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El perfecto asesino, cuadro a cuadro

El perfecto asesino, cuadro a cuadro

Ilustración

Este nuevo clásico de Luc Besson, tan violento y romántico como la vida y como los años noventa, se nos clavó en los ojos para siempre. El perfecto asesino, la balada sangrienta en la que Natalie Portman nació para el cine, es desglosada por estos dos monstruos que cada mes despiezan una escena cuadro por cuadro.

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l público no pudo evitar levantar las cejas al notar que el héroe de esta película es un ama-vegetales y un toma-leche empedernido, de hecho, las levanta dos veces al darse cuenta que este título no es otro flick de acción gringo, sino que está dirigida y protagonizada por dos franceses, Luc Besson y Jean Reno, respectivamente. Aunque esta película fue el golpe que toteo duro en la industria del cine, cabe aclarar que el señor Besson ya había hecho algo de ruido con La Femme Nikita, donde se dieron los primeros vistazos a ese estilo de acción tipo hollywood: tiros a granel y one-liners geniales, junto a un corazón que fácilmente se podría regocijar en la punta de la Torre Eiffel. Impulsado por el éxito de ese híbrido, el francés ubica la narración de esta película en las ásperas calles de Nueva York, con personajes que hablan como gringos, tienen un alma sensible y se comportan de manera detestable, sin importar el lugar del planeta en donde estén de pie. 

Nuestro héroe amante de las plantas se llama León, un alma gentil e infantil al mismo tiempo. En principio es retratado como un tipo frío, no dice más de dos palabras y con habilidades muy particulares para matar. Entra al sitio, hace el golpe y sale. Un tipo serio. Después nos dibuja una vida aparentemente tranquila, bebe leche y desempolva las hojas de su planta, a quien llama su mejor amigo y además afirma que tienen mucho en común. “Siempre feliz. Sin preguntas. Es como yo, ya ves", dice muy majo León. También lo llena de dicha ver películas de Gene Kelly, donde toda la audiencia puede ver la delicia que lo embarga cuando ve a este ícono del cine gringo hacer tap en patines.

Esto hace de la película una experiencia bien esquizoide, deja las sensaciones de un drama sentimental disfrazado de una película de acción cruda y violenta, o viceversa. Besson logra estos cambios con una naturalidad sensacional. En un minuto, León y su aprendiz y prospecto de asesina Matilda están sentados en la cocina de un apartamento que se cae a pedazos, bebiendo un vaso de leche mientras un ventilador chilla mientras los abanica, al siguiente minuto vemos a los villanos usando trajes formales noventeros, empuñando Uzis y ladrando órdenes desde sus walkie-talkies. Al instante, ambas acciones son interrumpidas por una anciana cascarrabias en el otro extremo del pasillo, que demanda una explicación a toda esa algarabía.

Estos villanos, que resultan ser policías corruptos, son los artífices del encuentro entre León y Matilda, ya que estos ultiman con sus armas a toda la familia de Matilda debido a un malentendido con un intercambio de drogas. Matilda se salva de casualidad, salió a hacer unas compras en la tienda para su familia y de paso, se ofreció a comprar leche para León. Al volver, se compone la siguiente escena:

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Matilda entra al edificio, sube hasta el sexto piso para ir a su apartamento. Desconoce por completo con lo que se va a encontrar. Por este motivo, la encuadran en un plano medio a la altura de los ojos, para que la audiencia pueda ver con detalle la reacción de Matilda, pero además permite apreciar lo que ocurre a su alrededor y a su vez, encadenar las siguientes escenas que se van hilando con su caminar. Por su expresión, ya presiente que lo que viene no es nada alentador.

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Al instante, cuando Matilda ya ha dado un par de pasos más adelante, se establece un plano secuencia desde su punto de vista, que le revela el peor escenario posible: en el par de minutos que salió de compras, quienes estaban en el apartamento fueron asesinados. No es necesario comprobarlo, el solo ver a su padre baleado en el suelo ya le hace suponer que los demás pasaron por la misma suerte.

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De nuevo volvemos a Matilda en un plano medio, pero tiene un cambio con relación al primer momento: el ángulo de la captura se acentúa unos pocos grados hacia arriba, esto con el fin de transmitir la presión a la que está sometida el personaje. Obvio, no quiere ser descubierta, de ello depende su vida y de paso, nos indica que el guardia que vigila la puerta será parte importante en lo que viene de la escena. Solo sigue caminando Matilda, sigue caminando.

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Pero aparte de seguir caminando, Matilda piensa rápido. Sigue directo a la puerta del apartamento de León, allí las emociones escalan, Matilda no aguanta más, necesita un respiro, una mano amiga que la saque de ese rollo. Casi que conteniendo las lágrimas toca a la puerta y ruega a que sea atendida. En este primer plano, elaborado con mucho detalle, nos retrata a flor de piel todo por lo que está pasando Matilda, ella le ruega de manera tan directa a la cámara que en momentos parece que ella no le está rogando a León, sino que le está rogando a la audiencia que la deje entrar y claramente, en ese instante, ninguno sería capaz de dejarla morir (literalmente). Así, este encuadre ha logrado su tarea, la empatía por Matilda está al máximo, la gente de la sala de cine seguramente se está sintiendo triste con ella. El remate de esta escena es la icónica línea: “Por favor, abre la puerta”. Pero eso no es todo, la captura se realiza con una profundidad de campo limitada, con el fin de que el personaje principal de la escena esté perfectamente enfocado, mientras el fondo queda totalmente difuso. De este modo, tenemos un contraste importante en pantalla: el sufrimiento de Matilda contra el acecho que impone el vigilante desde la escena del crimen. ¿Está viendo o no está viendo?

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Mientras tanto, León ha estado alerta todo el tiempo desde su puerta, examinando la situación por la mirilla, pero al igual que a Matilda, la situación escala para él también. Tiene que tomar una decisión, y rápido. Para acentuar sus sensaciones, se construye un medio plano lateral que permite apreciar el modo en que León está evaluando todo el escenario. Esto, junto al efecto vértigo que se aplica sobre León, nos transmite la tensión que sufre debido al meollo que está próximo a meterse.

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Volvemos al vigilante de la puerta. ¡Carajo! Sí está sospechando de Matilda. Las malas noticias no cesan, el temor de la audiencia no es infundado, desde el principio ha estado observando atentamente a Matilda a la espera que se delate de algún modo. El efecto vértigo que se aplica sobre este personaje indica que sus sospechas cotizan al alza. Está convencido que va punto de descubrir algo pronto.

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Matilda sigue llamando a la puerta y continúa suplicando, hasta que León al fin toma una decisión: abre la puerta. La oscuridad que venía gobernando la escena se disipa para darle espacio a la luz. Matilda se ha salvado, gracias a León pudo evadir la amenaza. El medio plano que ilumina el rostro de Matilda lo demuestra. Se ha librado del peligro, por el momento.

Los encuadres que nos presenta la anterior secuencia, con Matilda en el medio de la mayoría, centra toda la atención en ella. Para lograrlo, se utilizaron tomas desde desde la perspectiva de Matilda y León, lo que pone a la audiencia estar en el lugar de ambos personajes. Desde la perspectiva de Matilda, podemos sentir lo aterrador que debe ser ver a su familia tirada en el suelo en un charco de sangre, pero al mismo tiempo ocultando sus emociones para que no la maten. Es imposible que una audiencia no se pueda identificar con una escena que toca sensibilidades de esta manera, así el público se identifica con ella. Desde la perspectiva de Leon, realmente podemos ver cuán asustada estaba Matilda al ver sus expresiones faciales, hecha trizas por lo que acaba de ver y casi estallando en llanto. De hecho, fue filmado de tal modo que vimos todo a través de la mirilla con Leon, por eso siempre vimos a Matilda perfectamente de frente y centrada, cautivando a la audiencia con el momento mostrado, haciéndonos preguntar si le abriremos la puerta a Matilda si fuéramos León y acompañandolo en su lucha al tomar una decisión.

El perfecto asesino no es una película de acción en estricto sentido, y esa podría ser su mejor cualidad. Hay una sorprendente cantidad de profundidad, drama y sentimientos en una película que fue comercializada principalmente como cine de acción. Aunque tiene suspenso y un final que manda todo por los aires (literalmente), a fin de cuenta es un título que examina los polos opuestos en medio de una torbellino de violencia. De hecho esta dicotomía no solo es desde los personajes, las escenas están trabajadas de este mismo modo. Se salta de escenas de acción, sangre y frialdad a momentos de calidez, cariño y humanidad. Esto hace que el ritmo de la narración sea peculiar, ya que logra coincidir estas contradicciones una tras otra., en el sentido de que los momentos de unión se extienden o se les da tiempo para manifestarse por completo, mientras que las secuencias de acción son virtualmente impetuosas, constituidas desde el aire. Pero funciona.

Esto también se debe a unas interpretaciones sólidas que la soportan, liderados por el introvertido e infantil Jean Reno, seguido por el perverso villano interpretado por Gary Oldman. Además, Portman también es efectiva al encarnar a esta niña curtida y dañada por la vida. Todos junto con la dirección de Besson, logran componer un largometraje con subidas y bajadas demenciales. Son dos horas de vivir transiciones que pasan de la ternura a balas perforando cuerpos, pero que en el camino abordan emociones complejas que en total, logran crear un caos emocionalmente gratificante de ver por 110 minutos.

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