Cuando el arte no paga...
Desde vender sacos, cargar canastas de cerveza, actuar en televisión o tocar en restaurantes en el Titicaca, cinco figuras nacionales le contaron a Bacánika qué es lo más frito qué les ha tocado hacer para ganarse unos pesos y poderse costear el camello de hacer música.
Con las cosas raras que a la mayoría de los músicos nacionales les han tocado para sobrevivir y acolitarse sus discos y giras (además de pagar el arriendo y tener con qué vivir como cualquier otro paisano) se podría escribir un libro más voluminoso que los de J. R. R. Tolkien. Sin embargo, para esta nota escogimos solo unos cuantos, cinco que la gente no solo reconoce por sus álbumes, canciones y proyectos sino por sus personalidades y las batallas que han dado desde la música.
Como toda lidia, no ha sido nada fácil. Y en un país como este, decirlo es obviedad pero conocer con pelos y señales lo que a estas cinco figuras colombianas les ha tocado hacer en algún momento para ganarse la papita es algo que desmitifica aquello de que todo prócer es impoluto: estos músicos han debido remangarse la camisa (y la cresta) y ponerse a vender hasta sacos.
Dilson Díaz (La Pestilencia)
La Corte del Pueblo fue uno de los programas más vistos entre la comunidad latina en Estados Unidos, y “Tatuaje en la nalga” es el capítulo en el que Dilson Díaz apareció sin que nadie se lo esperara.
“En el año 2000 nos vinimos ya toda la banda para Los Ángeles con la intención de quedarnos un rato. No había mucho dinero, era como volver a comenzar, entonces llegamos acá y el poco trabajo que teníamos, independiente a la música, era hacer de extras en unos programas de televisión. Eso fue en la primera semana que llegamos. Un día nos vieron ahí sentados y nos dijeron que si queríamos actuar, nos explicaron cuál era el papel que nos tocaba hacer y a mí me pareció muy chistoso y dije: “Yo lo hago. Igual esto no lo va a ver nadie y sí nos sirve para pagar por lo menos un mes de arriendo a todos”. Los del programa me dijeron que tenía que actuar como un tipo que tatuó a una vieja y al que ella quiere demandar. Pero cuando estábamos en pleno desarrollo de la actuación resulta que la vieja me dijo unas cosas que no estaban en el libreto y yo le respondí otras y en esas el supuesto juez aprovechó y se inventó lo demás. Al final nos pagaron bien y eso nos ayudó para sostenernos dos meses a todos, cada uno de los integrantes de la banda actuó en un capítulo distinto pero infortunadamente solo salió al aire el mío”.
Pero si usted es de los que cree que esta ha sido una de las cosas más extrañas que el reconocido cantante de La Pestilencia ha hecho, ojo a su historia sobre lo que antecedió la grabación de uno de los discos icónicos del rock colombiano, La muerte… un compromiso de todos. “En el año 88, casi cerca al 89, muy próximos a grabar el primer álbum de La Pestilencia, yo me fui a vivir a Bogotá y no tenía dinero, entonces con Arley Cruz (vocalista original de la banda colombiana Neurosis) estuvimos vendiendo sacos de lana puerta a puerta; vendiéndolos a crédito. Y era muy chistoso porque era tocar en cada puerta y echar el carretazo de la calidad del saco y hacerle ojitos a la señora que estaba mirando el saco, y además nos tocaba ser los más amables del mundo para que nos compraran los sacos. Solo trabajamos una semana pero nos fue superbien, vendimos como cien sacos y con eso me pude sostener un tiempo como para poder grabar el disco”.
Humberto Pernett
Pionero en la fusión del folclor colombiano con la música electrónica, Pernett ha marcado audiencia con temas como “Huele a Mariacachafa” pero, sobre todo, con álbumes inquietos y coloridos en los que los sonidos de las costas y del interior han terminado inmiscuidos en tremendos solles. Siembra solo amor, su sexto trabajo de estudio, acaba de aterrizar.
“Son muchísimas las cosas incómodas que me ha tocado hacer por esto de la música, algunas muy tristes –como tener que dejar a gente que quiero– y otras más bien jartas. Recuerdo por ejemplo una vez en Suiza, en 2004, el dueño del bar donde tocábamos de planta nos pidió que le ayudáramos a mover unas cuantas cervecitas que resultaron ser como cien cajas de cerveza. Y como si fuera poco, nos tocaba a nosotros mismos montar nuestro backline en la puerta de uno de sus restaurantes y tocar todos los días en tandas de doce horas. Teníamos que tocar de todo, incluso canciones que ni siquiera nos gustaban”.
Edson Velandia (Velandia y la Tigra)
Edson Velandia puso patas arriba a la música colombiana y de paso al rock, el jazz y hasta la ópera. Se inventó su propio género –la rasqa–, ha grabado discos para niños y recibió la beca de dramaturgia teatral del programa de estímulos del Ministerio de Cultura en 2012. Anda con nuevo disco, El Karateka, y tocando junto al señor Marc Ribot (otro guitarrista, transgresor y compositor teso como él). Pero también le toca pagar la renta.
“Estando en Copacabana, Bolivia, a orillas del Titicaca, nos hacía falta reunir lo de la comida y el hotel de esa noche. Ya llevábamos más de dos meses andando con La Tigra, lanzando el disco Oh Porno por Suramérica, y los ahorros hacía rato nos los habíamos comido. Tocábamos acústico: trompeta, cuatro, guitarra y guacharaca. Nadie quería contratar músicos. Es raro que en un restaurante estimen a los músicos, así que la noche no pintaba bien. Por fin, en un pequeñísimo restaurante nos dejaron tocar a cambio de unos pesos. Yo convencí a la dueña con mi acento, advirtiéndole que a la gente le gustaba escuchar a los músicos colombianos. Tocamos entonces frente a la única mesa que se ocupó esa noche. Era una pareja. Interpretamos nuestro repertorio, obviamente. Nunca, en toda la gira, hicimos un solo cover. Al final del toque fui a cobrar pero la señora se negó rotundamente alegando que la habíamos engañado: que si éramos colombianos por qué no tocábamos cumbia. Yo le dije: “Señora, todo lo que nosotros tocamos es cumbia, lo que sucede es que la cumbia ha cambiado mucho”. Pero la señora no cambió de opinión. Y así fue que pasamos una deliciosa noche a la orilla de lago más alto del mundo, cantando frente a una fogata de caminantes entre los que había dos colombianas que nos reconocieron por una canción y nos gastaron el perro caliente”.
Mario Galeano (Ondatrópica, Los Pirañas, Frente Cumbiero, Los Guaqueros)
Para quienes aún no lo saben, este bogotano tiene un Grammy Latino en su casa, y se lo ganó por su trabajo como productor en el álbum Bailar en la cueva de Jorge Drexler (quien a su vez tiene un Oscar). Investigador musical de los serios que hay, todo lo que pasa por su manos –no solo desde la producción sino desde la creación y la interpretación (porque también toca el bajo y la guacharaca como un punketo en trance cumbiero)– termina convertido en objeto de colección y, sobre todo, de diversión. Sus discos con Los Pirañas, Frente Cumbiero y Ondatrópica así lo demuestran.
“Una vez, como en 2005, recién llegado de estudiar por fuera y buscando qué hacer –antes de que estuviera metido en toda esta cosa de los toques, los discos grabados y las giras– me encontré en las páginas de clasificados de El Tiempo un aviso que decía “Se busca productor”. Decidí llamar y me citaron a una empresa que se llamaba dizque YA PRODUCCIONES, que resultó ser una oficina así toda elegante y grande donde hacían ediciones de libros cristianos y grabaciones de música cristiana. Los tipos estaban buscando un productor que les hiciera doce discos anuales, uno mensual, de diferentes géneros: uno de metal, uno de reggaetón, uno de baladas, uno de rock… Y eso fue lo que me propusieron, y como prueba para ver si yo lo podía hacer me dieron un casete con una canción y yo tenía tres días de plazo para hacerla en cinco estilos diferentes. Yo, pensando en el camello porque en esa época no tenía mucho y esta empresa pagaba muy, muy, muy bien, llegué a la casa y lo intenté durante dos o tres horas. Y pues definitivamente me di cuenta de que esa vaina no era para mí. Entonces llamé a los tipos a decirles que muchas gracias pero no, que no iba a hacerlo, y en realidad hasta el día de hoy nunca he trabajado con nada parecido ni haciendo música para comerciales o televisión”.
Mario Muñoz (Doctor Krápula)
También conocido como El Subcantante, ahora presenta el programa de televisión Región Tr3ce y está al frente del espacio de radio online Latinoscopio. En todo caso, a Mario se le conoce mejor y de punta a punta del país por su trabajo junto a Doctor Krápula, que durante casi veinte años la ha guerreado para llevar su mensaje y sus canciones incluso a otras regiones del mundo (principalmente a México y Europa).
“Una vez, una reconocida marca de chicles cotizó y compró a precio muy alto un concierto nuestro, con un extraño afán y cumpliendo sin chistar todas nuestras exigencias, pagando por adelantado y con vuelos y hoteles de primera. El concierto era en la Plaza de Toros de Cartagena. Nadie en la banda se preguntó cuál era el motivo y, de hecho, aún nadie lo entiende: lo extraño es que íbamos a alternar en un gran escenario con Marc Anthony y Silvestre Dangond. Después de una excelente prueba de sonido, volvimos al hotel y nos alistamos para poner a saltar y gritar a todo el mundo. Poco a poco fueron entrando los asistentes, mujeres en tacón alto y vestido largo y hombres engominados con costosos relojes, y todo parecía una gala de reinado. Nadie bailó, nadie cantó, nadie hizo buena cara por nuestra presencia en el lugar, a excepción de una niña que envió más de cien cartas para participar en un concurso que escogió al artista que según el público no podía faltar esa noche. Ella nos hizo ir y solo para ella fue ese concierto. Los demás espectadores solo despertaron en el primer compás de acordeón y con la primera copa de aguardiente”.
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