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Artista queer latinoamericano en su estudio de arte contemporáneo

Musicalidad de la tusa: neurología del poder curativo de las canciones

¿Por qué es tan absolutamente delicioso cantar música triste a grito herido? ¿Hay algo que permita explicar el éxito indudable de las baladas de plancha, las rancheras, el despecho, el sad indie e incluso del emo? Dando un vistazo a la neurología detrás del poder curativo de la música, la autora nos cuenta junto a las canciones que la acompañaron en las distintas emociones y etapas de su último desamor.

Hace unos días mientras ojeaba el menú de un restaurante crucé miradas con un extraño, que tras un incómodo almuerzo de fingir que no nos estábamos mirando, se acercó y me dio un papelito con su número. Ya en casa, planchando los pliegues del papelito sentí esa vieja emoción de expectativa, pero minutos después tuve un flashback de la última tusa. Tiré el papelito a la basura y dejé al extraño indemne.

Aliviada por la decisión, recordé las muchas canciones que me acompañaron y me han acompañado con el corazón roto. Y entonces pensé que para muchos —yo misma incluída— es un misterio por qué la mejor manera de llevar cualquier tipo de tusa suele ser con música. ¿Acaso tiene un genuino poder medicinal o se trata simplemente de un efecto placebo?

En la primera etapa, sentí una tristeza profunda mezclada con amor, que venía de la sensación de pérdida y de la imposición de desacostumbrarme a la rutina de estar con alguien. Por eso, el jazz melancólico de Chet Baker y otras baladas eran la herramienta perfecta para mimetizar esas emociones y arroparme con la tristeza. 

El doctor Leonardo Palacios, neurólogo adscrito a Colsanitas y profesor de neurología de la Universidad del Rosario, quien se ha dedicado entre otras cosas a estudiar los aspectos neurobiológicos de la música en el cerebro, me dice: “La música produce modificaciones verificables en el cerebro, que a su vez implican cambios en otros órganos del cuerpo. Por eso, al escuchar música podemos experimentar diferentes sensaciones, el poder de la música es tal que puede ser usado para tratar la epilepsia, el parkinson y la depresión”. 

Yo diría que, además de un lenguaje, la música es una expresión del instinto humano; tal vez, un recuerdo que olvidamos y estamos recordando constantemente al vivir. No es casualidad que desde el útero los fetos reaccionen a estímulos musicales e incluso sean capaces de identificar frecuencias. 

Un experimento hecho por la doctora Tanja Karen, del Hospital Universitario de Zurich, en el cual analizaron los cerebros de cuarenta bebés prematuros mediante resonancia magnética, demostró que la música sirve para desarrollar el sistema neurológico. En dicho experimento, la mitad de los bebés fueron sometidos a músicoterapia, la otra mitad no. Los resultados revelaron que aquellos que hicieron musicoterapia estabilizaron el flujo en la sangre y desarrollaron varias áreas de su cerebro. Y no solo ocurre con seres humanos: se ha demostrado que las plantas crecen más rápido cuando se les pone música clásica suave.

En la segunda etapa de la tusa escuché “Rata inmunda” en loop. Seguía triste, pero ya no quería regodearme en ello, sino explotar la tristeza que poco a poco se transformaba en ira. Cuando escuchaba el himno de Paquita o el hit de Maelo, el sonido entraba por el oído interno, viajaba a través del nervio auditivo hasta llegar a mi cerebro; allí, el tálamo, en el sistema límbico (encargado de procesar las emociones) reconocía el estímulo auditivo y le enviaba una señal química a mi cuerpo que me hacía sentir mejor.

Según el doctor Palacios: “Al escuchar música se pueden generar hormonas de la felicidad, endorfinas como la dopamina, la adrenalina y la oxitocina, que actúan en los neurotransmisores cerebrales modificando el estado de ánimo y produciendo cambios, como el aumento de la presión arterial, de la frecuencia cardiaca o respiratoria, e incluso la mejoría de la digestión y el metabolismo”.

La música altera estructuras de la corteza cerebral, y activa el centro de placer en el cerebro (que a su vez reconoce el dolor) mediante el tronco encefálico. Las emociones de placer que produce la música son similares a las que producen la comida, el sexo y las drogas. Un experimento hecho por Stefan Kölsch, neurocientífico, que consistió en ponerle música triste, alegre, de terror y euforia a varias personas demostró que la música puede ayudar a salir de los pensamientos negativos y a regular nuestras emociones. Sumado a eso, se demostró que las personas se sienten más sociables y pacíficas después de escuchar música.

Si le pusiéramos a una gringa a escuchar “Obsesión” de Peter Manjarrés probablemente no pensaría que se trata de una canción de despecho, pues la música no es precisamente triste. Sin embargo, yo la asocio de esta manera no solo por la letra, sino por las experiencias ligadas a esta: amigas entusadas en un karaoke, borrachos balbuceando, y yo, en el retrovisor escuchándola a todo volumen. 

Esto se explica porque la interpretación que hacemos de la música, y las emociones asociadas a determinada canción depende de dos factores: la sonoridad y las experiencias relacionadas. Colin Radford planteó esto como los enfoques: cognitivo y emotivo. María Soledad Cabrelles los resume así en un ensayo sobre la relación entre la música y las emociones: “Desde el punto de vista cognitivo, las emociones producidas por la música dependen directamente de las experiencias previas de las personas, así como de las asociaciones que realiza de la estimulación emocional con las situaciones en las que se le presenta. Para el enfoque emotivo, las emociones producidas por la música se deben específicamente a las características propias de la música.”

Es decir que la mera sonoridad genera emociones, pero ¿podría decirse que existen notas tristes y alegres? Siguiendo el artículo de Cabrelles, en 1936, Kate Hevner Müller hizo un experimento que determinó que ciertas características de la música hacen que esta se interprete como triste o alegre, así por ejemplo, “la altura tonal de las notas o el tempo pueden determinar si un fragmento musical es de carácter triste o alegre”. Y en el mimo artículo, se señala más adelante que un estudio de la Universidad de Montreal estableció que las personas agrupan los fragmentos musicales en cuatro categorías: “1. Modo menor y tempo lento confieren una valencia emotiva negativa y una dinámica débil que es percibida como triste. 2. Modo menor y tempo rápido provoca un sentimiento de ira o temor. 3. Modo mayor y tempo rápido provocan alegría y 4. Modo mayor y tempo lento provocan sosiego.”  

En ese sentido, “Rosas” de La Oreja de Van Gogh, por ejemplo, tiene un tempo de 107 BPM y una tonalidad de A mayor; es decir, que musicalmente es una canción alegre y por eso la mezcla con la letra logra un efecto agridulce. Pero de nuevo, además de la sonoridad y la interpretación, existen otros factores que influyen en la reacción: el contexto cultural, el nivel intelectual, la personalidad, la experticia musical, el estado de ánimo y la atmósfera al momento de escucha. Claro, un músico profesional no reaccionará igual que un simple oyente; y escuchar “Tabaco y Chanel” en un aeropuerto lleno de gente corriendo no se siente igual que escucharla sola. Ahora, estos factores no pueden cuantificarse, por ello no puede determinarse la emoción o el efecto que generan, tampoco se logra saber en qué momento se produce la emoción; si es al inicio o al final de la canción, en una estrofa específica, en la mitad de una nota o durante algunos segundos.  

Cuando escucho Tabaco y Chanel, la tonalidad por sí sola me produce tristeza, añoranza y nostalgia, sentimientos que se afianzan al escuchar la letra. En la cuarta estrofa también encuentro una última emoción que no logro verbalizar. Imagino un terciopelo que corta. 

“Almost is never enough” es una de mis canciones favoritas de Ariana Grande, y una de las canciones que me lleva a “disfrutar” de la tristeza. Es curioso que escuchar música triste se sienta bien. Jóse Luis Díaz explica que esto pasa porque sentimos una especie de gratificación: lo que hacemos es “recrear emociones negativas fuera del ambiente de peligro, es como imitar la conducta del juego”. Nos acercamos a la emoción sin estar sintiéndola realmente, lo cual nos genera bienestar y una cierta sensación de control.

Cuando escucho “Mardy Bum” se siente como mirar por la ventana mientras llueve con una bebida caliente en la mano, como mirar la tristeza de lejos con una especie de confort. La primera vez que la escuché ni siquiera tenía novio y no sabía lo que era una tusa, pero la melancolía ya estaba ahí.

¿Cómo puedo sentir una emoción que no he experimentado aún? Bueno, pues porque algunas emociones generadas por la música son emociones espejo, es decir, reflejos de otras emociones. Por eso, al escuchar “Mardy Bum” no entendía eso de lo que hablaba Alex Turner, pero lo conectaba con alguna otra emoción que sí entendía, y así Alex Turner y yo conversamos a través de un lenguaje encriptado.

Cuando llegué a la última etapa de la tusa, la tristeza por fin se fue. Había aceptado la situación y me sentía tranquila con ello. Solo me faltaba exorcizar los últimos demonios con canciones que hacían de la tusa una fiesta y me hacían sentir como un Rocky Balboa renacido. “El Adiós” de la Orquesta Zodiac es la canción que mejor recoge esa emoción de aceptación, de estar lista para soltar, y sobre todo, bailar la tusa y reírse de ella. Estoy convencida de que es por el ritmo, que atrapa a mi cerebro y hace que mi cuerpo quiera moverse. El beat despierta la actividad motora que está conectada al sistema auditivo y nos hace bailar. 

Curiosamente un buen ritmo es un error. Peter Vuust, explica que “cuando escuchamos un compás nuestro cerebro trabaja en un modelo para predecir el siguiente compás. Por eso es que un mal ritmo es uniforme y tranquilo, mientras que un buen ritmo es desordenado e impredecible, lo que causa curiosidad a nuestro cerebro por no poder predecirlo. En realidad el buen ritmo es un error que nuestro cerebro trata de corregir, por eso es que movemos la cabeza cuando escuchamos un buen ritmo, nuestro cerebro está tratando de corregir el error”. 

Finalmente, “Nada” de Catalina García y Juan Pablo Vega fue la canción emblema del Rocky Balboa en que me convertí mientras salía de aquel desamor. Esta canción me permite agradecer, estar en paz con lo que paso y cerrar. Dicho esto, cierro con ella mi playlist de tusa para que se curen, porque si la música sirve para tratar la epilepsia, el Parkinson, la hiperactividad, el déficit de atención, el estrés y el insomnio… cómo no va a servir para curar una tusa.

Mariana Isabel Cuadrado Saurith

Comunicadora social y periodista, apasionada por el cine y la literatura del duelo. Amante de los gatos y de las tardes de brisa y mecedora en la terraza de la casa. Ha escrito historias en El Punto Noticias sobre diversos escenarios culturales en el Caribe y ha participado en diferentes cortometrajes producidos por Abstracta Productions.

Comunicadora social y periodista, apasionada por el cine y la literatura del duelo. Amante de los gatos y de las tardes de brisa y mecedora en la terraza de la casa. Ha escrito historias en El Punto Noticias sobre diversos escenarios culturales en el Caribe y ha participado en diferentes cortometrajes producidos por Abstracta Productions.

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