Saga Uno, el arte de aprender a ver las esquinas
Hablamos con uno de los más fructíferos creadores de la ilustración local sobre el arte, la contracultura y la creatividad como declaración de principios.
Sergio Alférez es un hombre que calla y mira. Es un ciudadano crítico que señala las injusticias de un sistema desigual, el padre de una adorable perrita criolla y una persona que desde sus primeros años ha estado interesado por la imagen y su poder comunicacional. Como Saga Uno, nombre con el que se le conoce en el mundo de las artes gráficas y la ilustración colombiana, se ha convertido en una de las firmas más importantes de los muros capitalinos; a veces se desdobla en un personaje pícaro llamado Salsaman que remite a la animación clásica de los años sesenta y a los pachucos mexicanos o los salseros cubanos de los setenta. También tiene algo de gánster, de Pedro Alimaña, de la coquetería latina. Pero no nos centraremos en su importancia dentro del grafiti colombiano, que considera un espacio de esparcimiento para él y sus amigos, sino de toda su otra actividad como ilustrador, que suma varios años adornando afiches de eventos, portadas de discos y sencillos y prendas de factura limitadísima a través de su marca Volketa.
Saga nació en Rotterdam a principios de la década de los ochenta y se crió en varias partes del mundo, pasando por Japón y Panamá, país en el que convivió de manera natural con la contracultura del skate y el hip hop, parte fundamental de su universo visual. “Mi trabajo sí es el resultado de los intereses que tengo desde chiquito”, comienza explicando el artista. “Desde pequeño sentí un enamoramiento por la creatividad. Todo me gustaba: la música, los cuadros de los museos, en la calle ya me fijaba en la gente tatuada y en los anuncios”, añade. A la luz de todas sus influencias infantiles, a las que se sumarían una serie de descubrimientos esenciales de su adolescencia, es imposible trazar el punto de partida como artista: no hay una epifanía, ni la revelación de una pintura que lo hizo entender su misión en el mundo. Todo es un proceso. “Uno empieza a atar muchos cabos: es un sancocho”, explica al referirse a las varias fuentes de influencia de las que bebe.
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La adolescencia del artista transcurrió en Colombia, en donde ha residido desde entonces. De joven le sorprendió que las movidas culturales estuvieran tan poco desarrolladas en la capital, pues en Panamá, por entonces colonia de los Estados Unidos, la cultura del skate y el hip hop, derivadas de esta potencia global, eran parte del paisaje urbano. Fue en esta urbe que el hip hop se convirtió en parte fundamental de sus influencias, a través del mundo de la escritura de calle, que le impactó por su carácter contracultural y subversivo. “Lo primero que vi de grafiti fue un tren rayado y pensaba ‘¿Cómo putas está eso en un tren?’”, recuerda. “Fui un pelado que creció con rabia, con un rechazo social, entonces el grafiti era algo como ‘Qué chimba: esto es creatividad que surge desde el rechazo. Y es más cool que toda la gente que se cree cool”, añade sobre sus primeros coqueteos con las latas de aerosol, con las que empezó a rayar puentes y caños en sus años de bachiller. “Al ver que el mundo no se mueve con la justicia que a uno le enseñan desde el moralismo cuando se es niño, se convierte en algo casi que necesario. Es una expresión muy bacana que nos permite reaccionar a eso, a que el mundo es como le enseñaron a uno de niño. Es el arte que un mundo picho merece”, añade.
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La publicidad como herramienta comunicativa
A pesar de que la mayor parte de sus perfiles giren en torno a su actividad en la calle, a Saga no le interesa mucho compartir sobre el grafiti más allá de su círculo de amigos. “Lo que he aprendido de este tiempo haciendo grafiti es que el grafiti es para la gente que hace grafiti”, señala. “Nos divertimos haciéndolo, como nuestros antecesores lo hicieron, con nuestros códigos: es divertido para nosotros. No hay tanta necesidad de ser aceptado o entendido porque vemos que tampoco a la gente le interesa poner atención y entender”, complementa con tranquilidad. “Además, hay 23 años de vida antes de hacer grafiti como para reducir mi trabajo a eso o partirlo desde ahí”, concluye Saga, quien empezó a rayar de manera más cotidiana cuando salió de la universidad y cuando ya trabajaba en una agencia de publicidad, hacia el 2004, momento en el que empezó a consolidarse el movimiento del arte urbano en el país y en el que lo señalan como uno de sus precursores.
Cuando terminó el colegio, Saga pensó en irse por fuera del país a estudiar cómics, pues su lenguaje visual siempre le había interesado. Sin embargo, optó por recibirse como publicista, pues era “la apuesta segura” que ofrecía tranquilidad a sus padres y porque, además, había recibido algunos cursos en el colegio que le habían llamado la atención. “La publicidad es una forma de pensar en la que le enseñan a uno a resolver situaciones a través del pensamiento creativo”, reflexiona sobre los aprendizajes de su formación profesional para su trabajo como artista e ilustrador.
Fue también durante estos años universitarios que aprendió sobre historia del arte y de diseño gráfico, parte fundamental de su propuesta visual. Al respecto, recuerda la importancia temprana que tuvo el descubrimiento de la obra de Omar Rayo en su vida: “Me voló la cabeza, porque siempre he gravitado hacia los lenguajes compactos, me gustan los escenarios llenos de cosas, pero cuando veo algo compacto y resuelto de manera icónica me parece muy atractivo. Ver a Omar Rayo, una combinación de arte y diseño es algo que se me quedó en la cabeza”, explica para ilustrar la importancia del diseño en su vida. Al salir de la universidad, Saga empezó a trabajar en una agencia de publicidad, que terminó de cristalizar su forma de producción y las lógicas detrás de su proceso creativo. “A uno le dan un brief con mucha información y casi que uno lo tiene que hacer es reducirlo a un eslogan. Es la habilidad de síntesis lo que importa”, ilustra, para luego complementar: “Todo eso ya hace parte de mi manera de pensar y de ser”.
La inspiración musical
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El universo visual de Saga está inspirado, entre varias otras cosas, por la importancia de la música. Fascinado con la creatividad desde niño empezó a consumir todos los discos de la colección de sus padres, perdiéndose entre melodías y voces que le llegaban del pasado a través de acetatos enfundados en cartón. “Mis papás tenían discos de jazz y de Motown que me llamaron mucho la atención”, explica. “Al ver el jazz uno empieza a ver portadas y al ver las portadas uno empieza a saber que hay un lenguaje en común”, añade. Este lenguaje gráfico ideado por Reid Miles para complementar el sonido vanguardista y experimental de los lanzamientos del sello Blue Note en la década de los cincuenta y sesenta es una influencia clave para Saga, quien muy pronto entendió la fuerza de este lenguaje visual para llamar la atención del espectador: un uso atrevido del color, retratos íntimos de los artistas en el estudio y, sobre todo, el uso de la tipografía como un elemento artístico en el diseño de las portadas de los álbumes.
Es a través de la prima latina del jazz, la salsa, que Saga dio forma a su personaje más icónico: Salsaman. Ataviado de pies a cabeza de blanco, con un sombrero de gánster encima de su rostro rojo, este personaje aparece en muchas de las producciones visuales de Saga, como un pícaro que convierte la pared, el barrio y el bar en su patio de recreo. “Empecé a ver muchas cosas en común entre el jazz y la salsa, porque son mundos que se estaban cruzando, de inmigrantes en Estados Unidos”, explica Saga sobre el nacimiento del personaje. Y los cubanos también eran parte importante de ese movimiento y visualmente se estaban compartiendo muchas cosas. Yo tenía mis anotaciones: dibujos sin línea de contorno, solo con detalles adentro, bloques sólidos. Empezaba a explorar lo que veía y hacía mi tabla de características”, explica de manera científica.
“De ahí salió Salsaman y salió con una paleta roja, blanca y negra. Y después encontré una carátula de Dizzy Gillespie que la gente podría decir que me copié. Pero no fue eso. Creo que solo tomé bien mis apuntes porque así era como la gente estaba creando en la época”, explica riendo. “Ese personaje nació de mirar las cosas que me gustaban de ilustración. Se hizo famoso en la calle. Pero estaba estudiando corrientes de ilustración y diseño que me gustaban y así salió Salsaman. Para dibujar yo no pienso en grafiti, pienso en qué me gusta a mí del dibujo: así encuentro mi camino en el dibujo”, añade.
La actitud de Saga con relación al diseño ha sido siempre la de acercarse sin certezas, permitiéndose la sorpresa en cada nuevo descubrimiento. Así, ha logrado traducir sus referentes y fuentes de inspiración a un estilo sintético y propio. Su ilustración para álbumes y afiches le ha permitido explorar y jugar con elementos que ya le interesaban desde la publicidad, además de su afecto por las maneras comunicativas que tiene la música para atraer el interés desde lo visual de los espectadores. “Está también esa corriente cubana de los afiches. A mí me gustan mucho los afiches. En la música permiten más exploración visual, en el cine se han vuelto puro Photoshop. Pero como resolvían antes la comunicación de los afiches me parece brutal. El diseño gráfico de antes me resultan muy atractivas, muy interesantes, muy manuales. Se resolvían de una manera análoga”, explica. De esta manera llegó a Izzy Sanabria, principal diseñador de la Fania, quien resolvía con inteligencia cada uno de sus diseños. “Es una Biblia de conocimientos de cómo ser un diseñador, un ilustrador, ser un artista”.
De puño y letra
En la era digital el estilo del artista muchas veces está supeditado a la tendencia, a los lenguajes que han probado su éxito en redes sociales. Al venir del mundo del grafiti, en el que se censura la falta de originalidad, a Saga le importa más la sinceridad y desarrollar un estilo propio que buscar lo que pegue. “Me parece muy chimba que uno se tiene que esforzar más por encontrar su chispa, algo que se perdió por completo no solo en el grafiti, sino en el arte y la ilustración hoy en día”, explica. “Lo que veo hoy es la repetición de la repetidera, puro Pinterest, puras corrientes demasiado cercanas la una a la otra, ¿dónde está ese esfuerzo por buscar su autenticidad?”, explica. En la calle el castigo por “morder” –copiar un estilo– es el rechazo de la comunidad de escritores. Ahora, pareciera que todos quisieran hacer lo mismo. “Uno no es original, pero sí me aburre la falta de esfuerzo. Por lo menos hay que tratar de aportar algo a la evolución de las cosas, a las escuelas de las que uno viene. Siento que hay más interés en hacer reels y en ser influencers que en una búsqueda artística. Ahora todas las transiciones son poniendo la mano, todos saludan igual, todo es predecible, todo es igual. Me molesta mucho. En el arte pasa lo mismo”.
Saga es una persona que estudia y aprende, que bebe de sus influencias y las traduce dentro de su propio universo visual. Allí la tipografía y el efecto visual del lenguaje publicitario se complementan para crear piezas atractivas, sintéticas e icónicas. “Me parece chévere el arte de Warhol o de Barbara Krueger, porque sí es muy publicitario, pero dice algo. Me gusta saber que uno puede entrar en la mente de las personas y, con códigos, hacerles sentir cosas”, explica Saga. Resolver sus imágenes con pocos elementos ha sido parte de su aprendizaje de síntesis y le interesa como herramienta comunicativa, antes que por facilidad en los procesos. “Me interesa mucho la serigrafía. Me gusta mucho esa idea de resolver con pocos recursos. Tres colores y listo. Eso me parece brutal”, explica Saga, quien ha aprendido las mejores lecciones del universo de los afiches: comunicar asertivamente, pero con gracia, en cada uno de sus diseños.
“En el lenguaje del diseño funcional la tipografía es una necesidad”, añade. Así, el artista incorpora toda una serie de referentes en piezas singulares en las que busca reinventarse cada vez. “Me estoy reencontrando con el dibujo y el arte durísimo. Y viviendo de eso. He trabajado mucho en el ambiente de la música y, paralelamente, he estado trabajando mucho el ‘arte formal’, el que yo llamo de Sergio Alférez. Es importante hacer esa distinción. Quiero apretar muchísimo el estilo. Buscar lo pictórico en la ilustración. Quiero poder resolver desde este lenguaje todo lo que venga”, concluye Saga. Durante cerca de dos décadas Saga se ha convertido en un nombre clave en el contexto gráfico colombiano. Ya sea en afiches de eventos o en carátulas de sencillos, su mano ha dejado su firma en la historia de nuestra cultura visual. Y cada día sigue aprendiendo, reinventándose. Saga es un artista único. Esta es apenas parte de su historia.
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Imágenes de cortesia de: Saga Uno.
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