La pola y la chicha
Esta historia le dará un poquito de guayabo.
a Pola es, para muchos de nosotros, una de nuestras grandes libertadoras. Nació en el año de 1911 y fue bautizada así en honor a Policarpa Salavarrieta; corrijamos, en realidad fue una estrategia de marketing para posicionar la cerveza entre la clase popular y trabajadora colombiana que, para entonces, consumía chicha, una práctica heredada de los aborígenes colombianos, quienes la utilizaban como elemento ritual, alimento y, por qué no admitirlo, bebida embriagante. Esta gran estrategia de posicionamiento de marca (como dirían hoy los profesionales de la publicidad) se llevó a cabo durante las celebraciones del centenario de la independencia de Colombia.
Esta extranjera, gran servidora de nuestra patria y heroína de nuestros viernes, antes de llegar a su pedestal tuvo que condenar al calabozo a la bebida fermentada de maíz, tan preciada entre la clase media y baja. Tal fue su conquista, que Pola aún es sinónimo de cerveza. La batalla que tuvo que librar para lograr posicionarse en nuestros corazones, comenzó por desterrar del panorama a las cervecerías caseras a través de una campaña de diferenciación que se basaba en ratificar la “supremacía” y calidad técnica de Bavaria, la única marca que, según ellos mismos, podía ufanarse de poseer el título de cerveza. En 1915, la fábrica efectuó una agresiva cruzada contra la chicha sustentada en la cuestionable higiene de este producto frente a la pulcra y aséptica rubia y sus hermanas roja y negra.
Las autoridades civiles y eclesiásticas asumieron su lugar en la tarea de abolir la chicha, con la excusa de contribuir a la salubridad moral, espiritual, social y corporal del pueblo colombiano. Discursos políticos, médicos y religiosos se levantaron en contra de la chicha a la vez que, paradójicamente, exaltaban los valores medicinales de la cerveza. Así, Leo Kopp, fundador de Bavaria –quien actualmente se encuentra enterrado en el Cementerio Central de Bogotá y es venerado como un santo hacedor de milagros–, logró para 1916 establecer a Bavaria como la principal industria de la capital colombiana.
Causas políticas se escondían detrás de la necesidad de expatriar a la chicha de maíz. No de pura casualidad en 1948 la campaña contra la bebida consolidó su victoria tras la atribución de las revueltas provocadas por la muerte del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, a la ingesta de chicha.
Y es que el Caudillo del Pueblo solía frecuentar las chicherías de La Perseverancia (en el centro de Bogotá), un barrio habitado por personas de la clase obrera y reconocido ampliamente por ser partidario del liberalismo. El Bogotazo fue la excusa perfecta para confinar, de una vez por todas, a la bebida ancestral a la ilegalidad, mientras nos cebábamos con la cebada. En 1949, el médico Jorge Bejarano publicaría el libro La derrota de un vicio, la memoria de una lucha contra una práctica social y cultural transformada en peste. Chichismo fue denominado el deplorable hábito que fue diferenciado categóricamente del alcoholismo. No se hicieron esperar los folletos educativos y la propaganda masiva que funcionó como principal herramienta moralizadora, aleccionando al pueblo en contra de esa práctica del demonio, que “embrutecía a la gente”.
En la búsqueda del progreso debían eliminarse todas las imperfecciones y suciedades que entorpecieran el camino hacia la “civilización”, entre ellos los vestigios de nuestro pasado oscuro, trigueño, mestizo, mulato, zambo e indígena. El problema de la delincuencia fue atribuido sin tregua a la chicha, sin una reflexión de que dicho fenómeno se debía, quizá, al crecimiento de la población y al inversamente proporcional crecimiento de la cobertura de servicios básicos para los ciudadanos. Bavaria entendió que su público estaba sometido a condiciones de vida deplorables, por lo que le dio a la Pola un precio asequible a las clases bajas, con lo que la cerveza se consolidó como la bebida popular de Colombia junto con el aguardiente.
Con la abolición de la chicha, los problemas de delincuencia, prostitución y vandalismo, entre otros, no se detuvieron o siquiera menguaron. Sesenta años más tarde, no podemos decir que le atribuimos a ninguna bebida alcohólica nuestros problemas de orden público, sobre todo porque son, en última instancia, un problema social, político y económico, tema para otro artículo. Sin embargo, la chicha llevó del bulto y perdió a través del tiempo su papel en la historia de Colombia como esa heroína que liberó a muchos después de largas y extenuantes jornadas de trabajo. Lamentablemente perdió esa connotación mítica que alguna vez llegó a tener.
Es por esto que Cindy Tatiana Almeyda, artista plástica de Medellín, cuyo eje de investigación son las bebidas embriagantes, ha tomado las piezas gráficas publicitarias que hicieron parte de la campaña de desprestigio contra la chicha y ha hecho una serie de reinterpretaciones para reivindicar a la bebida que una vez fue considerada fuente de alimento y bebida sagrada de los pueblos precolombinos. Acá le dejamos su trabajo, confiando que tal vez usted decida darse la oportunidad de tomarse un trago de la chicha de maíz.
¿De dónde nació su interés por el alcohol como eje de investigación?
De una experiencia personal y una pregunta en torno al dolor, sentimiento tanto físico como psicológico que surge a raíz de la convivencia con una persona alcohólica dentro de la familia; sin embargo, no lo satanizo sino que es mi punto de partida para la creación.
¿Qué es la embriaguez para usted?
Por medio de la embriaguez se experimenta una forma de alterar la conciencia para lograr acceder a un estado de ánimo más puro, se experimenta una sensación de purga y desinhibición, de la cual el ser humano se siente desligado en la medida que ha tenido que adoptar máscaras para aparentar cierta solidez y recato ante la sociedad. Esta sensación está muy asociada a lo que se aprecia en la mayoría de rituales religiosos, en los cuales los fieles buscan principalmente la purificación; las personas se embarcan en un mundo donde la libertad y el poder los llenan de emoción y seguridad, por eso es adictiva.
Qué prefiere, ¿pola o chicha?
En realidad no soy muy amiga de tomar cerveza, el sabor no es mi preferido. Pienso que la chicha tiene un sabor mucho más agradable, aunque no la consumo regularmente; la prefiero además por su origen, por la manera y las manos de quien la prepara: es parte de nuestra identidad.
¿Por qué reivindicar la chicha?
La chicha de maíz representaba un sustento cultural. Con la prohibición se mostró como algo pecaminoso que daba pie a la inmoralidad y las malas costumbres. Se decía también que propagaba enfermedades y le atribuían las muertes repentinas de los indígenas. Esta prohibición fue un golpe cultural y económico para las comunidades indígenas, muchas familias quedaron sin sustento.
¿Cuál ha sido su borrachera más memorable?
En realidad he tenido dos borracheras con las que no he logrado ponerme de pie. La primera fue una experimentación de sensaciones (que hace parte de mi investigación): me tomé media botella de aguardiente sola mientras mis amigos me observaban, al final me tuvieron que llevar cargada hasta mi casa. La segunda fue con tequila y ocurrió por mera diversión, llegó sin pensarlo, no teníamos copas, entonces no había noción de la medida normal de un trago y nos excedimos; terminé despertándome a las tres de la mañana bajo la ducha del baño de una amiga sin saber qué hacía ahí.
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