Semen milagroso
Donar semen sigue sonando a chiste, entre adolescente bobo y pervertido morboso. Nos fuimos a ver en qué consiste el tema.
Decidí hacerlo para ver hasta dónde podía llegar. Descubrí que todos los caminos de la planificación, la sexualidad, la concepción y la anticoncepción llevan a Roma, que en el caso colombiano es Profamilia. Marqué su número de teléfono:
—Buenas, es que estoy interesado en donar semen.
—Ya lo comunico… —luego de diez minutos apareció una voz femenina del otro lado.
—Buenas tardes… —repetí mis intenciones.
—Tiene que traer una hoja de vida con foto a color a nuestra dirección y si los doctores tienen tiempo lo entrevistan.
Imprimí la foto, arreglé la hoja de vida y fui. Una parada con el mismo nombre en el sistema Transmilenio me facilitó la vida. Le pregunté al vigilante hacia dónde debía dirigirme para donar semen. Él me indicó que por la parte trasera había otra sede y llegué. Entré y le susurré a la recepcionista:
—Estoy interesado en donar semen.
De inmediato escuché los murmullos inquisidores en la fila. Sentía miradas de reproche pero ella me indicó con naturalidad:
—Baje por las escaleras y en la segunda puerta a la izquierda lo atienden.
Nuevamente le expliqué el motivo de mi visita a una enfermera de unos treinta años. Ella me recibió la hoja de vida y me indicó que esperara en una sala atestada con pacientes de todo tipo. Me sorprendí enseguida al ver a dos parejas de adolescentes aguardando. Entendí que querían planificar: en voz baja una joven le repasaba a su compañero el libreto de respuestas a las preguntas que ella suponía que les iban a hacer.
—El domingo fue la última relación. Dos veces por semana. Nos cuidamos siempre con condón y si nos dan las pastillas que me arreglan el pelo, mejor.
Pensé: el sexo es una maravilla, ahorra el salón de belleza.
Del consultorio uno llamaron a la primera pareja, luego del consultorio dos a la segunda. La primera salió y la joven le recriminaba a quien parecía ser su novio:
—¡Ahí sí no habla, me toca decirlo todo a mí! Mejor dicho, ¿sabe qué? ¡No me diga nada!
Quedé sin saber si le dieron las benditas pastillas, aunque por su genio parecía que no.
A pesar de lo divertida que podía ser la escenita ajena, yo estaba nervioso. ¿Qué tipo de entrevista sería? ¿Será que mi perfil de semental encaja? Vi salir a la segunda pareja, iban sonrojados; de repente una enfermera pronunció mi nombre con voz fuerte, mientras abría una puerta diferente a los consultorios. En la mitad leí un letrero: “Prohibido el ingreso. Sólo personal autorizado”.
Detrás, me esperaba un doctor. Era Carlos Jiménez, director de la Unidad de Fertilidad de Profamilia. En una oficina pequeña me invitó a conversar con él.
El santo de la fecundidad
Si alguien merece ganarse las indulgencias, es el doctor Jiménez. Él se encarga de hacer el milagrito con el semen donado. Me explica que la infertilidad es cada vez más frecuente y por eso se requieren donantes:
—Existen muchas parejas en las que la mujer no puede concebir o el esperma del hombre no es de la calidad suficiente para fecundar el óvulo, o ninguno de los dos puede, o simplemente se trata de madres solteras que sienten que es tiempo de tener bebés.
Y me interroga: lugar de residencia, ocupación laboral, edad, cantidad de hermanos… Me dice que los requisitos para ser donante son complejos: no tener enfermedades hereditarias, no haber tenido enfermedades psicológicas, no tener adicciones, no consumir alcohol en exceso, tener una vida sexual estable, no consumir drogas psicotrópicas, no haber tenido enfermedades de transmisión sexual, no ser fumador y, en general, llevar una vida saludable.
Cumplo con las condiciones, siento que voy bien en la entrevista, pero el doctor pide más:
—Puertas afuera de la institución, el donante debe ser muy responsable, su vida sexual siempre debe estar acompañada del uso del condón, cada enfermedad que contraiga debe comunicarse y no deben donar si han tenido gripa, están tomando antibióticos, tomaron trago o fumaron el día anterior a la donación. La sinceridad es fundamental.
Los donantes deben acomodar su vida sexual a los estrictos horarios. Cada martes y viernes, entre las 7 a. m. y las 9:30 a. m., se toman las muestras. No pueden tener relaciones dentro de los tres días anteriores a la donación y la última tuvo que haber sido, como máximo, cinco días atrás. O sea que el único día que pueden tener sexo es el viernes. Claro está: después de donar.
—¿Pagan por la donación?
—En Colombia está prohibido pagar por donación de fluidos. No hay una vinculación laboral formal entre el donante y Profamilia.
La ley colombiana, con los decretos 1546 de 1998 y 2493 de 2004, regula la donación de semen. Allí se hace explícita la “prohibición de remuneración”, pero de todos modos existe un pago por compensación del transporte y del tiempo empleado en los menesteres cálidos de la donación. Según los cálculos de Jiménez, un donante de calidad que religiosamente deje sus muestras martes y viernes durante un mes, puede ganarse algo más de un millón de pesos. Con lo jodida que está la gente, esta cantidad suena como un seguro de desempleo.
Semen de calidad
No todos los donantes resultan aptos. Aproximadamente ocho de cada diez no poseen un semen de calidad, definido como uno que contenga entre 90 millones y 120 millones de espermatozoides caracoleando a toda velocidad. Además, el laboratorio debe demostrar que los genes masculinos no son los dominantes, pues las madres o parejas que serán las receptoras quieren que su genética predomine.
Aunque sentí que pasé la entrevista y de seguro un dinero extra no me caería mal, no podía cumplir con los requisitos. Entonces decidí dejar el proceso ahí. La historia difícil de contar es con testimonios de donantes de verdad, pues deben permanecer en el anonimato. Pero al insistir, dos hombres decidieron contar sus experiencias pero no sus nombres.
El primero tiene 25 años, es corpulento, de mediana estatura y lleva un bronceado permanente gracias a los rayos del sol del Caribe colombiano, donde trabajó en construcción. El otro: 23 años, rubio, de ojos claros, más bien bajito y con sobrepeso, estudiante universitario. El mayor fue rechazado luego de dejar dos muestras porque su semen no sirvió. Lo que sí recuerda con precisión es el cuarto cómplice del placer en solitario:
—Es una pieza pequeña con baño. Le dan un frasco como los de orina pero más grande. Hay un sofá verde y un televisor con DVD en una esquina, de esos que cuelgan en la pared. La primera vez fue incómodo porque afuera se oían las voces de las enfermeras, ellas saben en qué anda uno y a uno le da vaina. Pero, pues, yo necesitaba el dinero y ni modo, di play en el DVD y listo.
El segundo donante afirma que su semen sí pasó la prueba.
–Yo fui durante casi cuatro meses. El mes que mejor me fue, cobré $1.050.000 [más o menos uno y medio salarios mínimos mensuales]. Lo más difícil fue la vida en pareja, porque uno no puede siempre, sólo una vez por semana porque entonces el semen no sirve. Tocaba aprovechar cuando se podía.
Pero la donación es el primer paso. El semen se entrega y los biólogos le hacen los estudios correspondientes para garantizar la calidad. Luego la ley obliga a dejar las muestras en un periodo de aislamiento de seis meses. En este tiempo, el semen debe mantenerse congelado a una temperatura de -196°C. Para imaginarse cuán congelado queda el especimen en un semestre, sólo un dato: el refrigerador de última tecnología que hace hielo por montón, apenas alcanza temperaturas de -4°C.
Sólo después de ese lapso, una madre podrá usarlo pero nunca se sabe con certeza cuántas implantaciones necesita una mujer para fecundar. La primera mujer que llevó con éxito este proceso lo hizo en Inglaterra en 1978. Tres años después, se creó en Medellín la primera unidad colombiana, CEFES, que aún funciona.
El donante que sí pasó las pruebas, afirma que no sabe si tiene hijos en la calle, ni cuántos. Él trata de no pensar en eso. Pero recuerda entre risas que su pareja “le friega la vida” cuando ven bebes parecidos:
—Ese se parece a ti: ¡que no te vayan a demandar por alimentos!
En Colombia, los decretos estipulan que sólo se pueden “10 embarazos con el semen del mismo donante”. Pero esa ley se modificó y hoy los papás anónimos tienen una cantidad de hijos diferente de acuerdo al número de habitantes por ciudad: a mayor número de habitantes, más hijos. En Bogotá, la ciudad más habitada del país, un donante puede engendrar de forma anónima hasta 24 óvulos. En otros países, sin leyes que controlen la donación, se pueden tener más de cien hijos; lo que mayor preocupación causa es la posibilidad de incesto entre hermanos de padre. En Estados Unidos el problema es grave: aunque suene a película mala, está el caso de la madre Cynthia Daily, quien se embarazó con semen de un donante; luego quiso buscar al padre de su hijo y encontró que “son 150 los chicos concebidos con el esperma del mismo donante y todavía hay más en camino”. También está el caso de Bertold Wilsner, quien “según cálculos parcos, habría aportado su semen para al menos 300” bebés.
Son martes y viernes ininterrumpidos de masturbación que representan un ingreso económico para el donante y que, además, según la sexóloga Alessandra Rampolla, benefician la salud, porque toda persona que se dé placer a solas “puede conciliar su sueño, liberar estrés, mejorar la circulación y la piel”.
Son milagros de vida
Lo que pareciera un milagro de vida para los infértiles es censurable desde el punto de vista de la iglesia católica. La Biblia recuerda un pasaje sobre las prácticas sexuales que no buscan la procreación. El libro de Génesis retrata la historia de Onán, quien debe acostarse con su cuñada Tamar por la muerte del hermano-esposo. Onán se sacrifica, se acuesta con la viuda de su difunto hermano, e inaugura la técnica anticonceptiva del coito interrumpido, pues “sucedió que, cuando sí tuvo relaciones con la esposa de su hermano, derramó su semen en la tierra para no dar prole a su hermano. Ahora bien, lo que hizo fue malo a los ojos de Jehová; por lo tanto a él también le dio muerte”.
También, en el intento de poner barreras morales a la manipulación genética, el Vaticano publicó en 1987 un texto que cobra relevancia por su rebuscado nombre en latín: Donum Vitae. El título en español no tiene tanta gracia pero es más explícito: Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación. Allí se sentencia que eyacular sin propósitos procreativos es desperdiciar el semen; pero no parece ser este el caso a la hora de donar, ya que técnicamente no se desperdicia del todo y eventualmente servirá para procrear. Quizá en nuestros días los donantes no merecen el castigo de Onán y la viuda Tamar podría escoger algún parecido a su difunto esposo para seguir con la prole.
Pero ¿qué tan ético sería? Según el sacerdote español Domingo García, doctor en Teología y párroco de la iglesia Nuestra Señora de las Aguas, una de las más tradicionales de Bogotá, en estos casos la Iglesia exalta el sexo por encima de la fecundación in vitro y alza su voz de protesta porque estos niños no son concebidos dentro de la institución del matrimonio, ni a través de prácticas sexuales convencionales.
—La misión es alertar sobre futuros casos de incesto y ayudar a las familias a que comprendan sus limitaciones fértiles. Sin censuras morales, la Iglesia motiva la adopción ante la fecundación in vitro, pues además ayuda a un ser humano sin muchas esperanzas de una vida digna.
La visión del cura es congruente con el Donum Vitae: desear un hijo “no es suficiente para justificar una valoración moral positiva de la fecundación in vitro entre los esposos”.
Pero a los donantes no les preocupa mucho el tema ético. Hoy son las 9:30 a. m. de un viernes. En un par de horas vi a cuatro jóvenes entre los veinte y los treinta años entrar a dejar sus muestras. Recordé las palabras del doctor Jiménez: los visitantes son, en su mayoría, universitarios con sueldo de estudiantes, que andan vaciados. Estos son los sementales que hacen el milagro, su semilla es la felicidad de alguien más. Ellos, por sembrarlas, merecen un modesto cheque mensual.
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