Las raíces pacíficas de Bejuco
Diez jóvenes de Tumaco conforman Bejuco, una agrupación que mezcla la música tradicional del Pacífico con beats africanos. Así nació su primer álbum con Discos Pacífico, junto a Iván Benavides y Diego Gómez.
ankita tenía una fiebre muy alta, pero nada iba a detenerlo; se voló de su casa, entró a la caseta por una hendija y lo que vio le cambió la vida a los siete años: los bailarines sacudían sus cuerpos al ritmo de la percusión del maestro Gustavo Colorado, quien reventaba cununos con la potencia de sus manos. A los ocho, Camilo tocaba el bombo en un grupo de danza y Lizeth pasaba las tardes escuchando la voz de su padre como un arrullo permanente. Edwin veía cómo su tío arreglaba marimbas, tamboras y cununos en un taller en la zona rural, a la espera de que llegara el 16 de julio para vivir los velorios de la Virgen del Carmen y los belenes en cada Navidad. Julio escuchaba los acordes de boleros y música antillana en manos de su papá, sus tíos y su abuela, los músicos de Barbacoas que le heredaron la sangre y la guitarra. Estas historias transcurrieron en tiempos distintos, pero en un mismo lugar. Todos eran niños, todos eran negros, todos eran músicos –aunque aún no lo sabían–, todos crecían en Tumaco.
Hace cinco años, los caminos de esos niños se cruzaron y nació Bejuco, una agrupación de ritmos del Pacífico sur colombiano que combina las tradiciones de la marimba, el beat africano y el jazz envenenado en un sonido explosivo de bambuco beat. Edwin andaba limpiando los manglares con el maestro Ever Ledezma y junto a varios amigos músicos que habían hecho parte del grupo Changó, cuando se le ocurrió la idea de armar un nuevo proyecto. Esa vegetación tachonada de enramadas verdes dio nombre a Bejuco; en palabras de Juan Carlos Mindinero, Cankita, director musical de la agrupación: “somos ramas fuertes de árboles que amarran el saber ancestral con un nuevo sonido”.
En esa primera fase eran un grupo experimental; a pesar de la intención de ser una especie de laboratorio musical de la región, al participar en las eliminatorias del Festival Petronio Álvarez decidieron inscribirse en la categoría de grupos tradicionales. Les faltó algo más que suerte para pasar a la final nacional. La búsqueda de ese elemento los llevó a adentrarse de nuevo en la experimentación.
En 2018, la alineación y el sonido de Bejuco cambiaron totalmente: metieron guitarra, ya no había un redoblante sino una batería, ya no había un saxo sino un trombón o una trompeta, cambiaron de bajista y de marimbero. El grupo renacía como una relectura de las tradiciones del Pacífico colombiano con ojos africanos, caleños, europeos y jóvenes. “Tumaco es un territorio sonoro, y llega mucha influencia de la salsa, de la timba, del reggae, del rap, cosas así. El pueblo es fanático del Grupo Bahía, con el maestro Hugo Candelario, y también de Herencia de Timbiquí. Nuestra guía era lo que estaba pegando en Cali, o sea, mucho jazz, fusión y rock. Esa era nuestra línea, ¿no? Hasta tenemos un currulao que es muy bluesero, una vaina así. Es el formato instrumental de una banda de jazz o de blues (guitarra, bajo, batería y vientos), sobre el que se monta un formato de música tradicional del Pacífico (marimbas, bombos y cununos)”, explica Edwin Jiménez, bombo, voz y director general del grupo.
Como lo dice Edwin, “Tumaco es territorio sonoro”, pero también es el escenario de una riqueza paradójica: el legado cultural, la música y la naturaleza son tan abundantes en esta costa nariñense como lo son las carencias generadas por el abandono estatal, la violencia y el racismo estructural. Este último está tan profundamente arraigado en la identidad colombiana que desde los centros de poder resulta inadmisible la idea de que nuestro país es tan racista como clasista y que nadie reconoce que solo ve a esos “negritos” cuando tocan, bailan o saltan 14,92 metros en un mundial de atletismo.
Hace dos años, un proyecto para la desaparecida revista Arcadia nos llevó junto a Juan Pablo Liévano a recorrer esos pueblos de la marimba donde vimos de cerca la forma en que la idea romantizada del patrimonio se paga con el alto precio de la desidia, el plomo y el abandono. Estas poblaciones ribereñas comparten la misma frecuencia de onda en la afinación de sus marimbas tradicionales y la misma nada en infraestructura y oportunidades. La historia de desplazamiento de Don Gu –ese mismo Gustavo Colorado que Cankita vio reventando cununos en una caseta a los siete años–, perseguido por intentar apoyar a los jóvenes tumaqueños a través de la música, es una de las muchas que se repiten a diario en la región cada vez que el arte trata de levantar la voz.
Al hacerlo, al levantar la voz, se escuchan los chureos y las glosas: esos juegos pacíficos con el instrumento que habita entre pecho y espalda. “La glosa es cuando tú cantas con texto, con letra; pero cuando tú emites un sonido, simplemente un sonido, eso es chureo”, aclara Cankita. La otra voz que se levanta es la de la marimba, el piano de la selva, que habla con bordones y es más elocuente a ciertas horas del día. “A mediodía la marimba suena especial, distinta, única. ¡Experiméntalo: a mediodía y a las seis de la tarde, ufff! La marimba bota unos sonidos muy bonitos a esas horas”, agrega el director musical.
Libardo Rosero, constructor de marimbas en Barbacoas; Baudilio Cuama, alma y nervio musical de Buenaventura; Gualajo, Genaro y Pacho, los legendarios hermanos Torres de Guapi; Eutimio Isalla maestro marimbero de Chagüí; Juan Cuero, Críspulo Ramos y Don Gu, íconos musicales de Tumaco... de ellos y de muchos más ha bebido la marimba de Bejuco. Pero esta rama también se nutre de otras fuentes, son sus maestras las voces de Julia Vivas, Pastora Riascos y Nidia Góngora. Su patrón rítmico en la batería es el mismo creado por Wilson Viveros para el Grupo Bahía y que ha marcado a todos los percusionistas jóvenes de la región. Sin embargo, para amarrar ese rico pasado con un futuro fresco, una dosis inesperada de influencias les llegó desde muy lejos.
Gracias al diálogo con los productores Iván Benavides y Diego Gómez, el sonido de Bejuco se transformó radicalmente. “Diego e Iván nos ayudaron a abrir la mente porque a veces uno se queda mucho en lo local y ellos conocen las músicas del mundo. Nos mostraron referencias, nos abrieron caminos, y eso nos ayudó a encontrar nuestro sonido”, afirma Camilo Rivas, el batero. Fue así como las bases rítmicas de Fela Kuti y Tony Allen se sumaron a la influencia de la batería de Wilson Viveros. No lo entendían todavía, pero estaban regresando a África a través de ese instrumento norteamericano.
Iván Benavides, el gran artífice de la nueva música colombiana, describe así el sonido que hallaron junto a estos músicos tumaqueños: “En ningún lugar del país he encontrado esa relación de África y Colombia como en Palenque y en el sur de Nariño. Son dos regiones tan especiales, quizá por su misma lejanía han preservado este tipo de lenguaje. La complejidad de las polirritmias de África occidental, lo que llaman los chureos, los encuentra uno muy vivos en el Pacífico sur. Fue fácil hallar las líneas con Bejuco. La música del Pacífico tiene unas claves, y todas las frases se construyen sobre ellas, de manera que hay un diálogo increíble entre la marimba, los tambores, el bajo, la guitarra y los teclados. Finalmente es la traducción del sentido de comunidad que habita un territorio biodiverso; uno se transporta a los ríos, a los manglares y a la selva. Ese sonido está aquí puesto de manera contemporánea”.
Hoy, los diez músicos de Bejuco –Jhon Cortés, Johan Estacio, Liz Micolta, Willian Martínez, Julio Sánchez, Camilo Rivas, Edwin Jiménez, Joan Micolta, Luis Narváez y Cankita–; los productores Iván Benavides y Diego Gómez, de Discos Pacífico, y la líder espiritual de la banda, Lina Álvarez, comparten conmigo un almuerzo en un gélido patio al norte de Bogotá.
Estamos tomando una sopa desabrida en las instalaciones del legendario estudio Audiovisión, donde hace 25 años Aterciopelados grabó El Dorado y donde el mismo Iván Benavides ayudó a parir La tierra del olvido. Bejuco está grabando su primer álbum en el más completo estudio colombiano. Frente a esas consolas, soltaron diez canciones de un tirón, improvisaron varias, tocaron, oraron y lloraron. Marimbas, cununos, bombos, batería, bajo, guitarra y la voz de diez niños tumaqueños extendiendo las ramas desde la raíz. Para muchos de ellos, era la primera vez que se ponían una chaqueta y se montaban a un avión. El viaje apenas comienza.
Fotos: Discos Pacífico /Intervención de Kelly Llanos
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