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Contar sin vergüenza: los documentales de Daniela Abad Lombana

Contar sin vergüenza: los documentales de Daniela Abad Lombana

Con Carta a una sombra, Daniela Abad Lombana dio a conocer su nombre como cineasta. Ahora, con The Smiling Lombana confirma que es un buen momento para que el cine documental cuente la historia de Colombia desde lo personal.

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Película 1: Un médico, profesor universitario, activista y defensor de los derechos humanos es asesinado una tarde en Medellín a finales de los años ochenta. Tiempo después, una confesión confirma que quienes silenciaron su voz fueron los paramilitares en alianza con la fuerza pública, porque era muy incómoda para ellos. Se llamaba Héctor Abad Gómez.

Película 2: Un artista brillante y carismático, de origen humilde, misterioso y sensible, logra viajar a Europa para estudiar, y en su afán por escalar socialmente y por tener y aparentar mucho, termina metido con el narcotráfico. Se llamaba Tito Lombana.

Los protagonistas de ambas cintas son los abuelos de una cineasta colombiana que, a través de la historia de su familia, ha sabido contar también parte de la historia reciente de Colombia. Se llama Daniela Abad Lombana (Turín, 1986) y, además de haber realizado varios cortos de ficción, es la autora de dos largometrajes documentales: Carta a una sombra (2015), inspirado en El olvido que seremos, el conmovedor libro en el que Héctor Abad Faciolince, papá de Daniela, relata cómo la violencia le arrebata a su padre, y The Smiling Lombana (2018), que cuenta la historia de un escultor hoy relegado al olvido del que solo se sabe algo -cuando se sabe- por haber sido el autor del emblemático monumento a los Zapatos Viejos, en Cartagena.

A Daniela Abad Lombana le gusta leer la realidad a través de las personas que tiene cerca, a través de su familia y de sus amigos más íntimos. Y narra así el drama de un país que se repite y parece que se condena a sí mismo desde hace décadas.

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Sus dos documentales son muy distintos. El primero es protagonizado por un tipo optimista y altruista, admirado por la comunidad, pionero en el campo de la salud pública en Colombia, un activista político que no se queda callado, un padre y un abuelo entrañable. The Smiling Lombana, que se estrena en las salas de cine de Colombia el 17 de enero, es protagonizado por un hombre complejo y camaleónico, un tipo alegre y narciso, excéntrico, un esteta que esconde un gran secreto y decepciona y engaña a su familia, que a su vez lo convierte en un tema vetado.

Héctor Abad Gómez cae acribillado en Medellín en 1987, poco después de que el gobierno del presidente Virgilio Barco ordena una dura ofensiva contra la mafia y los grandes capos del narcotráfico desatan una feroz guerra contra el Estado. La vida en esa ciudad, que está por convertirse en la más violenta del mundo, no vale un centavo.

Tito Lombana muere en Medellín en 1997, de una enfermedad que se lo lleva rápido, pero su historia de ascenso fulgurante y descenso veloz e inevitable se entrelaza con la de Colombia un par de décadas antes, en los años setenta, en pleno boom de la marihuana y de la cocaína.

Daniela narra la historia de Colombia mientras enfrenta el pasado de su familia paterna y materna, mientras busca respuestas y se convence de que “a veces también es bonito mantener el misterio”.

“Para mí es muy importante la universalidad, ver a través de un fenómeno particular algo general. Es un cliché de la narrativa pero creo en eso, y también me parece que es más generoso con el otro ofrecerle algo que le puede servir e interesar. Siempre busco el contexto. Me parece importante que las historias se relacionen con un momento histórico de los lugares donde suceden. ¿Que hay de universal en esto que estoy contando? ¿Con qué se puede identificar el que ve la película en la sala de cine?”, se pregunta en voz alta mientras charlo con ella.



Nació en Italia -su abuela, la esposa de Tito, era italiana, y su madre, Bárbara Lombana, tiene ambas nacionalidades- y pasó sus primeros 12 años entre ese país y Colombia. Después de terminar el bachillerato en Italia, Daniela decidió regresar a Medellín para estudiar medicina, en parte porque le parecía útil, porque creía que así podría salvar el mundo, y en parte porque amaba el cine pero le parecía “irreal” estudiar para ser cineasta y los lugares donde le hubiera gustado hacerlo estaban fuera del país y le parecían económicamente inalcanzables. También porque aunque no recuerda a su abuelo Héctor (lo mataron cuando ella tenía solo un año), tiene claro que la influencia que ejerce sobre ella y sobre su familia paterna es poderosa. Y porque es hipocondriaca, dice riéndose de sí misma.

Pero después de cuatro semestres se dio cuenta que lo suyo era el cine. “Ya no veía películas y eso me daba mucha tristeza. Y un día, en un paseo que hicimos con mi papá en Alemania, porque se había ganado una beca para escribir en Berlín, llegamos a un pueblito donde había un festival de cine, nos metimos a la proyección de una película, al final salieron los directores a presentarla y hubo una conversación con el público. Eso me emocionó mucho y supe que yo quería ser parte de ese mundo”, recuerda. Era 2009. Se las arregló para viajar a Barcelona y matricularse en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC) y, en 2014, obtuvo su diploma como directora de cine.

Daniela, que ahora vive en Medellín, devora películas desde que tiene consciencia de sí misma y le debe ese amor al cine a su madre. “Ella es muy cinéfila, con ella descubrí a Hitchcock, a Polanski, los grandes clásicos, el cine negro, los musicales. Desde chiquita veía muchas películas para grandes y además conversaba sobre ellas con mi mamá y con un amigo suyo que era crítico de cine”.

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Carta a una sombra no fue idea suya. Tras el éxito del libro de su padre, unos productores holandeses la invitaron a ella y a Miguel Salazar (conocido por documentales como La Toma y Ciro y yo) para que dirigieran la adaptación cinematográfica de El olvido que seremos. The Smiling Lombana, en cambio, surgió de una entrega que Daniela tenía cuando estudiaba en Barcelona: “La decisión de contar la historia de Tito nace de una gran curiosidad, porque siempre noté dentro de las conversaciones de mi familia materna que ese tema no se podía tocar y no nos permitía avanzar. El nombre Tito no se podía pronunciar en mi casa. Todavía hoy no se puede. Yo no sabía por qué y eso también lograba el efecto contrario: todo el tiempo se hablaba de él, era como una sombra que acechaba sobre nosotros”.

Estaba en último año de cine y tenía que hacer un corto final. Buscando ideas, recordó que en 1997, cuando tenía 11 años, su madre le dijo que por fin había llegado la hora de conocer al abuelo Tito. Después de todo lo que habían escuchado, Daniela y su hermano pensaban que iban a encontrarse con algo parecido a un monstruo, pero solo hallaron a un hombre enfermo, de 67 años, que después de unas horas y para despedirse les dio un sobre con dólares. No con pesos, a pesar de estar en Colombia, sino con dólares. Un mes después murió Tito Lombana. Eso aumentó la curiosidad de la niña por su abuelo. Y a los 27 años, tras hablar con varias personas de su familia, confirmó que tenía una gran historia que merecía ser contada.

Después de tener un momento de gloria en los años sesenta -ganó el IX Salón Nacional de Artistas cuando solo tenía 18 años, superando a Fernando Botero, y su obra llegó a ser reseñada por críticos como Marta Traba y Casimiro Eiger-, Tito Lombana decidió no seguir en el mundo del arte y abandonó su carrera y a su familia, seducido por el mármol de carrara y por la buena vida. Tito sonreía, sonreía siempre, y así logró camuflar, por ejemplo, que pasó una temporada en una cárcel de Estados Unidos.

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Por esa sonrisa, que hacía prácticamente imposible saber si Tito hablaba en serio o en broma y que puede llevar a buena parte del público a enamorarse del personaje, es que Daniela decide que su segundo documental se llame The Smiling Lombana. “Quise que el título hiciera alusión a la sonrisa de mi abuelo porque era su rasgo más característico y está en inglés porque de alguna manera la película reflexiona también sobre el hecho de que los colombianos no queremos ser de acá y que siempre estamos como buscando ser de otro lado y admiramos todo lo que es de afuera, sobre todo lo gringo. Y Tito era un poco así, era una persona que no quería ser de acá, él quería pertenecer a otra parte, no necesariamente Estados Unidos, pero sí quería ser extranjero; dejar el título en inglés subraya eso, el hecho de no aceptarnos como sociedad, aunque nos hagamos los muy patriotas”, asegura.

“También quise hacer esta película porque era muy joven y todavía tenía esa idea de que uno puede ayudarle a su familia a superar sus problemas. Evidentemente esa no era mi tarea, pero en ese momento sentía que podía jugar un poco el papel de psicoanalista y lograr una especie de catarsis familiar si por fin hablaban de Tito. Finalmente no lo logré [se ríe] y mi abuela y mi mamá nunca quisieron que hiciera la película”, me cuenta. Todavía hoy, afirma, ambas están molestas.

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El documental, que tiene visos de thriller, se sostiene sobre un magnífico material fílmico de archivo, grabado por sus abuelos Tito y Laura en 8 milímetros y en 16 milímetros, y sobre un trabajo investigativo enorme, que lleva a Daniela a escarbar incluso en los archivos judiciales de Estados Unidos.

The Smiling Lombana mantiene la pregunta por la identidad y el origen, y también por qué tipo de país es Colombia, que asesina a personas como Héctor Abad Gómez y que trata de esconder los pecados de Tito Lombana”, escribió el crítico de cine Samuel Castro sobre ese documental, después de su proyección en la sesión inaugural del Festival Internacional de Cine de Cartagena (FICCI), hace un año.

Lo suyo es la ficción, me repite Daniela, pero son estos dos documentales los que hoy la ubican como una de las cineastas jóvenes más prometedoras del momento. Carta a una sombra ganó el Premio Especial del Jurado y el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) de 2015, además del premio como Mejor Documental en el Festival de Cine de Lima de ese mismo año. En 2014, Daniela se ganó la beca del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) de Proimágenes, en la categoría de escritura de largometraje documental, con el proyecto de The Smiling Lombana.

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“Lo que más me gusta de contar historias es transitar por distintas emociones, contar con humor algo trágico o pasar del humor a la tragedia, o de la tristeza a la nostalgia. Y me gusta entretener, siempre pienso en cómo entretener al otro cuando le cuento una historia”, insiste.

Según ella, Carta a una sombra “despierta un gran amor hacia la familia y hacia unos valores muy esenciales, como el amor hacia los hijos, hacia la vida, hacia la belleza, pero también genera indignación, rabia, culpa, impotencia”. The Smiling Lombana, en cambio, trata de las contradicciones del ser humano. “Es una película llena de nostalgia, la de un pasado que fue mejor, la de algo que pudo ser y no fue. Es una especie de reflexión sobre ciertas decisiones morales. Hay discusiones que no se han dado lo suficiente en el país y es valioso poner a la gente a hablar de eso”.

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A Daniela le encanta conversar y cree firmemente que una buena película es también una buena conversación, una charla sabrosa. Escucha a la gente, le gusta picarle la lengua y sentarse a oírla. No tiene problema en develar sus secretos, en mostrarse como es -y, por esa vía, hacer pública la historia de su familia-, porque sabe que así puede lograr que los demás también cuenten sus secretos y, en el camino, descubran que no eran tan graves como creían.

Daniela, de 32 años, es el reflejo de un país que ya no quiere quedarse callado, que cree en el diálogo y las discusiones abiertas. Representa a una generación que está lista para contar su pasado en el cine.

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Laila Abu Shihab

Se le ocurrió estudiar Ciencia Política y recibió el diploma –aunque nunca lo colgó– pero lo que la sacude es escribir, en todas sus formas. Por eso terminó metida en el periodismo e hizo toda la escuela de los grandes medios de comunicación colombianos. Ha vivido en Buenos Aires y Guayaquil y alardea sin pudor alguno de conocer más de 40 países. Porque viajar es su otra pasión, así como lo son el teatro y el fútbol.

Se le ocurrió estudiar Ciencia Política y recibió el diploma –aunque nunca lo colgó– pero lo que la sacude es escribir, en todas sus formas. Por eso terminó metida en el periodismo e hizo toda la escuela de los grandes medios de comunicación colombianos. Ha vivido en Buenos Aires y Guayaquil y alardea sin pudor alguno de conocer más de 40 países. Porque viajar es su otra pasión, así como lo son el teatro y el fútbol.

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