Pablo Escobar en el colegio: la educación de un capo
Dos compañeros de clases del futuro capo del Cartel de Medellín charlan sobre aquel adolescente gordito que apenas comenzaba el bachillerato en el Liceo Antioqueño en los años sesenta. Este fragmento hace parte del libro El Chino, la vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar, de Alfonso Buitrago, próximo a ser publicado por UniversoCentro.
l escritor Alfonso Buitrago reconstruye la historia del fotógrafo personal del capo Pablo Escobar. El Chino, como todos lo conocen, es un personaje tan discreto como desconcertante: jugador de ajedrez, militante de izquierda, amigo de narcos, pionero del porno y fuente indispensable para cualquier documental o investigación a fondo sobre el más famoso narcotraficante de la historia.
Les compartimos un adelanto del libro que está a punto de ser publicado por UniversoCentro, proyecto periodístico y cultural de Medellín. Aquí pueden comprarlo en preventa y apoyar la edición independiente a través de esta Vaki.
- Pablo Escobar, fotografiado por El Chino. ©️ Édgar Jiménez Mendoza -
En los primeros años de la década de los sesenta, los estudiantes del Liceo Antioqueño, trasladados a la recién inaugurada Ciudadela Robledo, intentaban acostumbrarse a no recibir sus clases en el emblemático Paraninfo de la plazuela San Ignacio, en el corazón de Medellín, y a tener que desplazarse por un camino estrecho, a veces en bus, otras a pie, algunas en bicicleta, a unos parajes semi rurales a las afueras del casco urbano.
El servicio de transporte público era escaso, no todos los estudiantes podían pagarlo diariamente y el Liceo de la Universidad de Antioquia no contaba con buses propios. Sin embargo, la inauguración del nuevo complejo educativo público, con capacidad para 1700 estudiantes, con siete pabellones, pensados para alojar aulas, espacios administrativos y de servicio médico, odontológico y de enfermería, cafetería, patio cubierto, laboratorios, biblioteca, museo, auditorio, gimnasio, piscina y campo de deporte, supuso una gran noticia para la región, y su influencia fue notoria en la construcción posterior de las ciudadelas universitarias locales, como la de la misma Universidad de Antioquia, inaugurada al final de esa década.
La Ciudadela Robledo se convirtió en una obra representativa del patrimonio arquitectónico moderno de la Medellín de la segunda mitad del siglo XX, y a esas instalaciones, todavía sin terminar y con problemas de transporte persistentes, llegaron en 1963 el Chino y Pablo Escobar, de 13 años, a iniciar su bachillerato en el mismo salón. Quien años después sería el narcotraficante más buscado del mundo y quien a la postre sería su fotógrafo personal recibirían la mejor educación pública que su tierra les podía ofrecer.
El retraído Pablo Escobar empezó a ser conocido entre sus compañeros. Su hermano Roberto, un par de años mayor, después de terminar el bachillerato, se empleó como mensajero en Droguería Aliadas, propiedad del pariente rico Joaquín Vallejo Arbeláez (un reconocido político antioqueño, en esos años ministro de Hacienda del gobierno de Guillermo León Valencia y padrino de bautizo de Pablo), que además patrocinaba un equipo de ciclismo.
Roberto, que ya era un ciclista aficionado talentoso, se tomó la carrera deportiva en serio y con el apoyo inicial del padrino de Pablo, y más adelante de la empresa Mora Hermanos, especializada en electrodomésticos, donde entró a trabajar como técnico en electrónica, se convirtió en una promesa del ciclismo nacional. Su presencia en clásicas regionales y vueltas a Colombia emocionaba a los compañeritos de Pablo, quien se sentía orgulloso de la incipiente fama de su hermano mayor y lo acompañaba a las competencias.
Desde la escuela preparatoria para ingresar al Liceo, el Chino había quedado matriculado entre los pilos del salón. En el pupitre de quinto de primaria, que eran de esas mesas de dos puestos para sentar parejitas de alumnos que hoy son piezas de museo, compartió con Efrén Ortiz, un muchacho con una temprana obsesión por demostrarle a su padre que podía ser el estudiante más brillante. Ambos eran callados y aplicados, y se miraban mutuamente los cuadernos para tratar de imitar lo mejor de cada uno.
- Panorámica del Liceo Antioqueño desde el cerro El Volador, 1963. ©️ Jaime Osorio Gómez, integrante del club fotográfico en ese entonces / Tomada del libro De liceo a ciudadela universitaria, de Luis Fernando Acevedo -
Efrén sentía especial empatía por su compañero de pupitre, porque el Chino empezaba a sufrir matoneo de los demás estudiantes por sus trabas al hablar, lo que fue acentuando su timidez y seriedad. Le admiraba la letra cuidada y pulcra, los títulos de los contenidos escritos con rojo y los dibujos que el Chino copiaba de revistas para ilustrar sus tareas. Le veía talento artístico. El Chino, por su parte, intentaba absorber la habilidad de Efrén con los números.
Ser buenos estudiantes siempre ha sido la forma que los aplicados tienen para contrarrestar las burlas por sus defectos físicos. El Chino se dio cuenta de que era importante para él sobresalir por su capacidad intelectual, aunque también fue adquiriendo un carácter temerario y desafiante contra quienes abusaban de su físico o popularidad. Era flaco y de apariencia frágil, pero fue creciendo envalentonado, con el brío que otorga la crianza en un barrio popular, sin miedo a las palizas de los fortachones.
Como dos de los mejores estudiantes de la preparatoria, Efrén y el Chino entraron juntos al bachillerato del Liceo y les tocó en el mismo salón, ahora separados en pupitres individuales. Efrén, además de tener plena claridad de que lo suyo era estudiar, era buen deportista y un habilidoso futbolista. El deporte también les sirve de blindaje a los cerebritos y los equipara en ascendencia con los maliciosos. Se hacía en el último puesto de la fila del centro del salón, una posición que le permitía un dominio completo de lo que pasaba en el aula. A su izquierda se sentaba un compañero despistado, que se la pasaba divagando en sus propios pensamientos. Respondía al nombre de Pablo Escobar.
Efrén terminó el bachillerato como uno de los mejores estudiantes y más tarde sería también un destacado alumno de Ingeniería de Minas y Metalurgia de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional en Medellín. Con los años, se hizo a un respetado nombre como ingeniero trabajando en grandes proyectos de minería a cielo abierto e hidroeléctricas, que lo llevarían a aplicar sus conocimientos en distintos países, como Mongolia, Argentina y Chile.
- Édgar Jiménez Mendoza, El Chino, en el Club de Ajedrez Maracaibo. -
Hoy luce como un hombre descomplicado, más cercano a los maestros de obra, que a los funcionarios de oficina. Tiene el rostro ovalado, la cabeza calva y las patillas canosas. Habla sin prisa e intenta ser meticuloso con sus recuerdos, “en el plano de mi memoria”, dice para intentar ubicarse espacialmente en el flujo de su mente. Nos sentamos a conversar en el Club Maracaibo una noche de 2021, con media botella de Ron Viejo de Caldas en la mesa y boleros saliendo de los parlantes.
–Tu vida ha sido muy distinta a la mía. Tu vida ha transcurrido en todas partes; la mía es todo esto –le dice el Chino a Efrén y le señala en círculo el espacio de los billares y las mesas de ajedrez del Maracaibo–. Todo el centro de Medellín, y sus antros, es mi feudo. Pero en otras cosas sí nos parecemos, yo soy estudioso en lo mío, vos en lo tuyo; así somos. A mí del grupo del chat me expulsaron...
–¿El qué? –pregunta Efrén, que entre la emoción del encuentro y el ruido del lugar, empieza a encontrar dificultad para entenderle algunas palabras al Chino.
–El chat de WhatsApp de los egresados del Liceo, que crearon Pajarolo y Hernán, ¿vos estás ahí?
–Sí, yo todavía estoy, pero no han vuelto a mandar nada.
–¿Supiste que me echaron?
–No, ¿por qué?, ¿qué pasó?
–Te voy a mandar copia de todo, porque yo me emborracho y llego a la casa y a la una, dos, tres de la mañana empiezo a mandar mensajes y los volví mierda a todos. ¿Sabés por qué? Incluso te mencioné a vos, a Elkin Manco y a Lorenzo de la Torre; porque yo siempre admiré mucho a Lorenzo, a Elkin y a vos, a Cosio también, por inteligentes, y eso que yo no admiro a nadie, es muy difícil que admire a alguien. De los egresados del Liceo, unos son ingenieros, otros están en otras profesiones, pero los médicos se creen la élite, y no hay problema, pero que manejen una cierta decencia de no creerse superiores; cuando estábamos en la reunión de celebración de los 50 años de egresados, Lorenzo, un físico distinguidísimo, me llamó aparte y me dijo: “De toda esta gente que hay acá, esos médicos se creen lo máximo y son unos uribistas recalcitrantes”, y eso se me quedó grabado, y después en una borrachera los volví un culo y entonces me echaron. ¡Me expulsaron! A mí de grupo de WhatsApp que no me expulsen, es porque no soy el Chino y donde no me veten, es porque tampoco. ¡Esta me tuvo vetado un año! –dice señalando en la barra a Claudia, la encargada de atender en el Maracaibo–. ¡Todo el mundo me ha vetado, en el Maracaibo me vetaban cada ocho días! –remata de pie, como terminando una faena, y los demás reímos.
–Bueno, Pablo era gordo, culibajito, con un peinadito de para un lado, introvertido y muy pensante –dice Efrén–. Mientras yo llevaba cuatro cuadernos para todas las materias, él cargaba un cuadernito doblado que se metía en el bolsillo de atrás del pantalón, nada más. Se elevaba de lo que estábamos viviendo en clase, no le interesaba lo que estaban hablando. En cambio, yo estaba concentrado todo el tiempo, probablemente porque no tenía los problemas que él tenía. Cuando llegaban los exámenes, antes de la prueba, me decía: “Tucho, ayudame, vos sabés que yo no tomo nota, a mí esa güevonada no me importa, ayudame para terminar este año bien. Claro, ¿cómo hacemos?, le decía yo. Hacé el examen con una letra rara y me lo pasás a mí y luego yo te paso mi hoja y vos hacés el tuyo. Listo, le decía yo”. Él ganaba todos los exámenes y los ganaba bien, de todas las materias.
–Vea, les presentó a la hija mía –dice el Chino que había salido del Maracaibo para recogerla. Carolina, que tiene 38 años y trabaja como auxiliar en un banco local, llega con una compañera del trabajo–. Aquí se pueden quitar la mascarilla, ¡el covid nos tiene miedo a nosotros! –dice sentencioso. El bar es el lugar de sus seguridades. A Carolina es la primera vez que la veo en el Maracaibo, parece tener una naciente curiosidad por lo que su padre tiene para contar.
–¿Qué quieren tomar? –dice Efrén–. ¡Aprovechen que estamos en bonanza!
–Estamos tomando ron del bueno –dice el Chino. Carolina pide un refresco de avena y una Coca Cola para su amiga.
–Mi papá no me deja tomar –dice Carolina y se ríe.
–No, no, usted puede tomar lo que quiera –dice el Chino.
–Ja, ja, ja, yo sé –dice Carolina.
–Efrén fue compañero de estudio mío y está recordando esos años con Pablo. Efrén ha sido uno de los ingenieros más brillantes de Colombia y ha estado en todas partes, y yo he sido uno de los cagadas más brillantes que Colombia ha tenido –dice el Chino y se sueltan las carcajadas.
–No, el Chino ha sido igualmente brillante, pero no le ha interesado promocionarse para nada, sino hacer lo que cree que debe hacer en un universo que él entiende a su modo.
–También le ha faltado mucha seguridad –dice Carolina–, porque mi papá piensa que lo que él hace lo puede hacer cualquiera.
–En mi ubicación de memoria –dice Efrén, llevándonos de nuevo a su mapa mental–, que es real, y que puedo atestiguar ante notario, está que invité a Pablo a que jugara fútbol conmigo, porque yo estaba en el equipo del Liceo.
- Encuentro de 50 años de egresados del Liceo Antioqueño. En la esquina superior derecha aparecen abrazados El Chino y Efrén Ortiz. -
–Lo que pasa es que Efrén jugaba muy bien, jugó con Maturana, egresado del Liceo del 66 –dice el Chino.
–Estuve en las reservas de Atlético Nacional y jugué con Pacho Maturana, y todavía somos amigos. En esa época me decían Tucho. Yo veía a Pablo tan desubicado, sin tener lo que yo tenía, que era los pasajes asegurados para irse para la casa…, ¿te acordás que vendían unos tiquetes azules que daba la Acción Social?
–Claro, Pablo pertenecía a la Acción Social Universitaria, ¿vos sabías eso?
–¿Qué? –pregunta Efrén.
–Pablo-pertenecía-a-la-Acción-Social-Universitaria –repite el Chino, vocalizando lentamente cada palabra–, como representante de los estudiantes. Nosotros pagábamos el pasaje con el tiquete y en plata un porcentaje menor.
–En todo caso, cuando íbamos en el bus, Pablo me decía que no le alcanzaba para irse para Envigado. Yo tengo aquí, venga vamos, le decía. Me quedaba en Manila y él seguía para La Paz. Fue mucho tiempo así, él confiaba mucho en mí y me llegó a tener mucho aprecio. Les hago un paréntesis, años después, cuando estuve trabajando como ingeniero en el diseño de un proyecto hidroeléctrico en el río Samaná, tenía la oficina en La Dorada, y él estaba en pleno apogeo de la construcción de una represa en Nápoles…
–¡Qué bueno esto! ¡La represa! –dice el Chino y alza la voz–. Yo tengo fotos de todo eso.
–Pablo me ubicó en La Dorada, llegó un tipo y preguntó por el ingeniero Efrén y lo mandaron para donde mí. “Vea, aquí le manda mi patrón, me dijo. ¿Quién es su patrón?”. Y me entregó una notica: “Güevón, dejá de trabajar que no vas a ganar ni un peso, venite para acá, me dirigís el proyecto y tenés para vivir toda la vida”.
–¿Así decía la nota? –pregunto–. ¿Y la conserva?
–Así no la tenga, yo confío completamente en lo que dice Efrén –dice el Chino.
–Es posible, tengo que buscar en unas cajas que tengo en un cuarto útil después de un trasteo. Recibí la carta y le dije al tipo: “Dígale a Pablo Emilio que me llame para explicarle por qué no puedo ir”. Y me llamó. “Quiubo, güevón, ¿no te pareció pues lo que te propuse?, me dijo. Este fin de semana vienen el presidente Turbay y el ministro de Defensa a hacer reunión en Nápoles, les tengo helicóptero y avioneta en Bogotá, salga de ese anonimato y véngase para acá. Tranquilo, le dije. No, hermano, estoy comprometido, tengo que terminar este proyecto, estamos en la prefactibilidad, después hablamos. Te puedo mandar a un compañero, que vos conocés, que es ingeniero civil, y que tal vez te funciona mejor que yo”. Y ese ingeniero hizo el diseño de la represa. Pablo era una joya, iba a dejar sin agua los predios vecinos para meter con canales el agua de todas esas quebradas que había allá a la hacienda de él.
–Efrén, tengo fotos de toda esa represa cuando estaba en construcción. No sabía que vos conocías la historia. Casi nadie la conoce. Esa represa nunca se llenó, se abandonó. Tengo fotos del campamento, de los box culverts, de las excavaciones…
–Yo sé que Pablo comenzó a importar volquetas, pero no había el personal capacitado para manejarlas; por esos caminos de Doradal se les hundían en el pantano, no fueron eficientes, y le empezó a dar berraquera. “Estos maricas no saben una puta mierda, me están dejando acabar los equipos”, me dijo luego.
–Al frente del proyecto estaba Carlos Henao, que no era ingeniero, era el cuñado de él. Tengo las fotos de Carlos Henao al frente del proyecto. Cuando fui a Nápoles por primera vez, Hernando Gaviria era el administrador de la hacienda y Carlos Henao el administrador del proyecto.
–¿Era una represa ahí pegadita? –pregunta Carolina.
–No, estaba dentro de Nápoles, es que la hacienda tenía 3 mil hectáreas. Pablo quería hacer una isla –dice el Chino.
–Cerremos el paréntesis hidroeléctrico por ahora –les digo para volver al Liceo.
–Entonces, una vez Pablo fue a jugar, porque quería meterse al equipo de fútbol, y me dijo: “¿Dónde voy a jugar yo? No, usted con ese cuerpo, hágase de defensa. Listo, Tucho, vamos”. Yo era el capitán del equipo y le gritaba: “Quiubo, Pablo, ve, corré…”, y salía detrás del balón. “No, marica, no puedo, esta mierda no me sirve”, me dijo. Y se fue, ni siquiera terminó el primer ensayo que hicimos.
–¡El próximo libro es sobre Efrén! –dice el Chino, que empieza a emocionarse.
–En ese momento Pablo no tenía ningún liderazgo, pero sí era muy amigo de Rodrigo Sierra, que no sé si estará vivo, hijo de un abogado del mismo nombre. Este muchacho, alto, flaco, se distinguía porque iba a las clases de cachaco.
–Los que iban de cachaco eran él y Gabriel González, que fue alcalde de un pueblo y murió hace dos años de una enfermedad pulmonar.
–Cuando llegaron a tercero se mantenían muy juntos los dos, y yo me fui desligando de Pablo. Un día cualquiera...
–En tercero, Efrén fue el mejor estudiante; segundo, Manco; y tercero yo –dice el Chino–. En Tercero C, don César era el director de grupo.
–La historia de ustedes juntos con Pablo va hasta tercero de bachillerato… –les digo.
–Sí, en cuarto nos separamos del Chino. Recuerdo las maldades de Pablo. En tercero teníamos una profesora de inglés, Janeth..
–Era judía y me puso una mala nota, porque creyó que la estaba gateando.
–La mesa donde ella se sentaba quedaba un poco levantada, y hacía unos carrizos… ¿Saben que hacían Pablo, con Rodrigo y otros?, se iban para el escritorio a hacerle preguntas y abrían las piernas para que los otros por detrás la gatearan.
–Y ella supuso que yo la estaba gateando, pero no era cierto, al más bobo que pillaron fue a mí –le dice el Chino a Carolina, guardando cierta seriedad.
–El resto hacíamos lo mismo –dice Efrén. Ya Pablo no era retraído. El fútbol lo mandó para el carajo, y a mí solo me proponía cómo conseguir plata haciéndoles las tareas a los otros. Fíjese que del Álgebra de Baldor, yo resolví todos los problemas del libro.
–¡Yo también, Efrén! Cuando Camellito, el profesor, nos ponía los problemas, me quedaba por la tarde para hacer los ejercicios del primero al último. Creo que saqué 5 todo el año, si no te gané, ahí sí estuvimos equiparados. Y en Geometría, con Medio Litro, Augusto Ordoñez, el profe que vino del Marco Fidel, y Matuca, Marco Tulio Castaño, el de Dibujo, me exoneraron del examen final, porque tenía muy buenas notas, ¿no sé si a vos?
–No, no, a mí, no.
–Le decíamos Medio Litro, porque era chiquito, y le ponían el borrador encima del tablero para que no lo alcanzara –dice el Chino.
–El Pablo Escobar se lo ponía encima para reírse de él, pero él llevaba unas escuadras grandes para hacer los dibujos con tiza y lo baja con la escuadra y se quedaba mirándonos a todos, con esas gafas que tenía, y ¿a quién miraba? –El nombre de Pablo suena en coro en la mesa.
–¿Cómo fue lo del negocio? –le pregunto a Efrén.
–Me dijo: “Güevón, vos tenés todos los ejercicios de esa álgebra, por qué no hacemos un cuaderno y los vendemos. Ah, cómo así, le dije. ¿Qué hacemos? ¿Te los paso y vos sabes qué hacer con ellos? En esa época era muy difícil hacer fotocopias. “Salen más caras, le dije, y yo el cuaderno no te lo voy a dar. Ah, bueno, era para que usted pensara…”. Cuando llegó la obra maestra… Un día cualquiera me llamó a mi casa, ya estábamos en cuarto, yo seguía siendo amigo de él y lo animaba a seguir adelante. El profesor de Biología era muy descarado, muy imprudente, a veces preguntaba cosas como, si usted considera que la célula necesita oxígeno para vivir, defina qué son los aminoácidos; si usted considera que la célula no necesita oxígeno para vivir, describa el nombre científico de los primates...
–Ja, ja, ja, se me había olvidado... Era de apellido Gutiérrez, él sacó el libro de Anatomía. Luis María Sánchez hizo el libro de Español; acordate Samuel Londoño también hizo uno de Aritmética... Tuvimos unos profesores excelentes –dice el Chino insistiendo en su memoria de nombres y obras a exaltar.
- Pablo Escobar, fotografiado por El Chino. ©️ Édgar Jiménez Mendoza -
–¿A Pablo no le gustaba ninguna materia? –pregunta Carolina.
–Ninguna, a él no le interesaba el estudio. Entonces me llama: “Efrén, tengo el examen de Álgebra que nos van a hacer pasado mañana. ¿Cómo así, de dónde lo sacaste?, le dije. ¿Dónde nos encontramos mañana para que nos ayudés a resolverlo que nosotros no sabemos nada?”. Nos encontramos en el Parque de Envigado, estaba con Rodrigo Sierra. En esa época los exámenes los hacían en la tecnología más avanzada que había, que era en estencil, escribían en la máquina sobre un papel que tenía una composición química y lo metían en alcohol y sacaban el negativo. Él me llevó la hoja todavía oliendo a alcohol, y ahí estaban, cuatro problemas y cinco preguntas, los problemas eran difíciles para él. Se los resolví y le dije que no le fuera a decir a nadie. El hombre feliz y a los dos días llegamos al examen y nos entregaron la hoja...
–El profesor era Teta Negra, Julio Sosa, una vez, en el pabellón que dividía los salones, un muchacho más grande me estaba pegando, no sé por qué, como era más chiquito me estaba dando duro, y llegó Teta Negra y lo cogió y lo levantó: “No te metás con mis alumnos”, le dijo.
–El profesor entregó los exámenes. Me reí, otra vez a repetir lo mismo, me dije, cuando como a los 10 minutos llegó el coordinador de todos los grupos: “El examen queda suspendido, porque hubo alguien que se lo robó. Devuélvanlo y el que tienen que resolver es este otro”, dijo. Rodrigo me había explicado cómo se lo habían conseguido. “Vea, hermano, de la forma más fácil”, me dijo. Nosotros teníamos una materia que se llamaba Artes, y entre lo que nos enseñaban a manejar era la plastilina. Usaron la llave de la dirección para sacar la muestra con plastilina. “Y nos compramos al celador”. Mire la corrupción de este país cómo es –dice Efrén–. “Pablo y yo nos fuimos como a las 6.30 p.m. al colegio y le dijimos al celador que teníamos que entrar, pasamos sin ningún problema, cuando llegamos a la dirección, que también tenía un vigilante, le dijimos que teníamos que sacar una tarea que se nos había quedado para el otro día”. La función de Rodrigo era hacer el molde de la llave y la de Pablo distraer al vigilante. Hicieron el trabajo y al otro día abrieron y encontraron el estencil. Creo que después de ese problema echaron a Pablo y después logró, con la intervención de Rodrigo, que lo recibieran en el Paralelo, que era el colegio adjunto de la jornada por la tarde.
–Y repitió cuarto con Édgar Cano y Óscar Uribe, con quienes también hemos conversado aquí en el Maracaibo –dice el Chino.
–Años después empecé a oír rumores, que se robaba las lápidas, y esos cuentos.
–El negocio de las lápidas consistía en que un tío de él, Gustavo Gaviria, tenía un negocio de lápidas en las cercanías del cementerio de San Pedro; Gustavo Gaviria hijo y Pablo se robaban las lápidas del cementerio y se las llevaban a Gustavo Gaviria padre, que les borraba los nombres y hacía otra lápida encima de la robada y las vendían. Gustavo padre fue también guitarrista, tengo fotos de él.
–Pablo fue inteligente, en el sentido que conocía la corrupción, sabía cómo permearla y le supo sacar provecho. ¿Pedimos la otra media?
–Claudia, otra media –pide el Chino–. Yo pago, porque un amigo me dijo que pidiera lo que quisiera. Cada vez que estoy acá llama un amigo y me dice que pida. Venga, Claudia, ¿cómo se llama el que esta semana le dijo que pagaba?
–Aicardo.
–¿Y qué le dijo? El Chino pide y yo pago. ¿Quién llamó ahora y dijo que pidiera?
–El doctor Wilson, que mediecita.
–¡Efrén no ha llamado, porque está aquí! –dice y se celebra con risas–. La próxima vez te invito. Hoy me llegó un correo donde me dicen que me van a comprar unas fotos y me llega la plata en quince días, entonces yo te voy a invitar a vos.
–Tranquilo, Édgar, no se preocupe, lo más importante es que te volví a ver, volví a sentir…
–¿Cómo te sentís viéndome a mí?
–Ave maría, los compañeros del mismo pupitre hace 60 años…
–Hace 60 años estábamos sentados en el mismo pupitre en la Julio César...
–En un país como este que tenemos, llegar a vivir 60 años bien, contentos, lúcidos…
–120 años entre los dos.
–Es una celebración –dice Efrén.
Una celebración que continuará entre los viejos compañeros de estudios por unos tragos más, hasta que Efrén se excuse, porque debe atravesar medio Medellín para ir a su casa en Sabaneta, y Carolina y la amiga aprovechen para irse con él, porque deben trabajar al otro día. El Chino se quedará solo en el Maracaibo hasta que el bar cierre.
- Portada del libro El Chino, la vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar, de Alfonso Buitrago. -
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