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Ser freelance a los cuarenta

Ser freelance a los cuarenta

Ilustración

El trabajo precarizado es un mal innegable de nuestros tiempos. Este panorama, incierto para todos, puede verse más oscuro desde los ojos de una generación bisagra que creció con la promesa de un mundo laboral muy distinto. ¿Es posible ser freelance a los 40 y no morir en el intento?

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Siempre odié el trabajo de oficina, estar esclavizado ocho horas por un ambicioso con –probablemente– menor capacidad intelectual, peor gusto musical; contribuir a llenarle los bolsillos mientras otros atormentados y yo recibimos migajas. Solo trabajé con horario fijo un par de veces: en un call center, repleto de cocaína barata y Rivotril para soportar –ya dejé toda esa basura–. Cometí un par de errores de procedimiento allí lo que implicó reclamos airados de neuróticos y gentuza que se desquita con el que recibe las llamadas, el eslabón más débil de la cadena. Y en un proyecto periodístico de un indio cazarrecompensas que me pintó pajaritos en el aire, me ilusionó con ganancias y acciones y tajadas, y luego me botó como a un perro y huyó del país. 

Por varias temporadas no trabajé, era un vago convencido, fanático del credo de Andrés Caicedo: Tus padres te tuvieron, que tus padres te mantengan y págales con mala moneda. Sabias palabras. El problema es que mis padres no son ricos como fueron los de Caicedo y en un momento decidí pararme de la cama y luchar por mis sueños. Terminé la universidad después de idas y vueltas y elegí un camino acorde con mi personalidad, el trabajo freelance, laborar desde la casa. Bueno, envié algunas hojas de vida por Computrabajo, pero nunca me llamaron, primero pasaba un camello por el ojo de una aguja.  

Me gusta escribir, así me evado de problemas cotidianos y neurosis. Me descargo, de esta manera puedo vengarme del mundo. Y soy un junkie de libros, cine, series, rock and roll, el periodismo cultural es lo mío. También la ficción (vivir del trabajo freelance es más o menos una ficción), entre más pueda escaparme de la rudeza del mundo –soy un alma frágil–, mejor. Envío artículos a publicaciones, me ha tocado gratis, para hacer hoja de vida, pero ya no más; y algunos me los pagan, bien y mal. Pero no es suficiente, así que hago correcciones de textos de varios tipos. A veces intento vender apartamentos. Me gustaría aprender plomería. Creo que los GPT nos reducirán finalmente a los trabajos más básicos, pero no seamos apocalípticos. 

Tengo 40, el tiempo vuela, me arrepiento de haber perdido tanto tiempo en drogas y rock and roll, deshojando florecitas pensando en chicas ingratas, pero nadie me quita lo bailado y bebido. Trabajé manejando redes sociales de políticos –desde la casa, de aquí me sacan muerto– en temporadas electorales, lo que por poco termina en suicidio o magnicidio. Enviaba textos a revistas esporádicamente, cuando las impresas aún se vendían y me alegraban la vida, y desde hace un par de años decidí dedicarme de lleno al periodismo cultural y a escribir libros, esto de manera lenta, a paso de tortuga, pero seguro, porque como dijo Fray Lorenzo en Romeo y Julieta, tan tarde llegan los raudos como los lentos. 

Pero ser freelance no es tan chévere como pensaba, hay que ser creativo todo el tiempo y esa creatividad está pocas veces bien recompensada. No hay estabilidad, por supuesto, sino incertidumbre, ansiedad. El cerebro no fluye como debería porque hay una gran preocupación por sobrevivir, por comer. Y muchas veces me siento aislado, en los trabajos fijos al menos hay la posibilidad de formar un sindicato y perturbar la vida cómoda y tranquila del jefe, del dueño del establecimiento. Solos en casa, los trabajadores estamos desconectados y hacen con nosotros lo que les da la gana. Aunque a mí, afortunadamente, me han pagado bien, los medios han sido amables y generosos, pero no es el caso de otros freelance que conozco que ya están al borde del colapso.

Me dice el psicólogo Yair González Sánchez, docente de Unisanitas, sobre el trabajo freelance: “Considero que en medio de una situación de desempleo como la que atravesamos actualmente, y que tiende a empeorar, precisamente por volatilidad de los mercados y tensión global mediada por una gran incertidumbre, la posibilidad de generar ingresos en este modelo de trabajo no es negativo en sí mismo, sin embargo, no es lo ideal. Tampoco considero que términos como libertad o posibilidad caractericen esta forma de trabajo, ya que el efecto de un contrato de trabajo, a nivel psicológico, genera certeza y algo de tranquilidad. Pero lamentablemente esta condición cada vez cede terreno en términos de estabilidad. Pasamos de tener contratos de término indefinido hace 50 años como estándar a contratos a término fijo, cada vez de menos tiempo”. 

El sociólogo Zygmunt Bauman desarrolló el concepto "Modernidad líquida" para describir la época actual, en la que todo lo sólido parece desvanecerse en el aire: la familia tradicional, las instituciones religiosas, los partidos políticos definidos, las relaciones de pareja, el trabajo, etc. Para bien o para mal todo fluye, el género, la identidad sexual, son tiempos de poliamor; el trabajo es inconstante, aunque a veces no fluye mucho, hay que ser versátil en todo caso, tener varias habilidades. Además del producto de trabajo hay que promocionar lo que se hace en Internet, así que además de periodista debo ser publicista, community manager, etc., y sobre todo muy narcisista. 

Para destacarse hoy, al menos en lo que yo hago, hay que competir como futbolista uruguayo, incluso a veces ensuciar la cancha y dar patadas. No es que no haya sindicatos, es que nos acuchillamos entre los trabajadores; ya no vamos por mejoras laborales sino simplemente por sobrevivir, por llegar a fin de mes o al fin del día vivos. Y sí, hay redes colaborativas, yo más allá de los medios que acogen mis textos no colaboro con nadie, no hago alianzas, el problema debe ser mío. A veces me siento remando y remando y no veo puerto, tengo ambiciones pero las preocupaciones económicas de la semana me absorben, y estoy en función de lo que hago hasta en los sueños. El estrés hace que quiera acostarme en una cama por horas y evadirme, desaparecer, solo no hacer nada. Al fenómeno actual de la parálisis depresiva el filósofo Byung Chul-Han lo llamó “La sociedad del cansancio”.

A veces quisiera traicionarme, trabajar en una oficina, tener estabilidad y tal vez deba buscarlo con más ahínco, pero le huyo. Debo actualizar mi hoja de vida en Computrabajo.  A veces me gustaría trabajar de cajero en un supermercado, salirme de las redes sociales, tener una vida anónima y escribir literatura decimonónica en las noches, enviar a concursos como en el siglo XX. Pero el mundo cambió y supongo que debo adaptarme, no quejarme tanto. Debo seguir llevando la roca a la cima, como en el Mito de Sísifo, al final me aplastará, pero mientras viva no queda otro camino sino fortalecer los bíceps y el alma. Tal vez los tiempos empeoren con jugueticos como el GPT 12345… y demás inteligencia artificial.

Soy un Sísifo panzón, ya no tan joven, tengo 40, intento permanecer sobrio y en paz, ya no voy a discotecas. Solo me queda dedicarme a escribir, exprimir la creatividad que me quede, lo de la oficina lo veo difícil. Aceleraré a fondo, eso sí, espero que el gobierno colombiano se plantee en serio lo de la renta básica universal. Son tiempos de inseguridad y desempleo, están llegando los robots, es probable que todo empeore, así que lo humanitario será que el Estado me compre la leche de almendra y los cereales, que tengamos una mínima estabilidad, mínimas garantías para poder vivir. Así la escritura será mejor, así podré ser más creativo. Los 40 es una buena edad, ya no soy tan loco y emocional, solo espero un poco de tranquilidad, un poco de paz laboral en mi vida.

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