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El chisme es un perro

El chisme es un perro

Ilustración

¿Saben la diferencia entre un chisme y un rumor? ¿Ya les habían contado la historia de un pueblo en el que regar chismes se castigaba con cárcel? ¿Conocen el origen de nuestra palabra “chisme” y de la gringa “gossip”? Estas y otras disquisiciones en torno a este placer culpable en la frenética voz de un filósofo de Manizales.

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EL CHISME ES UN PERRO 2
 
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oca cosa sería de la historia cultural humana sin el chisme.

Sé que suena a comedia, pero así como la historia de García Márquez sobre un pueblo en el que se riega el rumor de que algo muy grave va a pasar, poco a poco el chisme se va convirtiendo en tragedia. Parece que el chisme, esa actividad cotidiana que se cuece en las cocinas todos los días, que nos une mientras tomamos cerveza o whisky, y que nos saca del tedio mientras hunde a otros en el fango oscuro de las malas reputaciones, de las privacidades públicas, es un veneno silencioso, un veneno que transmite la lengua y se contagia por el oído, en una cadena sin fin que, como bola de nieve, tras cada segundo rodando va creciendo y siendo una cosa distinta, aunque parecida, de lo que fue al inicio.

El chisme es como una bolita que va destruyendo todo a su paso, una bolita destructora y placentera, sí señora, porque el chisme tiene algo que lo hace encantador, no sé bien qué sea. Hay chismes que nos emocionan, a mí me fascina escuchar a un buen contador de chismes: esa antesala, ese preámbulo, esos besos en el cuello antes del dato crucial, esas caricias entre tímidas y pícaras, esos datos que merodean y que uno sabe más o menos qué quieren, pero que dejan una dudita nerviosa, un frenesí, y el cuentachismes va subiendo en uno las ganas del mordisco para el que nos lleva preparando todo el tiempo. Es excitante el chisme, nuestro asombro moral cuando lo sabemos completo, y ese cosquilleo luego, ese dilema al saber que no podemos contar lo que escuchamos, pero que a la vez sabemos que no se dice para una cosa distinta que para ser contado, en un pacto de confidencialidad que se parece mucho a los juramentos de amor eterno que hacemos al inicio de cada nuevo amor.

Ese péndulo que va de la destrucción al goce rige nuestras vidas. Todo lo que sabemos de nuestros antepasados, toda nuestra riqueza literaria, todo lo que teje lo íntimo y lo público son una y la misma cosa: anécdotas privadas de mujeres y hombres, algunas fieles a la realidad, otras sazonadas con dosis graduales de exageración, algunas se cuentan con fines solamente informativos y otras, las más sabrosas, buscan ponerle picante a la simpleza de la realidad.

Nadie en toda la historia desde que existen las palabras puede preciarse de jamás haber tenido que ver con un chisme: como personaje de la narración, como narrador o como espectador. Y muchos, los más de nosotros, nos prestamos rápidos y sigilosos cuando alguien cercano nos invita a escuchar lo que promete ser un chisme épico. Pero aunque sabemos del daño y del éxtasis, y también que rodar es la vida del chisme, puestos al análisis, no sabemos muchas cosas del chisme, y yo tengo daticos que podrían gustarles: pregunté por allí y por allá, no les voy a decir quién me dijo, pero hay diferencias sutiles que podrían cambiar para siempre nuestra forma de contar chismes, o tal vez no: ¿saben la diferencia entre un chisme y un rumor?, y que el chisme mata, ¿lo sabían?, ¿ya les habían contado la historia de un pueblo en el que regar chismes se castigaba con cárcel? Me gusta esa expresión porque es ambigua: regamos algo cuando lo esparcimos sobre una superficie, lo tiramos para que haga lo suyo y luego nos vamos; también regamos lo que queremos que crezca, y así regar es también una forma de cuidar, de amar, regar un chisme tiene cierto parecido al amor (ya lo veremos); en México y el Salvador, regar es cometer un error, y en Venezuela tiene más que ver con entregarse a placeres y diversiones. Reguemos pues: primero les contaré la historia del pueblo más chismoso del mundo.  

El pueblo más chismoso del mundo

En 2005 sucedió algo que de tener éxito pudo haber cambiado la historia de la sociedad occidental para siempre. Icononzo es un municipio colombiano ubicado en el oriente del Tolima. El alcalde, Carlos Ignacio Jiménez Romero, dijo que en ese municipio los chismes desplazaron a 60 familias en 2004 (por rumores de nexos con grupos armados que generaron violencia en la población), afirmó incluso que por habladurías nunca comprobadas habían ido a la cárcel muchas personas, y declaró tenerle “tanto miedo a los guerrilleros o a los paramilitares como a la lengua de los chismosos”; líderes sociales aseguraron que “personas señaladas por los chismosos como auxiliadores de algún grupo ilegal, han aparecido muertas”. ¡Toda una tragedia! Entonces, el alcalde emitió el Decreto 091: “por medio del cual se toman medidas para erradicar el chisme en la jurisdicción del Municipio (…)”. Cuenta José Navia que castigaba “con multas y penas de prisión a los chismosos del pueblo”, y que Icononzo adquirió fama mundial como el pueblo con los habitantes más chismosos del mundo. Ningún otro alcalde de Colombia imitó la idea, no hay cárcel pa tanta gente. Nos habría tocado hacer como esa historia de Machado de Assis en la que un alienista quiere curar al pueblo de la locura, crea una casa para orates, y después de un tiempo en el intento descubre algo: que si la locura es una enfermedad, una anomalía, es solo porque le sucede a pocos y ocasionalmente, que siendo así la cordura es ley, pero vistas de cerca, las personas de ese pueblo están todas locas, así se van pareciendo chisme y locura, entonces están sanas, porque locura es ahora lo que le sucede a todas, es la norma, y solo unas tantas, pobres de ellas, padecen de una grave racionalidad, entonces el alienista encerró a los racionales en la casa para curarlos, y a los locos, que eran más y estaban sanos, les dejó el pueblo.

El caso es que en Icononzo hubo entre los mismos habitantes posiciones encontradas: unas creían que era una medida exagerada, que chismosos hay en todos lados, que qué gracia la vida sin el chisme, otras que mejor así, que la lengua es el azote del culo, y que es mejor prevenir. Concejales y opositores le dijeron a José Navia que eso que decía el alcalde no era verdad, que pruebas de muertos no hay, “que se trata de una alcaldada. Apenas estalló el escándalo hicieron circular un comunicado en el que aseguran que el objetivo de la medida es silenciar a la oposición y detener las críticas por irregularidades en el manejo del Municipio”.

EL CHISME ES UN PERRO 2

Veamos un detalle del Decreto 091. Dice que “(…) los seres humanos debemos ser conscientes y reconocer que poseer la lengua y usarla para hacer el mal es semejante a tener dinamita en la boca (...)”, y eso se parece mucho a algo que dijo el papa Francisco en 2018, que “la lengua mata como un cuchillo”, que “los chismosos son terroristas”, que “chismear es matar”. Milenios antes, Aristóteles dijo que los pequeños actos contienen al ser. Que nuestros gestos nos revelan. Que bien observadas, las grietas de nuestro comportamiento pueden dejarnos al desnudo. Mucho después Stevenson dijo que el chisme es precisamente eso: “una anécdota particular humana”; Javier Cercas escribió: “Las anécdotas revelan más de nosotros que la más completa biografía”, y Josep Pla dijo: “En el enorme misterio oscuro de la masa humana, la anécdota es la única grieta de la psicología real. Todo lo demás es cosa de laboratorio, de conejos y de ratas”. Como Borges, el escritor argentino Edgardo Cozarinsky casi nos convence de que ya que el arte de narrar es solo uno, no importan, si los hay, los límites entre la literatura y el chisme.

Tiene un doblez extraño el chisme. Por una parte está ese tufito borroso de perversión, todas las evidencias del daño que ha causado y causa, pero por otra, parece que los chismes son todo lo que tendríamos que saber para conocer el alma desnuda de la humanidad, nada de sociologías, antropologías, psicologías o filosofías, el chisme como mandato epistémico, solo el chisme revela las grietas. 

Qué hacemos entonces. El Decreto 091 dice que “la palabra chisme significa noticia verdadera o falsa, comentario con el que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna. Delito o falta consistente en la imputación a alguien de un hecho en menoscabo de su fama o estimación”, y con esta definición se abren más preguntas: ¿el chisme debe ser mentira para que sea chisme o solo con exagerar basta?, ¿hay diferencia entre la anécdota y el chisme?, supongo que todas creemos que sí, ¿cuál es?, ¿es la finalidad del chisme hacer daño, regarse para menoscabar fama y estimación, o por lo menos coquetear con la posibilidad de hacerlo?, ¿y si es inofensivo, vale como chisme? Conozcamos primero al paciente:

Anatomía del chisme

Quizá el chisme sea como un animal, como un perro. Y sus partes las de aquel. Veamos:

Nuestro perro tiene nombre. Los chismes no son rumores. Rumor es  ruido, un aullido, una serie de voces que se confunden. El rumor no tiene un narrador, no podemos decir de los rumores: “El guardián de la memoria histórica del conflicto armado en Colombia dijo que el conflicto armado no existe”, eso no es un rumor, porque un rumor no tiene la forma X dijo, sino la forma se dice que… o dicen que…Los rumores no tienen lugar, o tiempo específico, y los dijo un “alguien” sin nombre. Y el nombre importa, no solo por quién lo dice sino sobre quién se dice. Marcamos el destino de las gentes con el chisme, y así su nombre queda asociado siempre a él. Muchas veces una palabra es suficiente para reducir toda una vida: Amparo Grisales-origen de la humanidad, Jennifer Arias-Uñas rojas. Un rumor no es un chisme, y sin embargo, como aquel, es dinamita en la boca. Ambos son como un perro que marca el destino.

La lingüista Lourdes Pietrosemoli cuenta que la etimología de chisme, en inglés, tiene una acepción neutral: al parecer Gossip viene de godsibb, una palabra del inglés antiguo que significó buen pariente, “una persona con la que estamos relacionados en términos religiosos, como padrino, madrina, ahijado, ahijada”, y que luego, hasta el siglo XIX, se transformó en gossip: amistad. “(…) Hoy en día, sin embargo, gossip define el habla insustancial que presenta información sensacional o íntima. En otras palabras, en el inglés moderno, el término gossip no tiene necesariamente una connotación negativa”. Seguramente a esto se han referido quienes dicen que el chisme es una anécdota, porque ven en gossip una especie de “información íntima que compartimos solo con aquellos que nos son cercanos.”, y luego le quitan la condición de la relación con el oyente y queda simplemente eso: información, anécdota particular humana. Sin embargo, no es del todo eso lo que nosotras entendemos por chisme, porque para nosotras no se trata de una anécdota sin más, una anécdota sin condiciones, debe haber, como en gossip, ciertas características: i) que el oyente sea alguien cercano; ii) que la información verse sobre alguien reconocido; iii) también que lo que se cuenta sea sobre un segmento en particular de la realidad, nada de generalidades, y iv) que se trate, especialmente, de la vida íntima. Ahí está, ya tenemos las cuatro patas del perro.

EL CHISME ES UN PERRO 2

Se dice que esta otra forma del chisme deriva de la palabra griega skhizein y luego la latina schisma que se asumieron como escindir, separar. También se ha dicho que es heredera del griego cimex: baratija. De allí ha llegado a nosotras como “noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”. Parece que no es su verdad o falsedad lo que hace que algo sea un chisme. En ocasiones es falso, algo de poco valor, y por eso nos defendemos diciendo eso es un chisme (una información falsa o no comprobada), o María Fernanda es chismosa (difunde información falsa o no comprobada); parece que como la cola del perro, lo importante no es en qué lado está, sino el hecho mismo de que se esté moviendo, el movimiento delata algo, y eso es lo importante del chisme: su intención.

Este asunto es peliagudo. Tras mis investigaciones con chismosas y chismosos de diferente rango y experticia, no hemos podido llegar a un acuerdo. Amantes de la literatura, es decir del chisme, que llegan a diario a la librería se han parado en las dos orejas de la cuestión: indisponer-incordiar-dañar, dicen unas, otras dicen lo contrario, que se trata de la bella empatía por el otro, que nos lleva a hacerlo sujeto de nuestras conversaciones para alegrarnos de sus alegrías y entristecernos con sus tristezas. No sé, tal vez la cola no pueda estar solo en un lado. Además, no olvidemos que la cola se mueve con tanto éxtasis y desespero cuando el perro ama como cuando desea destruir y desgarrar.

El exprofesor y filósofo Andrés Julián Arango dijo que al margen del asunto de la verdad, el chisme “es un juicio que emitimos con intereses performativos: deseamos que el receptor modifique algo, una creencia o una conducta” (con el chisme queremos que pase algo con la vida del sujeto del chisme, o de quien escucha), que cambie hábitos o creencias. La intención performativa es el par de ojos de nuestro perro azul, que se entrevén bajo sus párpados arrugados y su ceño fruncido cuando saben que el perro quiere morder, y saltan de sus órbitas, ensanchan sus pupilas y se mecen en un merengue lento cuando saben que el perro pide algo.

Pietrosemoli dijo otra cosa que podemos agregar a lo de Arango: que el chisme es “(…) una conversación evaluativa” y un “fortalecedor de los controles sociales”, y ese es otro doblez del chisme: que ha sido utilizado como mecanismo de control social; porque si algo funciona en nosotros como un perrito pastor que nos guía mientras nos muerde, es el juicio que los otros lanzan sobre nosotros. Encontramos el hocico. Nuestros chismes son colectivos, muchos dientes los componen: A, B y C quieren sacar a E, F y G de una organización, de un grupo social, de un amor, ellos podrían pelear en franca lid, medirse en competencias, pertinencia y habilidades, pero como A, B y C saben que perderían, entonces usan un mecanismo mucho más efectivo para controlar las implicaciones sociales, y lograr que el grupo excluya a E, F, y G: difunden un chisme, y al narrarlo hacen énfasis en lo reprochable de algunas conductas de A, B y C (ya vimos que su verdad o falsedad no importan), allí radica la fuerza del chisme, en que es un juicio, y aquel sobre el que versa el chisme no sabe, no sospecha, que le estamos mordiendo de día con el mismo órgano con el que le lamemos de noche.

“El chisme es como una avispa”.

–G. B. Shaw

Es muy probable que el nuestro sea un perro malo. Hay avispas parasitarias, la Epirhyssa quagga, por ejemplo, que usa sus largas agujas para inyectar a sus víctimas un paralizante que dura el tiempo suficiente para incubar dentro de él sus huevos. Los huéspedes siguen con vida, pero solo hasta que los huevecillos revientan, pues las crías de estas avispas parasitoides “se alimentan de las vísceras del huésped hasta provocar su muerte lenta.” Quizá a esto se refería G. B. Shaw, que a sazón del chisme cada tanto nuestras casas, nuestros grupos de encuentro, nuestros espacios de trabajo, nuestro amor, son el lugar en el que las avispas nos incuban y se despiden de nosotros con un beso.

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Sin embargo…

Es muy probable que el chisme sea un perro bueno. Nuestro perro nos besa cuando estamos tristes. El chisme tiene cierta propiedad integradora. Crea lazos de solidaridad, nos permite construir un mapa de nuestro entorno social, y ha unido generaciones. En Elogio y vindicación del chisme, Carlos Espinosa Domínguez dice que es una de las costumbres humanas más placenteras, necesarias y terapéuticas. Y aquí va apareciendo su poder sanador y belleza. Joseph Conrad dijo que “el chisme es algo que nadie dice que le gusta, pero todos disfrutan” (es un perro al que amamos en la clandestinidad), y es que parece que hay quienes disfrutan de dar o recibir chismes, y quizá tiene que ver con algo que el amor enseña: que el chisme, como el amor, es la única oportunidad que tenemos para mirar al otro con interés, para observarle, para entenderle, nadie nos observa más que quienes hacen chismes sobre nosotros, difícilmente alguien nos ama tanto, son como perritos que esperan un gesto, una señal nuestra, llevan meses buscándonos con la mirada, leyéndonos, meneando la cola.

Amamos a los sujetos de nuestros chismes, aunque ellos no lo logren entender, porque ellos nos llevan por el camino siempre sorprendente de la mirada ajena. El chisme es un perro voyerista. Quizá sea por eso, y por la vergüenza de ser descubiertas excitadas por la intimidad ajena, curioseando a qué huelen las sábanas de la vecina, calculando cuántas veces al día van a la tienda sus nenes, y qué tan tarde apagan la luz después de que el señor se acuesta, quizá sea vergüenza de que descubran la ropa mojada bajo nuestra pelvis, y por eso decimos: “no, a mí no me gusta el chisme”. Y quizá sea por eso también que hay cierta satanización del chisme y que el chisme ha adquirido ese carácter de oculto, de clandestino, de pornográfico. Sin embargo, allí reside su virtud: en que nos salva por instantes del peso agobiante y seco de ser siempre nosotros.

Domínguez dice algo encantador: que solemos olvidar que quien se dedica al chisme “(…) es un trabajador de la lengua, al que debemos agradecer que se ocupe de nosotros y nos dedique parte de su tiempo.” Y cuenta que en el prólogo a la antología El Regañón y el Nuevo Regañón, Lezama Lima cita un elogio de los chismosos:

“hombres magnánimos que descuidando sus propios negocios, desatendiendo sus casas y aun sus mismas personas, se emplean caritativa y generosamente en buscar y publicar las faltas de las ajenas, parece que este noble desprendimiento de sus cuidados, este olvido de sí mismo, esta heroica oficiosidad en que pasan los días y aun parte de la noche averiguando secretos que nada les interesan, lejos de atraerles el odio público, debía excitar la estimación y aun la gratitud de todos aquellos a quienes prestan sus útiles servicios”.

Si le creemos, tendríamos que decir que hay una forma del chisme que logra que se expanda la conciencia del otro, que “(…) crea lazos afectivos y cultiva redes de relaciones indispensables para nuestra existencia social”. Alejandro Dolina vindica el chisme porque es prueba de que aún hay gente que “se (…) conmueve ante la debilidad ajena”. Parece pues que en ausencia de chismes tendríamos una sociedad que anula el interés sobre sus propias vidas, una sociedad en la que todas estaríamos encerradas en nosotras mismas, sin nadie que nos observe y nos ayude a mejorar la forma de ser y estar; qué sería de nosotras, islas sin mar, sin el bello arte del chisme, sin ese perro inquieto, bello y peligroso, que representa la otra forma del amor clandestino.

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Jhon Isaza

Estudió, estudia y enseña filosofía. Es librero en Libélula Libros, en Armenia. Escribe ocasionalmente para Bacánika, Bienestar Colsanitas, Revista Corónica y Universo Centro. Le interesa explorar múltiples y nuevas formas de llevar las reflexiones filosóficas a los diálogos cotidianos. Actualmente adelanta proyectos sobre justicia restaurativa en el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente.

Estudió, estudia y enseña filosofía. Es librero en Libélula Libros, en Armenia. Escribe ocasionalmente para Bacánika, Bienestar Colsanitas, Revista Corónica y Universo Centro. Le interesa explorar múltiples y nuevas formas de llevar las reflexiones filosóficas a los diálogos cotidianos. Actualmente adelanta proyectos sobre justicia restaurativa en el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente.

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