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Nuestra calle

Nuestra calle

Varios artistas colombianos han trabajado reflexiones sobre lo público, la violencia, el país y los héroes anónimos. Estos son algunos de ellos. separador

Augusto Bernal: señales desde la ciudad 

“Boca, lagarto”, “camisa, bicicleta, “amante, Chicago”. La asociación de palabras como estas, que en un principio parecerían no tener nada en común, vestía los muros de varias calles de Medellín en los años 70. Augusto Bernal, el responsable de los carteles, empezó una intervención silenciosa y extensa en la ciudad al no encontrar espacios expositivos que acogieran su obra ni las herramientas críticas que la entendieran. La calle se convirtió en el espacio para la creación y la exhibición de su trabajo. Indagó con el sonido cuando en una emisora emitió durante 24 horas el código internacional de la ciudad (MDE) en clave Morse, y con el aire cuando hizo que una avioneta diera vueltas por el cielo de la capital antioqueña mientras lanzaba volantes que decían “The End”, en homenaje al cine. En el Cerro de Nutibara prendió una hoguera gigante para que saludara al cometa Halley en 1985; en el cerro El Volador mandó, con parte de la comunidad, señales con espejos al Valle de Aburrá en 1994. Después de más de treinta años de trabajo se le rindió un merecido homenaje en el Encuentro Internacional Medellín 2007, dos años antes de su muerte. “Mi obra son susurros urbanos que te recuerdan la ciudad”, dijo.

Adolfo Bernal

María Teresa Hincapié: la sorpresa del performance

En 1987, María Teresa Hincapié empezó a relacionarse con el público de la ciudad cuando José Alejandro Restrepo la llamó para que lo acompañara en Parquedades, escenas de parque para actriz, video y música. Dos años después, en una vitrina en la Avenida Jiménez con carrera cuarta, en Bogotá, realizó diferentes labores de aseo mientras plasmaba ardientes besos en el vidrio que luego limpiaba para escribir frases como “soy una mujer sin corazón” o “soy una mujer puta” en una rutina que duró ocho horas. Vitrina, como se llamó el performance, abrió las posibilidades para otro tipo de expresión artística en la ciudad. La cotidianidad de los que se detuvieron a observar a quien parecía una mujer desquiciada logró cambiar por unos momentos. Muchos la recordaron en sus conversaciones de ese día y otros aún pasan por esa esquina esperando encontrar unos labios rojos marcados en el vidrio. María Teresa murió de 54 años en 2008. Su postura urbana a comienzos de los años 90 influenció a varios artistas.

MARIA TERESA

Fernando Pertuz: la fuerza del anonimato

En la web de Fernando Pertuz aparecen junto a su nombre las palabras arte, artista y activista, las cuales resumen a la perfección su obra. Desde 1992, Pertuz ha trabajado el performance como una manera de reflexionar sobre las problemáticas sociales y la condición del ser humano desde la calle. En 1999, para una caminata por la paz, llevó en su cuello tres bastidores pintados con la bandera de Colombia que decían “zona de despeje”. En 2008 se vistió con un traje negro, simulando la muerte, y salió a las calles de diferentes ciudades del país a pedirles a los ciudadanos su lista de familiares muertos en hechos violentos. Luego, los nombres fueron publicados en la página web www.listadepersonas.org. Su trabajo Somos estrellas participó en el Premio Luis Caballero, se trata de una muestra de videos que reúnen acciones públicas e independientes que se encuentran a diario en nuestro entorno y en las que distintas personas utilizan su cuerpo como crítica o publicidad sobre un tema determinado. Seres anónimos que se pueden conocer en la página www.somosestrellas.org.

Ana Claudia Múnera: a la rueda, rueda

120 vendedores ambulantes de Medellín se convirtieron en una obra de arte cuando la artista Ana Claudia Múnera realizó, para el Encuentro Internacional Medellín 2007, un performance en el que los protagonistas eran los cochecitos de bebé que usan los vendedores ambulantes para vender chicles, golosinas y cigarrillos, entre otras cosas. Como si fuera un desfile, los vendedores recorrieron la ciudad con sus coches llenos de mercancía. La propuesta, llamada A la rueda, rueda, empezó a las ocho de la mañana con un gran círculo de personas, carros y cinco tambores que entonaban la ronda infantil que dio título a la obra. El acto, que terminó a las diez de la mañana en la Plaza de las Esculturas del Museo de Antioquia, buscó, en palabras de Múnera, “presentar la estética de los coches usados para las ventas ambulantes y dignificar a personas que a diario trazan líneas invisibles por la ciudad”. Durante quince días, la artista recorrió la ciudad en busca de los protagonistas del performance, a quienes les pagó $20.000 y les dio una foto como recuerdo de su fugaz paso por el mundo artístico.

ANA CLAUDIA

Bienal de Venecia de Bogotá: entre el arte
y lo popular

En 1995, con el objetivo de extender el arte a nuevos espacios y públicos, surgió la Bienal del barrio Venecia. El grupo Matracas, compuesto por estudiantes de artes plásticas de la Universidad Nacional, decidió abrir un espacio en un barrio que, por su mismo nombre, jugaba con los referentes culturales de la Bienal de Venecia, Italia, una de las más importantes del mundo. Pero mientras aquella es dirigida a la élite internacional, la de Bogotá busca reducir la distancia entre la comunidad de un barrio popular y las manifestaciones artísticas. En sus distintas versiones ha sucedido de todo. En 1999, el Grupo Casa Guillermo propuso sembrar matas en los postes y ventanas del barrio en un acto que titularon Los jardines colgantes de Venecia. El colectivo Brochita puso un aviso que decía “pintamos fachadas gratis”, consiguiendo pintar nueve viviendas del barrio. Alice Forward, artista de Gales, junto con algunos habitantes del barrio, asfaltó parte de una vía con laminilla de oro. La obra, que se llamó El Dorado y se realizó en la Bienal de 2006, demostró su carácter transitorio cuando la lluvia se encargó de ir borrando la singular calle dorada.

BIENAL

Rafael Gómez Barros: hormigas en la ciudad

Mil hormigas gigantes se tomaron la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta y la Casa de la Aduana en Barranquilla en 2008. 1.300 estuvieron rondando el Congreso Nacional, en Bogotá. El título de la obra, Casa Tomada, surgió de un cuento del escritor argentino Julio Cortázar en el que se narra la historia de una familia que va siendo desplazada de su propio hogar. Y justamente ha sido el desplazamiento que se vive en Colombia a causa de los grupos armados lo que el artista samario ha querido plantear en esta instalación. El objetivo es que los espectadores logren, desde el espacio urbano, no solo sentir la obra más asequible sino reflexionar sobre una problemática del país. “Las hormigas son un elemento con miles de significados que se disparan cuando la gente las ve. Son aterradoras pero también perseverantes en lo que hacen”, afirma Barrios. Las hormigas gigantes, que también buscan rescatar los monumentos de la indiferencia cultural, son hechas con ramas de árboles, fibra de vidrio, arenas de diferentes zonas del país y carbón del cerrejón. Las hormigas también invadieron el monumento a Los Héroes en Bogotá.

JUAN P

Miler Lagos: monumentos inmersos

La macabra imagen de la película Dick Tracy,en la que a un hombre le meten los pies en un balde de cemento antes de lanzarlo al agua, inspiró al artista bogotano Miler Lagos a intervenir monumentos públicos. Para él, los monumentos actuales están lejos de representar homenajes a próceres e intelectuales y se han convertido en reflejo de las tragedias de la sociedad actual. Partiendo de esta idea, realizó entre 2004 y 2008 distintas intervenciones –a las que llamó Inmersos–añadiendo brazos y pies a los bustos de héroes inmolados y figuras del poder que habitan los parques y las plazoletas. En Medellín intervino los bustos de los asesinados Gilberto Echeverri y Guillermo Gaviria, del escultor Jairo Tobón, de la pintora Débora Arango, de la cacica Dabeiba y de Rosita Turcio, precursora del voto femenino en Colombia. “Cuando te das cuenta de que vives en un país en el que es posible encontrar cuerpos fragmentados por la acción de las bombas y las minas, la idea del monumento cambia. Que algo desarme al espectador y le rompa su idea de lo que se supone deberían ser las cosas, es lo que más me interesa de lo que hago”, dijo el artista a la revista Cambio en noviembre de 2008.

Miler Lagos

Doris Salcedo: muebles vacíos

A Doris Salcedo le ha interesado siempre la política. Y el espacio público. Y los muebles, aquellos testigos silenciosos de la violencia y el desplazamiento que se vive en Colombia. Una de sus intervenciones urbanas más comentadas y que, además, abrió un camino para nuevas formas de expresión en la ciudad, fue la instalación de 280 sillas vacías en la fachada del Palacio de Justicia para recordar a las víctimas de la toma guerrillera de dicho edificio. Todas eran sillas de madera, objetos cotidianos que buscaban hacer presente la ausencia de quien en algún momento las usó. Las sillas de Salcedo irrumpieron la cotidianidad de los ciudadanos que, sin tener previo aviso de lo que iba a ocurrir, se detenían a mirar un acto que, por supuesto, logró sacarlos de sus rutinas. La instalación, realizada en 2002, no solo acercó a los desprevenidos al arte, también los hizo reflexionar sobre Colombia, sobre los que ya no están.

DORIS

 

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