Otro tipo de luz: sobre el sentido de trasnochar por elección
Cuando la ciudad duerme, algunos se entregan a la madrugada como un territorio de creación y desvelo. En estas horas, el insomnio y el trasnoche voluntario abren paso a una claridad distinta, a la intensidad de una luz que parece revelar el pulso oculto de la vida nocturna. El autor nos cuenta mientras recupera el sueño.
Llevo dos noches en blanco intentando escribir este texto sobre el sueño.
Después de la una de la mañana veo apagarse, como un incendio frágil, las luces de los apartamentos que domino desde el cuadrado de mi cuarto. Me quedo un poco más solo en el crepitar de la noche. La lámpara de mi escritorio proyecta mi reflejo hacia la calle, un poco más allá de la ventana. Dudo entre trabajar otro rato o finalmente dejar de cargar con este día. A veces debemos preguntarnos cuánto peso podemos aguantar sobre los ojos. Es la una y media. Escribo esta frase y me digo que esta noche puedo levantar al menos una hora más mientras el incendio se ahoga a sí mismo. Sé que como todo músculo mi ojo va a reventarse en algún momento.
En su libro sobre la noche, Al Álvarez recoge una cita de una novela de mafiosos de E. L. Doctorow en donde alguien dice: “Lo primero que uno aprende es que no hay reglas corrientes de la noche y el día; solo hay distintas clases de luz, grados de matiz y por lo tanto ninguna razón para tener más o menos que hacer en una que en otra. La hora más negra y silenciosa no es sino un tipo de luz”. Quienes trabajamos durante la noche podemos trabajar durante el día, muchos lo hacemos, doblamos el turno, pero hay algo en el matiz de la luz nocturna, en esa claridad sombría que se proyecta alrededor de los bombillos, que nos atrae, como polillas, a aguantar un poco más.
Javier Morales, un pintor con el que se debería conversar en pantaloneta corta, dice que cada noche intenta pintar hasta las 3:33 porque es la hora en la que habla con el dios Pan, el dios de la naturaleza salvaje, inspiración del cristianismo en la representación del diablo de las patas de cabro. Javi es artista, sus cuadros son espacios nocturnos habitados por criaturas con aire animal sacadas de las apariciones y monstruos del Tolima. Para Javi hablar con el dios Pan es alcanzar el centro de la experiencia de lo no-humano.
—En el día uno tiene que hacer vueltas, ir al gym, comer —dice—. En cambio, en la noche hay una forma de conocer el mundo que no está mediada por el lenguaje escrito u oral, solo por la forma y el color. Trabajar en la noche me permite convertirme en bestia.
Probablemente, siguiendo a Doctorow, la hora más negra y silenciosa sea las 3:33 a.m., e igual, en términos prácticos, esta sigue siendo solo otro tipo de luz, uno más pastoso, como si estuviera hecho al óleo. Javi está en camiseta y pantaloneta negra, en las manos tiene rastros de pintura. Son manos de dedos gruesos y uñas arregladas que mueve, mientras habla, con los gestos circulares comunes en los pintores. Dice que la noche es el territorio en el que se conecta mejor con la vida no-humana que “habita el silencio absoluto”: hongos, bacterias, virus, espíritus, espectros, viejos dioses olvidados.
Su obra sería otra si la hiciera durante el día. Se trata de pinturas hechas sobre soportes de madera que él mismo recicla en los que representa paisajes nocturnos inspirados en el primitivismo colombiano y los primitivos flamencos, poblados por criaturas en deformación constante, muy cercanas a la carne de los sueños. No importa si el fondo es negro o rosado, su tema es la naturaleza de la noche y la naturaleza en la noche.
Le pregunto si puede pintar durante la mañana y responde que no, que solo en la noche alcanza el estado en el que escucha lo que le dicen la pintura y el soporte. El material habla. Su proceso está lleno de voces. Comienza a pintar desde las ocho de la noche hasta pasadas las tres. En su taller tiene una cama para dormir sin alejarse de ese espacio místico que construye alrededor de los pinceles.
—En la pintura el tiempo es libre e indeterminado —dice—. Cuando pinto dejo de percibir el dolor y me disuelvo en el color y la forma que está en la imagen. El cuerpo desaparece. Solo lo consigo en la noche.
Muchos escritores románticos creían que trabajar en la noche era motivo de orgullo. Su héroe, el poeta John Milton, alardeaba de que a medianoche su lámpara se divisaba en la alta torre solitaria. La explicación de Al Álvarez es que cada hora ganada a la oscuridad era “un triunfo sobre lo adverso”. Apuesto a que Javi estaría en desacuerdo.
En la oscuridad nadie vence sobre lo adverso, lo adverso se acoge con miedo. Nadie sale victorioso de la madrugada porque todo dios cobra tributo. Aun así, los que jugamos a ser los últimos románticos sentimos que en la noche llegamos un poco más lejos dentro de nosotros mismos. En esos matices de la luz nocturna vemos otras formas del mundo, como si las sombras deformaran los objetos devolviéndoles una geometría vieja.
El libro de Al Álvarez arranca con un recordatorio: la noche es problemática por el miedo que alimenta. “Lo que se ve es lo que se conoce, y lo que se puede oír, sentir y oler pero no es visible es terrorífico porque es amorfo. Solo hay dos recursos para hacer tolerable la noche: la iluminación artificial o el sueño, que cierra los sentidos”, dice. Los románticos buscaban formas de conectar con lo sublime atravesando paisajes mediados por la hondura de los sentidos. Para muchos de nosotros, trabajar en la noche es una oportunidad de enfocar los sentidos hasta un grado difícil de alcanzar durante el día, solo entonces podemos separar distintos tonos de negro, oír los golpes sordos de las cañerías de los edificios, oler la densidad del ambiente de las habitaciones en el encierro nocturno.
Por supuesto, una cosa es evitar el sueño y otra no poder conciliarlo. En la primera sala estamos quienes trasnochamos voluntariamente y en la segunda quienes sufrimos de algún trastorno del sueño, por lo general, insomnio. Es posible tener turno en ambas. Uno de cada quince días me despierto con el cerebro hecho papilla. Hoy es el día. Las dos últimas noches en vela casi reventaron los músculos de mis ojos. Me siento embotado: mis pensamientos caminan sobre gelatina, son lentos, torpes, y caen de culo con fuerza. Los días como este abro los ojos perdiendo 3-0 de visitante.
Trasnochar voluntariamente y después sufrir de insomnio es falta de coherencia. Intentar dormir es frustrante porque sé que solo será eso, un intento: rodaré en la cama pensando estupideces o simplemente dormiré sin alcanzar un sueño reparador. El cansancio me drena dejándome un vacío que descubre las manchas de una tristeza ligera.
Alguna vez pude tomar una siesta durante el día y fue uno de los momentos más felices de mi vida. Desde entonces, si me acuesto durante la tarde siento que pierdo el tiempo. Ignoro si mi insomnio va de la mano con mi trasnocho. Javi dice que duerme de maravilla, que descansa ocho horas seguidas sin importar la hora en la que se acueste. Mientras me habla, soy consciente de que se acostó más tarde que yo y aun así luce como si un príncipe encantador lo acabara de despertar de un largo sueño. De pronto mi problema es con el dios Pan.
La teoría dice que trasnochar no tiene por qué generar alteraciones en el sueño si se construye una rutina de descanso. Como es sabido, el ritmo circadiano es un ciclo biológico de aproximadamente 24 horas que regula funciones físicas, mentales y conductuales en el cuerpo a partir de los ciclos de luz y oscuridad del entorno. La ciencia señala que las “aves nocturnas”, como nos llama, no deberíamos padecer de trastornos del ritmo circadiano ni estos llevar a trastornos del sueño si tenemos una rutina establecida, de la misma manera en que tampoco los padecen las “aves diurnas” dementes que madrugan a horas que deberían ser ilegales.
Sin embargo, la teoría también dice que el ritmo circadiano está regulado por el núcleo supraquiasmático o NQS, ubicado en el hipotálamo, que recibe información directa de la cantidad de luz percibida a través de los ojos. Durante los periodos de oscuridad, el NQS ordena el aumento de melatonina, una hormona que induce el sueño. El ritmo circadiano le da pistas al cuerpo de cuánto dormir, por tanto, también influye en la duración de las etapas del sueño, particularmente de las famosas fases REM o no REM. Las alteraciones del ritmo circadiano funcionan como un alto en el flujo de las etapas del sueño, llevando a desajustes más o menos serios, tal como sucede con el jet lag.
Sabemos que el sueño tiene cuatro fases que se repiten en ciclos de 90 a 120 minutos. Se supone que la tercera fase es la de sueño profundo y, por ende, la más reparadora, en donde el cerebro baja su intensidad y los músculos se relajan para garantizar la recuperación física. La cuarta es la fase de los sueños, en donde el cerebro aumenta su actividad hasta alcanzar una intensidad parecida a la de la vigilia mientras que el cuerpo permanece en completo reposo para conseguir la consolidación de la memoria y el procesamiento emocional, incluida la regulación del estado de ánimo. Estas dos fases son las más afectadas cuando el ciclo se interrumpe, como sucede, por ejemplo, con el insomnio de mantenimiento, que produce despertares intermitentes durante la noche.
¿No sería maravilloso que detrás de este texto sonara Fever Night? Trasnochar tiene ese aire a movimiento por todas partes, a que hay algo pasando, algo incomprensible, que camina lento, que emerge de la profundidad de la noche y se disuelve en ella, como los detectives de las viejas películas del género. Dicen los Bee Gees: “On the waves of the air/ There is dancin' out there/ It's somethin' we can't share/ We can't steal it”. No podemos robarlo, no podemos poseerlo, si acaso abrazarlo, sentirlo y dejarlo ir en el crepúsculo.
Podemos romantizarlo. Podemos empaquetar el trasnocho creativo y venderlo en las vitrinas de los almacenes de cadena, a pesar de que en la mayoría de casos no sea más que una salida ante la imposibilidad factual de crear a plena luz del día.
Hace un par de años, Taylor Swift anunció el lanzamiento de Midnights explicando que se trataba de “una colección de música escrita en medio de la noche, un viaje a través de terrores y dulces sueños. Los pisos que caminamos y los demonios que enfrentamos”. Durante la campaña de promoción insistió en que había escrito las canciones en la madrugada, sugiriendo que solo de esa manera habría podido sentir la fever night que la llevó a ese lugar creativo en donde encontró frases como: “When my depression works the graveyard shift, all of the people I've ghosted stand there in the room”. El disco fue bueno y rompió récords de reproducciones el día del lanzamiento.
Taylor no fue la primera en romantizar la noche: en el mundo literario hay toda una escuela de creadores noctámbulos, desde Herman Melville, Allen Gingsberg, Jack Kerouac y Raymond Carver hasta Sylvia Plath, Toni Morrison, Clarice Lispector y eventualmente Virginia Woolf. Aunque todos y todas coquetearon con el tropo romántico de entregarse a la escritura mientras el mundo duerme, la realidad es que la mayoría escribía a esa hora porque durante el día les era imposible. Las mujeres señalaron en más de una ocasión que solo podían hacerlo a medianoche o temprano en la mañana cuando sus obligaciones aún no iniciaban con sus hijos diciéndoles: “¡Mamá!”. Eventualmente, pagaron su tributo a Pan y dejaron obras redondas, como el halo de luz que se forma en los semáforos nocturnos.
Javi me explica, a través de una referencia a la serie American Horror Story, que quienes trabajan en la noche muchas veces tienen una especie de descenso al infierno similar al que realizan las brujas. En su caso, el descenso arrancó con los síntomas de una artritis sin diagnóstico que le atacaba las rodillas. La inflamación le produjo un dolor tal que le arrebató el sueño por completo y que le impidió usar pantalón largo durante varios meses porque el roce era insoportable. Adolorido y aislado pintó. Mira sus manos y dice que allí encontró un lugar y un tiempo en el que no necesitaba de un cuerpo para vivir.
—La pintura puede hacer eso —dice—: puede hacer que no importe tu cuerpo, que no sea necesario para nada. Puedes estar yaciendo y estar pintando.
Hace una pausa y me mira. Temo que me pregunte si no me pasa lo mismo. Aún tengo los ojos reventados, el cerebro derretido. Abre la boca, pronuncia una palabra, y cambia de dirección drásticamente. De un brinco, comienza a explicarme el arco narrativo de los villanos de Batman, todos ídolos de la noche, de ese largo incendio que comienza a crepitar cuando se oculta el sol.
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