¿Vale la pena estudiar diseño hoy?
¿Usted qué piensa? ¿Será que estudiar diseño ya no es una gran idea o, por el contrario, piensa que las oportunidades están creciendo? En un mundo de mercados y herramientas cambiantes, buscamos algunas respuestas y opiniones al respecto en este reportaje sobre los múltiples rostros de la vida creativa y su enseñanza.
—¿Vale la pena estudiar diseño hoy?
Estábamos reunidos en un consejo editorial todo el equipo de esta revista cuando nuestro uno de los miembros del equipo, publicista y diseñador empírico, lo puso sobre la mesa: ¿será que sí? ¿Y por qué? ¿Acaso las IA no van a dejar sin trabajo a los creativos del mundo entero? ¿Tal vez la era dorada del diseño pasó ya? ¿No está el mercado lleno de empíricos por un lado y por el otro, lleno de formaciones rápidas y digitales que harían todo más fácil que cinco años de universidad? Intimidante, ¿no? Recientemente él había visto un live de Lincoln Design en el que se abordaba esto. Y ahí nos dejaba la pregunta.
Días más tarde, cuando se las hago a tres diseñadoras, en lo que nos sirven un café, las tres me levantan y arquean las cejas al tiempo. Están sentadas conmigo Rosario Gutiérrez, diseñadora gráfica y docente, magíster en humanidades; D.A. Restrepo, diseñadora gráfica, docente e investigadora PhD en diseño con posdoctorado en ciencia cognitiva; y Ángela Dotor, diseñadora de modas y docente, PhD en diseño. Las tres, profesoras de diseño en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. “Hay una crisis, claro”, comienza reconociendo Rosario. “Pero no en el diseño, sino en cómo o para qué se enseña o se enseñaba”, responde D.A. Les pido que me expliquen.
Cortesía Facultad de Artes y Diseño, Universidad Jorge Tadeo Lozano (2023). Fotografía: Sandra Suárez.
Exposición anual del área (2024). Fotografía: Sandra Suárez. Cortesía Facultad de Artes y Diseño, Universidad Jorge Tadeo Lozano (2023).
El diseño clásico, me explican, se enseñaba a través de ciertas ramas, casi que por medio de los productos que conformaban el grueso de la demanda del diseñador en el estudio: en lo gráfico, por ejemplo, la marca, las campañas, los empaques, los carteles, lo editorial… Todo se pensaba desde la pieza. “Hoy nosotros buscamos enseñar desde enfoques sistémicos”, me explica D.A., “Se trata de llevar a los estudiantes a entender el diseño como herramienta de cambio, que sean capaces de ser autocríticos con lo que proponen para ver que lo que hacen impacta ahí afuera. Y para eso lo más importante es aprender a pensar problemas para darle sentido a lo que se diseña como respuesta a esos problemas”.
Cuando el énfasis está en la pieza, el proceso es técnico, me dicen. Pensar los problemas, por otra parte, pasa por reconocer que no se puede cambiar el mundo, solucionarlos de plano, pero que sí se pueden hacer muchas cosas, concretas y con un impacto genuino, localizado. Y pensar eso implica, me dicen, pensar lo social, los usos, costumbres, necesidades y visiones específicas que atraviesan un lugar.
Con la moda, por ejemplo, se ha pasado de hablar de marca, colección y prenda, a pensar desde lo comunitario tomando en consideración sociedades productivas, pero también los procesos y su impacto en el medio ambiente, entre otras cosas. “En unas pocas décadas, en moda pasamos de hablar de un hijo del mercado a pensar en los términos de un verdadero lenguaje”, señala Dotor.
Me muestran entonces portafolios destacados de sus estudiantes como María José Sanabria, Diego Aguilar, Alejandro Palma, María Paula Moreno o Sofía Arango, entre otros más. Comentamos algunos. Me parece fascinante pero, igual no dejo de pensar, ¿qué piensan ellos? ¿Lo mismo que sus profesoras? Se los pregunto: ¿creen que esos mismos estudiantes destacados que hoy están en lugares diversos, algunos en puestos envidiables, volverían a estudiar lo mismo, a recomendarle a otro seguir estos pasos? Arquean las cejas, de nuevo. Rosario sonríe con confianza: “Yo creería que sí, pero habría que preguntarles”.
Lo digital abre campo
“Sí, yo creo que sí vale la pena”, me responde del otro lado de la pantalla Diego Aguilar Villalobos, diseñador gráfico bogotano también dedicado a la dirección de arte en Harrison Fun, un estudio de diseño de Montreal, Canadá. “Tiene muchas salidas. Siento que cada vez crece más la necesidad de tener diseñadores gráficos para todo, para packaging, branding, comunicación en general, alguien que sepa comunicar de forma visual. Lo digital abre campo y amplifica esa necesidad. Lo otro es que cada vez se depuran más las estéticas: los nichos se hacen más específicos y cada diseñador puede trabajar en lo que quiere”.
A sus 29 años, Diego ha logrado lo que muchos diseñadores (y colombianos de toda profesión existente) quisieran lograr: ubicarse laboralmente en el exterior, ojalá en el primer mundo y en su profesión. Hace dos años se radicó en Montreal con su pareja, después de un par de años trabajando en Colombia. Según me cuenta, el gusto por el diseño lo ha heredado con sus genes: su abuelo materno tenía una litografía y su papá también egresó de diseño, como él mismo, de la Tadeo, “Y mi hermanito también acaba de entrar allá a diseño”.
Cuando le pregunto por su experiencia en Canadá, si siente que habría salido mejor preparado si hubiera estudiado allá como sus otros compañeros de trabajo, Diego sonríe, deja de mirar a la cámara y se toma un momento para pensar mientras mira por la ventana. “Siento que cada lugar se fija mucho en los otros. Como estamos tan conectados por Internet, da la sensación de que en todo lado lo hacen mejor que nosotros. Pero esa sensación está en todas partes, aquí también”.
“Para mí ser colombiano en Canadá es como un superpoder en mi campo, es lo que a la final me da un diferencial frente a los otros: acá hay una visión tan estructurada de lo que es el diseño, que les da mucho miedo desencajar de lo que la ciudad conoce. Uno llegando de otro lugar puede abrirles los ojos para mostrar caminos que puedan romper el miedo”, agrega Diego.
Cuando hablamos del peso que tienen las IA en estos interrogantes hoy, me cuenta que, de hecho, allá en Montreal, los estudios de diseño aún tienen cierto temor de integrar esas herramientas al trabajo de todos los días, mientras que en el campo del arte hay muchos más adeptos. Le cuento que, por lo poco que sé, no está muy lejos de lo que pasa acá. Cuando le pregunto si cree que eso pueda poner en riesgo lo que él hace se toma un momento para responder de nuevo. No cree.
En últimas, me explica, para él lo que termina haciendo la diferencia es el criterio. “Es la raíz del pensamiento de un diseñador: el gusto, la forma en la que se escogen las cosas. Se trata de curar lo que ves y saber por qué algo te gusta. Es algo igual muy filosófico. Creo que es más importante hacerse cargo de los criterios conceptuales, que de las herramientas, que igual pasan muy rápido”.
Explorar un concepto
“Desde mi experiencia y sin generalizar, sí vale la pena siempre y cuando sea una decisión consciente”, me dice María José Sanabria, la diseñadora de modas bumanguesa de 29 años detrás de Lyenzo, una marca de corsetería a la que le ha dedicado los últimos 8 años y que al día de hoy vende en Colombia, República Dominicana, Puerto Rico, México, Australia y Emiratos Árabes. En su tono de voz noto el afán. De hecho, casi no logramos esta entrevista, debido a la producción que tiene que terminar para enviar al exterior.
“Cuando yo estudié no estaba de moda estudiar diseño de modas. Y de los que se graduaron conmigo, hoy hacemos ropa tal vez cinco o seis”, me explica. Le pregunto que si eso es así, por qué aconsejaría a otros a tomar una formación como la suya. “Si tienes conciencia de que moda es más que hacer ropa y tener una marca, tal vez sí sea para ti. Yo no era consciente de eso cuando empecé a estudiar diseño. El campo es casi que infinito. Lo primero que ves es moda, pero hay estilismo, educación, vitrinismo…”
María José es un caso curioso: estudió dos veces casi la misma carrera. Primero pasó por mercadeo y diseño de la moda en la Arturo Tejada y luego cursó en la Tadeo, diseño y gestión de la moda. Hizo diplomados en patronaje en 3D y alta costura. “La mejor decisión de mi vida fue repetir carrera, porque estudiar más grande cambia como te acercas, creo que tu interés te motiva a aprovecharlo todo mucho más. Mis compañeros tenían 17 y yo 24”.
Le pregunto por esos cursos más cortos, puntuales y técnicos, muchos que ahora se ofrecen virtualmente, si cree que tengan la capacidad de enseñarle a alguien lo mismo que ella aprendió en la carrera. “No, porque esos cursos tienen un límite. Tú no te desarrollas a través de ellos. Yo no creo que la carrera sea el único camino: los empíricos pueden ser muy talentosos también. Y las herramientas son muy valiosas, por supuesto. Pero falta algo más”.
“Casi nadie ve lo que hay detrás de usar bien una herramienta y hacer un buen prototipo. El proceso, el concepto, aprender a buscar la inspiración es muy importante. La carrera es un momento en que se puede experimentar con lo que quieres diseñar; no importa si no vende, pero te motiva y al salir a la vida real puedes tomar algo de ahí”, explica María José.
Su marca surgió justamente de lo que exploró en clase, aunque, me explica, tuvo que adaptar algo que era mucho más experimental en un inicio a algo más comercial. Si bien reconocía que el corsé es una prenda con una larga historia de represión al cuerpo femenino, su trabajo se había enfocado en llevarlo en sentido contrario: que la estructura se adaptara cómodamente al cuerpo de cada cliente, independiente de la forma que tenga. Pero eso también lo hizo más complejo y difícil. “Hoy romantizamos eso como slow fashion y sí, muy lindo. Pero en ese momento la gente lo tomaba como: ‘Ah, ¿saliste a ser costurera?’ Que además es un comentario espantoso contra un oficio que se merece mucho más crédito del que se le da en muchos espacios. Sin embargo, que sea una prenda que no la tiene fácil nos ha hecho movernos mucho más. Te obliga. Y bien llevada esa presión está bien, te sirve”.
El diseño como traducción
“Yo creo que vale la pena estudiar en general”, comienza diciéndome Sebastián Gélvez, diseñador gráfico y director de arte de Bacánika. “Antes de estudiar uno no tiene mayor idea del mundo, la perspectiva que uno tiene es muy limitada. Ahí es donde entra la Universidad, nos muestra un abanico de herramientas que no conocíamos para entender espacios de más adelante así termine ocurriendo, como en el colegio, que al final solo usamos lo que de verdad nos interesa”.
Cuando Sebastián comenzó diseño en la Tadeo, no tenía mucha idea ni de diseño ni del campo. Se acercó por consejo de una amiga de su familia, profesora de diseño industrial en la Javeriana que, en una conversación con él, intuyó que podría interesarle. “Conocí muchas cosas que no conocía. Me abrió la ruta para encontrar algo que me motivara. Cosas que, desde mi entorno, probablemente no hubiera descubierto por mí mismo”.
Frente a las formaciones más cortas y técnicas que se ofrecen alrededor de herramientas o en distintas plataformas, Sebastián ve valor en “que, a parte de aprender a usar bien algo, hay que pagar poco para averiguar si eso le gusta a uno o no. Si yo hubiera tomado solo talleres habría aprendido cosas muy técnicas. En la universidad el entorno es otra cosa, es más académico y te muestra bibliografía, muchos referentes… Se trata de abrir el horizonte mental”.
“Para hacer lo que hago hoy, haber estudiado diseño gráfico me ha servido para aprender a desligarme del gusto personal ya que ser director de arte implica conocer y entender de diferentes áreas del diseño, al menos gráfico, pero también saber acercarme a la mirada de los otros en ese sentido, entender qué se busca solucionar para buscar las herramientas adecuadas: la tipografía, la paleta de color, los ilustradores… El diseñador es como un traductor”, explica Sebastián.
Frente a la pregunta por las IA y lo que harán en el campo, Sebastián es sobrio, concreto. “En el diseño y en la comunicación se necesita una parte emocional y humana para resolver lo que necesitamos los seres humanos. La línea entre artista y diseñador se traza más o menos ahí, en dónde se pone a disposición para ayudarle a la gente a decir cosas. La IA le facilita y facilitará cosas al diseñador, pero no creo que vaya a perder relevancia”.
Coda
Al final de mi charla con las profesoras, D.A. comentó algo cuya relevancia solo vine a dimensionar después de todas las entrevistas. “Hoy vemos estudiantes mucho más seguros y expresivos, que es algo muy importante porque el principal reto viene de los cambios que está trayendo el mercado”, me dijo. Le pedí que desarrollara eso. Creo que su respuesta es el cierre –y la pregunta– que debería terminar este texto parcial, limitado, demasiado corto para su campo y supongo que miope frente a la incertidumbre y el futuro, pero –espero– representativo de una parte de este asunto a través de sus historias y miradas.
“Estamos pasando de un mundo de agencias donde trabajas con horario y por contrato a un mundo virtual donde se trabaja remotamente y por encargo, más solitario y especializado en un marco global. Ahí habrá un cambio en la manera en que se concibe la mano de obra entre los que saben y los que no, los que son contratados por sus criterios o solo por sus habilidades técnicas. Eso puede ampliar las brechas en el mundo, y en Colombia, sin investigación o un campo muy fuerte, tenemos chances de quedar reducidos como mano de obra barata. ¿No lo crees? ¿O tú qué piensas?”
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