Algo que siempre recomiendo es escribir. Cuando estoy trabajando como coautor y me confían un texto lo que hago es leerlo muchísimas veces y hacerme este tipo de preguntas: “¿Hacia dónde vamos?, ¿qué queremos decir con esta parte?, ¿qué tipo de ambiente tenemos?, ¿qué color puede funcionar?”. Entonces voy haciendo una lista de inquietudes y de elementos que van apareciendo. Ponte que yo ilustré un libro de un escritor mexicano que se llama Jaime Alfonso Sandoval, Los fantasmas de Fernando; son 40 ilustraciones para 300 páginas de texto. Ese libro lo leí cinco veces, siempre con un propósito distinto para entender hacia donde ir.
Y pasa lo mismo si hablamos de un libro mío. En Los Temerarios, que es un libro que rinde homenaje a la niñez desenfadada, yo me preguntaba: “¿Quién fui yo a esa edad?, ¿qué hacía?, ¿con quiénes me encontraba?, ¿cuáles eran los elementos que me permitían ser feliz?, ¿rodar en una llanta?, ¿lanzarme en un pedazo de cartón por una ladera sin temor al vacío?”. Y ese tipo de preguntas llevan a que encuentres los elementos precisos para plasmarlos después en una imagen.
¿Siempre trabajó así? ¿O fue algo que consiguió con la experiencia?
Yo antes me lanzaba directamente el papel con un lápiz a bocetar, y en eso iban apareciendo las ideas. Ahora me gusta el tema de la escritura porque, como te digo, me vuelve más agudo en mi forma de concebir lo que va a venir después. Son momentos. Capaz que si nos volvemos a encontrar en 10 años te voy a responder una cosa muy distinta.
¿No le pasa que así, con tantas preguntas previas, es más difícil enfrentarse a la hoja en blanco?
Con el paso del tiempo uno va siendo más analítico y piensa más las cosas. También es lindo soltar y simplemente hacer. No es necesario siempre llegar a algo, ¿no? Tal vez no llegues. El asunto es arrancar e ir probando y, si no se da, no se da. Hay días en los que uno definitivamente no lo está logrando, entonces es mejor soltar y dejar de buscar que haya el resultado.
¿Una libreta sería un punto medio entre escribir y soltar?
Sí, claro. Con una libreta o un teléfono puedes anotar algo que se te ocurrió en el momento. Pero hay algo que te puedo decir y que práctico porque lo leí o lo escuché en alguien más, y es que cuando trabajo en los libros o en la música y se me viene a la cabeza una idea o una melodía no la escribo. Lo que hago es tratar de acordarme al día siguiente, y si me acuerdo es porque valía la pena. Y, ahí sí, voy a libreta o a la guitarra porque, como volvió, definitivamente es una idea potente.
¿Así no se pierden muchas ideas?
Sí, me ha pasado, especialmente en la música. Un día tengo una melodía que suena increíble, no la registro y luego me digo que qué pena, que creo que habría sido una gran canción…, pero pues así mismo llegarán otras melodías y otras ideas.
Esto va de la mano con lo que decía hace un rato de dejar de buscar llegar a algún lado; es, más bien, respetar el proceso al madurar las ideas. En los procesos creativos es común hacer algo y pensar que se trata de una obra maestra, para descubrir con el tiempo que ese algo no es tan bueno y que podría trabajarse un poco más.
Y eso es tenaz porque además pasa en trabajos ya publicados. Pero es parte del aprendizaje y del proceso en sí. De los dos libros que publiqué el año anterior ya sé cuáles son los errores: van por el tema del color, siento que me confié demasiado, que tengo que prestar más atención. Tampoco es que estén terribles, o sea, estos libros acaban de tener un reconocimiento bonito.
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Hace un rato hablaba de equilibrio, secuencia y armonía, tres elementos que también están presentes en la música. En sus imágenes hay movimientos que generan sonidos: se escucha el viento, el río, los pasos…, ¿cree que su trabajo como músico influye en ello?
Supongo que muchas de esas cosas no son planeadas, sino que son intuitivas, que van saliendo de esa interconexión. Es algo que se va dando con el músculo de trabajo que uno forma. O sea, no tengo esa pretensión. Con la música pasa lo mismo: yo compongo un tema sintiendo algo y tal vez a ti te suelte a llorar o te genere inmensa alegría. Digo: “Esto sí puede funcionar”, y ya está. Si conecta contigo, ya está lindo, ¿no?
¿Y usted puede escuchar las imágenes de otros ilustradores?
De algunos. Por ejemplo, uno de mis grandes referentes es Brad Holland, que por lo general tiene estos paisajes desolados en donde aparecen personajes solitarios; al verlos inmediatamente se viene hacia mí el tema de cierta música como de score o música incidental del cine. Digo: “Esto podría funcionar perfectamente con una pieza de Ennio Morricone”. No siempre sucede, obviamente.
¿Pero sí se siente atraído por esas imágenes sonoras?
Sí, claro que sí, es que estamos inmersos en un mundo lleno de sonidos que con frecuencia están presentes, pero también es interesante disfrutar el silencio. Yo trabajo en silencio. Si trabajo con música, es el soundtrack de películas que me encantan. Y ese tipo de música y el score, es tremendo, es un gran ejemplo de cómo funcionan el silencio y los matices sonoros.
¿Qué soundtrack repite mientras trabaja?
Definitivamente, el de El Padrino, que fue compuesto por Nino Rota, si mal no recuerdo; y el de la primera Rocky, que es de Bill Conti. Y te voy a mencionar uno más actual: el de The Revenant de Alejandro González Iñárritu, que fue compuesto por Alva Noto y Ryuichi Sakamoto, que se murió recién. En los tres, los matices son increíbles: hay momentos en los que la música llega a un punto en el cual tienes que acercarte muchísimo para ver qué está pasando y después explota de una manera impresionante.
¿Eso es algo que también busca en las imágenes: que haya algo que obligue a mirar de cerca y que luego explote de repente?
Totalmente, además disfruto de las imágenes en general, desde la ilustración minimalista hasta la ilustración hiperrealista. Me asombran todos esos universos.
Su trabajo es conocido por la literatura infantil y juvenil, pero también ha trabajado en otros campos, como la poesía, la política y el humor gráfico. ¿Qué tan difícil es cambiar el chip?
¿Sabes qué?, sinceramente no me cuesta, y no lo digo de una forma pretenciosa. No me cuesta porque siempre lo hice. Uno de los primeros trabajos que tuve fue haciendo humor gráfico en periódicos locales; luego me invitaron a trabajar en una revista de economía que se llamaba Gestión, que ya no existe; y, al mismo tiempo, me empezaron a llamar de las editoriales locales. Entonces tenía que desdoblarme: con el humor tenía que practicar una forma de dibujo más suelta, mientras que en los otros era una forma más pensada. Obviamente, a algunos les acertaba más que a otros. Lo que se me dificulta hoy es encontrar el tono, el clima.
En su trabajo hay una mezcla de elementos reales que comienzan a enrarecerse, sobre todo en las atmósferas y en los paisajes, ¿qué lo atrae de esos mundos?
Debe ser un tema de formación, ¿no? A mí me gusta muchísimo el trabajo de Moebius y de Brad Holland, que tienen mucho de eso, de esa esa ambigüedad. Y, bueno, ahí también te puedo mencionar la música. La música que a mí me atrae es la que te brinda una poética, un montón de lecturas diferentes, no la que va y te dice directo: “Te amo apasionadamente”.
Es decir, lo que no va por la vía directa sino por las curvas, la que enrarece el mensaje.
Pero como te decía en un inicio: sin adornar. Yo creo que la idea es ampliar ese espectro de lectura pero siempre siendo consciente de lo que estoy haciendo.
¿Por eso en su trabajo a veces están esos animales que parecen transformarse?
Aparecen porque puedes deformarlos para crear otros animales. Empiezas, digamos, a dibujar un pato, pero a ese pato le alargas el cuello y se va convirtiendo en una jirafa cuya cola termina siendo la cola de un zorro…y ya tienes otro animal y el universo se va haciendo súper súper amplio.
¿Ese enrarecimiento sería el gran tema que enmarca su trabajo? ¿O cuál cree usted?
Yo creo que la memoria. Y eso te lo puedo responder ahora y tal vez sí te lo puedo sostener después. La memoria es una constante en mi trabajo autoral. Puede ser porque no quiero soltar. Antes te decía que hay que aprender a soltar, pero hay recuerdos que no quisiera dejar ir.
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