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Amor y nostalgia según Blink 182

Amor y nostalgia según Blink 182

Ilustración

Muchos nos quedamos con las ganas de ver a Blink 182 en el Festival Estéreo Picnic. Pero a unos pocos este guayabo les llega a las fibras del alma. El autor de este artículo, por ejemplo, está escribiendo un libro sobre la banda californiana en el que abre su cursi corazón de poeta; aquí, algunos versos punky.

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Una parte de la música que escuchamos parece haber quedado enredada en un tiempo que ya pasó y no volverá. Algo nos llega desde ese entonces, sensaciones que ya no hacen parte de nuestra vida diaria, envueltas en la alegría de haberlas tenido y la tristeza de su distancia. También sentimos eso con épocas que ni siquiera fueron nuestras, que heredamos de las generaciones anteriores, luego de aprender a escuchar sus canciones con la misma sonrisa cursi y una lágrima ajena. Llamamos nostalgia a esa corrosiva capa de polvo que aumenta el valor de lo que cubre, mientras eterniza lo que destruye.

Hoy somos legión los que fundimos en ese sentimiento el recuerdo de algunas canciones de Blink 182 hechas entre 1999 a 2005, entre el Enema of the State y el Greatest Hits, es decir, durante el periodo que para muchos es Blink. Porque no importa que hayan tenido un pasado de siete años de punk, gritería, humor pasado de calidad y ridiculez falta de gracia antes del 99 ni un atropellado después que ha sumado tres discos, dos retornos de Tom, dos cánceres, un accidente aéreo, un cantante que se sintió apenas como un reemplazo y ahora el accidente, la cirugía de mano de Travis. No. No nos importa nada de eso: lo que hemos eternizado ha sido nuestra propia vida en aquello que nos acompañó a crecer. A saber: el legado de hits que queríamos cantar desgarrándonos las cuerdas vocales y que son, en su mayoría, canciones de amor.

La inmadurez, la inexperiencia, las ganas de salir de fiesta, la incapacidad para encajar, las ganas monstruosas de que alguien nos parara bolas a nosotros y no a otro, no a otra, no a esa persona que los hacía sufrir mientras nos ignoraban aquellos a los que queríamos amar, o aprender amar, porque aún no sabíamos exactamente qué quería decir eso, todas esas cosas alguna vez fueron el pan de cada de día. Y ese fue también el temario de las letras de esa banda que se hacía grande al mismo tiempo que nosotros. Y ahora todos, ellos y nosotros, estamos más viejos, teniendo que esperar un año más para vivir el ansiado momento.

Como tantos en aquel tiempo, yo no pude entender un mango de esas canciones. Tenía un inglés rudimentario y periférico al que le faltaban muchas horas de vuelo para ser capaz de no perderse en el Triángulo de las Bermudas de un álbum. Aquel idioma incipiente apenas me alcanzaba para entender que ellos eran los punks que habían dejado de mamar gallo para volverse (para volvernos a todos) emos, para saber que tenían canciones llamadas “primera cita” o "sintiendo esto”, canciones sobre tragarse de alguien en un concierto, y sobre todo un hit llamado “te extraño” (que sonaba a eso), y otro que se llamaba “siempre” (y que también sonaba a eso).

Blink182

Aunque desde que fundaron la banda se habían propuesto ser los niños terribles del humor más absurdo y pasado de calidad de la escena, ese esfuerzo no llegó lejos. La veta lírica y dulzona que encontraron en las canciones de amor fue la que los subió al podio desde el que MTV los haría inmensos, omnipresentes, generacionales

Su primera canción en saltar a la radio, “M+M’s” (1995) no es menos que la declaración de amor de un perdedor solitario, probablemente virgen y atormentado aún, pero que quisiera invitar a una muchacha a salir, cuadrarse con ella. “Dammit” (1997), el hit que les dio visibilidad y alcance amplio por primera vez en los Estados Unidos, es el monólogo interno de un tipo que lidia con una tusa incipiente, en busca de un hombro para pasarla mientras acepta el desengaño de la soledad. “Josie” (1997) es el perfil de una pareja perfecta, imaginaria, ajustada a todos los caprichos y costumbres de una pubertad que ahora parece distante, risible y afortunadamente irrecuperable. 

Y después vinimos todos y “All the Small Things”, “Rock Show”, “Miss You”, “Feeling This”, “Always”, sí. La fama, la gloria, nuestra ridícula y feliz y triste adolescencia. Y luego más años y aprendimos inglés y también más de una lección antes de volver a encontrarlos donde no recordábamos que los habíamos guardado. 

La canción de amor de Blink 182 era pop punk californiano en su máxima expresión, en sus reglamentarias partes, en sus cuatro acordes ahogados de distorsión, en su velocidad vertiginosa y sus letras inmaduras. La inspiración lírica era de cosecha local también: las preocupaciones banales de cualquier loser de suburbio norteamericano. Pero con aquellas que se centraban en las emociones de ese loser todos podíamos conectar, crecer sintiendo que nos entendían –así no entendiéramos nada igual–. Fue maravilloso y vergonzoso tener esa edad, glorioso y terrible cruzar el umbral de todas las primeras veces, extraño verse en esas fotos en las que teníamos el pelo en la cara con maquillaje negro, y mejor aún recordar que así también cantamos en Colombia nuestros primeros vallenatos, los últimos alientos del tropipop, y sobre todo, que vestidos así rapeamos y perreamos por primera vez. Era ridículo. Era hermoso.

No importa. Nada de eso importa —y a la vez es todo lo que pudo importar.

Hoy importa que ellos, Mark, Tom y Travis, están llegando a los 50 y nosotros rondamos los 30. Que Travis está lesionado y nos quedamos esperando ante una cita con nuestra vida más joven, cruzando los dedos para que no nos dejen plantados. Somos los kids que les dieron su fama, pero que ahora tienen hijos, trabajan –en algo que no fue lo que quisimos–, tenemos deudas, y preocupaciones serias, e incluso graves. Estamos metidos en un marco de referencia tan crudo y real, que esas canciones ahora son el acceso directo con el cual podemos volver por unos segundos a un tiempo más banal, donde nada era probable y todo probabilidad, y las ambiciones y angustias cabían sin problemas en un track de tres minutos o menos. Y esa fue para nuestra emotiva versión adolescente una de las posibles duraciones de la eternidad.

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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