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¿Qué ganamos cuando perdemos el tiempo?

¿Qué ganamos cuando perdemos el tiempo?

Ilustración

La productividad es el mandato de estos tiempos en los que hasta las pausas son activas. ¿Quién nos dijo que teníamos que exprimir cada segundo? Como antídoto, este artículo es un elogio al complejo arte de cogerla suave y hacer nada.

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Fueron. Nadaron primero en línea recta, y luego hacia abajo, muy hondo, hasta donde se acabó la luz del sol, y luego la del mar, y las cosas eran sólo visibles por su propia luz. Pasaron frente a un pueblo sumergido, con hombres y mujeres de a caballo, que giraban en torno al quiosco de la música. Era un día espléndido y había flores de colores vivos en las terrazas.

Gabriel García Márquez - El mar del tiempo perdido

Hace poco compré una suscripción a YouTube Premium. Ver videos en esta plataforma es uno de mis pasatiempos favoritos, pero últimamente la publicidad que se reproduce antes de los videos se ha vuelto insoportable. Cuando uno quiere ver un video en YouTube normalmente tiene que aguantarse unos cuantos segundos de publicidad: están los anuncios largos a los que les podés dar Saltar después de cinco segundos y están los que tenés que ver enteros obligatoriamente, que duran máximo quince segundos. Son estos últimos en los que sentía que se me estaba yendo la vida. 

YouTube ha ido aumentando sutilmente el número de segundos de publicidad insaltable año tras año. Antes el largo máximo de anuncios imposibles de evitar eran seis segundos, ahora son quince y con la horrible posibilidad de que se reproduzcan dos anuncios seguidos. En el peor de los casos son treinta segundos de publicidad solo para ver la receta de un cheesecake de frutos rojos. Esos treinta segundos que me quedo viendo la pantalla de mi celular, esperando que termine la publicidad antes del video son, para mí, el mejor ejemplo de tiempo perdido. 

Perder el tiempo es una de tantas metáforas de uso cotidiano que nos hemos acostumbrado a decir sin pensar mucho en ellas, a pesar de que encierra en sí misma un gran significado cultural e individual. Es una expresión que cambia de sentido dependiendo de la persona a la que le preguntemos. Implica que el tiempo –nuestro tiempo– tiene un valor que no necesariamente es dinero, aunque a veces puede serlo. Mi tiempo cuesta 18.000 pesos al mes, al menos para YouTube.

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Para mí perder el tiempo son los treinta segundos antes del video, pero para mi madre, por ejemplo, el tiempo perdido pueden ser los seis minutos con veinte que dura el video, o los otros minutos (a veces horas) que paso haciendo scroll en TikTok o Twitter o cualquier otra red social. 

Las redes sociales suelen ser vistas desde una perspectiva moralizante como una gran pérdida de tiempo. ¿Por qué consideramos que pasar dos horas leyendo en Twitter es tiempo perdido, pero no pensamos lo mismo cuando pasamos dos horas leyendo un libro? Quizás es porque asumimos que las dos horas en Twitter no enseñan nada, pero las dos horas leyendo sí. Esta idea está basada en categorías de poder, la noción de que leer nos hace intelectuales; eso es lo que me dice un intelectual como Hernán Darío Gil, quien es antropólogo, profesor y licenciado en filosofía.

Les propongo otro ejemplo: trabajar o jugar cartas con amigos. La pregunta aquí podría ser cuál es una actividad más productiva, ya que el concepto de tiempo perdido casi siempre lleva al de productividad: ser productivo como un sinónimo de aprovechar el tiempo en vez de malgastarlo. Nuevamente, para el profesor Hernán, jugar cartas también puede ser visto como una oportunidad de aprender de las demás personas. Aprender de sus gestos y sus acciones, aprender de la conversación, aprender a reconocer al otro. 

Una cuestión más difícil sería tratar de descifrar qué es realmente lo productivo. Yo no intentaré responderla en estos párrafos, pero sí voy a exponer otra idea del profe Hernán, y es que una simple conversación con alguien más puede ser considerada como tiempo productivo. Nos hemos acostumbrado a pensar que lo productivo es solo aquello que genera una renta económica. Se produce riqueza y nada más. Todo esto se puede explicar usando la palabra con C. Capitalismo, quiero decir.

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Aprovechando el tiempo perdido 

“Considera que el tiempo es dinero. Aquel a quien le está dado ganar diez chelines por día con su trabajo y se dedica a pasear la mitad del tiempo, o a estar ocioso en su morada, aunque destine tan solo seis peniques para sus esparcimientos, no debe calcular sólo esto, sino que, realmente, son cinco chelines más los que ha gastado, o mejor, ha derrochado”. Esta cita, atribuída a Benjamin Franklin, aparece en uno de los textos más conocidos de la sociología moderna. Estoy hablando de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, un libro escrito hace más de un siglo por Max Weber. 

El tiempo como algo que se puede perder o ganar solo es algo que se nos pudo haber ocurrido viviendo en sociedades capitalistas. Max Weber utiliza este consejo de Benjamín Franklin para explicar toda una forma de ver el mundo. No se trata solamente de una técnica para la vida, aclara aquel; sino de una ética, una obligación fundamental. ¿Y por qué habla de protestantismo? Porque fueron los protestantes, particularmente Calvino y Lutero quienes popularizaron esta forma de pensar acerca del trabajo y el tiempo.  

Con la lenta desaparición del feudalismo y el auge de los mercaderes en Europa, durante la Edad Media empezaron a surgir estas ideas acerca de la utilidad del tiempo. Son ellos quienes piensan en las líneas de comunicación de los productos, en las ganancias que se pueden obtener al seguir las rutas más rápidas y eficientes de comercio. Esto, sumado a las reformas protestantes, hace que esta manera de pensar se extienda a gran parte de la población. En la ética protestante se ve al trabajo como una gracia divina, me cuenta el profesor Hernán Darío Gil, y añade: “El trabajo dignifica, por eso no se puede perder el tiempo, porque el tiempo perdido lo cobra Dios”. 

De modo que “tiempo perdido” es aquel en el que no estamos produciendo nada, ¿cierto? Hace unos días, en una entrevista con Gilmer Mesa, quien es escritor, él me hacía notar que ha tenido reuniones en ámbitos laborales “súper productivas” que se han sentido como una gran pérdida de tiempo. De nuevo, el concepto cambia dependiendo de quién lo enuncia.

Podemos tratar de descifrar pistas, buscar qué significa para cada quién. Jugar cartas puede ser una pérdida de tiempo porque no estamos generando dinero; o no serlo porque estamos aprendiendo del otro, o simplemente porque es una actividad que nos da placer. Cuando converso con Gilmer percibo que él tiende a asociar la pérdida de tiempo a las actividades tediosas. Hablamos de burocracia, de papeleo, de reuniones innecesarias. Comprendo que hay veces en que el trabajo también puede ser una pérdida de tiempo. 

Tuve una conversación parecida con Tomás Uribe, quien es CEO y cofundador de Mavity, una empresa que conecta creativos en diferentes áreas del diseño y el sector audiovisual. Él no me habla en términos de tiempo perdido sino de formas en las que podría aprovecharlo más óptimamente. Su perspectiva me parece interesante en tanto él es un empresario que trabaja en una ciudad conocida por su ritmo veloz: Nueva York. 

Tomás me cuenta que le costó aprender a comunicarse estando en este lugar, no porque no dominara el inglés, era más bien porque su forma de hablar y de escribir también se debía acomodar a la rapidez y la cadencia neoyorquina. Un ejemplo que él me da son los correos electrónicos. Él me dice que en Colombia un correo lleva un montón de frases, adjetivos, comas y saludos que se omiten en Estados Unidos. Allá un correo son dos oraciones precisas. La gente suele ser más ágil para comunicarse en todos los sentidos. 

Aunque viva en esta ciudad tan agitada, Tomás no siente que pierda el tiempo. Aun cuando me dice que existe cierta presión para un CEO en Estados Unidos por estar siendo productivo constantemente, él ha aprendido a aprovechar y valorar su tiempo de ocio. De nuevo, esto me hace pensar qué es lo que socialmente consideramos tiempo perdido y tiempo bien utilizado.

Lo que hoy llamamos productividad tiene que ver con cierta reivindicación del ocio y el descanso. Las empresas son cada vez más conscientes del bien que le hace a sus trabajadores (y a su rendimiento) tener espacios en los que puedan conversar con sus compañeros, estirarse o dar una caminata leve por la oficina. Chismosear en los pasillos e incluso tomar una siesta se han convertido en actividades avaladas por las empresas, todo en pos de mejorar la productividad. De este modo el ocio también se inserta en la dinámica capitalista. Perder el tiempo se ha vuelto una actividad productiva. 

Ante esta paradoja cabe preguntarse si siquiera es posible perder el tiempo actualmente y para qué hacerlo. Una respuesta a esto podría ser la que da Miguel Ángel Hernández, un escritor español, en su ensayo La siesta: tiempo contra el capitalismo. Allí él defiende esta actividad como una forma de resistencia ante la productivización del tiempo perdido. La siesta que él describe como un acto impredecible: “La siesta de baba y barriga colgandera. La siesta del sudor y el ventilador”. 

También está el tiempo perdido como espacio para pensar y discernir. Aquí el profesor Hernán Darío me recuerda que los filósofos fueron los primeros grandes perdedores de tiempo y que por ello algunos serían mal vistos por la sociedad. De igual modo están los artistas, muchos de los cuales se lucran de su propio ocio y del tiempo de ocio de los demás. Las artes han sido grandes beneficiarias de que las personas pierdan el tiempo a lo largo de la historia de la humanidad. 

De nuevo me pregunto: ¿jugar cartas con amigos es perder el tiempo? Y si lo es, ¿en qué momento deja de serlo? Quizás en el momento en que apuesto dinero y gano, ya que se convierte en una actividad rentable. O cuando empezamos a discutir sobre el cine de Coppola, porque deja de ser un parche y ahora es una tertulia. O sencillamente en el momento en que comienzo a pasarla bien, porque es una actividad placentera. 

Quizás el tiempo perdido puede tener valor en sí mismo. ¿Pero qué pasa con el tiempo perdido que genera culpa, aquel del que no podemos sacar nada provechoso, el que no podemos mirar con orgullo como un acto de resistencia o placer? ¿Por qué a veces siento que los dos últimos años de mi vida no deberían contar?

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El mar del tiempo perdido 

¿Se acuerdan al inicio de la pandemia cuando empezaron los confinamientos y tratamos de descifrar qué hacer con todo el tiempo nuevo que pasaríamos en casa? Pronto surgió la idea de que debíamos aprovechar al máximo esta oportunidad que nos daba la vida para crecer como personas. Recuerdo que mi feed de Twitter por esos días tenía un aire motivacional. Las personas escribían frases del estilo: “Si no sales de esta pandemia con un nuevo idioma aprendido, una nueva habilidad adquirida o un nuevo negocio montado, entonces, ¿qué hiciste con tu tiempo?”.

Yo no aprendí ningún idioma nuevo durante la pandemia, tampoco creé un emprendimiento, apenas me las arreglé para mantener una fuente de ingresos estable. Con todas las cosas que pasaron en 2020 y 2021, a veces me parece que no hubiese pasado nada. Tenía 23 años y después tuve 25.

Este año, el día de mi cumpleaños, recibí al correo un newsletter del New York Times sobre Coronavirus al que me había suscrito a inicios del 2020. Ya había dejado de leerlo hace tiempo, sin embargo, lo abrí motivado por el título. Se llamaba Reclamando el tiempo perdido por el Covid. Al final del boletín había un espacio en el que resaltaban los comentarios de algunos lectores acerca de las oportunidades que habían perdido en estos últimos años. Un párrafo llamó mi atención, era de un hombre llamado Luke que vivía en Japón. 

Luke decía que perdió dos años de sus tardíos veintes y que no sabía si los podría recuperar. “Nunca volveré a tener esa edad, ese momento de mi vida”, decía él, “así que en vez de pensar acerca de dónde ‘debería estar’, estoy enfocado en lo que quiero hacer con el tiempo que tengo.” 

¿A qué entidad cósmica le debo enviar el recibo de los dos años de vida que perdí durante la pandemia? Cuando pienso en esos años me cuesta recordar qué hice. Sé que me interesé más por la cocina. Escribí unos cuantos textos, ninguno que me haga sentir especialmente orgulloso. Recuerdo que intentamos hacer de forma virtual casi todos los eventos que antes eran presenciales. Después de varios meses estaba harto de los conciertos por computadora. Recuerdo la tristeza y las videollamadas. 

“Perder el tiempo es sentir que no se ha ganado nada”, es la frase que me da el profesor Hernán cuando le pregunto por una definición concisa, como de diccionario. Entonces pienso en un cuento de Gabriel García Márquez llamado El mar del tiempo perdido. En un punto de este cuento dos habitantes de un pueblo en ruinas descienden al fondo del mar para buscar algo que comer, allí encuentran un pueblo vibrante, lleno de flores, como un espejismo del pasado. Uno de ellos quiere llevarle una de esas flores a su mujer, para que ella pueda recordar su aroma, pero estas son irrecuperables, como todo lo que se hunde en ese mar. 

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