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5 prendas tradicionales

Lo colombiano lo llevo puesto: biografía de 5 prendas tradicionales

Ilustración

Lo que hoy consideramos como propio es un lienzo donde está tejida nuestra historia: una batalla por la identidad librada en el vestido. En varias de las piezas más icónicas de Colombia encontramos desde cambios coloniales hasta rastros de modernización citadina; de actos de resistencia y pensamiento indígena a herencias del narcotráfico. Aquí un panorama con la historia de estas cinco piezas que sobreviven al tiempo en manos y comunidades que las fabrican con orgullo.

En el imaginario de muchos colombianos, el campesino cundiboyacense aparece vestido con una ruana de lana que lo protege del inclemente frío. Este corte cuadrado de tejido con un hueco por el cual se saca la cabeza terminó siendo un símbolo de nuestra ruralidad.

Según el experto en historia de la moda Edward Salazar, la ruana puede ser la imitación que hicimos en estas tierras del poncho de los yanaconas quechuas (durante el siglo XVI y XVII) que, a su vez, le hicieron copie y pegue a los indígenas mapuche en Chile. Esta pieza tiene, entonces, un orígen indígena y un uso rural, la cual encuentra su mayor exponente en Nobsa, donde la hacen desde cero con la lana de sus propias ovejas. El solo proceso de hacer la lana puede tomar de cinco a diez días y en él intervienen hasta 8 personas. Sin contar cuánto se demora en confeccionar la ruana después.

Su uso ha sido bien visto y dilapidado, por épocas. Rastrear la opinión pública sobre la ruana es un ejemplo del clasicismo y la problemática relación que tenemos en Colombia con el campesinado sin el cual literalmente no podemos subsistir.

Por ejemplo, en el siglo XIX, los mismos campesinos empezaron a internalizar que el traje de paño era algo más elegante. En esa época de transformaciones se podía ver en las fotos hombres con traje de paño, ruana encima y zapatos rudos. La modernidad y la ruralidad en un solo individuo. En las esferas altas de la sociedad “solía despreciarse esta pieza del atuendo, de manera clasista”, como sinónimo de mal gusto, como “anticívica”. Incluso, en un artículo publicado por Gloria Valencia en la revista Cromos de 1973, se describe la Carrera Séptima como “el imperio de la ruana como modo unisex que es algo absolutamente tétrico”. La ruana, como la no binarie, andrógina original, que ya le sacaba insultos a la alcurnia aterrada por la diversidad de género. 

Hoy en día, hay quienes siguen despreciando la ruana, pero también hay una juventud con ganas de recuperar las raíces: desde influenciadores, pasando por diseñadores y civiles que la ostentan ahora con orgullo.Manuela Álvarez, por ejemplo, tiene hondas raíces en el altiplano cundiboyacense y ha co-creado con las artesanas expresiones elevadas de la ruana. También está la marca SOMOS MHUYSCAS, a la cabeza de Estiven Castro y Camilo Castro, pertenecientes al Resguardo indígena Muisca que están tejiendo su memoria ancestral Muisca en cada urdimbre.

Señoras coquetas que abrazan nuestros pies, las alpargatas recogen el empeine con su su fique trenzado en variados diseños. Estas piezas sutiles denotan hoy una cultura campesina, pero no empezaron simbolizándola.

La alpargata es una pieza que viene de afuera y trae entre sus hilos nuestra historia de colonización y canibalización de costumbres colonas para volverlas nuestras. Se dice que las alpargatas tienen raíces árabes egipcias y que luego fueron adoptadas en Francia y España. Allá se hacían en caña que acá se sustituyó por fique.

Hay fuentes que dicen que las trajeron los misioneros. Se supone que los indígenas no usaban zapatos con capellada (la parte de arriba de calzado); iban descalzos o usaban una suela acordonada encima del empeine. Hay quienes dicen incluso que los zapatos solo se usaban en ceremonias y eran llamados ‘usuta’. En la Nueva Granada, entonces, el calzado se convirtió en una distinción social: la clase popular e indígena muisca no llevaba calzado. Es quizá por eso que se usaba la frase despectiva de ‘indio patirrajado’. 

Sin embargo, cuando todos empezaron a usar las alpargatas estas se convirtieron en un símbolo social. Por eso, muchos las llevaban amarradas a la mochila o el cinturón, solo para ostentarlas en misa. 

Hoy en día, su elaboración sigue siendo dispendiosa: se le echa agua al fique, se separan los hilos y se trenza para hacer la forma de la suela, se cose y se pega la capellada. Una persona se podría demorar dos semanas terminando una sola alpargata. 

Y los motivos que se hacen encima de la capellada también cuentan una historia, una historia de resistencia indígena. Sus diseños son herencia muisca. Ejemplos de ellos son el rombo, el corazón, el ocho. Ya en los años sesenta empezaron a llegar los zapatos “de material" de Manizales, y mermó el uso de la alpargata. Pero, en la actualidad, que la vemos como un símbolo artesanal, rural, indígena (a pesar de venir de la cultura colona), está reviviendo su uso. 
Marcas como Pachas o Chocatos es un exponente de ello. Aunque hay que anotar que las chocatas no se referían en un principio alpargatas, se referían a la manera de cubrir los pies con pieles curtidas los pies trabajadores que debían atravesar los duros caminos, para transitar los municipios de Boyacá.

Popularizado por el boxeador Miguel ‘Happy’ Lora; usado por Katherine Hepburn en la película On Golden Pond; dado como símbolo de acogimiento al país a Juan Pablo II; y ostentado por J Balvin, entre otros, el sombrero vueltiao’ se ha vuelto un símbolo inequívoco de Colombia.

Tan alta ha llegado su gloria, que lo han intentado copiar con materiales subpares y sin entender el significado de sus pintas (símbolos). Cosa que es problemática: el sombrero vueltiao tiene legalmente denominación de origen, muchas personas viven de su fabricación y su copia resulta siendo apropiación cultural de un objeto que en 2004 fue nombrado símbolo cultural de la nación.

El nacimiento de este ícono patrio ha sido se rastrea en la sabana de Córdoba y Sucre; su materia prima ha sido extraída del municipio Tuchin. El sombrero se dice que es de origen indigena, de la etnia Zenú, que habita ese territorio. Al entender esto, se vuelve obvio que llevamos historia indigena en la cabeza, y no nos percatamos. Esta pieza está hecha de una especie de planta llamada caña flecha. Esta era silvestre, crecía a lo que marca en Tuchín pero, con el cambio climático y el ritmo del consumismo, ahora les toca sembrarla de manera deliberada para su extracción y transformación en sombrero a aquellos que viven de esa economía

Para que la hoja se convierta en tira para trenzar, pasa por un proceso arduo y largo. Se raspa con cuchillo, se pone la fibra a secar al sol, se cocina para darle elasticidad y luego se trata con caña agria, naranja agria o limón para obtener fibras blancas y oscuras. Las manchadas se alcaliznzan en barro y se tiñen de negro con productos naturales como la jagua, el hoyito o la bija. 
Este proceso puede durar tres días y la elaboración completa se lleva de 10 días a un mes, según el maestro artesano Marcial Antonio Montalvo. Según Nayibe Castillo, experta tejedora, este oficio del sombrero es algo que se aprende a hacer desde la infancia. “Desde los cuatro años uno ya está manipulando trenza”, refiriéndose a que trenzar caña flecha es de los primeros juegos de los niños de la zona. Esos dedos entrenados desde pequeños saben que si una trenza es delgadita, fina (literalmente), se crea un alto exponente del sombrero. Entre más finas las vueltas, más fino el tope de la cabeza.

Son estas vueltas las que le dan el nombre al sombrero, que también se llamó indiano. Y las figuras que tiene, llamadas pintas, han sido fuentes de representación de la cultura indígena, la cultura local, y actividades como la caza, la pesca y la religión. Hay triángulos que simbolizan la flor de la maracuyá, rombos que evocan la flor de limón, jaspeados la espiga del arroz, cuadros, con líneas diagonales el diente de burro. Y así sucesivamente.

En Sucre y Córdoba se le dedica un día entero a esta pieza que nos provee de sombra, con la Feria y Reinado Nacional del Sombrero Vueltiao. Pero ahora, cada día que alguien se lo ponga, será un día para honrar su significado y las manos que lo hacen. Si quiere llevar puesta la experticia y tradición de la familia del Maestro Artesano Montalvo puede encontrarlas aquí.

Se dice que, cuando muere un abuelo antioqueño, es entre las costuras de su carriel donde se guarda su memoria y los pasos que por esta tierra dio. Y es que el carriel, este bolso característico de los ganaderos y arrieros, ha estado ligado siempre a la tierra: a quienes la tenían por oficio y a quienes la “conquistaron”. En su época, estos fueron los antioqueños quienes, con la siembra de café, la minería y el intercambio de mercancías se hicieron una de las culturas independientes y económicamente florecientes de este país.

Originalmente el nombre de este bolso era guarniel, porque el arte de trabajar el cuero para lograrlo se llamaba guarnielería. Y esta pieza, si bien es también testigo de la de la colonización española, herencia de sus alforjas, también es, a su vez, como mucha de la cultura española, un rastro de los árabes cuyos cueros cordobeses eran famosos a lo largo de Europa.

Se dice que el carriel, como lo conocemos hoy,  surgió entre el siglo XVIII y XX. Emergió, porque los arrieros que se desplazaban por Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío, tuvieron la necesidad de guardar de una manera práctica y segura sus pertenencias. Se dice que nació en Jericó, pueblo patrimonio de Colombia, y se supone adquirió su nuevo nombre, Carriel, al cruzarse con extranjeros que le llamaron carry all, carga todo. 

Este carry all, que nada tiene que envidiarle al mágico bolso de Hermione Granger, empezó siendo una simple bolsa con cuatro fuelles, pero se le fueron agregando detalles como sus famosos compartimientos secretos. Actualmente, se han conocido carrieles con hasta 18 bolsillos. Pero, ¿qué relatos podrían contar estos bolsillos? Se dice que en ellos los mayores cargaban plata, barbera, peinilla, espejito con tapa, un farolito, vela de sebo, leche de sandía —para curar inflamaciones de los caballos—, una pita y aguja —para amarrar la carga—, navaja —para pelar fruta o herir—, libreta y lápiz —para las cuentas—, pito, dados, baraja española, tabacos, una piedra para sacar candela, colmillo de morrocoy, estampa de la virgen, crucifijo y la carta y el crespito de la novia
En su momento, el carriel fue un objeto de trabajo, de sudor y sangre que resultó en los antioqueños de la alta sociedad. Tutina, esposa del expresidente Santos, lo llevó como un statement local; el Papa, como regalo nacional, y el mismo narcotraficante, Pablo Escobar, como una forma de juntarse todavía con las masas de las que vino.

¿Por qué es tan seductor cruzarse el carriel, cual sayo de reina? Por un lado, podríamos conjeturar que algunos lo usan para persuadir al público, junto con el poncho y el sombrero aguadeño, de que sí están untados de pueblo. Es en este caso el carriel usado como arma política. Por otro lado, están quienes lo llevan como un statement fashionista (que es también político, aunque de otra manera) como una forma de enaltecer lo propio en contra de la hegemonía de la globalización, de los bolsos que todos parecen morrales de Mansur Gavriel en tonos pastel hechos para Instagram.

Son estos usos contemporáneos, estas traiciones de su herencia, lo que está haciendo posible que el oficio no se pierda, como venía sucediendo. El artesano, Ruben Darío Agudelo, por ejemplo, contaba que en Jericó había al menos 22 talleres y 100 guarnelieros activos. Pero, en el 2021, este pueblo tenía menos de la mitad de artesanos trabajando en este arte, que fue reconocido como patrimonio cultural de la nación.

Que este, como muchos otros oficios, esté en vía de extinción, tiene que ver con el menosprecio colonial que aún persiste, aunque con menos fuerza, a lo nuestro. También es producto de las importaciones de accesorios de pronta moda de mala calidad y de la mala paga del trabajo artesanal. Por eso, no resulta sorprendente que las nuevas generaciones se vean a veces rechazando esa herencia suya, por buscar otras oportunidad que, con toda razón, les resulten más lucrativas.
En contra de esta tendencia, resaltamos aquí a este amigo del camino, viejo confiable, que se demora mínimo un día en construirse, compuesto de al menos 116 piezas. Y los invitamos a conocer, por ejemplo, los que hace la reconocida familia de artesanos del carriel de Santiago Agudelo.

Sayo que se teje y se amarra alrededor del útero, el chumbe hace parte de varias culturas indígenas alrededor del mundo, e incluídas distintas etnias en la extensión de Colombia. La historia que aquí contaremos, sin embargo, será la del chumbe inga. Para los ingas, según el artista —y nieto de la gran tejedora Mama Conchita Tisoy de Tisoy—, Benjamin Jacanamijoy Tisoy, es el arte de tejer la Historia de la Vida.

Esta pieza se hace en la cultura Inga, según él, como amuleto alargado para proteger y honrar el vientre o Uigsa Uarmi. Este es el lugar donde se inicia, donde se teje la vida. Por ende, el chumbe que lo cubre es el espacio donde se urde el pensamiento de un pueblo.

La elaboración de esta poesía tejida se hace en vertical. Las abuelas lo tejen con tres palos angulares en posición triangular sobre la tierra donde empiezan “el aulliy: a urdir los hilos de colores, elaborando una trama que sirve, con el apoyo del singa pallay y la macana, para empezar el auay: a tejer, escogiendo los hilos de colores que van formando el chumbe. Las mujeres amarran este tejido a la altura del vientre para trenzar. 

Quienes lo tejen, escriben entonces en “labores” o diseños, creando al final una suerte de poema, una ”visión subjetiva del tiempo y el lugar donde se creó la historia”, según Jacanamijoy. En una longitud de 4 metros de largo por 7 a 11 centímetros de ancho, pueden haber hasta 84 labores o símbolos. Uno de los símbolos primarios es el rombo, que representa el vientre que es, a su vez, un lugar (suyu): lugar de vientre, desde donde se mira el mundo. De cada símbolo unido a otro, como unidas son nuestras palabras occidentales, emerge un nuevo significado. 
Por ejemplo, la labor Puncha Suyu, que traduce Lugar de día, tiene en sí misma los rombos, recordemos que el útero es El lugar. Y cuando se convierte en un Lugar de Día, dice Benjamín Jacanamijoy Tisoy en el libro El Chumbe Inga: una forma artística de percepción del mundo:

“Es el periodo de tiempo donde, a través del pensamiento y la palabra, vamos descubriendo nuevas formas de conocimiento y construyendo nuestra propia historia.”

“Kami chipi kutij maipi, auallaiachispa samai yuyayta rimaytapas, rinakunchi paskachispa musu yachay ruraykuna uasichispa nukanchipa kiken yuyay kaugsaita.”

El chumbe es apenas una de las creaciones artesanales de millares que han construido los indígenas de nuestro país. Y, espero, que sea un abrebocas a los mundos infinitos que son los lenguajes otros, que son al mismo tiempo lenguajes nuestros. ¿Nunca se han preguntado por qué aprendemos inglés y no lenguas indígenas? 
Hoy en día, hay bastantes artesanos del Valle de Sibundoy que tienen WhatsApp e Instagram a través de los cuales pueden tener en sus manos (y vientres) estos poemas tejidos y quizá aprende a leerlos. Aquí dos ejemplos para que se antoje: Curarte, de la artesana y poeta Teresa Jacanamejoy, y las piezas que hace Doris Jajoy.

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