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biodiversidad

Agua bajo tierra: jóvenes sembradores del páramo

Texto y fotos

¿Qué futuro puede haber entre las hojas afelpadas del páramo? El de varios jóvenes que apuestan por la vida rural en la misma tierra en que crecieron y donde se han sumado a la investigación y a la preservación. La autora nos cuenta en esta crónica atravesando el hogar de la mayor biodiversidad de frailejones del mundo y también el de Dayana, Lérida y Cristian, entre tantos otros.

Caminamos sobre rocas moradas. De un lado de la carretera, frailejones altos que, vistos a contraluz, le hacen honor a su nombre: parecen cientos de frailes organizados en oración; son largos, de su punta salen hojas espesas y afelpadas y algunas flores amarillas. Del otro lado, frailejones a ras del suelo: amplios y chocando entre sí sus hojas puntiagudas, sujetos a esa tierra cercana como estrellas colgadas al revés.

Caminamos y Lérida me cuenta cuáles son sus especies favoritas. Este lugar, justo donde estamos en camino a la cabaña de alta montaña, está catalogado como el sitio con mayor biodiversidad de frailejones en el mundo, con trece especies en su territorio; estamos en el Santuario de Fauna y Flora Guanentá Alto Río Fonce, que hace parte de los Parques Nacionales Naturales de Colombia y queda en la frontera entre Boyacá y Santander, dos territorios campesinos rodeados por ríos rojos, orquídeas, osos y cóndores de los Andes.

Si nos preguntáramos qué es un frailejón, habría que decir que es una planta que guarda el agua: muy arriba, en los páramos y subpáramos, recoge del ambiente toda la humedad y la guarda en su interior para luego regarla a través de sus raíces en tiempos de sequía, un proceso que aporta de forma inmensa a lo que se conoce como el balance hídrico de un ecosistema. Dayana hizo un frailejón en foamy para explicarle esto a sus estudiantes: “el tallo es como una barriga”, dice. “Tomen mucho aire, todo el aire que puedan, y guárdenlo en la panza; eso es lo que hace un frailejón con el agua del ambiente, por eso es una planta tan importante”.

Colombia alberga más del 60 % de los páramos del mundo y, a través de esa figura de foamy con texturas y relieves variados, Dayana explica la parte más minúscula y fundamental: apenas el inicio de un proceso natural que es parte del corazón de estos ecosistemas y, en consecuencia, del balance del resto, como un dominó. 

Llegamos con Lérida a la cabaña de alta montaña y nos encontramos con algunos jóvenes que trabajan para el Santuario en lo que se conoce como el Centro de Investigación y Educación para la Conservación de Especies de Páramo, un espacio destinado a un proceso que ha sido catalogado como pionero en la región: la germinación y siembra de frailejones en el páramo. La búsqueda, germinación y el seguimiento juicioso han hecho que vengan personas de diferentes lugares del mundo a maravillarse con lo que sucede en este Centro. Las labores de los jóvenes se dividen en equipos: hay quienes trabajan en investigación, otros en propagación y otros en siembra; al final, todos hacen parte de un hilo articulado de cuidado para eso que llaman La salacuna de frailejones.

El Santuario de Fauna y Flora Guanentá Alto Río Fonce fue declarado como área protegida el 18 de noviembre de 1993 y está compuesto por bosque andino, alto andino y páramo. De las trece especies que se encuentran en este lugar, tres de ellas son endémicas para el Área protegida: Espeletia laxiflora, Espeletia cachaluensis y Espeletia chontalensis.

En 2024 este Santuario fue incluido en la Lista Verde de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) que promueve la conservación porque, entre otras acciones relevantes, el área pasó de tener aproximadamente 2.000 hectáreas con presiones ambientales a tener sólo 40, un resultado fruto del esfuerzo de una comunidad y un equipo que trabajan bajo el liderazgo de Fabio Uriel Muñoz, quien piensa que una de las cosas clave en este trabajo de conservación es la vinculación y apropiación de la comunidad, de quienes tienen este territorio como propio y entienden la expansión de su valor.

Los jóvenes que trabajan en el Santuario viven en territorios que lo rodean: los Avendaños l, ll y lll, veredas muy cercanas que pertenecen a Boyacá y Santander, o Encino, que es el casco urbano y pertenece a Santander, aunque algunos de sus habitantes se sienten más boyacenses. Para llegar a la cabaña de alta montaña, llegan en motos que atraviesan esas rocas y ese camino solitario rodeado de frailejones, o toman el bus que pasa entre dos y tres veces al día y los deja en la entrada, entonces emprenden ese mismo camino a pie. Las montañas tupidas de frailejones se ven corrugadas, como con cientos de bolitas puestas encima, y de camino a la cabaña hay tres lagunas de agua helada en la que nadan patos en fila.

 Pero la cabaña es más que una cabaña, es una gran casa y laboratorio dotada de todo lo que necesitan para el ejercicio de investigación y propagación, en la parte de atrás, se extienden los telares protectores y mesas en donde crecen las semillas de frailejón y otras plantas de páramo: de algunas solo se ve la tierra y algunas pequeñas hojas asomando, y de otras ya se abre más la planta, casi lista para ser transportada y sembrada en lugares estratégicos del área protegida.

Pero, ¿cómo es tener dieciocho, diecinueve años y trabajar como sembrador de frailejones aquí?, ¿qué significa ser joven en un rincón de Colombia que no es visitado con frecuencia? Cristian dice que le encanta su vida aquí, se conoce todos los caminos y comparte con sus compañeros la pasión por la conservación, incluso tienen chistes internos sobre los nombres de las especies de frailejones. Ante la visita inesperada de cualquier ave, saca su teléfono no para fotografiarla sino para registrarla en una app que compila los cantos de las aves en Colombia.

Algunos de ellos están estudiando, como Lérida en la Universidad Industrial de Santander, carreras que tienen que ver con la conservación, la investigación y la gestión del agro; otros de ellos prefieren cultivar únicamente su vida en la ruralidad, trabajando con el Centro y diversificando sus ingresos con trabajos que vinculan el ganado, el café o la poda de maleza en algunas casas.

En el Santuario, los jóvenes despiertan temprano y organizan caminatas largas hacia la parte más alta: Medellín, una cabaña rodeada únicamente de naturaleza con kilómetros y kilómetros a la redonda: árboles de muchas especies, aves con sonidos inimaginables y moras comestibles o venenosas que crecen casi desde el suelo: frío y sol y lluvia. Se despiertan temprano y vuelven a esa rutina lejos del ruido de carros y edificios, sintiendo ese lugar como la expansión de una gran familia. 

Luego de ser declarada el Área Protegida, algunas familias tuvieron que moverse de lugar e ir cambiando poco a poco la relación que siempre habían tenido con la tierra: el cultivo, el ganado, la quema. Buscar la forma de balancear el cuidado de ese paisaje tan suyo y al tiempo existir en sus límites culturales y productivos. Este cambio de panorama en el territorio impactó visiblemente las oportunidades laborales de los jóvenes que vendrían luego, con lo que el Centro con su llegada abrió posibilidades nuevas, maneras mutantes y brillantes de vivir del campo y la tierra.

Aunque la tasa de desempleo en jóvenes este año bajó, ubicándose en el 15.7 %, sigue siendo una cifra que representa un reto importante para un país con una desigualdad tan marcada como Colombia; además, las consecuencias de esto para quienes se enfrentan a este panorama laboral van desde dificultades en la construcción de un proyecto de vida que les satisfaga hasta problemas de salud mental. Conversando con Dayana, se pregunta sobre qué pasa con los jóvenes que no quieren abandonar la ruralidad para buscar empleo en una ciudad vecina, qué pasa con las garantías más formales a las que no pueden acceder desde su territorio, que cuidan y habitan con tanta entrega. El Centro de Investigación y Educación para la Conservación de Especies de Páramo se ha convertido también en ese puente ideal en el que los jóvenes tienen acceso a un trabajo que les apasiona sin tener que renunciar a su vida rural; el Centro ha creado línea directa con el bienestar de las familias que lo rodean. La comunidad campesina que vivía del agro y que tuvo que moverse a más distancia luego de la declaración de Área Protegida, hoy tiene hijos y nietos que ejercen esa labor del campesinado desde un frente de investigación y conservación en este Centro que es sinónimo de innovación y compromiso social a nivel mundial.

Ya anochece y seguimos todos en la cabaña de alta montaña, hay cinco teléfonos puestos sobre el borde de una ventana, el único sitio en el que entra la señal de vez en cuando. Alejandra trae una bolsa de plástico llena de películas para ver en DVD y Bayron calienta agua de panela para todos. Con varias cobijas nos ubicamos a ver una comedia romántica doblada al español latino. Frente a la puerta de la cabaña las botas de caucho de todos empantanadas, listas para empezar el día a las 5.00 am.

¿Cómo se ve la siembra de un frailejón en algún páramo colombiano?, ¿quién está allí para verlo y registrar el cambio más natural de todos: crecer?, por fuera de la cabaña en la que se iluminan sus ventanas, kilómetros a la redonda en completa oscuridad y silencio: todo lo vivo creciendo aunque nadie esté allí para verlo.

Al día siguiente, la coreografía que todos conocen y me enseñan. Salimos. Caminamos sobre rocas moradas y nos rodea esa planta expansiva que se abre como una gran alfombra que lo cubre todo. Si nos volviéramos a preguntar qué es un frailejón, habría que decir que un frailejón es también quienes lo rodean.

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