¿De dónde salen las estampitas del Sagrado Corazón?
Las estampas religiosas más comunes en Colombia remontan su origen al bochorno caleño de 1952. La de Gráficas Molinari es también la historia de la veneración de las imágenes en el país del Sagrado Corazón.
El archivo visual de Gráficas Molinari es parte de nuestra memoria colectiva. Cualquier persona en Colombia ha visto alguna de estas piezas; están en la tienda del barrio, en los grisáceos y oleosos talleres de mecánica, en el microperforado de algún bus o en la estampita guardada junto a un dólar en la billetera de algún creyente. Pero el ejemplo por excelencia es la Santísima Trinidad o el Sagrado Corazón de Jesús, posiblemente plasmados en un retablo con marco dorado. Normalmente estos cuadros están alineados a la perfección en el centro de algún altar repleto de velones y vírgenes de yeso o cerámica. Son entonces el atractivo ornamental –y casi genérico– en la sala de una abuela católica, apostólica y colombiana.
Según el libro de referencia Historia del Arte de E. H. Gombrich, en el año 311 el emperador Constantino estableció el cristianismo como religión del Estado. Y las pinturas fueron la herramienta principal para instruir a los feligreses en las nuevas enseñanzas, “El papa Gregorio el Grande, que vivió a finales del siglo VI (...), recordó a quienes se oponían a toda especie de representación gráfica que muchos de los miembros de la Iglesia no sabían leer ni escribir, y que, para enseñarles, las imágenes eran tan útiles como los grabados de un libro ilustrado para niños”. De esta forma, consiguieron alejarse de los modelos antiguos de los templos griegos con estatuas de dioses.
Hace casi un siglo, Antonio Molinari se estableció en Colombia tras huir de la Guerra Civil española. Y, como quien no quiere la cosa –o más bien, no la imaginaría–, se fue por la línea del papa Gregorio, pues a través de su imprenta divulgó y nacionalizó el arte a las clases sociales bajas y medias de un país empobrecido. En aquel entonces, las pinturas eran un lujo que no cualquiera podía darse. Así, el poder acceder a un cuadro de una deidad católica –impreso y no al óleo en este caso– en las casas populares y fincas campesinas fue un cambio cultural para nuestros abuelos y abuelas. Quienes pasaron de verlo solo en las grandes catedrales a tenerlo en sus salas, altares y billeteras.
Primera estación: El archivo saturado
¿Pero cómo es que, casi 70 años después, se desconoce el paradero histórico de estas imágenes? Aunque Gráficas Molinari fue un negocio próspero por varias décadas, todo se desplomó a finales de los ochenta e inicios de los noventa.
La recuperación de estas imágenes ocurrió por azar: en 2014, el artista e historiador de la Universidad de los Andes, José Ruiz Díaz, dio con ellas en el archivo de la mismísima Beatriz González.
"Dentro de las múltiples piezas que yo empecé a catalogar y organizar encontré unas imágenes que me llamaron mucho la atención porque tenían unos colores muy saturados, era notorio que habían sido impresas hacía varios años pero su color permanecía intacto, tenían unos papeles gruesos y unas iconografías muy extrañas, había imágenes religiosas, de cacería, de gatos, de bodegones. Lo que a mí me llamaba la atención era que todas habían sido impresas por el mismo taller. Abajo estaban marcadas con “Gráficas Molinari, compañía de Cali, Colombia”, explica José Ruiz, quien hizo parte de la selección oficial del Premio Arte Joven 2021 de Colsanitas y la Embajada de España.
En su clasificación, Ruiz comenzó a encontrar similitudes o una especie de patrón, pues todas las láminas tenían un número. Otras, aparte del número tenían un nombre con referencia a la imagen impresa. En este archivo pudo clasificar 50 imágenes que utilizó Beatriz González como referente para sus obras, estas fueron plasmadas en pinturas y muebles entre los sesenta y setenta.
Por otro lado, el artista Juan Camilo Uribe compraba paquetes gigantes de la imprenta, pues al venir en su mayoría repetidas, podía aprovecharlas para construir obras como Bandeja Paisa, la cual se encuentra expuesta en el Museo de Antioquia. Desde su obra temprana, el pintor Álvaro Barrios también incluyó guiños a las icónicas impresiones de Gráficas Molinari en sus composiciones. José siguió indagando entre los archivos audiovisuales encontrando similitudes y usos repetitivos de estas imágenes durante casi toda la segunda mitad del siglo XX. Fue entonces cuando comenzó a llenarse dudas y a cruzar diferentes fuentes de información para comprender cómo funcionaba la circulación de estas imágenes, por qué las habían utilizado y la pregunta fundamental: ¿de dónde venían?
Segunda estación: La bodega de papel
A principios de los ochenta, Gráficas Molinari también hizo su debut en el cine, Luis Ospina se encargó de ambientar lugares y escenas de sus películas con estas láminas en bucle, esta fue una pista clave para llegar al origen de todo, “él (refiriéndose a Luis Ospina) me dijo que cuando estaba en busca de una locación para la película Pura Sangre había ido con Karen Lamassonne –quien también había utilizado láminas Molinari en su obra– a una bodega en un galpón en el centro de Cali donde funcionaba la imprenta. Este galpón queda a pocas calles de La Ermita. En su recuerdo, la imprenta ya estaba en decadencia. Ellos lo que hicieron fue comprar el material, pues al final no sirvió la locación”, comenta José sobre su encuentro con Luis Ospina.
Un mapa hecho a mano por el cineasta fue la primera pieza en la búsqueda casi titánica por los restos de Gráficas Molinari. Luego de sacar callo andando las calles caleñas, preguntar por direcciones y hablar con desconocidos, José halló a alguien en Cali con el apellido Molinari, esta telaraña genealógica lo llevó hasta una bodega cerca al Parque de la Caña. El lugar en el que reposaba el archivo estaba lejos de ser un espacio óptimo para su conservación, pues la humedad, el polvo acumulado y la presencia de roedores y cucarachas estaban llevando a este patrimonio a su muerte temprana.
Jesús Porras, uno de los últimos trabajadores de la imprenta, fue el encargado de salvaguardar las imágenes luego de la quiebra de Gráficas Molinari. Era 2016 cuando José encontró la bodega. Aunque su idea inicial era hablar sobre el archivo, entrevistando a Jesús Porras, este le comentó que planeaba quemar las imágenes -¡QUEMARLAS!-, ya que no le encontraba una salida económica a tal cantidad de impresiones. José se tiró al ruedo y llegó al acuerdo con don Jesús de llevarse el archivo para Bogotá luego de cederle los derechos de reproducción del mismo.
Tercera estación: traficando los Alpes suizos al valle colombiano
Aunque el archivo y sus derechos ya le pertenecían a José, esta era una zona gris, pues detrás estaba el historial de un gran tráfico de imágenes en Centroamérica. Esta imprenta no generó un revuelo de la noche a la mañana, todo fue un golpe de suerte que funcionó mejor de lo esperado. Y sí, aunque su reconocimiento tenía matices ilegales, no se puede desligar su paso por la historia de la imagen gráfica colombiana.
Para conocer cómo Gráficas Molinari se convirtió en la red de tráfico de imágenes más grande de Colombia en el siglo XX, hay que hablar de su historia, principalmente de su fundador, Antonio Molinari. Este español llegó a Colombia entre 1930 y 1940, huyendo de la guerra civil española. Entró por el puerto de Barranquilla, luego bajó hasta Medellín, donde conoció a su esposa. Finalmente se estableció en Cali, pues su proyecto de vida era construir una familia e iniciar un negocio de importación, necesitando así la cercanía de un puerto, en este caso el de Buenaventura.
En sus inicios, Molinari importaba productos que no se fabricaban en el país como muñecas de porcelana, vidrio plano, cristalería o accesorios para zapatos. En esa misma línea, le dio por traer láminas religiosas de Suiza, estas las compraba en talleres suizos y las distribuía en grandes almacenes de cadena como Ley -el abuelo del Éxito-. En sus cartas, narra que estas láminas se acababan el mismo día.
Con la necesidad de la población colombiana por las imágenes decorativas y devocionales, Molinari nota que el negocio no está en traer láminas desde Suiza, sino en imprimirlas, pues este proceso era menos costoso y demorado. Regresa entonces a su natal España en 1950 para reencontrarse con su familia y empaparse con el tema de las imprentas. Molinari realiza un tour por los talleres de impresión de Barcelona y otras ciudades europeas como Dresde (Alemania), conocidas en aquel entonces como focos de la impresión. Adquiere varias máquinas de impresión en Holanda, las cuales llegan a Colombia en 1952. La primera imagen que se imprimió en Gráficas Molinari fue “María Penitente”, una estampita con María Magdalena llorando en una cueva.
La llegada de esta imprenta permitió visualizar la evolución del gusto gráfico colombiano, “primero son solo imágenes religiosas, un país completamente católico y conservador donde las imágenes devocionales tienen un gran peso. Luego empiezan a aparecer unos bodegones de frutas, pues la gente necesita decorar sus comedores. Luego aparecen unas imágenes de gatos, los gatos han dominado el mundo mucho antes de Instagram. Luego hay un gran grupo de imágenes de paisajes europeos, como esta idea de anhelar Europa con fotos de Europa. Luego aparece un grupo de estrellas de cine y vemos cómo permea Hollywood. Al final llegaron las pin-up girls gringas, los monos jugando póker y los perros en los casinos de Miami que son las clásicas de los 90s”, narra José desde sus hallazgos.
El éxito de Gráficas Molinari fue arrasador, pues se expandió y comenzó a producir imágenes para otros países como Panamá, Venezuela, Ecuador y Perú. Así, estos países centro andinos empezaron a construir un imaginario colectivo similar, pues el origen de todas estas imágenes era Cali. Las cantidades de impresión eran absurdas, de una imagen podían llegar a imprimirse 20.000 copias por semana, al multiplicarse estas semanas en años se obtenía un número gigante. Por esta razón es que podemos encontrar imágenes de Gráficas Molinari en casi cualquier pueblo colombiano y posiblemente de Centroamérica.
Cuarta estación: Gráficas Molinari cae por primera y última vez
La prosperidad de la imprenta cayó en picada por lo que casi siempre se desmorona todo en la vida: la tecnología. En la década de 1990, la imprenta cierra por distintas circunstancias; por un lado, los malos manejos administrativos crearon un meollo gigante y por el otro, las imágenes comienzan a circular de otra forma con la llegada del internet.
En este entierro José tiene muchas velas. Aunque su objetivo era recolectar información, se sumergió tanto en el tema que terminó teniendo su custodia. Esta investigación le permitió conocer otras imprentas en el mundo que al igual que Gráficas Molinari, crearon un referente visual en su país. En México por ejemplo, se llama Galas de México, su historia no es muy diferente, pues también fue fundada por un español pero en 1913. Santiago Galas, su fundador, además de imprimir las imágenes europeas, estableció un taller de pintores para su imprenta, creando lo que hoy en día conocemos como el gusto mexicano. A diferencia de Colombia, el archivo de Galas de México fue adquirido por la fundación Carlos Slim, la cual creó un museo donde se reposa este patrimonio gráfico mexicano.
José Ruiz reconoció desde el inicio la fuerza e importancia histórica de Gráficas Molinari. Aunque su adquisición en un principio fue una compra a ojo cerrao’, los años le darían la respuesta y el sentido que guardaban. Con el gran corpus, José comenzó a crear una columna para comprender cómo fue constituido el archivo. Así, organizó las imágenes en una línea de tiempo desde la lámina 1 hasta la 900+.
Con la ayuda de Lucas Ospina, José digitalizó este archivo maestro en la Universidad de los Andes. Todas las imágenes encontradas en la bodega de Cali se pueden ver en el inventario de la plataforma web. Estas tienen uso libre, pues José liberó sus derechos de reproducción como parte de los principios claves de su proyecto, “estas imágenes nos pertenecen a todos, no deben estar restringidas a ningún permiso o uso, un poco emulando la forma en la que circulaban en los 60s, 70s y 80s [...] decimos en la página web montar todo el archivo digital que se había digitalizado en buena calidad. Cuando alguien quiere una imagen en mejor calidad, que se agrande y se vea la fibra del papel, nos escribe al correo y nosotros se la enviamos en la calidad que la necesite”, concluye José sobre el estado actual de las imágenes.
Quinta estación: Molinari en su álbum familiar
Si bien las imágenes no tienen valor comercial -pues no se venden-, sí han sido utilizadas en diferentes proyectos investigativos y artísticos. La línea de curaduría del proyecto utiliza las imágenes en exposiciones donde pueden ser involucradas y divulgadas bajo otros contextos, como la exposición de 2018 en Cali, en la cual se cruzó el archivo de Gráficas Molinari con el archivo de obras del museo La Tertulia. De este evento nació la línea editorial, donde se puede encontrar un libro con piezas de Gráficas Molinari como láminas o papel regalo. Además, surgió la revista Remanente, la cual en cada número tiene una imagen distinta del archivo seleccionada por un editor invitado, quien le da una conceptualización gráfica a la línea editorial que quiera plantear en cada volumen.
En su más reciente proyecto, Gráficas Molinari está en la búsqueda de su álbum familiar, este consiste en recolectar fotografías donde se pueda hallar alguna lámina de Gráficas Molinari en el fondo. Esta convocatoria está abierta a cualquier persona que quiera compartir fotos donde se de cuenta del pasar de los años con estas icónicas imágenes en los hogares colombianos. A cambio, el equipo se encarga de enviar por correo postal la imagen o una imagen similar a la que aparece en la foto.
Ilustraciones: Gráficas Molinari
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