La metamorfosis ilustrada de Maria Sibylla Merian
Esta naturalista alemana cambió el modo en que miramos al mundo con sus ilustraciones. Tanto sus láminas como sus observaciones han despertado admiración entre científicos y artistas, sirvieron para desmentir equívocos aristotélicos y han sido referente de estudio por siglos. Un perfil para conocer la historia de esta mujer excepcional.
Es probable que el nombre de Maria Sibylla Merian haya llegado a Colombia por primera vez en las pertenencias de José Celestino Mutis, ese viejo sabio español que se instaló como médico del virrey en 1783 en el Virreinato de la Nueva Granada antes de proponerse inventariar su naturaleza en una ambiciosa Expedición Botánica. Para entonces, Mutis conocía el trabajo que Merian había publicado 80 años atrás en Alemania y Holanda gracias a las reproducciones a color que circulaban fácilmente por gran parte de Europa; y además es sabido que lo consideraba un referente para el proyecto que se proponía iniciar de la mano de científicos y artistas criollos. Trajo consigo dos de esas reproducciones que hoy reposan en el fondo que lleva su nombre en la Biblioteca Nacional, y se valió de ellas para instruir a sus pintores en la manera en que esperaba que fuera ilustrada la fauna y la flora de la región.
Esto explica que muchas de las láminas que representan las 20.000 especies vegetales y 7.000 especies animales descritas durante la Expedición Botánica recuerden las ilustraciones naturalistas de Maria Sibylla Merian. El material de esos dos tomos fue estudiado probablemente por varios de los sesenta y dos pintores formados por Mutis, así como por una docena de artistas más a lo largo de Europa antes y después de ellos. Merian fue una de las primeras ilustradoras científicas en expandir su horizonte creativo más allá de la ilustración de flores, según estaba determinado para el arte femenino, y también fue una de las primeras ilustradoras científicas en representar las relaciones complejas de los ecosistemas naturales alrededor de los insectos y flores que retrataba.
En la famosa piña que ilustró para su tercer y último libro, Metamorfosis de los insectos de Surinam (1705), por ejemplo, la fruta aparece en el centro de la composición ocupando casi toda la página mientras a su alrededor se mueven insectos de distintos tipos, desde larvas y mariquitas hasta mariposas al vuelo. Ninguno de los diez animales representados juega un rol meramente decorativo, sino que está ubicado para evidenciar la relación simbiótica que mantiene con la fruta. Por la flacidez de su carne, la piña parece estar en el proceso natural de descomposición que atrae a los insectos a aprovechar esa materia orgánica de la que después quedarán solo residuos. La transformación de la fruta de todo a nada es la transformación del animal de la nada a todo.
Maria Sibylla Merian nació en Fráncfort en 1647 y murió en Ámsterdam en 1717, a los 69 años. Su padre, Matthaeus Merian, fue un grabador famoso sobre todo por los planos detallados de ciudades europeas que elaboró en su imprenta, en donde también publicó obras de divulgación científica que daban cuenta de los avances en botánica, astronomía y física de su tiempo. Luego de su muerte, su hijo mayor, Matthaeus Merian el Joven, su colaborador artístico en sus últimos años de vida, se encargó de la imprenta. Para entonces, Maria Sibylla tenía tres años y fue este medio hermano quien le enseñó las primeras lecciones sobre grabado y le permitió acercarse al conocimiento científico que pasaba por la imprenta.
Algún tiempo después, su madre se casaría con el pintor Jacob Marren, reconocido por sus cuadros de flores. Fue él quien se encargó de formar artísticamente a Maria Sibylla al acogerla como aprendiz. En su taller, ejercitó la mano y el ojo dominando las técnicas que le estaban permitidas en ese tiempo, principalmente la acuarela. Tal como señala Lady González, curadora de la exposición A través de la crisálida: Maria Sibylla Merian (1647-1717) de la Biblioteca Nacional, durante esos años, las mujeres de la élite podían acceder a la formación artística dentro de un entorno más o menos privado, es decir, pagando a maestros que las instruyeran en la pintura de los temas reservados para lo femenino, particularmente flores. Los temas de vena menos ornamental se consideraban campo de lo masculino, tal como sucedía con técnicas como la pintura al óleo.
Por eso en su primera publicación, Nuevo libro de flores (1675), algunas de las láminas están compuestas únicamente por flores, caso de algunos tulipanes, o por flores con unos insectos pequeñitos, a primera vista decorativos. Nada comparable con el trabajo de la piña, por ejemplo. No obstante, desde entonces ella comenzó a explorar los límites de esas restricciones culturales e invirtió las relaciones valiéndose de las plantas para pintar insectos, que eran su verdadero interés, , señala González. Es así que esos animales minúsculos aparecen acompañados por las flores con las que tienen una relación biológica real. Merian hurgó en las fisuras de lo permitido para abrir el campo de lo posible respecto a su interés entomológico y artístico.
Se sabe que el gusto por los insectos le llegó temprano en la vida, incluso antes de la adolescencia. Según el libro The Flowering of Ecology: Maria Sibylla Merian’s Caterpillar Book, ella comenzó a pintar flores y plantas copiando el trabajo de otros artistas hasta que se sintió preparada para pintar directamente de la naturaleza. Recolectó insectos para su estudio. Algunas de sus anotaciones datan de cuando tenía 13 años. En una ocasión dijo: “Al principio comencé con los gusanos de seda en mi ciudad natal, Fráncfort del Meno. Más tarde me di cuenta de que de algunas orugas salían mariposas y polillas muy hermosas, además de los gusanos de seda. Esto me impulsó a reunir todas las orugas que pude encontrar para poder observar su transformación”.
Hay registro de que algunos años más tarde, después de casarse con el artista Johann Andreas Graff y mudarse a Nuremberg, llegó a criar más de cien especies distintas de insectos para estudiar su proceso de metamorfosis. La ciudad contaba con una gran cantidad de jardines y estaba rodeada por praderas y bosques que proporcionaban un hábitat propicio para una variedad amplísima de insectos. Se dice que dedicaba horas a mirar el proceso lento de transformación de los animales y luego su desenvolvimiento en el entorno. Fue este camino el que la llevó a su segunda publicación, La oruga, maravillosa transformación y extraña alimentación floral (1679).
Para entonces, Maria Sibylla Merian contaba con el reconocimiento ganado por sus láminas de flores y no solo por los ecos que los nombres de su padre, su padrastro y su esposo tenían en el mundo editorial y artístico de la región. Con menos de treinta años, ella misma era una figura distinguida que había aprendido a moverse con mayor libertad por las restricciones culturales de su época; fue así que la publicación de su segundo libro, con una clara vocación entomológica, significó un salto importante para las mujeres dentro del mundo científico: las láminas estaban acompañadas por descripciones de lo que representaban. Esas observaciones ayudaron a probar la teoría de que los insectos nacían de huevos y no espontáneamente de la putrefacción, según el credo aristotélico.
Con una reputación ganada a pulso, pudo moverse indistintamente en los círculos científicos y artísticos de su época. Desde temprano supo que le interesaba trabajar de manera anfibia entre ambos campos. De hecho, el prólogo de una de las reediciones de su primer libro lo cerró con un poema en el cual recordaba que en la batalla entre el arte y la ciencia el perdedor no dejaba de ser vencedor y, por tanto, debían extenderse la mano, pues cuando el trabajo estuviera terminado ambos se sentirían satisfechos. Eso lo demostró Mutis con la Expedición al expandir los límites de la ciencia y del arte en esta parte del continente.
No mucho tiempo después, a los 38 años, se separó de su esposo y se mudó con su madre, sus dos hijas y su cuñado a una comunidad religiosa protestante en Holanda, en donde permaneció cinco años. Después, al morir su madre, se estableció en Ámsterdam, una ciudad que allanaba el camino para que las mujeres establecieran negocios e hicieran dinero. Allí abrió una escuela de pintura para mujeres, algo que ya había hecho en Nuremberg, y vendió sus obras a coleccionistas de insectos que traían especímenes exóticos de Surinam, principal colonia del reino.
Por Ámsterdam llegaban toda clase de mercancías desde América, entre ellas plantas y animales enviados con el único propósito de alimentar los jardines botánicos y los gabinetes de curiosidades que poseían los grandes nombres de la época. Merian accedió a esas especies nuevas y cocinó su curiosidad a fuego lento hasta que tuvo el impulso emocional y económico para viajar a Surinam a estudiarlas por su cuenta. Tenía 52 años.
En Surinam, Maria Sibylla contrajo malaria y tuvo que volver a Holanda al cabo de dos años. Durante ese tiempo empleó sus días en recolectar la mayor cantidad posible de insectos para llevarlos consigo a Europa, recorrió las plantaciones de azúcar y caminó las selvas tropicales de la mano de los indígenas locales, con quienes estableció vínculos más o menos sólidos. A lo largo de esas expediciones hizo bocetos de plantas y animales, buscando entender sus relaciones simbióticas, y tomó notas de los procesos que observaba y de la información que le contaban los locales.
Con ese material dio forma a su último libro, Metamorfosis…, en el cual exploró con mayor profundidad los procedimientos artísticos y científicos que había empleado en su trabajo anterior. Las imágenes, como la de la piña o la de la guanábana, presentan los procesos de transformación de los ecosistemas de los insectos. Hay plantas, anfibios, aves, cuerpos de agua y cuerpos de tierra; y están acompañadas por descripciones precisas y hermosas sobre lo que allí está sucediendo, sobre la historia que allí se está narrando.
En otra lámina sobre la piña, la descripción dice: “De todos los insectos de América, las cucarachas son las que más se conocen por los males y las pérdidas que causan a los habitantes: roen las telas de lana y lino y estropean la comida y la bebita. Les gustan especialmente las cosas dulces, razón por la cual tienen una extraordinaria predilección por la piña. Ponen sus huevos en montones y los envuelven en una fina red, como ciertas arañas europeas”. Y así continúa algunas líneas más, meticulosa, precisa, contundente.
Lo más interesante de ese último trabajo, señala González, es que Merian procuró mostrar el proceso completo de composición y descomposición de la vida, por eso las plantas que ilustró no son perfectas o inmaculadas; al contrario, en ellas se pueden ver sus frutos maduros, sus hojas carcomidas por los insectos, sus tallos quebrados por los animales. En algunas láminas se puede ver cómo los insectos se alimentan de aves o mamíferos pequeños. Tal interés por representar los ciclos biológicos marcó un referente respecto a aquello que podía hacer la ilustración natural en adelante.
De vuelta en Holanda, se dedicó a componer las láminas a partir de sus bocetos y anotaciones, incluso después de haberse publicado la primera edición del libro. Su producción fue bajando lentamente a medida que sus intereses también mutaron; en algún momento quiso estudiar los anfibios, pero su propio proceso de deterioro biológico la alcanzó primero. En 1715 sufrió un derrame cerebral que paralizó parte de su cuerpo. Murió dos años después, cuando sus libros circulaban por buena parte de Europa y, tal vez, por algunas regiones de América.
La exposición A través de la crisálida: Maria Sibylla Merian (1647-1717) estará abierta al público en la Biblioteca Nacional de Colombia hasta marzo de 2024
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