La pirámide colombiana
Muy cerca de Tierradentro, entre Cauca y Huila, se encuentra una pirámide con un pasado bastante incierto (y no nos referimos a las pirámides que estafan gente). No será tan imponente como las de México o Egipto pero es una prueba más de la riqueza arqueológica de Colombia.
l gran libro de Colombia cuenta que, hace unos 35 años, un grupo de periodistas que pasaba por la vía que de Belalcázar conduce a Inzá, dos pueblos de Cauca, notó que en un extremo de una montaña había unas rocas extrañas: los viajeros dijeron entre bromas que parecía una de esas construcciones que hacían los aztecas. Casualmente, fueron las primeras personas que se acercaron a la Pirámide de Inzá –o de San Francisco, si se le pregunta a los locales–, y resulta irónico que los arqueólogos poco se hayan interesado en el lugar.
La primera referencia geográfica que se encuentra hoy de la extraña obra estáen un roído letrero informativo, custodiado por una tienda de carretera atendida según el ánimo diario del dueño. El letrero incluye un mapa del sector que está carcomido precisamente donde debería encontrarse la pirámide. Este aviso está plantado en la bifurcación del camino que desde Belalcázar lleva a San Andrés de Piscimbalá, el poblado más cercano a Tierradentro y, por lo menos, señala cuál camino seguir.
Sin embargo, entre las montañas de Cauca y Huila es mejor hacer uso del adagio y preguntar cómo llegar a Roma. Cada vez que se encuentre con alguien aproveche para despejar dudas por si acaso. Aunque puede encontrarse con respuestas del tipo “eso es pallá al fondo y dobla por el río”, “dobla paInzá, antecitos a la derecha”, “camine derechito y a la izquierda, ahí”. Tres sentencias contradictorias entre sí. Después de largos minutos caminando desde la bifurcación, nada en el paisaje se parecía a la forma piramidal que, kilómetros atrás, había indicado el letrero. Es que, incluso entre los mismos locales, es difícil saber cómo llegar a este lugar que ni siquiera aparece en las guías de viajes y folletos turísticos, lo que hace pensar que tal vez se trate de una simple alegoría en lugar de una pirámide real.
Pero la obra existe. Desde la bifurcación con el letrero y, efectivamente, en camino hacia Inzá, hay que andar unos diez kilómetros (hora y media a pie) hasta llegar a un nuevo letrero pintado a mano que le da la bienvenida a una vereda con un prometedor nombre: La Pirámide. Por ahí podráver una particular montaña cuyos filos parecieran no seguir las normas de una formación natural. Cabe aclarar que si parte desde Inzá, la caminata es más corta: toma unos cuarenta minutos hasta el caserío.
Un empinado sendero rodeado de flores cuidadas con paciencia, unas cuantas gallinas y tres o cuatro perros, son la antesala para llegar al sitio arqueológico. Y como es Colombia, también venden minutos a celular en la cumbre de la vereda. Doña María, una mujer joven con manos que conocen el trabajo del campo, es la encargada de abrirle la puerta, recibir el pago (que es voluntario) e indicarle cómo recorrer el lugar. La pirámide se destaca desde la misma entrada: una cumbre escalonada de siete metros de altura a lo sumo, que sirve de remate de la finca. La formación estádesencajada por una falla geológica, pero aun así se puede trepar y, desde la cima, apreciar El Aguacate, una de las necrópolis de Tierradentro.
Continuando por un sendero que está al costado norte de la montaña, hay dos túneles de once metros de altura orientados también a Tierradentro. Desde la finca, María le avisará para “prender la luz”,ya que los túneles tienen murciélagos y arañas, entre otros habitantes que viven en sus paredes. Los interiores oscilan entre setenta y cien metros de longitud para luego transformarse en laberintos y terminar en la nada, como si hubieran sido construidos por contratistas del Gobierno. Al parecer, sus creadores (que aún no se sabe quiénes fueron), abandonaron el lugar ante una guerra o una enfermedad. Es por eso que acceder a ellos puede ser peligroso si uno no cuenta con iluminación: el camino tiene varios desniveles que podrían propinarle un buen totazo o una caída, especialmente en el punto donde decidieron que no continuarían las escaleras.
Los túneles son lo más desconcertante y, a la vez, impresionante del lugar. Dicen las fuentes del ICANH, que leí también en El gran libro de Colombia, que para realizarlos se removieron 2.000 toneladas de roca. La razón es incierta pero confirma que la pirámide fue importante como centro religioso durante su apogeo: existe una reproducción de la misma en pequeñas proporciones en el Alto del Duende, en Tierradentro, y otra hallada en 1978 en la casa de la familia Gacharná, en San Francisco, a pocos kilómetros. Seguramente habrá más, ya camufladas entre la maleza y las innumerables montañas de la región.
Un dato curioso es que la Pirámide de Inzáes propiedad privada, según cuenta Doña María. Quince años después de la anécdota de los periodistas, un alemán llamado Georg Nückel –o Nickel, la ortografía también es incierta– adquirióel terreno y dedicóparte de su vida a realizar las excavaciones. Antes de volver a Alemania dejóindicaciones claras de que para visitar el lugar el precio de entrada debería ser voluntario. “Jorge” al parecer continúa en tierra teutona haciendo trabajos de ferretería y construcción, mientras que el sitio es frecuentado por europeos curiosos y excursiones de escuelas cercanas. Pocos colombianos pasan por aquí.
Por eso, cuando piense en pirámides ya tiene una más en la lista de las mexicanas, asiáticas y egipcias. Aunque la pirámide colombiana no llegue a tener la imponencia de sus parientes, y podríamos decir que se aprovecharon de una formación natural para moldear una artificial (muy similar a una cirugía plástica), al menos la Pirámide de Inzá tiene el encanto de ser una esquina escondida y rara de la intrincada geografía nacional. Una esquina que vale la pena visitar si algún día se pasa por Tierradentro.
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