Pocos sitios de rumba viven más de unos pocos años. Estos llevan más de 20 animando las noches bogotanas.
E
ste artículo honra la dignidad, el amor y la melomanía nocturna de algunos bares bogotanos que siguen en pie después de dos décadas de zanahorias, música e historias.
La mayoría de bares vivos, con más de veinte años en Bogotá, nacieron y se especializaron en dos géneros: la salsa y el rock. Como sitios de culto, son poco conocidos entre el círculo rumbero rolo; sus clientes son, en su mayoría, melómanos fieles que van por lo menos una vez cada dos semanas; y sus propietarios –¡obstinados!– mantienen algo que va más allá de un negocio (aunque no deja de serlo).
EL GOCE PAGANO (1978)
En 1978, las mujeres no tenían el protagonismo que se merecían; o bueno, lo tenían y por eso, por ir a bailar, las acusaban de callejeras. Para cambiar ese estigma machista, y para que existieran otras posibilidades de vida nocturna fuera de los palacios del dedo en Bogotá (burdeles, puteaderos y residencias baratas), nació El Goce Pagano. Aquí se reunían principalmente, al son de la música cubana, profesores y estudiantes de la Universidad Nacional con tendencias de izquierda.
“La idea era que se pudieran establecer claramente las dos grandes diferencias entre una gran rumba popular (con un público que le gustaba el pop, la balada y el merengue) y otra con los intelectuales de la Nacional (con un público que escuchaba música cubana, guaguancó y latín jazz, entre otros)”, dice Diego Naranjo, persona que junto a Sauk Naranjo está frente a este templo de la salsa.
Los fundadores de El goce pagano fueron el sociólogo César Alberto Villegas Osorio (“Pagano”), el economista Gustavo Bustamante y el fotógrafo Juan Guillermo Gaviria; juntos, en la carrera 13A entre calles 23 y 24 (el local antiguo de El Goce), al lado de un burdel que se llamaba El Tunjo, pregonaron que la música era una forma de vida (desaforada, celebrada, nocturna) y no una moda. Precisamente, dice Sauk, ese es el secreto para que El Goce lleve tanto tiempo: “no andar colocando cosas de moda”.
Dirección: Diagonal 20A No. 0-82 (frente a la Universidad de los Andes). Horarios: Viernes, desde las seis de la noche hasta las tres de la mañana; los sábados, desde las siete hasta las tres. Precios: Botellas de trago entre $60.000 y $230.000
ESTO SE ESCUCHA EN EL GOCE PAGANO
SON SALOMÉ (1984)
En 1984, en Colombia no era nada fácil conseguir y escuchar música fuera de los temas que sonaban en las estaciones de radio comercial: poco de Serrat, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Piero y Chico Buarque, entre otros. A pesar de esas limitaciones musicales, y gracias a viajes y amigos, José García (“Chepe”) puso a sonar en un local cerca a la Universidad Nacional música de los mejores intérpretes cubanos y, en general, latinoamericanos. El objetivo era “tertuliar” con buena música de fondo.
“Poco a poco el sitio se fue transformando en un rumbeadero porque la gente bailaba y exigía temas para este fin. Así, por ejemplo, al sonar “Amo esta isla” o “María, María” la tertulia pasaba a un segundo plano. No hubo remedio y en poco tiempo ya era un sitio de rumba, ya era Son Salomé”, dice Chepe.
Cuatro años después de esa apertura rumbera, Son Salomé se trasladó al local donde actualmente está, en la carrera séptima con calle cuarenta; “pero no sugiero poner esa dirección como definitiva porque pronto nos iremos a la calle 19”. Bueno, Chepe, como ordenes.
Una anécdota: un día, ante las dificultades en la administración del lugar, porque no había trabajadores comprometidos y serios, Chepe dijo no más e intentó cerrar el lugar. Para su sorpresa, los fieles de Son Salomé protestaron, se unieron y se negaron a dejar de escuchar y bailar música cubana, del Caribe y, en general, de las costas colombianas. José, sin otra alternativa, siguió, cada fin de semana, abriendo el lugar: “¡Y eso que no había internet!”, dice sorprendido.
“Prácticamente el fin único del sitio es el baile y el disfrute de un determinado tipo de música que es seleccionada con cuidado para no caer, por ejemplo, en el morbo, en el facilismo o en el mal gusto”. Ese fin, junto a una buena atención, seguridad adentro y afuera, es el secreto para que Son Salomé siga moviendo los pies de muchos salseros bogotanos.
Dirección: Calle 19 No. 4-20. Horarios:Desde las ocho de la noche hasta las tres de la mañana. Precios: Botellas de trago desde $100.000 hasta $210.000. Cervezas desde $7.500 hasta $12.000.
Hace cuarenta años, Publio José Soto, su hermano y Edinson Estupiñán fundaron, en la calle 23, entre las carreras 7 y 5, el bar El Escondite, un lugar famoso (y visitado por famosos) gracias a sus miércoles de ceviche. Cinco años después, la discoteca se trasladó a la calle 116 y, nueve años más tarde, los hermanos Soto compraron una nueva sede en la carrera 19A con 116. En septiembre de 1992, luego de reuniones familiares y de propuestas de nombres como Azúcar, El Escondite dejó de llamarse así y se inauguró Rumbavana.
“El secreto para mantenernos”, dice Gerardo Soto, sobrino de Publio, “es que Rumbavana ha evolucionado con el tiempo: antes solo se ponía salsa, ahora suena reggaetón, electrónica y, claro, salsa. Aquí los clientes sienten un pedazo de la rumba caleña en Bogotá”.
Dirección: Carrera 19A No. 116-19 Horarios: De miércoles a sábado, desde las siete de la noche hasta las tres de la mañana. Precios: Botellas de trago entre $100.000 y $250.000. Reservas: 696 9728.
En la década de 1940, Abbott y Costello, en la televisión, en la radio y en el cine, fueron los hazmerreir de la industria del entretenimiento en Estados Unidos: ¡este dúo era comedia pura! Cuarenta y cinco años después, los hermanos Jairo y Édgar García, otro dúo (cómico y rockero, no gordo y flaco), fundaron un bar de rock con el nombre Abbott y Costello: ¡pura nostalgia y buena música!
Los secretos para que Abbott se mantenga en pie, con el mismo local desde hace treinta años, son, dice Sharon, hija de Édgar, la música, la cerveza de barril y el servicio: aquí suena solo rock (¡y clásico!), los brindis están acompañados del golpe de los vidrios llenos del néctar dorado y, como decía Jairo, quien murió hace más de un año, los clientes son parceros… son Familia, con mayúscula. Simple: el éxito en pocos pasos, sin libros de autoayuda y sin necesidad de echarla la culpa a la vaca.
Por esa razón, porque constantemente hay toques en vivo, porque los cocteles tienen nombres como Metallica, Angie o Black Betty, y porque el rock n’ roll, como dice la canción de Neil Young, está aquí para quedarse, Abbott y Costello sigue, entre familiares, cabeceando con buena música.
Dirección: Calle 65 No. 13-42 Horarios: De seis de la noche a tres de la mañana. Reservas: 702 3059
Juan Carlos “El Ovejo” Bayona es conocido porque, durante 14 años, fue rector del Gimnasio Moderno de Bogotá, uno de los colegios más importantes, tradicionales y “ala, carachas” del país. Lo que pocos conocen de este filósofo, poeta e hincha furibundo de Millonarios, es que en 1985 fundó uno de los primeros bares de la zona rosa en Bogotá.
“El Ovejo es un punto de encuentro de todos aquellos que aman el rock en inglés y en español, especialmente de los años ochenta; es un sitio de amigos en el que se puede hablar, tomarse unas cervezas y comer muy bien”, dice Juan Antonio Yepes, el dueño del bar desde hace doce años.
La especialidad del lugar y tal vez el secreto para mantenerse durante treinta años continuos, es su capacidad de reinvención –su maquillaje– sin cambios extremos: El Ovejo no deja de ser familiar y clásico, a pesar de su melena treintañera.
Dirección: Carrera 14 No. 83-70. Horarios: De lunes a sábado, de tres de la tarde a tres de la mañana. Reservas: 611 2496.
No nos vamos a extender demasiado, pero por encima de las modas pasajeras, de géneros que pegan una temporada y luego mueren, estos son otros sitios de rumba en Bogotá que han sobrevivido al paso del tiempo.
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.
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