Laura Villegas y los espacios mutantes
Con el trabajo de Laura Villegas es normal la sorpresa. No importa si es en teatro, en danza, en moda o en música, su trabajo siempre deja extrañeza en el espectador.
Suenan los pasos de los invitados caminando hasta sus sillas. El breve chillido de una mesa rasguñando el piso. Hombres y mujeres que ocupan un lugar en el espacio. El choque torpe de los platos, de las copas. La respiración de artistas ansiosos detrás de un escenario. El afilado sonido de los instrumentos y el arrullo de la voz de Gregory Porter que se alistan para atacar el silencio. Laura Villegas observa con detalle todo lo que está pasando, confía en que lo que viene resulte tal cual como lo dirigió: las imágenes, los videos, los sonidos, las coreografías, la comida. Silencio Jazz Club comienza.
«En Silencio lo que menos hay es silencio».
El trabajo de Laura Villegas es plasmar en el espacio –con imágenes, con sonidos, con vestuarios, con escenografías, con movimientos– una idea. Aunque es reconocida como directora de teatro y directora de arte, su labor dentro de una puesta en escena abarca todos los elementos visuales de la misma. Por eso su nombre se repite en los círculos de la moda, de la danza y de la música, en donde ha demostrado ser una artista anfibia.
Laura está sentada una oficina del cuarto piso de la editorial de su papá, don Benjamín Villegas. Espera de espaldas a la puerta y habla por teléfono. Trae puesto un sombrero de fieltro tipo fedora, bajo el que cae su pelo suelto. Normalmente viste con sombrero, le imprime algo a su vestuario. Tal vez la sensación de que una sorpresa está por venir. Tal como en sus montajes.
«El trabajo de Laura es insospechado», afirma don Benjamín. Ser un espectador de lo que hace Laura es entrar en un sueño en donde todo es tan familiar como inesperado. Las atmósferas de sus universos tienden a ser oníricas, bañadas por diferentes matices de rojo o de verde o de azul. Cuando termina la llamada y da la cara a la puerta, deja ver una camisa blanca, un pantalón azul oscuro que le llega a los tobillos y unos zapatos vino tinto tipo Oxford. El sombrero es verde. Son sus colores. Básicamente los que utilizó en el vestuario de Trece sueños, la primera obra que dirigió.
Trece sueños (o solo uno atravesado por un pájaro) es una obra de teatro que tiene trece momentos que se desarrollan en trece espacios a lo largo de los cinco pisos del Espacio Odeón de Bogotá. La historia de dos amantes es un motivo de peso para que el espectador se mueva –porque aquí el espectador es el que va de un lado al otro del edificio– entre un bar, una central que controla los sueños, un bosque o la escena de un accidente de carro.
Este fue el primer proyecto personal en el que Laura se embarcó luego de su regreso al país en el 2005. Durante siete años vivió en Londres, a donde se fue a estudiar luego de terminar el colegio. Su intención era estudiar Diseño de Moda o Arquitectura, sin embargo, mientras se decidía, comenzó con cursos de inglés y talleres de diseño en Central Saint Martins. Poco después se inscribió en talleres de teatro y ahí se quedó, graduándose de la escuela dirigida por el director y dramaturgo francés Philippe Gaulier.
Siempre se había interesado por el teatro, pero como carrera estaba buscando algo más. «Lo que hago tiene de todo: tiene arquitectura, tiene diseño de modas, tiene teatro, tiene dirección, tiene actuación», cuenta. «En mi caso todo es súper-híper-mega-interdisciplinario». Un rasgo que está en toda su familia: su hermano, fotógrafo, realizador audiovisual y pintor; su hermana, chef y editora de libros; su papá, arquitecto y editor; su mamá, que hace ropa o joyas o pinta. Como si hacer una u otra actividad solo dependiera de cambiar de habitación, la actitud de Laura es de movimiento: siempre está en busca de un reto.
En Trece sueños se concentran todos sus intereses y también su principal propósito. Para ella no se trata solamente de contar una historia –en este caso de desamor, que es también una evocación del amor–, sino de encontrar los recursos precisos para que todo en la puesta en escena genere una experiencia en el espectador. Los trece sueños son las posibles vidas que pudieron tener estos dos amantes: amarse siendo jóvenes y accidentarse en un carro, o conocerse cuando uno de los dos es viejo y el otro joven; diferentes vidas que pretenden involucrar al espectador, impedir que salga del teatro con la misma sensación con la que entró un par de horas antes.
// Fotos de Jorge Pizarro //
Laura dice que en su trabajo no escribe en palabras. Trece sueños (o solo uno atravesado por un pájaro) fue escrita desde el principio hasta el final en el lenguaje visual que le da el control. «Yo escribo en ideas, en imágenes, en movimientos», asegura mientras mira de reojo la libreta que tiene sobre la mesa frente a ella. Aclara que define la esencia de lo qué va a suceder y cómo va a suceder, pero que no es dramaturga y que para el texto necesita de alguien con más pericia que ella. Por eso la dramaturgia de esta obra le pertenece a Fabio Rubiano, que la escribió usando las indicaciones de Laura, pero también enriqueciéndola con su experiencia. «Laura tiene un lenguaje propio», dice él. «Los textos de Trece sueños que he escrito para ella yo los montaría de otra forma. En ese sentido, ella es independiente y explota los textos de una manera particular: sostenida siempre por ese elemento tan importante de lo visual, del movimiento y de la expresividad».
«Yo me siento más como una orquestadora», dice mientras levanta la mirada de la libreta.
Cuando Laura decidió dedicarse al teatro, en su familia sabían que se refería a la dirección y no a la actuación. «A mí me da pánico escénico», recuerda. «Hubo una vez en que tuve que hacer un remplazo para Trece sueños y las rodillas me temblaban antes de que entrara el público. Lo mío es estar detrás, coordinándolo todo». Sin embargo, su papá recuerda que Laura, cuando niña, era de las que cantaba con los primitos frente a toda la familia en navidades, o de que solía desaparecerse durante un largo rato hasta volver disfrazada con la ropa de unos o de otros, incluidos los sombreros de él. «A uno le dicen que a veces en la sangre se lleva el tema del teatro», comenta don Benjamín, explicando que la abuela de Laura, María Jiménez, fue una de las fundadoras del teatro El Búho, que tenía su sede en el Teatro Odeón de Bogotá. Que Trece sueños fuera estrenada en el mismo espacio en el que la abuela había actuado cuarenta años antes es una bella casualidad que enmienda el hecho de que ninguna de las dos llegó a conocerse.Cuando Laura regresó al país luego de su temporada en Londres, tardó casi tres años en poder ejercer la dirección de teatro de alguna manera. Mientras tanto, creó el programa “+Arte -Minas” –que tuvo apoyo de la vicepresidencia de la República y Unicef–, con el que buscaba que comunidades afectadas por la guerra lograran encontrar el perdón y la reconciliación mediante el arte, la ciencia y la tecnología. En el 2008 ganó el premio del Fondo Prince Claus para desarrollar durante un año más el taller de fotografía con niños en zonas de conflicto que ya tenía marchando, sin embargo, para entonces, ya estaba decidida a volver al teatro y rechazó el dinero que otorgaba el premio. Ese mismo año empezó su rol como asistente de dirección de Fabio Rubiano en la obra Pinocho y Frankestein le tienen miedo a Harrison Ford.
En esa época, en el teatro era común que el director se encargara de la escenografía, del vestuario, de la música y de las luces, además de su labor dirigiendo a los actores. Cuestiones de dinero y de personal. En algunos teatros esta situación aún se mantiene. La figura de un director de arte no existía. Cuando Laura comenzó a trabajar con Fabio se dio cuenta de que podía ayudarlo con los elementos visuales de la obra, así que comenzó a llevar a los ensayos prendas de vestir y objetos de utilería como sillas, sombrillas o muñecos. Fabio los miraba y los aprobaba: no tardó mucho en darse cuenta de que ella estaba en la misma sintonía que él, entonces fue dándole más confianza. Así como Fabio participa en cada proyecto de Laura que necesita un texto, cada proyecto de Fabio Rubiano cuenta con la dirección de arte de Laura Villegas. «La gente lo llama rosca, pero uno trabaja con la gente que es buena artista y buena persona», dice Fabio.
Laura ha colaborado en cinco obras de Fabio desde entonces, pero tal vez una de las más importantes es Labio de liebre (2015), no solo por ser una obra que demuestra que la venganza y el perdón están en la misma mano y dependen de si se abre la mano o se la cierra en un puño, sino también por ser una obra de un peso artístico y estilístico estimulante. Fabio declara –entre risas, eso sí–, que con Laura como directora de arte él ha subido de estrato. «Como dramaturgo y director, ciertos elementos del arte me interesan en su función dramática. A Laura le interesa esto, pero también que estéticamente sea de alto nivel, o sea que sea bonito». Mientras Fabio se queda con la silla que le sirve, Laura se queda con la silla que le sirve, pero que también armoniza con el resto de los elementos visuales de la obra.
// Fotos de Juan Antonio Monsalve //
«Cuando empecé había gente que hacía solo el vestuario o solo la escenografía o solo las luces», dice Laura, «que alguien se encargue de todo lo visual es un concepto más nuevo».Guarda silencio por un segundo y luego dice que no recuerda a alguien mayor que ella que cumpla con ese rol, pero que detrás de ella sí viene mucha gente nueva. La mayoría de sus asistentes tienen formación como arquitectos o diseñadores, y algunos han estudiado Dirección de Arte por fuera del país, ya que en Colombia no se ha establecido profesionalmente.
Laura se ha formado como directora de arte mediante la experiencia, cada problema nuevo que se le presenta termina cuando ella y su equipo se inventan una solución. «La persona que entra a trabajar conmigo muchas veces me pregunta cómo hacemos esto. Pero yo también me lo pregunto. A veces debemos inventarnos las soluciones». Para el evento de Gregory Porter no ha encontrado ningún referente, lo que está dirigiendo es pionero en ese tipo de espectáculos.
Laura Villegas ya es un nombre con credibilidad dentro del gremio del teatro, la danza, la música y la moda. «Laura sabe», dice Fabio. Cuando trabajaban en Labio de Liebre, un día llegó proponiéndole que se probara una peluca para ver si le servía al personaje. «Le dije: ‘A mí no me va a poner pelucas, eso nunca se ve bien en el escenario. ¡Yo pelucas no voy a usar, eso se ve inmundo!’. Ella insistió: ‘Pruébesela’. ‘Yo no me voy a probar esa mierda’. ‘Pruébesela’. Me la probé y dije: ‘Es perfecta, déjemela’ (risas)».
«Una de las cosas que más me gusta hacer es diseñar a partir del espacio, como lo hice en Trece sueños. Cuando llego a un teatro lo primero que me gusta decir es: ‘Muéstreme el teatro sin nada. ¿Cómo son las paredes del teatro?, ¿cómo es la tramoya?’. Y si me gusta el cascarón, diseño a partir de eso».
Los escenarios que diseña son espacios que mutan constantemente. Ese es el tipo de retos que la atraen como artista: ¿cómo conseguir que un escenario sea muchos escenarios durante un par de horas? La gran mayoría de sus trabajos solucionan el problema y se trasforman frente a los ojos del espectador. Si no se transforman, es porque no es necesario.
Para Trece sueños primero vino el espacio y luego la obra. Normalmente es al contrario. Después del estreno, la obra fue invitada al Festival Mirada de Santos, Brasil. «Todo el mundo tiene miedo de hacer cosas grandes porque dice que no va a poder viajar», dice Laura sin titubear. La obra que fue pensada para un edificio, fue adaptada a un parqueadero en un sótano. «Ese fue el único espacio que me dieron», se excusa. En las fotos de la adaptación es posible ver cómo todos los espacios se reubican entre las columnas de un parqueadero de no más de dos metros y medio de altura, en cuyo techo resalta la tubería roja y gris de la construcción. Cuando terminó el festival, el parqueadero conservó durante un largo tiempo el trabajo realizado por Laura; allí se dictaron talleres de creación artística en los que los artistas debían proponer montajes a partir del espacio.
Lo de Laura es realismo alterado. Los espacios existen (un bar, una casa, la tras escena de un teatro), pero son intervenidos de tal manera que parecen muchas otras cosas. En Labio de liebre, un bosque entra en una casa. Lo de ella es la ampliación extrema del espacio. Laura trabaja con todo el espacio con el que puede trabajar para llevar a un perplejo espectador a un lugar nuevo.
Un escenario tiene un arriba, un abajo y dos lados, un frente y un fondo. Laura ve todo el cuadro tal como lo hace el espectador. Por eso en sus escenografías es normal encontrar elementos colgantes que obligan a llevar la mirada hacia lo alto del escenario, pisos que la atraen hacia el suelo que sostiene a los actores, un fondo que invita a pensar que después de la pared hay algo más. Con sus intervenciones del espacio, se ha convertido en una artista plástica.
En el 2015 fue llamada para ser parte del equipo encargado de diseñar el pabellón de Macondo en la Feria del Libro de Bogotá. Con Santiago Caicedo y Andrés Burbano, ambos realizadores audiovisuales, interpretaron la obra de García Márquez y la llevaron del papel a un espacio de 500 m². Allí, con la participación de artistas y especialistas en diferentes áreas, construyeron una gallera, un carrusel de inventos, un par de instalaciones sonoras y fílmicas y una exposición sobre el escritor, ocupándose de que el ambiente se moviera entre el trópico del Caribe y el ambiente frío de Bogotá. Con el pabellón fueron ganadores del Premio Lápiz de Acero 2016 y de la Bienal Iberoamericana de diseño (BID 16), además de que algunas de las instalaciones fueron invitadas a la Feria del libro de Buenos Aires 2017.
Laura cuenta que en Macondo quisieron plasmar el imaginario de Cien años de soledad en instalaciones artísticas que transportaran al espectador hasta las abandonadas calles del mundo de García Márquez. Entonces repite que lo que más le interesa es crear experiencias, pero que reconoce que no siempre lo consigue. Es muy crítica con su propio trabajo. Entonces su mirada se agudiza por un momento: es capaz de enumerar con precisión los trabajos en los cuales sintió que las cosas no salieron como ella esperaba. Laura es del tipo de artistas que primero ven la falla y luego el logro. Sabe que solo así es como se crece en un oficio. Luego vuelve a Macondo como si volviera de un paréntesis.
// Fotos de Juan Antonio Monsalve //
El proceso creativo comenzó con una lectura minuciosa de Cien años de soledad en la que en equipo rastreó un mapa visual para constituir un espacio. Un proceso que Laura aplica en cada uno de sus trabajos. Lo primero es entender el mundo que hay que poner en escena. Este principio lo aplica para el teatro, para la literatura, para la danza, para la música o para la moda. Laura lee los textos hasta siete veces, los coteja en español y en inglés (cuando este es el idioma original), y toma notas sobre la esencia de dicho trabajo. Después de eso, se dedica a poner en su libreta todas las ideas, los bosquejos, los recortes de revistas y periódicos que necesita para llevar a escena el proyecto.
«El proceso fue el mismo con BCAPITAL»
// Fotos de Inexmoda //
En el 2016 fue invitada a trabajar con la diseñadora Kika Vargas en BCAPITAL, uno de los grandes eventos del circuito de la moda nacional. El objetivo era romper el esquema de la pasarela de modas tradicional.
Lo primero que hizo fue empaparse del trabajo de Kika Vargas y conocer en qué consistía la colección que presentaría durante el evento. Luego se inspiró en esta para crear cuatro momentos en los cuales la música, la danza y el performance impulsaran la colección de Kika. «Presenté una propuesta con bailarinas y actrices, pensé que podían llegar al porte de las modelos, pero no». Entonces, con Kika Vargas tomó la decisión de que hubiera un momento con actrices, otro con bailarinas y otro con modelos, todo eso acompañado por música en vivo. Así nació A tempo: escultura en cuatro movimientos. Entre las dos hicieron el casting de las bailarinas y de las actrices, y luego Laura y su equipo creativo montaron todas las coreografías. «El gremio de la moda salió muy contento».
Para diseñar los vestuarios de sus trabajos se inspira en diseñadores de alta costura de todo el mundo. Sin embargo, explica que a la hora vestirse nunca tiene en cuenta eso. Dice que le gusta usar ropa masculina pero verse muy femenina: usa sombreros de hombre y se pinta los labios de rojo.
«El reto más grande que he tenido hasta ahora fue Macbeth».
En el 2016 dirigió el arte de una adaptación de la obra teatral de Shakespeare y de una adaptación de la ópera de Giusseppe Verdi. Macbeth obra y Macbeth opera tenían que ser montadas al mismo tiempo en el mismo espacio y serían estrenadas con un día de diferencia en el Teatro Colón de Bogotá. Laura debía crear una escenografía que funcionara para ambos montajes, pero que al mismo tiempo construyera dos universos diferentes. En un comienzo intentó trabajar el concepto de los dos montajes simultáneamente, pero no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que ese no era el camino. «Casi me vuelvo loca por un momento», confiesa con una expresión de horror. Entonces decidió sacar la obra primero y luego ver qué elementos de esta podían enriquecer la ópera.
// Macbeth Obra, fotos de Juan Antonio Monsalve //
La solución le llegó con peso. Laura no solo quería que la escenografía sirviera para los dos montajes, sino también que tuvieran una estética industrial. Con la idea de armar y desarmar que tiene un Lego, se le ocurrió que podía utilizar containers para crear castillos que se transformaran en el espacio. Con seis containers enormes que se abrían y se cerraban, encontró la forma de dar a Macbeth una perspectiva contemporánea. Luego vino la idea de las correas de cuero y de las pelucas en cresta como parte de una visión «muy punketa» de la obra. Recordando esto, se le ocurre que para Silencio puede utilizar meseros que usen máscaras de conejos o de algún otro animal (le encantan los espíritus de los animales). En este caso, al ser la directora, cuenta con mucha libertad para determinar el concepto del espectáculo.
Cuando es contratada como directora de arte, todo concepto inicial que presenta debe ser aprobado por el director. A veces no hay cambios, a veces debe replantear elementos. Cuando sucede de la primera forma, se siente mucho más libre para trabajar y siente que su trabajo fluye mejor. Cuando el director comienza a sugerirle cambios ajenos a su concepto inicial, se le dificulta un poco más encaminar el proyecto. «Culpa mía, porque el director es él», reconoce.
A Laura le cuesta dejar sus ideas. Acepta que eso es algo de sí que intenta mejorar en cada trabajo. Quienes la conocen explican que a nivel personal es reservada e incluso silenciosa, pero que a nivel profesional tiene carácter. Es decir, que defiende sus puntos con argumentos claros. Fabio Rubiano comenta que el trabajo de Laura es muy preciso y muy limpio, esto es porque trabaja por acumulación de referencias literarias, musicales, pictóricas, arquitectónicas, cinematográficas y de moda, de tal manera que cada elemento que propone está sustentado de una manera robusta.
// Macbeth opera, fotos de Juan Antonio Monsalve //
Proyectos como el de Macbeth necesitan de un equipo. Laura trabaja con coreógrafos, con luminotécnicos y con músicos. Ella dirige la orquesta según el concepto general que tiene de lo visual e incluso de lo sonoro. Trece sueños tiene como elemento recurrente el bolero mexicano “Noche, no te vayas”, que se repite como un símbolo del deseo y de la pérdida. Así mismo, trabaja con música clásica en su casa y se apoya en la música para que los actores (cuando ella es la directora) lleguen a determinada emoción.
Por eso también ha trabajado en proyectos musicales. Entre estos el video de la canción “Tu m’as promis” de Monsieur Periné, que codirigió con Santiago Caicedo. El video también le sirvió para dar algunos primeros pasos en lo audiovisual. Cuando le preguntan si le interesaría trabajar para cine algún día, responde que sí, que claro, que por qué no. Pero que igual le gusta más el arte vivo.
Laura tiene una libreta personal en la que escribe, con una letra descuidada, desde la lista del mercado del desayuno hasta los apuntes de una reunión importante. Allí anota con una lógica que solo ella entiende, pero para cada proyecto tiene una libreta y también una carpeta con cuadernos de vestuario, de escenografía, de utilería. Todos los cuadernos obedecen a una forma rigurosa en donde cada color significa algo y en donde las muestras de materiales son indispensables. Quienes trabajan con ella dicen que es muy organizada y puntual. Tiene documentos de Excel con presupuestos o inventarios muy cuidados y si dice que entrega a las ocho de la mañana, entonces entrega a las ocho de la mañana. También es paciente.
Una de las cosas que más le ha costado de trabajar en otros gremios fuera del teatro es adaptarse al tiempo. En el teatro hay dos o tres meses de conceptualización y otros tres o cuatro de montaje. En la moda o en la música no.
Para Silencio solo tiene el día antes de la función para ensayar y montar todo el escenario, luego debe desmontar e iniciar el mismo proceso en Medellín para la función del día siguiente. «Debo tener un plan B, C y hasta D, en caso de que algo no salga bien». Y las posibilidades bien podrían ser altas. En Silencio trabaja con diez bailarines, ocho músicos en vivo, dos chefs, un DJ y un videoartista, aparte de Gregory Porter, claro está. Debe lograr crear una experiencia para los asistentes: para que, desde el momento en que entren a las siete de la noche hasta el momento en que se van a la medianoche, estén viviendo el silencio de un escenario mutante.
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