Las cinco maravillas (involuntarias) de la Rumania comunista
El hombre al frente del régimen más radical de la Cortina de Hierro, llenó su país de proyectos que debían asegurarle la posteridad. La historia, sin embargo, suele tener muchas ironías.
Nicolae Ceaușescu atribuyó los chiflidos que venían de la multitud a un problema de sonido. ¿Cómo explicar de otra manera que ese pueblo que había aceptado convertir su cumpleaños en fiesta nacional estuviera reaccionando así a su discurso? Era el 22 de diciembre de 1989, las promesas de un aumento inmediato de salario no calmaron a las cien mil personas reunidas en la Plaza de la Universidad de Bucarest. Nueve minutos después del mediodía, el dictador y su esposa Elena subían a un helicóptero en la terraza del Palacio Presidencial.
Pensaban escapar a su ejecución. Sólo la retardaron dos días, el tiempo que les tomó ser capturados y abaleados tras un juicio sumario. El Ejército decidió apoyar el levantamiento popular que se había iniciado una semana atrás en Timisoara y que contagió a todo el país. Corrupción, genocidio y otros delitos le fueron imputados a Ceaușescu.
Así terminaron los 22 años en el poder de un aprendiz de zapatero que, desde su llegada a la presidencia del Partido Comunista, se destacó por su apertura hacia “occidente” y su independencia frente a Rusia, antes de dejarse llevar a mediados de los setenta por el culto a la personalidad que había admirado en sus visitas a China y Corea del Norte. Los desfiles multitudinarios dejaron de realizarse en honor del pueblo socialista para ser dedicados ahora al “Genio de los Cárpatos”, que era su encarnación más elevada.
Con motivo de su cumpleaños, Ceaușescu ordenó la creación de una estampilla con su efigie.
Imaginando (imaginemos que eso imaginaba) que los desfiles sólo sobreviven en la cinta cinematográfica, Ceaușescu abundó en ideas originales que deberían asegurarle la posteridad si es que la muerte le llegaba algún día. Y no es que su huella no esté presente en la Rumania de hoy, sino que en muchas ocasiones no lo está de la manera cómo el quiso.
1. Un palacio presidencial… imposible de llenar.
La Casa del Pueblo, en un día de verano, vista desde el Parque Izvor.
El Palacio del Parlamento –ese es su nombre oficial– es sin duda la atracción turística número uno de Bucarest. Pero los locales, que tienen que acostumbrarse a su presencia dominando la ciudad, la detestan porque, para levantar la Casa del Pueblo, que sería su Palacio Presidencial, Ceaușescu ordenó arrasar con la mitad del centro histórico de la ciudad y desplazar a cuarenta mil habitantes.
Los retratos gigantes de Elena y Nicolae Ceaușescu debían reinar en este nicho del salón de fiestas del Palacio.
Obsesionado por demostrar que no necesitaba otra fuerza que la del pueblo rumano, el dictador ordenó que incluso los gusanos para obtener la seda de las cortinas fueran nacionales y se produjera localmente el cristal de las lámparas, tan grandes que un trabajador tiene que entrar por un agujero en el techo para limpiarlas.
La lámpara del teatro privado.
El resultado es el edificio civil con la mayor superficie del mundo, 330.000 metros cuadrados que hoy en día aún no han podido ser ocupados en su totalidad, pese a que en él tienen sede el Congreso de la República y dos museos de arte. Ceaușescu pudo ver la obra terminada, pero fue depuesto antes de que se completara la decoración del interior.
2. Un lago artificial… que se convirtió en reserva natural.
En la periferia de Bucarest, el lago Văcărești es un caso único de humedal creado –sin querer– por la intervención humana.
Obsesionado con la creación de espacios que servirían de referente en “su” ciudad capital, a mediados de los ochenta Ceaușescu decidió crear un lago artificial que debía contener al rio Dambovita y convertirse en el polo de desarrollo de un nuevo barrio en la periferia de Bucarest. Para hacerlo, eligió los terrenos del monasterio de Văcărești y, a partir de 1986, dio la orden de excavar y cubrir con concreto las paredes del futuro lago. Infalible como se consideraba, Ceaușescu no tuvo en cuenta los conceptos según los cuales el caudal del río no bastaba para llenarlo y que las obras hidráulicas para traer agua desde otras fuentes resultaban complicadas y, sobre todo, costosas. El terreno, aislado de la ciudad y parcialmente inundado fue abandonado durante más de veinte años. Entonces se descubrió que, gracias a la ausencia de la intervención humana, se había desarrollado allí un ecosistema propio y original que lo ha llevado a ser comparado con el Delta del Danubio.
En 2012, una edición de la revista National Geographic dedicada a Văcărești generó una campaña para proteger a la zona de los especuladores inmobiliarios: allí conviven aves migratorias y locales y mamíferos como comadrejas que, según Dan Bărbulescu, promotor del proyecto de conservación, “Pudieron haber llegado por los canales subterráneos y han comenzado a reproducirse”. Tres años más tarde se declaró el estatus de zona protegida para el lago Văcărești, que se convertirá en el primer parque natural urbano del país.
El proyecto irrealizable creó un espacio de biodiversidad dentro de una de las áreas urbanas más contaminadas de Europa.
3. Una ruta militar… que enloquece a los automovilistas aventureros.
Las curvas pronunciadas en medio del paisaje montañoso de los Cárpatos hacen del Transfăgărășan uno de los pasos de montaña más famosos del mundo.
Aun antes de caer en la megalomanía, Ceaușescu mostraba signos de paranoia. Creía, por ejemplo, que para castigarlo por su cercanía con los gobiernos de Europa occidental, los rusos intentarían intervenir en Rumania como lo habían hecho en Hungría y Checoslovaquia. Para movilizar sus tropas y defenderse del Ejército Rojo, el dictador ordenó construir una ruta militar en las montañas que separan las regiones de Valaquia y Transilvania –sí, la tierra de Drácula–. Las exigencias de la obra y las condiciones climáticas de la región del Făgăraș, cobraron la vida de cuatrocientos obreros militares que terminaron la misión en un tiempo admirable de cuatro años. Ceaușescu inauguró la Ruta 7c o Transfăgărășan en 1974, pero su trazado la hacía poco práctica y la nieve obligaba, y todavía lo hace, a cerrarla durante la mayor parte del año. Eso no le quita la belleza a una “ruta imposible” de noventa kilómetros de largo ni a un paisaje de montaña al que raramente se puede llegar conduciendo. Por eso el show Top Gear la consideró “La mejor carretera del mundo”. Además, cada año, centenares de aficionados vienen a recorrerla por el puro placer de manejar en sus curvas imposibles.
4. Un programa de vivienda social fracasado… que se ha convertido en el símbolo del país.
Es imposible imaginar una ciudad rumana sin los bloques en los que creció toda una generación de campesinos desplazados.
Para Ceaușescu, como para la mayoría de los líderes de la esfera de influencia soviética, el ideal de progreso era una sociedad urbana e industrial. Por eso, a partir de los años sesenta inició un programa de desplazamiento hacia las ciudades que exigía el reemplazo de las casas monofamiliares por bloques de apartamentos. El resultado es que, aún hoy, hasta los municipios más pequeños cuentan con su barrio de bloques, pero no con el presupuesto para mantenerlos. Las interminables hileras de edificios idénticos y el anunció “Atención, caída de pañete” se han convertido en un símbolo de la capital rumana, tanto que incluso aparecen en las postales.
Las señales que anuncian que un edificio se desmorona son parte del paisaje de Bucarest.
5. Una hidroeléctrica… que esconde el pedacito más occidental de Turquía.
Las aguas del Danubio, entre las ciudades de Orșova y Drobeta, esconden un secreto de Oriente.
Hasta los años sesenta existió en el Danubio una isla llamada Ada Kaleh. Localizada a medio camino –es decir, a media nadada– entre las actuales orillas rumana y serbia del río, la isla fue protegida hasta el siglo XIX como enclave turco en territorio austrohúngaro por los tratados de Belgrado y Berlín. La anexión a Rumania, tras el final de la Primera Guerra Mundial, cambió la situación administrativa de la isla. En la ciudadela formada a los pies del minarete de la mezquita se siguió hablando el turco y vendiendo productos típicos de oriente, además de cigarrillos que se exportaban a toda Europa.
La central hidroeléctrica de las Puertas de Hierro, entre Serbia y Rumania.
La decisión de Ceaușescu de construir la hidroeléctrica de las Puertas de Hierro marcó el final del más occidental de los territorios turcos. En 1970, Ada Kaleh terminó bajo las aguas de la represa. Aunque la idea era conservar una parte de su patrimonio cultural, sus habitantes se dispersaron. De ese paraíso perdido sólo quedan el nombre un grupo de música electrónica y un bar que lleva su nombre en la ciudad de Drobeta Turnu Severin, veinte kilómetros al este. La especialidad de la casa es la braga, una bebida de maíz originaria de Turquía y pariente lejana de la chicha colombiana.
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