La cumbia sabanera de Carmelo Torres
Heredero del maestro Andrés Landero, Carmelo Torres es el último bastión de la cumbia sabanera. Hablamos con el músico durante su presentación en el Festival Centro sobre cómo mantener viva una tradición que se reinventa constantemente.
La cumbia es alegría porque es la mimesis misma de la vida. No es una hipérbole hueca: este ritmo caribeño nace al tratar de imitar los sonidos de las aves y del campo en el acordeón y la gaita. Quizás es por esa mágica evocación del mundo vivo, del campo que reverdece en cada nueva temporada de siembra, que el maestro Carmelo Torres se siente eterno en el escenario. Hace algunos días el músico nacido en Sucre y naturalizado bolivariano, por su filiación de hace décadas con San Jacinto, regresó a la capital luego de su último concierto, celebrado el fin de semana previo al inicio del confinamiento obligatorio. Esa noche se presentó junto a Los Toscos como una celebración y homenaje a los veinte años de la muerte de su maestro, el inigualable Andrés Landero. Ahora, en el marco de la edición 2022 del Festival Centro de la FUGA, el hijo adoptivo de San Jacinto se presentó de nuevo junto a sus Toscos para interpretar sobre las tablas del Teatro Jorge Eliécer Gaitán ese disco fantástico de 2015.
En el marco de una celebración cargada de color , el maestro Torres demuestra por qué sigue siendo el referente vivo obligado de una tradición que, junto con su ayuda y la de otros agentes culturales, empieza a renovarse en la contemporaneidad para llegar cada vez más a los oídos curiosos de jóvenes melómanos. Como una columna dórica el acordeonista de más de setenta años se erigía luciendo una sonrisa en su rostro moreno, mismo que soportó difíciles jornadas en los sembradíos de tabaco para poderse comprar un acordeón cuando era joven. A su alrededor una generación de músicos que revolucionó los sonidos tradicionales a principio de milenio celebraban sus habilidades de prestidigitador de música, robándole sonidos imposibles a su eterno confidente de fuelles. El teatro en pleno celebró como pudo en medio de su cadencia cachaca las formas de una fusión avezada y emotiva, una conjunción de cumbia de cepa caribeña con ritmos experimentales capitalinos. En el centro, quien nombra a este conjunto que pocas veces se presenta, un maestro vivo de la cumbia tradicional sabanera.
“La cumbia sabanera es la cumbia tradicional”, explica el maestro Torres en su camerino unos minutos después del concierto. “Es la cumbia con acordeones que inició el maestro Andrés Landero, traspasando las notas de la gaita, las pasó al acordeón y las grabó. Desde entonces empezó a grabar cumbia y a pegar. Él fue al que llamaron ‘El rey de la cumbia’ y ganó el Festival Mundial de la Cumbia en México, por ahí en el 68”, complementa mientras recuerda esas aventuras musicales con uno de los íconos centrales de la cumbia mundial, un hombre cuyo legado permanece vivo no solo en las interpretaciones de Carmelo Torres sino de artistas como Frente Cumbiero, Los Pirañas, La Sonora Mazurén, El Conjunto Medialuna o los Meridian Brothers, por nombrar solo un par de sus aprendices contemporáneos. “Cuando llegué a San Jacinto el maestro me invitó a tocar con él, para que le ayudara en las parrandas de las casetas. Le tocaba una tanda y él descansaba. Ahí le fui aprendiendo las cumbias porque a mí me gustaba la música del maestro Andrés, pero más que todo le interpretaba los paseos, ‘La muerte de Eduardo Lora’, ‘Hoja verde’. Un montón de paseos y merengues”, recuerda. “Pero entonces, cuando ya estaba en San Jacinto, me interesé por la cumbia y me enredé con Toño Fernández, con Mañe Mendoza, con Juan Lara, con todos esos gaiteros. Ya tocaba el acordeón con ellos y empecé a tocar cumbia”.
La vida de Carmelo Torres es la de muchos músicos empíricos del Caribe colombiano. A fuerza de copiar los sonidos que le llegaban por un pequeño radio Phillips, el maestro fue entrenando con un machete y una hoja de plátano a manera de guacharaca. Desde entonces soñaba con un acordeón como los de sus futuros compadres Julio de la Ossa y Andrés Landeros, pero el instrumento era muy costoso y solo a fuerza de ‘jornalear’ en la finca durante años pudo comprárselo. Desde entonces es a esta máquina a la que le confía sus sueños y ambiciones, la que le permitió darle serenata a Enith Arrieta Movilla, compañera de vida con la que tiene tres hijos y sobre la que plañó cuando lo dejaron para sembrar de canciones el cielos sus compadres de parrandas en casetas y verbenas.
“Cuando el maestro Landero murió y murió Toño Fernández, la cumbia y la gaita tuvieron un bajón y yo tomé eso por mi cuenta, el interpretar la cumbia en el acordeón”, explica Carmelo Torres mientras se protege del frío con un saco que lleva el nombre y el de su orquesta, Carmelo Torres y su cumbia sabanera. “Empecé a tocar cumbia y a la gente empezó a gustarle. Incluso, en San Jacinto, dicen que después de Landero estoy yo. ‘Después de Landero el que mejor toca las cumbias en San Jacinto es Carmelo Torres’. Desde entonces estoy tocando cumbia y gracias a Dios me ha ido muy bien. He estado en muchos países representando a Colombia, representando a San Jacinto”, comenta reflexivo para luego cerrar la oración con una sonrisa de gratitud.
En el marco de una carrera extensa en la que grabó con Landero y de la Ossa, además de con Los Gaiteros de San Jacinto o Sones de Guarimaco, el maestro apenas se encontró con su primer álbum solista en 2013 cuando, a través del trabajo conjunto con Sonidos Enraizados, pudo grabar Vivo parrandeando. Fue a través de este álbum que pudo reunirse con Los Toscos y grabar uno de los discos claves de las nuevas músicas folclóricas de la década pasada de la música colombiana. “Yo solo conocía unos videos que habían grabado los de Sonidos enraizados y, en una gira con Redil Cuarteto en Argentina, Urián Sarmiento de esa disquera me pasó el disco de Carmelo”, comenta Santiago Botero, músico bogotano de Mula, El ombligo y Los Toscos sobre cómo nació el proyecto de Carmelo Torres y Los Toscos. “Soy un admirador profundo de la música de Andres Landero. Entre varias cosas que he escuchado, entra en la lista de la música que me salvó la vida. Urian sabía esto y me dijo que Carmelo venía a Bogotá, que tenía una fecha libre y que por qué no nos juntabamos a ver qué pasaba. Por otro lado, sabía que a Mario Galeano también la música de Landero le mueve fibras profundas”.
En el marco de un concierto en matik matik, sin ensayar, Los Toscos compartieron tarima con el maestro Torres en 2014, lo que desencadenó en la grabación de Carmelo Torres y Los Toscos, un álbum en el que además de Torres, Botero y Galeano, se suman el baterista Pedro Ojeda, Kike Mendoza en una guitarra disonante, además de Edson Velandia como voz en la ya clásica del under colombiano “La antropología”. Es precisamente esta canción la que puede sintetizar mejor la manera en la que encaja el sonido tradicional de Torres con la cumbia experimental y cachaca de esta banda de artistas independientes. Es un reconocimiento sincero del valor que tiene el valor para nuestro contexto musical, la poca atención que despierta en la audiencia local y sus posibilidades de encantar en Europa. “Porque una cosa es el indio/ Y otra cosa la antropología”, canta irónico Velandia mientras narra la historia de un empresario que quiere comprender la cumbia para hacerse rico por fuera de Colombia. “A mí me dijo el caballero aquel/ Que pa' pegar había que ser raizal/ Y que por eso él venía 'onde mí/ Pa' contagiarse de la tradición/ Que aquí en Colombia no es la sensación/ Pero en Europa si es apetecida/ Esa cultura de tribu caníbal/ Que ellos no entienden cuando es natural”.
Al respecto, Torres añade: “Nosotros nos conocimos y a ellos les interesó la cosa de la cumbia mía y me propusieron a ver si hacíamos una mezcla de cumbia acompañada de instrumentos de rock, batería, guitarra y eso. Yo les dije que sí e hicimos Carmelo Torres y Los Toscos y gracias a Dios le fue bien. ¡Todavía se escucha!”, complementa asombrado. Hablar con el maestro Torres es hablar con una persona que ha dejado la vanidad del éxito y le ha devuelto a la música que ama la dignidad que merece, sin que esto represente para él más que el sueño tranquilo del guerrero que ha hecho la tarea como corresponde. “El disco salió en el 2015 y desde allí tocar con Carmelo ha sido siempre un crecimiento, cada vez aprendo más de la cumbia, de las pequeñas diferencias en los aires y de cómo interpretar la música de él y con él”, explica Botero sobre el recorrido de Carmelo Torres y Los Toscos. “No estoy ni cerca de poder hacer algo como lo que hace Romy, el bajista que toca con él en su grupo, que es un maestro para eso. Pero pues tampoco voy detrás de interpretar esa tradición de la manera como ellos la tocan. Sé que soy re cachaco, re punkero y a veces no tan preciso con muchas cosas, que tocar con carmelo siempre es una prueba, porque es un universo musical con mucho detalle y mucha cosa por entender. Lo que intento es poder entender poco a poco esas dinámicas y hacerle justicia a lo que me mueve de esa música y, a la vez, responder a la exigencia de tocar con Carmelo, Pedro, Mario, Castaño y Kike”, complementa.
“Admiro a la gente joven que está interesada en la cumbia. Como dijo el maestro Alejo Durán, ‘Yo no estoy en contra de que los ritmos evolucionen’”, explica Torres sobre las formas de la fusión que ha logrado con el ensamble de músicos bogotanos. “Estaría mal que evolucionara yo, pero que evolucione la gente joven está muy bien, mientras que sea para el bien del folclor y que las raíces no se pierdan. Yo sigo así. Sigo con la cumbia tradicional, con el tambor alegre, que es la tumbadora, el llamador que lo hace la caja y la guacharaca, que hace las veces de la maraca. Lo único que le pongo electrónico es el bajo, pero en lo demás seguiré así: tradicional. Lo importante es que las raíces estén, que en el centro vaya la campesina, no importa que la vistan de gala. Que vaya al centro la campesina”.
Gracias a la labor del maestro Torres y sellos alternativos como Sonidos Enraizados, además del trabajo de músicos como Botero y Galeano, la cumbia está renovándose y se ha convertido en una suerte de resistencia política al fenómeno difícil de clasificar de las músicas urbanas. “Allá en Bolívar hay muchos pelados interesados tocando cumbia. Hay una fundación que se llama Fundación Andrés Landero. Y la alcaldía también tiene unos instructores en la casa de la cultura. Así es que hay muchos peladitos interesados, tocando gaita, tocando percusión. Eso está vivo, sólo se transforma. Pero hay cumbia pa’ rato”, concluye el maestro Torres sonriente. Cuando regresa al camerino junto a Los Toscos se hace un silencio solemne de agradecimiento entre los músicos y el equipo que acompañó al maestro durante su presentación. Luego se riegan en aplausos en torno suyo, olvidando que son algunos de los intérpretes más importantes de las últimas dos décadas de la música colombiana. Al lado de Carmelo Torres toda posible vanidad se desdibuja con los cálidos vientos sabaneros que emana su presencia de abuelo sabio. En el camerino están Lucía Ibañez y Urián Sarmiento de Sonidos Enraizados, quienes presentan a su bebé al maestro Carmelo con cariño y gratitud. Frente a él todos somos parte de una familia extendida que bebe y goza con los ritmos tradicionales de los rincones polvorosos de un país que a veces le da la espalda a su propia cultura, pero en cuyas tierras germina un nuevo público presto a tomar el bastón de un ritmo que se redefine y reinventa, resignándose a la peor de las muertes: el olvido. Quizás por eso mismo es que el último disco de Carmelo Torres lleva por nombre Me recordarán, pues su legado estará siempre entre nosotros.
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