El poder reparador de la danza
Tres agrupaciones colombianas de danza afro protagonizaron el evento de diálogos danzados titulado “Salto al abismo”. Algunos miembros de Sankofa Danzafro, Pacific Dance y Dinastía Negra compartieron sus reflexiones sobre la danza como instrumento de sanación en sus vidas.
Imagina por un momento que las luces iluminan el escenario entre tonalidades cálidas y frías, que bajo tus pies existe una vibración constante, que miras hacia el público antes de percibir el poder que fluye a través de tus extremidades. Los tambores resuenan y tu cuerpo se convierte en un instrumento performático.
A veces parece que tu alma se separa de ti para evocar una coreografía sincronizada con las notas musicales. Los instrumentos dictan tus movimientos: sientes dolor, rabia, alegría, tristeza. Tus dedos tocan el suelo, sientes que la inspiración te brinda gozo, que la música guía tu cuerpo. A medida que giras, experimentas la resistencia de tu corporeidad. Percibes la energía de quienes te rodean. Sientes que te conectas contigo mismo y con los demás. Entonces, tu cuerpo ya no te pertenece; le pertenece a tus memorias, a tus ancestros, a tu disciplina.
En ese espacio en el cual convergen el cuerpo, la música, las raíces y la catarsis transcurre la experiencia de la danza para los miembros de Sankofa Danzafro, Pacific Dance y Dinastía Negra. Y así lo transmitieron al público bogotano durante su reciente presentación en el Auditorio Delia Zapata Olivella.
Algunos de los jóvenes pertenecientes a estos colectivos de danza han vivido historias de resiliencia ante la violencia, de transformación ante las carencias y de afirmación ante la discriminación. Sus cuerpos han sido el canal a través del cual han llevado a cabo esos procesos. “El cuerpo es el medio por el cual nos manifestamos y expresamos, por ende pienso que es importante siempre cuidarlo. Es como el músico con su instrumento, si no hace mantenimiento no le va a funcionar bien. Para nosotros, el cuerpo lo es todo”, afirma Luis Zuñiga, bailarín de Dinastía Negra, agrupación del Urabá antioqueño que se enfoca en la preservación de las danzas tradicionales.
Para los bailarines de estas agrupaciones la danza permite conectar con las memorias ancestrales y sanar aquellas heridas que quizá otro tipo de actividad no permitiría. “A través de la danza expreso sentimientos y puedo narrar mis historias, mis luchas, mi diario vivir y sobre todo las opresiones que he recibido. El poder de hablar a través del cuerpo sin decir ni una palabra me libera. Él habla a través del movimiento, expresa todos mis sentimientos, todo lo que experimento en mi día a día”, afirma Juan Camilo Perlaza, bailarín de Medellín y miembro de Sankofa Danzafro, una de las más reconocidas agrupaciones de danza colombiana, dirigida por Rafael Palacio.
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Con sus característicos atuendos blancos, Pacific Dance crea una puesta en escena que emana una sensación de profunda paz. Esta señal apacible contrasta con el urgente mensaje que lanzan al público: "Nos están matando", un grito de auxilio que refleja la realidad de muchos jóvenes en zonas de población predominantemente negra, como el Urabá y el Pacífico. Entre enfáticos desplazamientos de los pies, saltos pronunciados y sacudidas del torso, sus cuerpos danzan al compás de una canción que alterna entre la melancolía y la intensidad de los ritmos urbanos. Esta descarga de energía remite a las dificultades que muchos han tenido que sortear en su natal Tumaco, pero que ahora canalizan para convertirla en creación y fuerza sobre el escenario.
En este sentido, es importante recalcar que este arte tiene la particularidad de ser un vehículo de rescate. Para Diana Cortés, coreógrafa de Pacific Dance, la danza es un espacio de sanación increíble porque los jóvenes a través del cuerpo pueden contar sus historias en torno al conflicto armado y a partir de allí generar espacios de reparación, porque una sanación de un individuo es una sanación colectiva.
Diana confiesa haber encontrado en el arte una posibilidad, la misma que ve en sus bailarines cada que asisten a un ensayo y se presentan en un escenario. De pequeña le tocó ver cómo muchos de sus compañeros del colegio eran asesinados en Tumaco. Sus ganas de salir adelante y el impulso por generar un cambio, permitieron que hoy Pacific Dance sea un espacio que impide que los jóvenes de los sectores más vulnerables de la región se involucren en actividades delictivas. La organización trabaja hace doce años en Tumaco, territorio que fue por mucho el municipio con mayor extensión de cultivos de coca en Colombia. Actualmente atraviesa una etapa de conflicto y enfrentamiento entre bandas criminales y disidencias de las FARC.
“Nosotros trabajamos con niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado de 6 años en adelante, digamos que el nuestro es un espacio de protección y de transformación. A través del cuerpo y de la danza, los jóvenes han podido contar sus historias en torno al conflicto armado y generar espacios de sanación. Una sanación individual se convierte en colectiva cuando se tejen conocimientos y memorias, los jóvenes empiezan a relacionarse y a entender que lo que les pasó a ellos también les pasó a otros”, agrega Diana.
La danza permite habitar un espacio, no solo como una cuestión física, sino como una experiencia emocional y espiritual, de la que los jóvenes se valen para sobrevivir en un territorio complejo; en otros casos esta expresión contribuye a la apropiación de su identidad y al reconocimiento de sus raíces. “La danza como un instrumento o metodología para la sanación es una de las herramientas más significativas porque a través de ella se puede apaciguar todo eso que nos sucede a diario en los territorios en los que cada uno se encuentra. A través de ella tú te vas liberando de cargas, entonces siento que sí es una camino hacia la sanación simbólica y espiritual desde cada persona y cada ser”, resalta Leonardo Cuadrado, miembro de Dinastía Negra.
A lo largo de las casi dos horas de sus presentaciones, pasaron por este escenario del centro de Bogotá más de quince jóvenes afrocolombianos, provenientes de Urabá, Antioquia y el Pacífico. Varios de ellos compartieron con nosotros estos testimonios e impresiones sobre la danza y la sanación. Los demás no usaron las palabras para expresarse, sino que –como lo han hecho a lo largo de su vida– se valieron de los movimientos de sus cuerpos para manifestar sus raíces, para dar cuenta de sus historias y para transformarlas a cada paso de danza.
Fotografías: Cortesía Teatro Delia Zapata Olivella
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