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El barroco con las uñas

El barroco con las uñas

¿Quién dijo que sólo los rockeros viven las dificultades de hacer música en Colombia?

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Los integrantes de Affetti Mvsicali no tocan punk, cumbia o jazz. Con el clavecín, el laúd, el violín, las flautas, el soprano, el tenor y el barítono son más independientes que cualquier indie. Esta es la historia de un ensamble de música barroca en la Colombia actual. 

La música barroca nació en el siglo XVII y tuvo su fin, mas no su muerte, en el siglo XVIII. Contraria a la del Renacimiento y sus contrapunteos, esta tendencia abreviaba la escritura con una armonía tonal, un bajo continuo y una interpretación distinta. Los compositores de la época, desde Monteverdi hasta Bach, desde Scarlatti hasta Handel, crearon nuevas formas vocales e instrumentales como la ópera, las cantatas, los corales y los oratorios. Prácticamente, construyeron las bases de toda la música que vino después.

Andrés Martínez nació en 1981 e interpreta el clavecín, el instrumento musical símbolo de la música barroca; este bogotano empezó a interesarse por la música antigua cuando su mamá, a los siete años, le dio clases sobre interpretación clásica. Luego, en la escuela de música La Flauta Mágica, junto a los profesores Antonio Mora y Piedad Giraldo, profundizó sus conocimientos y decidió que tocaría el clavecín; así lo hizo: en ese entonces, tocó en algunas universidades o en la casa de uno que otro profesor (como los clavecinistas estadounidenses Elisabeth Wright y Jory Vinikour).

En 2003, Andrés conoció a Sergio Vanegas, un violinista de 19 años enamorado del estilo musical europeo de los siglos XVII y XVIII; Sergio aprendió a tocar el violín barroco desde pequeño, en un país que no tiene constructores de instrumentos (luthiers) y donde un violín de esas características (con unas cuerdas más gruesas que el violín normal y una armónica más delgada a la actual), de buena calidad, puede costar cerca de 15.000 euros (más de 40 millones de pesos).

Juntos, Andrés y Sergio, sin planearlo mucho, se pusieron a la tarea de crear una agrupación de música barroca. La cosa resultaba particular en una época en la que la mayoría de jóvenes de su edad sólo escuchaban a Blink 182, Linkin Park o Britney Spears. ¿A quién se le ocurriría tocar música clásica en pleno siglo XXI? La agrupación se llamaría Affetti Mvsicali.

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Días después de concebir la idea del grupo, Andrés y Sergio conocieron a Christian Cante, de 16 años, un guitarrista al que convencieron –“le hicimos el daño”, dice Andrés entre risas– de tocar el laúd, un instrumento de cuerda muy utilizado en el Barroco, pero que ni se asoma, en términos de producción, en Colombia: Christian tuvo que mandar a traer un laúd desde Chile porque allí vivía el luthier más cercano a nuestros país; le costó cerca de 6 millones de pesos.

Andrés empezó a estudiar Derecho pero terminó una Licenciatura en Humanidades, Filosofía y Educación; Christian se fue por la Administración de Empresas y se graduó en la carrera de Música; y Sergio estudió Economía. Estaba claro que este no era el negocio, socio, pero igual conformaron la base de Affetti Mvsicali y siguieron tocando con amigos de diferentes universidades. Todos, a pesar de sus carreras disimiles y de los problemas con sus familias porque esa actividad no daba dinero –al contrario, sólo daba gastos–, se entregaron a la música; específicamente, a la música antigua en la era del mp3.

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“Nos encontrábamos en una edad en la que no nos confrontábamos con el mundo laboral pero, a la hora de la verdad y desde un punto de vista práctico, lo que hicimos fue una locura”, admite Andrés. Y tiene razón. Fue una locura en un país en el que el músico clásico rara vez logra vivir de su profesión (existirán contadas excepciones), en un momento en el que el reggaetón es el rey y los proyectos más aclamados por la crítica se dedican a modernizar el folclor local. Mientras grupos como Bomba Estéreo le daban la vuelta al mundo, Affetti Mvsicali ensayaba en salones comunales, en el auditorio de alguna universidad o hasta en el sótano del conjunto residencial Las Torres del Parque, en medio de calderas y tubos. El clavecín con el que tocaba la agrupación era prestado o alquilado (un buen clavecín puede costar cerca de 50.000 euros, casi 150 millones de pesos); en Colombia no hay más de veinte clavecines y algunos se encuentran en museos, teatros o universidades; muchos de ellos son intocables, están carcomidos por el jején o en un sótano lleno de polvo.

Entre ensayo y ensayo, la agrupación empezó a hacer pequeñas presentaciones, escogió el nombre, pensó en una imagen institucional, organizó una agenda e hizo un trabajo de logística, publicidad y relaciones públicas, como cualquier banda pop. Todo, por supuesto, les tocó a ellos mismos, sin dárselas de raros, sin discursos sobre la anarquía o la independencia.

En agosto de 2007, Affetti Mvsicali hizo un concierto en el Auditorio de Uniandinos para mostrar su trabajo: esa función fue su “presentación en sociedad”. Desde entonces la agrupación ha tocado en diversos escenarios: colegios (conciertos didácticos), universidades, recitales privados (con expresidentes de la República entre la audiencia) y hasta en la calle. No estaban llenando estadios ni presentando reality shows pero al menos podían mostrar su talento y dedicación. 

“Los últimos conciertos”, confiesa Andrés, “fueron con gente muy dura”. Llegó un chelista holandés, un laudista alemán, un violinista italiano, algunos profesores de música (como la reconocida violinista colombiana Angélica Gámez y el chelista Juan Pablo Martínez), también lo hicieron varios instrumentistas, cantantes, estudiantes y jóvenes talentosos interesados en ese tipo de música. El grupo empezó a cobrarle –y no a pagarle– a los auditorios y a los nuevos participantes para poder financiar los conciertos y sostener el grupo; al fin y al cabo, Affetti era una de las pocas escuelas prácticas de música antigua en Colombia. Además, ¡eran jóvenes! (o lo son: Andrés tiene 33 años).

Gracias al trabajo con Affetti, y luego de varios intentos y de hacer su práctica universitaria en la ANDI, Sergio estudió violín barroco en Suiza, en el Conservatorio de Ginebra. Christian hace poco viajó a Zúrich para estudiar laúd en el conservatorio de esa ciudad –sin beca y con el apoyo de su familia– junto al laudista más importante actualmente: Eduardo Egüez. Andrés, en 2007, estudió clavecín y música de cámara en Francia junto a Huguette Dreyfus gracias a la financiación de una compañía petrolera; años después se fue a Holanda, al Conservatorio de Ámsterdam, porque ocupó el primer lugar en el Concurso de Jóvenes Talentos del Banco de la República en 2010. Hoy en día vive en Bogotá, es profesor certificado de clavecín por la Harpsichord Society y trabaja como docente universitario de Historia de la Música e Historia del Arte; no vive del clavecín. 

“La mayoría de miembros que han pasado por el grupo están en Europa… y ojalá no vuelvan”, declara Andrés Martínez. ¿Y por qué ojalá no vuelvan? Porque la industria de la música clásica (propia) no existe en Colombia, porque las facultades no tienen departamentos de música antigua, porque las instituciones públicas aun apoyan a los músicos de manera tímida, porque el sector privado azora, de vez en cuando, con ayudas, porque los teatros cobran por tocar y no apoyan ni económica ni logísticamente a las agrupaciones de este género y, para culminar los males, porque las roscas, el clientelismo de los políticos y de los promotores culturales son una piedra en el camino para muchos músicos (no sólo de este género).

“La diferencia más marcada respecto al resto de agrupaciones internacionales de música barroca (Les Arts Florissants, Capriccio Stravagante, Les Talens Lyriques, Il Giardino Armonico…), aparte de nuestra edad, fueron los obstáculos y la carestía con la que trabajamos”.

Por eso, concluye: “¡Affetti Mvsicali es barroco hecho con las uñas!”.

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Juan Sebastián Salazar
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.
Periodista, y no comunicador social. Lector, más que escritor. No escribo desde Bogotá (Colombia) para el mundo; escribo desde mí para mí. Ahora, si mis textos generan sorpresas, odios, halagos, desacuerdos, burlas... magnífico; ahí es cuando me doy palmaditas en el hombro.

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