Del banano a las ideas
emos sido chimpancés, cavernícolas y pensadores. Incluso, hemos llegado a creernos dioses y a jugar con la genética. Lo invitamos a este viaje por la historia del cuerpo humano.
Somos primates. Pertenecemos a esa especie de la que también hacen parte los chimpancés, los orangutanes y los gorilas. Son nuestros primos lejanos y, aunque hoy nos avergüenza el parentesco, hubo un tiempo en el que no habríamos tenido ningún problema en saludarlos si coincidiéramos en la misma rama de la selva a la hora del almuerzo. En esos días no nos apenaba nuestra animalidad porque éramos muy diferentes. Nuestra anatomía era otra. Nuestro cerebro no conocía el poder de las ideas. Y nuestra vida transcurría mientras resolvíamos, instintivamente, cómo pasar de un árbol a otro para alcanzar un banano tentador. Éramos bolas de pelo, con orejas prominentes, nariz chata, piel arrugada, ojos con mirada fija –aunque tierna– y boca sonriente. No teníamos grandes atractivos físicos, pero aun así conquistábamos. Caminábamos apoyando la mayor parte de nuestro cuerpo sobre las piernas –que eran largas y firmes– y el resto en las falanges de nuestros dedos: como andábamos con el cuerpo parcialmente inclinado hacia delante, usábamos como soporte las manos para mantener el equilibrio. Nuestras patas eran enormes y cargaban un pulgar grande, seductor y polifacético, que nos permitía hacer con los pies casi todo lo que hacíamos con las manos. Teníamos un “tumbao” sabroso. No había músculos que estabilizaran la cadera, así que, cuando asumíamos la osadía de andar solo en las piernas, cada paso debía ir acompañado por un meneo completo del tronco. Era bonito vernos caminar, pero en los árboles realmente podíamos sacar a relucir nuestras dotes anatómicas: brazos largos, músculos fuertes y manos hábiles para ir de rama en rama. Fueron días agradables, en los que solo pensábamos en frutas, tubérculos y apareamiento. Pero el mundo fue cambiando, y nosotros con él.
Las transformaciones bioclimáticas arrasaron con gran parte del cinturón de bosque tropical africano y esto llevó a que muchos primates tuviéramos que huir a ecosistemas más abiertos.
Sapiens, sapiens:
Por medio de un proceso de selección natural que tardó millones de años en las praderas nos hicimos hombres. Todos los seres son genéticamente diferentes, unos nacen con ciertas características que se adecúan a lo que les exige su entorno; otros no tienen lo que se necesitan para sobrevivir. La selección natural asegura que esos aspectos favorables del cuerpo perduren en la reproducción para hacer que la especie sea más resistente en su hábitat. Así ocurrió con nosotros: las cualidades anatómicas de unos y otros pasaron de generación en generación, se sumaron, se mezclaron, se enredaron y nuestro cuerpo fue cambiando.
Muchas teorías han intentado explicar cuál fue la razón que motivó la evolución, pero aún no se conoce una única respuesta. Sin embargo, hay una hipótesis que se ha repetido en el ámbito científico y que sirve para entender nuestra naturaleza; Raymond Dart, antiguo catedrático de la Universidad de Witwatersrand en Sudáfrica, la explicaba de la siguiente manera:
“El instinto cazador y el gusto por la carne habrían llevado a los primeros homínidos a abandonar los árboles y fabricar sus primeras armas, afinando su inteligencia y favoreciendo su postura erguida, más propia de un guerrero”. Los científicos Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez consideran factible esta teoría y concluyen que la inteligencia se desarrolla a partir de un instinto homicida y de una disposición a enfrentar desafíos: llegar a la sabana fue el primer reto, los que optaron por la comodidad de la selva se quedaron estancados.
De pie:
Frente a estas hipótesis, la única certeza que tenemos es que nuestro cuerpo cambió lentamente. Los primeros fósiles que prueban la evolución, son de seres que midieron como máximo un metro de altura; más adelante, su anatomía se prolongó hasta alcanzar, incluso, 1,80 metros de extensión. Además de la estatura, la postura erguida fue determinante. Nos hizo más eficientes y elegantes, y esto se lo debemos a las nalgas. Con la evolución, los músculos de los glúteos, que solían trabajar en equipo, se dividieron tareas: unos mantienen la espalda recta y otros el cuerpo en equilibrio. Ahora nuestro “tumbao” es mucho más fluido y ágil. Según Arsuaga y Martínez, la postura erguida nos ayuda a ahorrar energía, regula la temperatura corporal y nos da la posibilidad de trasportar objetos con las manos. Dado que la distribución del peso cambió, la pelvis tuvo que girar, para soportar toda la carga del cuerpo. Esto mejoró nuestra movilidad pero fue perjudicial para el parto, pues ahora la salida del bebé es más difícil. Nuestras extremidades también cambiaron. Ahora son más pequeñas y delicadas, pues las necesitamos para manipular objetos pequeños y construir armas e instrumentos. Para explicar la desaparición del pelo hay múltiples hipótesis. La más aceptada es la que plantea que nuestro nuevo organismo puede mantener el calor sin necesidad de tanto pelo. Darwin, por su parte, aseguraba que el pelaje había disminuido para aumentar nuestra sensibilidad y, así mismo, nuestro atractivo sexual.
No podemos dejar de mencionar el cerebro, que a los largo de la evolución se ha expandido permanentemente. Con el paso del tiempo su funcionamiento se ha vuelto más complejo y especializado.
La evolución lo transformó todo. Cada fibra de nuestro cuerpo. Aquí solo mencionamos algunos cambios importantes. El cuerpo del futuro. Sobre lo que nos espera en términos anatómicos, nadie se pone de acuerdo. Muchos afirman que en unas décadas naceremos sin amígdalas, no desarrollaremos colmillos, desaparecerán nuestros dedos meñiques y la calvicie estará a la moda. Pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Algunos aseguran que nuestros cuerpos se irán ajustando a una realidad invadida por la contaminación y el estrés. Otros consideran que los cambios estarán relacionados con el desarrollo de la medicina, la tecnología y la farmacéutica. Al combinar las hipótesis de diferentes especialistas –genetistas, dermatólogos, cirujanos, oftalmólogos, etc.–, obtenemos como resultado una población más homogénea, debido a la globalización y a los cruces interraciales. Cada vez habrá menos rubios, pues los morenos los superarán en supremacía genética. A los 100 años nos veremos más jóvenes, gracias a los medicamentos para reparar el ADN. La calvicie quedará en el pasado, ya que habrá tratamientos con hormonas que evitarán la caída del pelo.
“La medicina evolucionista considera que muchas de las enfermedades que hoy nos afligen son consecuencia de la incompatibilidad entre el diseño evolutivo de nuestro organismo y el uso que hoy le damos –explica José Enrique Campillo, doctor en medicina–. Por eso, aunque las premoniciones en general son variadas e inciertas, hay algo en lo que todos los expertos coinciden: seremos gordos. Nuestro cuerpo está diseñado para caminar, correr, sentarnos solo cuando estamos cansados y comer principalmente frutas y verduras, por lo tanto, el sedentarismo en aumento y la mala alimentación presagian un mundo de obesos, que, sin embargo, tendrán como mejor amigo al bisturí. En el transcurso de la historia hemos sido cuerpo, por encima de todo. Anatomía en transformación constante. Fisiología que manda impulsos, que recibe estímulos y que se alimenta de energía. Tal vez nos espere un futuro de máquinas, en el que cabezas gigantes estarán atadas por cables a organismos tecnológicos, pero aun así seremos cuerpo. De metal, plástico y circuitos magnéticos, pero cuerpo al fin y al cabo.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario