
Las sillas icónicas del diseño en Espacio Fluido
Sentarse es un arte: con una visita a Espacio Fluido, taller de restauración y tienda de mobiliario en Bogotá, La Cata nos lo muestra con lujo de detalle.
A veces una silla es solo eso: un asiento más en una sala, un lugar para dejar la chaqueta, un rincón donde rara vez nos sentamos. Pero hay lugares y personas que entienden que una silla puede ser una cápsula espacial, una flor, una curva infinita o incluso un manifiesto de diseño. En Espacio Fluido, una tienda-taller en Bogotá, lo saben perfectamente.
En este lugar ubicado en la carrera 9 con 61, Sebastian López y Valeria Gómez, fundadores del proyecto, no solo venden sillas, restauran historias rescatando piezas atemporales que han sido íconos del diseño mundial y les dan una segunda vida. No para adornar vitrinas, sino para seguir habitando espacios, historias y cotidianidades. Porque en Espacio Fluido las sillas son una parte de quienes somos, de la herencia, de la nostalgia, algo que está hecho de anécdotas, pasado y carácter.

Un oficio generacional
La historia de Espacio Fluido no empieza con la tienda. Ni siquiera con el nombre. Comienza hace más de tres décadas en el histórico mercado de las pulgas de San Alejo con los bisabuelos de Sebastián, quienes fueron parte de los fundadores de este espacio legendario en Bogotá y unos de las primeros en instalarse con su puesto.
Después vinieron sus abuelos, que se dedicaron a la restauración de muebles y luego su padre, don Nemesio López que intentando rebelarse del camino familiar, terminó cayendo inevitablemente en él pero de una forma única. “Mi papá logró darle al oficio heredado de la restauración su propio estilo enfocándose en las sillas, un objeto útil, versátil y atemporal”, cuenta Sebastián. Hoy, es uno de los pilares del proyecto. “Es el que tiene el mejor ojo de todo Bogotá. Ve una silla destruida, por la cual nadie apuesta un peso y dice: ‘eso tiene alma’ y la resucita”, afirma Valeria.
Las sillas vienen de todo lado: ventas de personas que ya no las quieren, la calle e incluso la basura. “Hay piezas que llegan a nuestras manos en estados deplorables y les damos una nueva vida a través de la restauración. Es un modelo circular que busca dejarlas como nuevas y darles unos 30 o 50 años más de uso”, comenta Sebastían.
Además de su padre, Patricia Vega, su madre, también es parte fundamental del proyecto como restauradora, dejando claro que la columna vertebral de todo es un legado familiar que se fortalece en cada generación: “Mi papá le enseñó el oficio y es una experta en pintura, la alumna superó al maestro”, afirma.
Aquel proyecto familiar que empezó como Restauraciones El Baúl tomó una nueva dimensión en Espacio Fluido al apostar por una curaduría más especializada de la que se encarga Valeria, quien afirma que “la nostalgia y el poder resignificar lo usado es lo que nos mueve en todo momento”. Esta premisa ha conservado la esencia con la que empezó todo: encontrar belleza en lo que otros desechan.

La silla como objeto emocional
Sentarse es un acto más íntimo de lo que creemos. Las sillas acompañan conversaciones, sostienen silencios, cargan cuerpos y también memoria. Hay casas donde una silla no se usa para sentarse, sino para apilar ropa, libros o recuerdos. En Espacio Fluido entendieron eso, que una silla puede ser funcional, estética, emocional y simbólica a la vez. Por eso muchas de las que tienen no son fáciles de ver en otros lugares: son piezas con historia y con mucha personalidad.
“Mucha gente llega acá y nos dice: mi abuelita tenía una igual”, cuenta Valeria. “Y sí, muchas veces terminamos restaurando esas piezas con toda la carga emocional que traen. Es diseño circular, pero también es memoria afectiva”.
Lo que empieza como una transacción termina siendo casi una restitución emocional: devolverle vida a un objeto que acompañó generaciones, que fue testigo de sobremesas, visitas, partidas y regresos.
Como parte de esta experiencia, me senté, literalmente, en algunas de las piezas más icónicas del diseño que han encontrado y restaurado.

La Ribbon, por ejemplo, parte de una cinta de Moebius que es una figura matemática que se recorre infinitamente. No tiene principio ni fin y esa idea abstracta se volvió tangible en 1966 gracias a Pierre Paulin en forma de una silla sorprendentemente cómoda

La Tulip, como su nombre lo indica, nace de la forma de una flor. Fue la primera silla sin patas visibles, una revolución en su época. El diseñador Eero Saarinen se preguntó: ¿por qué cuatro patas? ¿Por qué no una base sólida que crezca como un tallo? El resultado: una estructura estable, limpia, moderna.

La LC4 o “la silla de terapeuta” es una obra de Le Corbusier. Es basculante, se adapta sola al cuerpo. Dicen que fue diseñada para marcar el tiempo exacto de un descanso: cuando los brazos se caen al suelo, el descanso termina. Es tan cómoda que se vuelve peligrosa después del almuerzo.

La Bola, diseñada por Eero Aarnio en los años 60, se inspiró en las cápsulas espaciales Soyuz. Quería que uno se sintiera en una nave espacial, encerrado, pero seguro. Y sí: te aísla del mundo con una acústica envolvente. Es ideal para una siesta, un momento de introspección o para una lectura sin interrupciones.

Y luego está la Falcon diseñada por Sigurd Ressel, una silla que te hace sentir flotando. Su estructura en tensión, inspirada en los nidos del halcón, envuelve el cuerpo como un catamarán suspendido en el aire. Fue una de mis favoritas, porque al sentarte en ella se siente un poder y ganas de dominar el mundo singulares.
El diseño que se queda
Restaurar, para Espacio Fluido, no es disfrazar, es leer cada pieza con calma: saber de qué año es, quién la diseñó, con qué materiales, qué le falta, qué se puede conservar. Aunque su taller está especializado en madera, colaboran con otros proveedores para procesos como el recromado, el tapizado o la intervención de metales. “El tiempo de restauración varía: puede durar ocho días o más de un mes, dependiendo del estado en que llegue la pieza”, afirma Sebastían.
Y si bien hay clásicos como la Wassily, la Chesca o la Pastil que se venden mucho, lo que diferencia a Espacio Fluido es la personalización que se puede tener al momento de restaurar en cuanto a colores o materiales. “No cualquier lugar tiene una silla con mimbre pintado o cuero de vaca, la oportunidad de conseguir exactamente lo que necesitas para un espacio es algo especial que ofrecemos”, dice Valeria.
“Cada persona es un mundo, y nosotros queremos ser parte de ese mundo”, dice Sebastián. Por eso restauran, reinventan, conversan. Porque para ellos el diseño no es algo que no se toca, es algo vivo que se transforma. Y si algo me quedó claro al salir de ahí es que una silla puede ser muchas cosas: una flor, una cápsula espacial, una curva infinita… el lugar donde tu cuerpo por fin se siente en casa.



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