Cómo se teje un diálogo improbable
Con mucha frecuencia nos toca enfrentar conversaciones incómodas. Rodrigo Romero es un facilitador de diálogos. ¿Qué podemos aprender de su experiencia lidiando a diario con discusiones y conflictos propios y ajenos?
Cuando le pregunto cómo comenzar a dialogar cuando un vínculo está roto o viciado, Rodrigo Romero piensa un momento, mira mi agenda y me pregunta si puede rayar una hoja. Arranco una doble página y se la entrego con un micropunta. Comienza a anotar algunas palabras, sonríe y me dice: “A mí me gustan esas técnicas y tecnologías que parecen tan simples que podríamos obviarlas, pero ya son brillantes e inmejorables en su simplicidad, como la receta del arroz blanco o el lápiz y la hoja de papel. Cualquiera los usa, los prepara, pero son muy pocos los que saben hacerlos o usarlos muy bien. El diálogo es exactamente eso.”
Aunque no le gusta en lo más mínimo la palabra, Rodrigo es especialista en diseño y facilitación de procesos de diálogo en escenarios complejos, y muchas veces de conflicto. Como comunicador social, ya había pasado por todo lo que cabe en la palabra comunicación: de redacción de boletines y mailing a mercadeo y publicidad, camino por el cual llegó al diseño de narrativas para organizaciones. Trabajaba en esto para una agencia cuando un encargo de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz lo llevó a comenzar a participar de la creación de unos diálogos improbables. “Tenía que construir la narrativa para ese proyecto. La premisa era que sólo las personas que piensan diferente pueden imaginar juntas un futuro diferente”.
A finales de 2018, con el cambio de gobierno, el proyecto se quedó sin recursos y aquellos que habían participado decidieron sostenerlo por sí mismos. Así nació la Corporación Plataforma Diálogos Improbables, una organización civil que busca construir “una sociedad que vive mejor porque se escucha”.
¿Qué (no) es un diálogo?
“Es curioso que en los colegios te enseñen a argumentar y a debatir, pero nunca te enseñen a dialogar, a escuchar sin responder, a usar tu imaginación para comprender a otro”, dice Rodrigo Romero. Como él mismo me comienza a explicar, el diálogo es una tecnología social diferente de la negociación, la conversación y el debate, los otros tres usos habituales de la comunicación oral. “En la conversación no hay necesariamente un rumbo o propósito, se vale divagar; en la negociación se trata de obtener o ceder punto por punto; y en el debate el objetivo es ganar, persuadir, construir el mejor argumento, probar el error de la contraparte. En el diálogo en cambio la idea es establecer un terreno de juego claro y común, como el que te ofrece una pregunta en torno a la cual nos vamos a oír. Lo que se pone a trabajar es la imaginación para ver si nos encontramos alrededor de cosas que no habíamos visto y eso nos permite pensar en alternativas.”
Tal vez por eso una de las pocas situaciones en las que muchos hemos dialogado francamente es cuando comenzamos a salir con una persona y, con una precisión que quizás ignoramos, decimos que estamos conociendo a alguien. Es decir: hablando alrededor de preguntas, escuchándonos para comprendernos, a ver si nos encontramos, sin tratar de convencernos o probarnos equivocados. Más bien: escuchando la historia y el pensamiento de otro. Y como señala Rodrigo: “No hay nada más improbable que dos personas que no se conocían hasta hace poco se propongan construir un futuro juntos.”
¿Para qué sirve el diálogo?
Seguramente porque vivimos en una realidad competitiva y utilitarista, nos cuesta imaginar qué sentido puede tener hacer cosas que no ofrecen un resultado previsible e inmediato. Puede que a todos nos parezca trivial dialogar, incluso una obviedad para muchos, hasta que nos proponen hablar con alguien con quien tuvimos un desencuentro, ideas absolutamente distintas, un conflicto o al que le podemos poner todas las etiquetas de lo que nos parece que está mal. ¿Para qué hablar o volver a hacerlo con alguien así?
“Tenemos la idea equivocada de que para vivir bien y ser felices tenemos que estar de acuerdo. Y eso no es cierto: aprender a gestionar el conflicto y darle espacio a la diferencia, es entendernos, saber que no tenemos por qué pensar igual y que eso no quiere decir que no vayamos a coincidir en otras áreas”, señala Rodrigo. “El diálogo no tiene un fin, pero a mí me gusta insistir en que es muy valioso que tenga un propósito, porque el principal resultado de un proceso de diálogo es la construcción de confianza. Cuando tú conoces a alguien, han hablado de qué futuro quieren, cómo quisieran que lo tengan sus hijos, o alrededor de cualquier otro tema, ya has podido conectar con una dimensión que los humaniza el uno al otro. Ya no es tan fácil insultarlo en su propia cara, catalogarlo con una etiqueta de radical, de izquierda o de derecha, de lo que sea…Hemos hecho ejercicios con eso y es muy impresionante. Descubres que puedes vivir y entenderte con él en temas menores, porque comparten un horizonte de sentido común.”
El asunto aquí es que construir eso requiere dos cosas: buenas preguntas y tiempo. ¿Cuánto? El que haga falta.
No hay cómo madurar un aguacate antes de tiempo
Nada menos útil para dialogar que insistir en las preguntas en las que no nos encontramos y en resolver las cosas en diez minutos. Desde su experiencia, Rodrigo señala que el afán de la vida actual y las expectativas utilitarias del mundo contemporáneo son lo que menos le ayuda a cualquier diálogo. “A veces uno cree equivocadamente que hay que llegar a hablar de una y no, a veces hay que comenzar por cada uno. Si no hay confianza y yo sigo creyendo que el otro es un hijueputa irracional, no hay pregunta que pueda conmigo y mis prejuicios, y con él y sus prejuicios.”
“Dialogar vale la pena, pero hay que estar en disposición, querer hacerlo, ser capaz de ver que no tienes por qué escuchar para responder, saberte todas las respuestas, explicarle al otro la verdad. Para ser capaz de asumir ese silencio y esa disposición de apertura lo más importante es que comiences a hacerte preguntas sobre tus prejuicios: ¿qué dice que me hace verlo como un hijueputa?, ¿habrá vivido algo que lo lleva a pensar así?”
“Cuando una de las partes ha alcanzado eso, es posible tender la mano, proponer un contacto, una charla, que no tiene que ser directamente sobre el mismo tema del desencuentro y si va a serlo entonces hay que reformular la pregunta. Si dejas de preguntar de quién es la tierra y preguntas cómo van a enfrentar un mundo con inundaciones y sequías, puedes lograr que dos actores enfrentados descubran que se necesitan o pueden trabajar juntos así piensen diferente, les puedes ayudar a conocerse en algo en lo que descubren propósitos comunes de mayor alcance que sus propias vidas.”
Coda: oír es suspender el juicio
A la luz de nuestra conversación, pienso que el poder del diálogo no es otro que el de desarrollar la capacidad de comprender al otro sin la necesidad de aprobarlo o rechazarlo. Se lo digo a Rodrigo. “Tenemos una idea falsa de la tolerancia como un hagámonos pasito que no es sino el rostro de nuestra incapacidad para convivir”, me responde. “Paradójicamente la historia del otro, por el mero hecho de oírla y prestarle atención, ofrecerle mi imaginación para comprenderla, me cambia a mí.” Y si esto suena idílico, utópico o absurdo: abstenga su juicio: vea lo poco (lo mucho) que ya se ha logrado en Colombia tejiendo diálogos improbables.
Plataforma Diálogos Improbables
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